El Fairfield no era ni de lejos tan opulento como el hotel de los Boyd; sin embargo, yo sospechaba que sus precios duplicarían lo que nosotros pagábamos en el nuestro. Tenía ese tipo de atmósfera de graciosa sencillez que no va acompañada de un precio bajo, precisamente. La habitación de Stephen St. Cloud estaba en el tercer piso. Como el ascensor tardaba, subimos por las escaleras.
Aparecimos en un extremo de un silencioso pasillo. En el otro, un hombre de cabello oscuro de algo más de veinte años se paseaba cerca de los ascensores. No nos miró hasta que nos detuvimos delante de la habitación de Stephen. Entonces nos miró a ambos, y avanzó hacia nosotros, con gesto airado.
– Buenos días, Tony -dijo Lucas.
– ¿Qué demonios estás haciendo…
– Me ha enviado mi padre. ¿Ya habéis podido entrar en la habitación de Stephen?
– A menos que pueda atravesar las paredes, no puedo hacerlo. Necesitamos un cerrajero.
– No -respondí-. Necesitáis a una bruja.
Lancé mi hechizo de apertura de máxima potencia. Las últimas palabras estaban todavía saliendo de mi boca cuando Cassandra agarró el picaporte. Cuando hube terminado, la empujó, la abrió y entró, dejándonos en el pasillo.
– No hay cerrojo ni cadena -dije, comprobando el mecanismo de la cerradura al entrar-. Estas cerraduras con tarjeta son estupendas. Cualquier bruja podría entrar sin perder un minuto.
Cassandra pasó de la sala al dormitorio. Cuando nosotros estábamos cruzando el vestíbulo, Cassandra volvía del dormitorio y, rozándonos al pasar, se dirigía de nuevo hacia la puerta.
– Ya lo tengo -dijo-. Vámonos.
– Me imagino que eso significa que no está aquí -dije-. No veo rastros de lucha, de modo que parece haberse marchado por propia voluntad. ¿Tony? ¿Tienes alguna idea de dónde puede haber ido?
Tony me miró, y luego dirigió la vista a Lucas.
– ¿Qué pasa? -pregunté-. ¿Acaso mi voz escapa a la franja acústica de un hechicero? Lucas, por favor, interpreta.
– ¿Sabes dónde puede estar Stephen? -preguntó Lucas.
– Me imagino que debe de haber ido a desayunar. Todos salieron para buscar a Tyler, y Step estaba molesto porque lo habían obligado a quedarse. Odia que lo traten como a un niño.
– Así que se puso de morros y se largó -dije-. Muy maduro. Por favor, decidme que lo acompaña un guardaespaldas.
– ¿Tiene guardaespaldas? -Lucas volvió a interpretar las palabras de la bruja invisible.
– Humm, sí -contestó Tony-. Yo.
Clavamos en él la mirada.
Tony se encogió de hombros.
– Bueno, a su padre le hacía falta el guardia habitual de Step para que ayudara en la búsqueda, de modo que me dijo que me quedara yo de guardia, que me asegurase de que permaneciera en su habitación.
– Cosa que hiciste admirablemente bien -dije.
Tony me miró con ojos furiosos.
– Tiene dieciocho años, es adulto. No entiendo por qué todo este revuelo. Si me disculpáis, tengo cosas que hacer.
– No te preocupes -le dije en voz alta mientras se alejaba-. Nosotros trataremos de encontrar a Stephen. Pero muchas gracias por ayudarnos.
Cassandra asomó la cabeza por la puerta.
– ¿Venís?
En los pocos segundos que tardamos en alcanzar la puerta, ella ya había llegado al ascensor y había apretado el botón. Un minuto después, nos dirigíamos al vestíbulo principal. Ya allí, Cassandra se detuvo a mitad de camino, girando la cabeza de un lado a otro, con los ojos entrecerrados. No comprendo cómo hacen los vampiros para rastrear a la gente, y nunca me he atrevido a preguntárselo a Cassandra. Lo único que sé es que no es por el olfato, aunque se parece al rastreo por el olfato en el sentido de que lo captan en su origen y luego, con el tiempo, el rastro se hace cada vez más tenue.
Cassandra giró sobre sus talones y volvió a caminar por el vestíbulo. Miré a Lucas, me encogí de hombros y me apresuré a alcanzarla. Cuando pasaba junto a una pareja de mediana edad, el hombre le dijo algo. Sin detenerse, Cassandra lo miró por encima del hombro, sosteniéndole la mirada. El hombre rápidamente miró para otro lado mientras agarraba a su mujer por la cintura y ambos caminaban en otra dirección.
Cassandra se dirigió hacia un vestíbulo lateral. Cuando llegué al pasillo, ella estaba ya empujando una puerta que decía, con un letrero muy claro: SALIDA DE EMERGENCIA. Antes de que pudiera advertírselo, abrió la puerta de par en par. La luz del sol invadió el lugar, cegándome por un instante. Me preparé para oír la alarma, pero no se produjo ningún sonido.
Cassandra siguió caminando, dejando que la puerta se cerrara sola tras ella. Lucas la sostuvo antes de que me golpeara. Salimos. Cuando la luz solar dejó de molestarme, me encontré en los límites de un aparcamiento medio vacío.
– Maldición -murmuré-. No podremos seguirlo si se fue en coche.
Sin prestarme atención, Cassandra caminaba ya a paso rápido por el aparcamiento. Desde el frente del edificio llegó un chirrido de ruedas que entraban en el lugar a gran velocidad.
– ¿El equipo de rastreo? -pregunté a Lucas.
– Dudo que quieran hacer tan obvia su llegada, pero ya deberían estar aquí. Debería ponerlos al tanto. ¿Crees que estarás bien?
– Voy a hacer un poco de ejercicio de marcha rápida -dije-. Pero estaré bien. Tú, a lo tuyo.
Seguí a Cassandra. Se detuvo a unos veinte metros de la puerta.
– ¿Podrías…? -empecé a decir.
Avanzó de nuevo, pasando como una flecha entre dos furgonetas. Suspiré e inicié un trote. Se movía con rapidez, caminando en diagonal por el aparcamiento, esquivando los automóviles. Cuando ya casi la había alcanzado, giró con tanta rapidez que tuve que saltar hacia atrás. Aguzó los ojos, y estaba yo preparándome para decirle algo cuando advertí que ella tenía la mirada fija en algo que estaba detrás de mí. Me di la vuelta pero no vi nada.
– Aquí hay alguien -dijo.
Tratándose del aparcamiento de un hotel, eso no me pareció extraño, pero antes de que pudiera decirlo, pasó delante de mí y avanzó a lo largo de una fila de automóviles. Entonces se detuvo y contempló toda el área.
– Tal vez deberíamos… -empecé a decir.
Desapareció entre dos automóviles. Miré a mi alrededor. Aparte del ruido distante de la carretera, el aparcamiento estaba silencioso y tranquilo. Lancé un hechizo de percepción. Nada, ni siquiera Cassandra, que debería haber estado a mi alcance. Maldito hechizo. Realmente necesitaba más práctica.
Me puse de puntillas. La luz del sol se reflejaba en el cabello rojizo de Cassandra, que se agitaba entre los automóviles. Mientras me dirigía hacia ella, oí un ruido apagado de pisadas detrás de mí. Aminoré el paso, pero no me di la vuelta. En cambio, miré mi reflejo en el lateral de un coche. El espacio que alcanzaba a ver detrás de mí estaba vacío.
Estaba volviendo a prestarle atención a Cassandra cuando pasó una sombra a mi lado, oscureciendo el lateral metálico del coche durante una milésima de segundo. Me di la vuelta, lanzando nuevamente mi hechizo de percepción mientras giraba. Esta vez el hechizo captó algo, pero un poco más lejos, hacia mi izquierda. En el mismo momento oí el ruido de unos zapatos de mujer a mi derecha y las pisadas igualmente decididas de la persona que se me acercaba por la izquierda. A mi derecha, las pisadas se detuvieron y Cassandra apareció entre dos automóviles.
– Ahí estás -dijo-. Tienes que mantenerte cerca, Paige. Yo no puedo…
Me volví hacia la izquierda. Era quien yo esperaba. Lucas avanzaba hacia nosotras, pero yo no podía captar su expresión a causa del reflejo del sol.-Que extraño -le dije a Cassandra-. Pude percibir a Lucas, pero no a ti.
Ella frunció el ceño.
– Con mi hechizo, quiero decir. No te sentí.
– Sí, bueno, tus hechizos no son muy infalibles, que digamos, Paige.
– O tal vez se deba a todo ese asunto de los no muertos, supongo.
Se le tensaron los labios.
– Bueno, no empieces con eso tú también, no estoy…
Mientras ella hablaba, vi el rostro de Lucas y se me encogió el corazón. No oí el resto de lo que decía Cassandra.
– Lo han encontrado, ¿verdad? -dije.
Lucas afirmó con la cabeza, y supe que no habían encontrado a Stephen vivo.
Stephen había sido asesinado en su automóvil, de un tiro en la sien, y luego lo habían colocado en el asiento, reclinado, del conductor, con gafas de sol y una gorra deportiva echada hacia abajo para tapar la herida. Para cualquiera que pasara, tendría el aspecto de alguien que se estaba echando una siesta en el coche. Inusual, pero no alarmante.
Le dije a Lucas que había tenido la sensación de que me seguían. Cassandra coincidió, y Lucas desplegó el equipo de búsqueda para rastrear el lugar mientras nos quedábamos nosotros con el cadáver. Si yo no hubiera dicho nada, ¿habría mencionado Cassandra sus sospechas? Lo dudaba, pero no porque yo creyera que ella quería intencionadamente impedir que encontráramos al asesino. ¿Por qué habría de quererlo? No le importaba. Y allí residía realmente la clave para comprender a Cassandra. No le importaba.
Una hora más tarde, el equipo llegó a la conclusión de que el asesino había escapado. A mí me habría gustado quedarme, enterarme de qué habían encontrado, pero es difícil hacer una investigación clandestina del escenario del crimen en el aparcamiento de un hotel sin atraer a curiosos.
– Te has quedado muy callada -murmuró Lucas mientras nos dirigíamos hacia nuestro automóvil.
– Estaba pensando.
Como no añadí nada, dijo:
– ¿Quieres contármelo?
Hice un gesto para indicarle que lo discutiríamos en el coche. Esperé a encontrarnos en la autopista antes de hablar. Me dije a mí misma que estaba ordenando las ideas, pero creo que esperaba a que Cassandra hablara primero. No lo hizo.
– Es un cazador -dije-. Golpea rápido, deja los cuerpos donde los ha matado, utiliza el método más conveniente, y cambia sus planes si se le complican las cosas. Un asesino experimentado.
– Sí, como dijo Esus… -empezó Lucas.
Advirtió que yo había dirigido mi comentario a Cassandra, y se detuvo. Ella continuaba mirando por la ventanilla. O bien pretendía ignorarme, lo que no sería de extrañar, o pensaría que yo había sacado una conclusión equivocada, algo que, dada mi reciente actuación, tampoco lo habría sido.
– Es también un rastreador experto -dije-. Dana no lo oyó llegar. A Joey, nada lo advirtió de su presencia. Ni siquiera un dios druida lo oyó atacar. Estoy segura de que estaba siguiéndome por el aparcamiento, pero no oí más que un par de leves pisadas, sólo vi el relámpago de un movimiento. Y no lo pude captar con mi hechizo de percepción.
Lucas me miró por encima del hombro.
– De modo que estás sugiriendo que Esus pudo haberse equivocado, que nuestro asesino puede tratarse de un ser no corpóreo, un demonio, o alguna otra entidad.
– Yo no diría un demonio -afirmé-. Aunque seguramente algunos podrían argumentar a favor de este punto de vista. La clase de entidad en la que estoy pensando vive aquí, en nuestro mundo. El asesino tiró al suelo a un guardaespaldas bien entrenado que pesaba más de cien kilos. Lo tiró al suelo como a un árbol. Y no ocurrió porque le clavara una aguja hipodérmica. Tuvo unos instantes para resistirse. Esta clase de asesinos tiene un modo especial de inhabilitar a sus víctimas. Pero hasta ahora sólo lo ha usado dos veces: con Dana y con este guardia. Esa es la razón por la cual ambos tenían heridas en el cuello. Para tapar las marcas. Marcas que son muy difíciles de detectar, pero que toda autopsia efectuada por camarillas debe buscar.
– Una mordedura de vampiro -dijo Lucas.
Cassandra asintió.
– Ésa sería también mi interpretación.
Me tragué el impulso de gritar.
– ¿Y cuándo diablos ibas a decirlo?
Lucas entraba ya en el aparcamiento de nuestro hotel.
– Si aceptamos esa posibilidad, el único problema reside en que no imagino qué podría tener un vampiro contra una Camarilla.
– Estoy segura de que no -murmuró Cassandra.
Los ojos de Lucas se fijaron de inmediato en el espejo retrovisor.
– No, Cassandra, no lo imagino. Pero si tú puedes, quizás deberías decírnoslo.
Durante un momento, no dijo nada. Después suspiró, como si una vez más se la hubiese puesto ante la necesidad de explicar lo obvio.
– Las camarillas no quieren tener nada que ver con los vampiros -dijo ella.
– Precisamente -respondió Lucas-. Tienen la norma estricta de no mantener trato ni con hombres ni mujeres lobos ni con vampiros, y por eso es por lo que no quiero imaginar… -Se detuvo y miró entonces a Cassandra por el espejo-. Aunque puede que más que un argumento contra esa posibilidad lo sea a favor de ella.
– Por lo que se refiere a dinero y poder, las camarillas son el juego más grande que puede haber -dije-. Tal vez alguien se cansó de que no lo dejaran entrar en la cancha.