La maldición de la clarividencia

Cuando Edward atrapó a Dana, dijo que lo estaba haciendo por alguien. Alguien que ella oyó que se llamaba «Nasha». -Miré a Benicio-. Algo impidió que los Nast abriesen una oficina en Cincinnati. Un problema que había que resolver antes. ¿No podría ser que ese problema fuera la existencia allí de un par de vampiros buscadores de la inmortalidad y asesinos en serie?

Benicio asintió.

– Una Camarilla siempre investiga a los sobrenaturales del lugar antes de establecer una nueva oficina. Si tienen alguna queja, por lo general convencen a quienes consideran problemáticos para que se trasladen a otro lado. Pero en un caso como éste, a esta escala, en especial cuando hay vampiros por el medio…, la solución sería permanente.

– Matarlos.

– Permitidme que haga unas llamadas telefónicas -dijo Benicio-. Antes de que lleguemos a conclusiones que puedan no ser exactas.

– ¿De modo que ahora piensas que los Nast te dirán la verdad?

– No, pero con tantos detalles como para estimularles la memoria, conozco personas que sí lo harán.

Media hora más tarde, Benicio confirmó nuestras sospechas. La Camarilla Nast se había enterado de la ocupación asesina de Edward y Natasha, y decidido que no serían buenos vecinos. Según las fuentes de Benicio, el plan original había consistido en matarlos a ambos, pero los vampiros habían sido más ingeniosos que varios asesinos que lo intentaron, y abandonaron la zona. No dispuesta a aceptar tan fácilmente su fracaso, la Camarilla envió un último sicario, que logró decapitar a Natasha. Los Nast cometieron entonces un error. Decidieron no gastar más dinero en perseguir a Edward por todo el globo. Habiendo dado muerte a su compañera, le habían enseñado una lección que no olvidaría fácilmente. Y, efectivamente, no la olvidó.

– Mataron a Natasha, y quiere vengarse -dije-. Es comprensible… cuando se trata de atacar a los Nast. ¿Pero qué tienen que ver con eso las otras camarillas?

Lucas miró a su padre.

– El pasado julio un vampiro pidió una entrevista privada contigo. Los Nast ejecutaron a Natasha a finales de agosto. Cabe suponer, si ya había habido varias tentativas de asesinato, que los Nast llevaban por lo menos un mes persiguiendo a la pareja. Me atrevería a decir que el momento de aquella solicitud no fue pura coincidencia.

– ¿Edward quiso hablar con el CEO de la Camarilla Cortez? -dije-. ¿Pero por qué?

– Presumiblemente, para pedir asilo -respondió Lucas-. Eso no es infrecuente. Si a uno lo persigue una camarilla, el mejor lugar para acudir en busca de ayuda es otra camarilla. Si los Boyd y los St. Cloud fueran sinceros con nosotros, estoy seguro de que admitirían que recibieron solicitudes similares.

– En otras palabras, fue a cada una de las camarillas en busca de ayuda, y todas y cada una lo rechazaron, ni siquiera se preocuparon por averiguar qué era lo que quería. ¿Y eso lo cabreó hasta tal punto que comenzó a matar a sus chicos? No tiene sentido.

– No -dijo Cassandra. Era su primera palabra desde que habíamos empezado a hablar-. No, no lo tiene. No para vosotros. -Fue hasta la ventana y abrió la persiana. Durante un momento no hizo más que mirar hacia fuera. Luego, se volvió nuevamente hacia nosotros.

– Tenéis que verlo desde el punto de vista de un vampiro. ¿Creo acaso que semejante desaire constituye un fundamento suficiente como para matar a los hijos de alguien? Por supuesto que no. Pero entiendo por qué pudo pensarlo Edward. ¿Qué es la vida de esos chicos para él? No más que esos cadáveres que estaban en su terreno. Un medio para llegar al fin. ¿Los mata porque quiere que mueran? No. Los mata porque quiere causar dolor, porque quiere hacer daño a los que se lo hicieron a él. Mataron a la compañera de su vida. No creo que comprendáis realmente lo que eso significa.

– Habían estado juntos durante mucho tiempo -dije-. Obviamente, ellos…

– Obviamente nada. ¿Qué es para vosotros, en el mundo en que vivís, un matrimonio muy largo? Veinticinco años es motivo de una gran celebración, ¿no es cierto? Edward se convirtió en vampiro cuando la Reina Victoria ascendió al trono. Lo había sido durante menos de una década cuando fue a Rusia y conoció a Natasha, que acababa de convertirse en mujer vampiro. Desde entonces, nunca se separaron. Ciento cincuenta años juntos, sin contar con nadie más, ni parientes, ni hermanos, ni hijos, ni amigos. Nada más que el uno para el otro.

– Ahora ella ya no está, y él quiere venganza. Seguirá matando hasta que se haya vengado de todas y cada una de las camarillas, y seguirá matando hijos de cada una de ellas hasta que haya vengado la muerte de Natasha.

– No, seguirá matando hasta que muera -dijo Cassandra-. Ninguna otra cosa lo detendrá. No tengo idea de cuál es su plan, y bien puede tener un plan, pero no se detendrá cuando logre ese objetivo. Porque no se sentirá vengado. ¿Cómo podría sentirse vengado? Ningún daño que inflija a las camarillas podrá igualarse con el que él ha sufrido.

– Muy bien -dijo una voz somnolienta desde el otro asiento. Jaime abrió un ojo-. Entiendo todo eso del «amor eterno» y, por más extraño que me suene, creo que estáis en lo cierto al pensar que mi fantasma es esa tal Natasha, pero eso deja pendiente un gran interrogante. ¿Por qué demonios querría ella ayudarnos a capturar a su hombre?

– ¿Es eso lo que quiere? -dijo Lucas-. No estoy seguro de que ésa sea una interpretación correcta de las acciones que ha llevado a cabo hasta este momento. La única clave que nos ha dado es la pista del vampiro, que indudablemente no tenía el propósito de decirnos que nuestro asesino es un vampiro, sino de decirnos que ella lo es.

Afirmé con la cabeza. Pensando tal vez que si Jaime sabía que ella era un vampiro, conocería la manera adecuada de hacer contacto.

– Entonces, ¿qué es lo que quiere? -preguntó Jaime.

Todos miramos a Cassandra.

– No la conozco lo suficiente como para responder a esa pregunta -dijo Cassandra-. Lo único que puedo decir, con cierta certeza, es que ella no fue un socio pasivo o renuente en nada de lo que hizo Edward.

– En otras palabras -dije yo-, que no está sufriendo un repentino remordimiento de conciencia y quiere ayudarnos a detener a Edward antes de que mueran más chicos.

– Desde luego que no -dijo Cassandra-. Puede estar buscando lo mismo que buscaron antes de su muerte: protección de una camarilla rival, ofreciéndose para ayudar a encontrar a Edward con la condición de que los Cortez lo protejan de los Nast. O puede tener el propósito de daros a vosotros informaciones falsas que os aparten del rastro de Edward.

– De ninguna de las dos maneras importa -dijo Jaime-. A menos que aprenda a grabar palabras en mi carne, no puede decirnos nada. Esté donde esté, se encuentra fuera del campo de acción de un nigromante. Está haciendo absolutamente todo lo que puede para modificarlo, pero no lo logra.

– ¿Y dónde está exactamente? -pregunté-. ¿Encerrada en un limbo? ¿O en una dimensión demoníaca? ¿O en alguna vida posterior a la vida propia de los vampiros? Puede que si lo supiéramos…

– Podemos investigarlo -dijo Lucas-. Pero podría ocurrir que no encontráramos nunca la respuesta. En este momento la pregunta importante no es ¿dónde está ella?, sino ¿dónde está él?


* * *

Sabíamos que Edward se hallaba casi seguramente en Miami. ¿Por qué irse a otro lado si todas las camarillas estaban precisamente aquí? ¿Pero dónde encontrarlo? A esas alturas de los acontecimientos, bien podíamos coger un plano de Miami, tirar algunos dardos y conducir nuestra investigación de esa manera.

Benicio nos dejó, poco después, para comenzar a discutir con las camarillas el tema de Edward o por lo menos para hacerlo con aquellas que no estaban ya trabajando sobre el tema. Es de suponer que desde el momento en que los Nast oyeron las palabras «El sospechoso es un vampiro» supieran exactamente quién estaba matando a sus chicos y hubieran comenzado a buscarlo. Por supuesto que habría sido conveniente que compartieran esa información, pero eso habría significado también compartir la gloria si lo capturaban…, y asumir la culpa por haberlo dejado escapar de sus manos en el primer momento.


* * *

– El único modo en que podréis capturarlo será cuando trate de ir a por su próxima víctima -dijo Cassandra en cuanto se acomodó en el sofá de nuestro hotel-. Y la mejor manera de hacerlo es tenderle una trampa.

– No es mala idea -dijo Jaime-. Uno de sus posibles blancos, o dos de ellos, son tus sobrinos, Lucas. Estoy segura de que tu padre no querrá que los usemos como señuelos, pero él tiene el armamento necesario para garantizar su seguridad. Si tú estuvieses allí, no sería demasiado peligroso para los chicos. Ellos te conocen…

Lucas movió la cabeza de un lado a otro.

– No me conocen.

– Bueno, tal vez no muy bien, pero eres su tío. Te ven en Navidad, en los picnics de familia, en esas ocasiones, ellos…

– Te digo que, literalmente, no me conocen. Nunca nos hemos visto, y es improbable que sepan que existo. Y no se trata solamente de que mis sobrinos no puedan diferenciarme de cualquier persona extraña, sino que apenas conocen a mi padre…, ésa es la manera que tiene Héctor de castigarlo por sus elecciones sobre la sucesión.

– Bueno -dijo Jaime-. Pero, de cualquier modo, ese tipo va a tratar de llegar a esos chicos tarde o temprano. Héctor lo sabe. Estoy segura de que él prestaría su ayuda si estuviese convencido de que eso significara que sus hijos quedaran definitivamente fuera de peligro.

– No si esa ayuda significara ayudarme también a mí, o a una investigación que considera mía.

Jaime movió la cabeza.

– ¡Virgen Santa, y yo pensaba que mi familia era complicada! Bueno, tal vez podamos usar a alguna otra persona. ¿Y el mayor de los Nast? ¿El que vino aquí?

– ¿Sean? -dije yo.

– Exacto. Es cierto que es un poco mayor que los demás, pero apuesto a que él está dispuesto a hacerlo. Y estoy segura de que Ed no desdeñaría la posibilidad de dar muerte a otro Nast.

– Tal vez -replicó Lucas-. Pero yo no sabría dónde encontrar a Sean. Thomas se los llevó de Miami, a él y a Bryce, el mismo día en que fue asesinado Stephen. Todos los miembros de las familias de las camarillas menores de treinta años han sido evacuados.

– Y a Edward no le llevará mucho tiempo averiguarlo -tercié yo-. Cuando lo haga, no sólo nos tocará rastrear Miami en su búsqueda, sino que tendremos una docena de posibles víctimas en una docena de ciudades diferentes por las cuales preocuparnos.

– Tenemos que movernos con rapidez -dijo Lucas-. A ese fin, tengo una idea. Un instrumento al cual recurrir en última instancia. Un clarividente.

– Estupendo -dijo Jaime-. Hay un solo problema. Encontrar a un clarividente va a ser más difícil que encontrar al mismísimo Edward.

– No necesariamente. Conozco a una.

– ¿En serio? -se sorprendió Jaime-. ¿Quién?

– Faye Ashton.

– ¿Está viva? -preguntó Cassandra-. Me alegra saberlo, pero no logro entender de qué manera podría ayudarnos. Está completamente loca.

Me estremecí.

– Eso es lo que les ocurre habitualmente, ¿verdad? A quienes son verdaderos clarividentes. Sus visiones los llevan a la locura. Del mismo modo que los nigr… -Me contuve.

– Nigromantes -dijo Jaime-. No te preocupes, Paige, no estás diciendo nada que no sepa. Cuando mi abuela murió, no era precisamente el vivo retrato de la estabilidad mental. Y cuando se trata de los clarividentes, es todavía peor. Si esa Faye está bien, estupendo, ¿cómo podría ayudarnos?

– Puede, esforzándose, clarificar temporalmente sus pensamientos -dijo Lucas-. A mí me ha dicho que puedo utilizar sus poderes cuando quiera, pero debido a la presión que eso supondría en su estado de salud, ya frágil, nunca he aceptado su ofrecimiento. Durante este viaje no la he visitado, sabiendo que es muy probable que haya oído hablar del caso y pueda querer ayudar.

– ¿Está aquí? -dije-. ¿En Miami?

Lucas dijo que sí con un movimiento de cabeza.

– En una residencia privada para enfermos, una institución de salud mental que pertenece a los Cortez.

– ¿De modo que tu padre la está cuidando? -dije.

– Debe hacerlo. Él es la causa de que se encuentre allí.


* * *

El diccionario define a un clarividente como alguien que puede ver objetos o acciones más allá de los límites naturales de la vista. Es una descripción casi perfecta de un verdadero clarividente. Si se le suministran los elementos necesarios, pueden ver a través de los ojos de una persona que se halle a muchos kilómetros de distancia. Un buen clarividente puede trascender la mera visión y captar cierto sentido de las intenciones o las emociones de la persona a la que investiga. No es adivinación del pensamiento, pero ningún sobrenatural se acerca más a eso que un buen clarividente.

El clarividente es también lo más próximo a un adivino que puede encontrarse en el mundo sobrenatural. Ninguno de nosotros puede realmente ver con anticipación el futuro, pero un clarividente puede hacer conjeturas válidas sobre el futuro de una persona basándose en su situación presente. Por ejemplo, si ve a una persona aquejada de dolor de muelas, puede adivinar que esa persona visitará a un dentista en el futuro próximo. Algunos clarividentes afinan su capacidad de deducción hasta tal punto que parecen tener el don de profecía.

Yo nunca he conocido personalmente a un clarividente. Mi madre sólo conoció a uno en el curso de su larga vida. Como la capacidad de lanzar hechizos, es un don hereditario, pero son tan pocas las personas que llevan consigo ese gen, que sólo nace, en cada generación, apenas un puñado de clarividentes, y ya desde la cuna aprenden a ocultar su don. ¿Por qué? Porque sus poderes son tan valorados que quienquiera que descubra a un clarividente e informe de ello a las camarillas, obtendrá una recompensa mayor que si le tocara la lotería.

Para una camarilla, un clarividente constituye un premio incomparable. Son el equivalente viviente a una bola de cristal. «Dime lo que están tramando mis enemigos. Dime lo que traman mis aliados. Dime lo que trama mi familia». El CEO de una camarilla que cuente en su personal a un buen clarividente puede multiplicar por dos sus beneficios y reducir a la mitad sus problemas internos. Y las camarillas reconocen plenamente el valor de los clarividentes, y los tratan y recompensan mejor que a cualquier otro empleado que no sea hechicero. Entonces, ¿por qué llegan los clarividentes a situaciones extremas para evitar un trabajo soñado como ése? Porque lo desempeñarían a cambio de su salud mental.

Los buenos nigromantes se ven asediados por espíritus que los acosan. Se les enseña cómo erigir murallas mentales, pero, a lo largo del tiempo, comienzan a advertirse las grietas, y los mejores nigromantes terminan casi invariablemente llevados a la locura cuando sobrepasan la mediana edad. Para mantener su equilibrio tanto cuanto les sea posible se ven obligados a aliviar esa presión, cada cierto tiempo, bajando la guardia y comunicándose con el mundo de los espíritus. Es como cuando Savannah quiere algo que creo que no debe concedérsele: después de que me ha dado bien la lata, negocio una solución de compromiso, sabiendo que me proporcionará unos pocos meses de paz antes de que vuelvan a iniciarse sus ruegos. También los clarividentes viven sometidos a constantes intrusiones que traspasan sus barreras mentales con imágenes y visiones de otras vidas. Pero cuando bajan la compuerta, ésta no se cierra plenamente, y cada vez queda un poquito más abierta.

De hecho, las camarillas emplean a los clarividentes y los utilizan plenamente. El poder, y la tentación de hacer uso del mismo, es tan grande que fuerzan al clarividente a seguir viendo hasta que las puertas se cierran bruscamente y se ven inmersos en un mundo de pesadilla de visiones sin fin, de manera que ven las vidas de todos los demás y pierden de vista la propia.

Eso es lo que hizo Benicio con Faye Ashton. El abuelo de Lucas se había hecho cargo de Faye cuando ésta era una niña, y la había resguardado en un lugar seguro hasta que alcanzó la plenitud de sus poderes. Para entonces, Benicio era el CEO. Durante veinte años, Faye había sido la clarividente de los Cortez. Largo trecho de vida para una clarividente, lo cual puede sugerir que Benicio trató de conservar sus poderes, pero el resultado final fue el mismo. Enloqueció, y entonces él la internó en un hogar en el que ella vivió durante los últimos diez años.

Juntamente con algunos de sus poderes, ella había conservado lo suficiente de su salud mental como para no permitir que Benicio se le acercara nunca más.

Pero con Lucas, la cosa fue distinta. No sólo ella lo conocía desde que él era niño, sino que nunca quiso dejar pasar toda oportunidad posible de ayudar a quienquiera que se enfrentara con las camarillas. De modo que le había dado a Lucas carta blanca para que usara sus poderes. No obstante, él nunca lo había hecho. Aunque ella le aseguró que alguna visión ocasional no le iba a hacer daño a su mente ya afectada, él no había querido nunca correr ese riesgo. No obstante, en aquel momento, no teníamos a ninguna otra persona a la que recurrir.


* * *

El hogar era una mansión centenaria ubicada en un vecindario en el cual la mayoría de las viviendas habían sido convertidas hacía ya tiempo en oficinas médicas y legales, ya que el costo que requería el mantenimiento de esas construcciones monstruosas no compensaba en modo alguno su valor histórico. Desde la calle, el hogar parecía ser una de las pocas residencias conservadas todavía para uso privado, ya que carecía de todo indicador y el parque que se hallaba a la entrada no había sido transformado en un aparcamiento.

Dejamos el automóvil en el camino de acceso, detrás de un minibús. Llegados a la puerta, Lucas hizo sonar la campanilla. Algunos minutos después, un hombre mayor y de raza negra nos abrió la puerta y nos invitó a pasar. Cuando estuvo cerrada, la impresión que se produjo era similar a la que se tenía cuando se entraba en el cuartel general de la Camarilla Cortez. El ruido de la calle desapareció: sospeché que la casa contaba con aislamiento de sonido de primera calidad, probablemente para evitar que el vecindario se enterase de que ésa no era una residencia privada.

En el interior, nada perturbaba esa apariencia de normalidad doméstica, ni un mostrador de recepción, ni un puesto de enfermería, ni siquiera el olor, usual en los hospitales, a desinfectante y comida excesivamente cocinada. La risa de una mujer nos llegó desde el segundo nivel, seguida por un leve murmullo de conversación. Los únicos olores que nos dieron la bienvenida fueron el de flores recién cortadas y el de pan recién horneado.

Lucas intercambió saludos con el encargado, Osear, y me presentó. Como Lucas me había explicado antes, tanto Osear como su esposa Jeanne eran chamanes, una raza cuya reputación de compasivos y estables los convertía en excelentes cuidadores de los enfermos mentales. Aquél era un establecimiento destinado a los cuidados de larga duración, y no se esperaba que saliera de él ninguno de los ocho residentes. Todos eran ex empleados de la Camarilla. Era evidente que estaban allí porque gozaban de excelentes beneficios por su trabajo previo, pero en realidad se debía a que la Camarilla Cortez era responsable de su estado.

– Me alegro de verlo -dijo Osear palmeando a Lucas en la espalda mientras lo conducía a través del vestíbulo-. Ha pasado más de un año, ¿verdad?

– He estado…

– Ocupado. -Osear sonrió-. Era una observación, no una acusación. Todos sabemos lo ocupado que está.

– ¿Cómo está Faye?

– No está mejor. Tampoco peor. Le dije que usted venía, de modo que está esperándolo. Esa mujer tiene la fortaleza de un toro. Puede estar totalmente catatónica, pero desde el momento en que digo que alguien viene a verla, renace. -Me dirigió una sonrisa-. Bueno, a menos que no desee ver a sus visitas, en cuyo caso se hace la muerta. Supongo que ustedes vienen a causa de los chicos que han sido asesinados.

Lucas movió afirmativamente la cabeza.

– ¿Faye está enterada?

– La condenada mujer es una clarividente, muchacho. Por supuesto que lo sabe. Tratamos de que no se enterara, pero sintió que algo estaba ocurriendo y le pidió a una de sus relaciones de fuera que la pusiera al tanto. Desde entonces, nos ha vuelto locos para que lo trajéramos a usted, pero le hemos dicho: «No, Faye, si quiere tu ayuda, vendrá a buscarla».

– ¿Ha… visto algo?

– Si fuera así, yo lo habría buscado a usted. Todos hemos tenido sumo cuidado en no darle ningún detalle. Para que no empezara a buscar información en ese enorme estanque psíquico y pudiera alterarse.

– Podemos proporcionarle suficientes detalles como para evitarlo -dijo Lucas-. No obstante, si usted piensa que a pesar de eso sería una petición excesiva…

– ¡No respondas a eso! -dijo una voz estridente. Una mujer pequeña y de pelo blanco entró en el vestíbulo impulsando su silla de ruedas-. Convéncelo para que se vaya, Osear Gale, y haré de tu vida un infierno. Sabes que lo haré.

Osear sonrió.

– No pensaba hacerlo, Faye. Y todo irá bien. Tú siempre estás bien.

Faye hizo girar su silla de ruedas, y se perdió en la habitación contigua. La seguimos.

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