Emisaria

Si Esus no hubiese insistido en que la sangre fuera de Lucas, yo habría dado con gusto el segundo cuarto litro, por razones tanto personales como prácticas. En el aspecto práctico, no teníamos ni alimentos ni bebidas que pudiesen subir el nivel de azúcar en la sangre de Lucas después de la «donación», y era él quien tenía que conducir el bote de vuelta al embarcadero. Si bien yo no podía conducir un bote, podía manejar el automóvil, e insistí en hacerlo desde el muelle hasta los límites de Miami, donde Jaime se quitó la venda de los ojos y me sustituyó. Logramos mantenernos despiertos hasta aproximadamente dos segundos después de haber caído redondos en la cama, poco más tarde de las cuatro de la madrugada.


* * *

Dado que se había hecho tan tarde para cuando volvimos al hotel, Jaime durmió en el sofá de nuestra suite. Cuando a la mañana siguiente, ya tarde, me desperté, encontré una nota que me había dejado Lucas. Tenía la esperanza de encontrar pruebas tangibles que vincularan a Weber con el asesino, ya fuese en sus registros telefónicos o en sus efectos personales, estos últimos disponibles en Miami, adonde habían sido trasladados para las investigaciones anteriores al juicio.

Además de la nota, Lucas había dejado un vaso de agua, dos calmantes y los ingredientes necesarios para confeccionar un nuevo emplasto para la herida de mi estómago. Aunque me costara admitirlo, lo necesitaba…, ya que de otro modo no creo que hubiera estado en condiciones de levantarme de la cama esa mañana. Aun así, tuve que quedarme recostada durante veinte minutos, esperando que las píldoras y el hechizo terciario de curación hicieran su efecto. Cuando pude moverme, me di una ducha, me vestí y me dirigí a la sala de nuestra suite, esperando que Jaime estuviese todavía dormida. Pero no, estaba leyendo una revista, recostada en el sofá.

– Estupendo, ya estás levantada -dijo-. Vamos a comer algo.

– ¿Proveerse de combustible antes de emprender el camino? Buena idea.

– Hummm, sí. -Cogió su cepillo, se inclinó hacia delante y comenzó a pasárselo a contrapelo-. ¿Te gusta la comida cubana?

– No estoy segura de haberla probado.

– No puedes irte de Miami sin probarla. He visto que hay un bonito chiringuito cerca de la clínica.

– ¿La clínica?

– Sí, la clínica donde está Dana.

Jaime continuó cepillándose el cabello desde las raíces, con lo cual se cubría la cara y cualquier expresión que se le reflejara en los ojos. Comenzó a ocuparse de un enredo inexistente. Esperé. Le di diez segundos. A los cuatro segundos habló.

– Ah, ya que vamos a estar tan cerca, podemos hacer un alto y ver cómo le está yendo a Dana. Quizás podríamos tratar de tomar contacto con ella nuevamente.

Jaime se echó el pelo hacia atrás y se cepilló la parte de arriba, permitiéndose al mismo tiempo una rápida mirada para ver cómo reaccionaba yo. Me había preguntado por el motivo que la había llevado a reunirse nuevamente con nosotros. De algún modo dudaba yo que hubiese oído las noticias relativas a Weber y pensado: «Oh, tengo que volar a Miami para echar una mano». La noche anterior había mencionado que deseaba tomar contacto con Dana, y ahora me daba cuenta de que ése era probablemente el verdadero motivo por el que había regresado, porque se sentía culpable de haberle dicho a Dana cosas inexactas y quería hablar con ella una vez más. Eso no serviría ya de ninguna ayuda en el caso, pero sí podía ayudar a que el alma de Dana descansara en paz, y también a que Jaime se quedase tranquila. Bueno, era poco lo que yo podía hacer allí hasta que volviese Lucas. De modo que hice mi llamada de las once en punto a Elena, y me fui con Jaime.


* * *

– Ya no está -dijo Jaime, echando su amuleto junto a la forma inmóvil de Dana-. Maldito adiestramiento de orientación.

– ¿Orientación? -pregunté.

– Así lo llamo yo. Otros nigromantes le dan nombres más fantasiosos. Para que todo suene muy místico, ya sabes. -Jaime se friccionó la parte de atrás del cuello-. Después de que un espíritu hace el cruce, tienes uno o dos días, a veces tres, para tomar contacto con él. Después, el Carruaje de Bienvenida de los espíritus se lo lleva y le muestra cómo funcionan las cosas. Durante ese período, el espíritu está en un vacío. Se cierra algún tipo de puerta psíquica y puedes gritar hasta desgañitarte si quieres, que no podrán oírte.

– Algo sé de eso -dije-. Después puedes tomar contacto, pero es más difícil que si lo hubieras hecho durante los primeros dos días.

– Porque sencillamente han aprendido a decir «no» a los nigromantes pesados. Tras ese período somos tan bienvenidos como los vendedores de enciclopedias. Es preciso molestarlos una y otra vez, hasta que nos escuchan tan sólo para librarse de nosotros. A menos que sean ellos los que quieran algo, entonces nos volverán locos a nosotros, hasta que los escuchemos. -Jaime se pasó la mano entre los cabellos-. Eso no tiene sentido. Si está adiestrándose, ¿por qué, entonces… -Se recogió el pelo y se hizo una cola de caballo-. No tendrás un pasador, ¿verdad?

– Siempre llevo -dije, buscando en mi cartera-. Con este pelo es bueno estar preparada. Basta una mínima llovizna o un poco de humedad, y no hay más remedio que hacerse una cola de caballo.

– ¿Así que tus rizos son naturales?

– Por supuesto que sí. Yo no pagaría por eso.

Se rió y se puso el pasador en el pelo.

– ¿Ves? Yo sí pagaría. ¡Qué ironía!, ¿verdad? Las chicas que tienen el pelo rizado lo quieren liso, y las que lo tienen liso lo quieren rizado. Nadie está contento. -Se miró en su espejo de bolso-. Pasable. ¿Estás lista para el almuerzo?

Volví a poner mi silla en el lugar que le correspondía en el otro lado de la habitación.

– ¿Qué decías antes? ¿Acerca de algo que no tenía sentido?

– ¿Eh? Oh, no hagas caso de lo que digo. Son cosas absurdas. No olvides que querías ver a la enfermera antes de irnos.


* * *

Según la enfermera, esperaban a Randy MacArthur para dentro de dos días. Eso me hacía sentir mejor. Puede que Dana no retornara, pero le ayudaría saber que su padre había ido a verla. No le habíamos dicho a nadie que Dana ya se había ido. Si callarse significaba que permanecería con el respirador el tiempo suficiente para que su padre la viera viva por última vez, ella, merecía sin duda que guardáramos silencio.


* * *

Cuando salimos de la clínica, me fijé en que había un hombre calvo que, sentado en la acera de enfrente, leía un diario. Cuando bajamos por la calle, nos observó por encima del periódico. No había nada de raro en eso, estoy segura de que Jaime atraía muchas miradas. No obstante, después de que hubimos recorrido media manzana, se me ocurrió mirar por encima del hombro y vi que el hombre caminaba detrás de nosotras al otro lado de la calle, manteniéndose a una distancia de unos diez metros aproximadamente. Cuando doblamos la esquina, él hizo lo mismo. Se lo mencioné a Jaime.

Se dio la vuelta y miró al hombre.

– Sí, a veces me pasan estas cosas, por lo general por parte de tipos que tienen el aspecto de ése. Me reconocen, me siguen un rato mientras se arman de valor para decirme algo. Hubo una época en que habría sido capaz de matar para conseguir la atención de los hombres. Ahora, en algunas ocasiones, no es más que… -Se encogió de hombros sin terminar la frase.

– Una especie de molestia.

Dijo que sí con la cabeza.

– Son los inconvenientes de la fama. Una se pasa años tratando de alcanzarla, soñando con ella, pasando hambre para tenerla. Luego, te llega, y poco después te oyes a ti misma quejándote a gritos por la falta de privacidad y piensas: «Perra ingrata. Tienes lo que querías y no estás contenta». Y ahí es donde entra el terapeuta. O eso, o empiezas a medicarte hasta convertirte en Betty Ford.

– Me lo imagino.

Su mirada se dirigió a mí y dijo que sí con la cabeza. Caminamos en silencio durante un minuto y volví a mirar por encima del hombro.

– ¿Qué te parece si pasamos del restaurante cubano? -dijo-. Podríamos ir en coche a algún otro lugar y así nos quitamos de encima al admirador.

– Claro. ¿Te ocurre muy a menudo?

– ¿Es tres o cuatro veces por semana muy a menudo?

– ¿Hablas en serio?

Afirmó con la cabeza.

– Ahora, tengo que admitirlo, la mayoría no son admiradores de mediana edad, sino simplemente personas que quieren que yo tome contacto con alguien en su nombre. No hago consultas privadas, pero la gente no se lo cree. Creen que simplemente no están ofreciendo suficiente dinero. Por ejemplo, en cierta ocasión, una mujer amiga de Nancy Reagan… Te acuerdas de Nancy Reagan, ¿no?…, ¿o eras demasiado joven?

– Tenía obsesión por los médiums. -Lo había leído en alguna parte, ya que durante la administración Reagan yo iba a la guardería, pero dudaba que a Jaime le agradara que le recordara nuestra diferencia de edad.

– Bueno, Nancy tenía una amiga… ¿Es aquí donde hemos aparcado?

– En el siguiente.

– ¡Ay, Jesús! ¡Cuánto me falla la memoria últimamente…! Cada vez tengo más lagunas.

Entramos en el aparcamiento. Aunque era mediodía, la estrecha franja de terreno estaba rodeada de edificios muy altos que la envolvían en sombras.

– ¿Qué? ¿Tanto les cuesta poner un poco de luz? -dijo Jaime, mirando de soslayo la zona, que estaba medio vacía-. Bueno, nuestra ciudad ocupa sólo el segundo lugar en los índices de criminalidad del país. Cuando lleguemos a ser los primeros, lo celebraremos sembrando la ciudad de luces de seguridad.

– Voy a echar un hechizo de iluminación -murmuré-. Pero oigo pasos.

Mientras Jaime miraba por encima del hombro, se oyó el ruido de una puerta al cerrarse. Ambas dimos un respingo.

– No he visto que ningún automóvil girara en esta dirección, ¿y tú? -pregunté.

Negó con la cabeza.

Yo miré a mi alrededor, pero no vi a nadie.

– Vamos a… -empezó a decir Jaime.

El ruido de otra puerta que se cerraba la interrumpió. Miró en dirección al lugar de donde provenía el ruido y soltó un exabrupto en voz baja.

– Camina rápidamente y no mires -susurró-. Hay dos tipos muy grandotes que vienen hacia nosotras.

– ¿Cómo de grandes?

– Muy grandes.

Me detuve y giré sobre mis talones.

– Hola, Troy. -Troy se puso las gafas de sol en la cabeza.

– Hola, Paige. Morris, ésta es Paige.

El guardaespaldas temporal era el mismo que había estado en el tribunal el día anterior. Era varios centímetros más bajo que Troy, más ancho de espaldas, y negro, lo que destruía el efecto de guardaespaldas siameses. Morris compartía, eso sí, la característica de Griffin de tener cara de piedra y respondió a la presentación con un movimiento de cabeza tan abrupto que pensé que a lo mejor tenía hipo.

Nuestro cazador de mediana edad cruzó el aparcamiento y se dirigió a un Mercedes. Troy lo saludó levantando una mano. El hombre devolvió el saludo, confirmando lo que yo había sospechado, que era un empleado de la Camarilla enviado para seguir no a Jaime, sino a mí.

Completé las presentaciones con Jaime. Troy sonrió y le dio la mano.

– La nigromante famosa -dijo-. Encantado de conocerla.

– Ah, gracias -dijo Jaime metiéndose subrepticiamente la parte de atrás de la camiseta bajo el cinturón-. Así que supongo que ustedes son personal de seguridad de la Camarilla…

– Los guardaespaldas de Benicio -dije-. Supongo que el jefe está en su lujoso utilitario esperándome.

– Sí, otra ciudad, el mismo plan. Ya te lo he dicho, me gusta la rutina.

– ¿Benicio Cortez? ¿Aquí?

Jaime le echó una mirada al Cadillac.

– ¡Madre mía!

– No te admires tanto -dije-. Ahora viene la parte tediosa. Tengo que enviar a Troy a que le diga a Benicio que yo quiero que venga él aquí, entonces él insistirá en que vaya yo a donde está él, y el pobre Troy hace su dosis de ejercicio diario corriendo del uno al otro.

Troy sonrió.

– Es cierto, pero lo bueno del caso es que no se trata de ninguna rutina. La mayoría de las veces, cuando digo que el señor Cortez quiere hablar con alguien, la gente me pasa por encima tratando de llegar hasta él.

– Se está haciendo tarde, de modo que déjame facilitarte el asunto. Espera aquí y veré qué es lo que quiere.

Me dirigí al coche, golpeé la ventana trasera e hice una señal para que el chófer la bajara. En lugar de ello, Benicio abrió la puerta.

– Ven por el otro lado y entra, Paige.

– No, gracias. -Mantuve abierta la puerta y me quedé de pie en el hueco-. Déjeme adivinar. La clínica lo llamó cuando yo entré, y entonces usted hizo que uno de sus guardias de seguridad se quedara fuera y me siguiera cuando salí.

– Yo quería hablar…

– No he terminado. Lo que quiero señalar es que en el momento en que usted recibió esa llamada supo que Lucas no estaba conmigo, y él ya le había dicho que no le agradaba la manera en que usted me había abordado en Portland. De modo que ahora, precisamente cuando con toda probabilidad él se encuentra más disgustado que nunca con usted, decide sin embargo que es un buen momento para seguirme hasta un aparcamiento vacío, arrinconarme y obligarme a hablar con usted.

– Me agradaría hablar…

– ¿Es que estoy hablando sola? ¿Ha oído lo que le acabo de decir? No, olvídelo. Continúe, siga hablando, y entonces Lucas se enterará, y usted podrá ahorrarse un sitio en la mesa para la cena de Navidad durante los próximos veinte años. -Traté de dejarlo en ese punto, pero no pude evitar añadir-: ¿Sabe usted lo disgustado que está Lucas en este momento?

– El hecho de que mis llamadas telefónicas estén bloqueadas me da una buena idea. Quiero explícaselo, pero no puedo hacerlo si él no quiere hablar conmigo. Por eso confiaba en poder hablar contigo.

Negué con la cabeza.

– No seré su emisaria.

– No es eso lo que quiero. Lo que pretendo decir es que te considero compañera de Lucas tanto en su vida como en esta investigación, y como tal me dirijo a ti. Eres una mujer joven e inteligente…

– No -contesté-. No me insulte y no juegue conmigo. ¿Tiene algo que decir? Muy bien. Pero nos lo dirá a los dos. Me seguirá hasta el hotel y lo llevaré a donde está Lucas. Le diré que usted se encontró con nosotros fuera de la clínica y, viendo que él no estaba conmigo, me pidió si podía hablar con los dos en el hotel.

– Gracias.

– No lo hago por usted.

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