Lo siento. Aquí no hay vírgenes

Tras muchos esfuerzos por hacerlo arrancar, Lucas nos persuadió de que era seguro subir al bote e iniciamos el recorrido que nos llevaría al cementerio. El camino me recordó a un Túnel de los Horrores al que fui una vez, uno de esos en los que se viaja en total oscuridad. No hay nada que se te eche encima, pero eso no lo hace menos terrorífico, porque durante todo el tiempo estás tenso, esperando que se produzca el susto mayúsculo. Nunca he comprendido bien el atractivo de provocarse intencionadamente un susto que lo lleve a uno a conductas ridículas, pero en tales recorridos al menos sabes que no hay nada que pueda hacerte daño. Esto no ocurría en los Everglades. Estaba oscuro y olía mal, e íbamos a gran velocidad bajo ramas de las que colgaban enredaderas viscosas que nos rozaban el cuello como dedos de fantasmas. Dondequiera que se mirase, se veían árboles y agua, kilómetros y kilómetros de ambas cosas en todas las direcciones. Es cierto que no hay peligro de ahogarse. Antes actuarían los caimanes.

No me pregunten cómo sabía Lucas adónde se dirigía. La combinación de mi hechizo de iluminación y el farol del bote no iluminaba más de tres o cuatro metros por delante de nosotros. No obstante, a pesar de la falta de indicadores obvios, Lucas conducía el bote con pericia entre tantas curvas. Unos veinte minutos después, disminuyó la marcha.

– ¿Qué ocurre? -pregunté.

– Hemos llegado.

– ¿Adónde demonios hemos llegado? -preguntó Jaime, apoyándose en la borda del bote-. Lo único que veo es agua.

Lucas condujo el bote algunos metros más, lo varó de costado y luego lo amarró con un cable. Dirigí mi bola de luz más allá de su cabeza y vi una pequeña loma cubierta de hierba que surgía del agua como el lomo de un brontosaurio dormido.

– ¿Podemos bajarnos? -pregunté.

Nos indicó que sí con un movimiento de cabeza.

– Pero no os apartéis del sendero. Y tratad de evitar los charcos de agua.

– Déjame adivinar -dijo Jaime-. ¿Pirañas?

– Estamos más al norte. Pero hay mocasines de agua y víboras de coral.

– ¿Y a que son venenosas?

– Muy venenosas.

– ¿Hay algo más que debamos saber? ¿Leones, tigres y osos, quizás?

– Hay todavía, según creo, algunos osos negros en el pantano, pero no en las proximidades de esta zona. En cuanto a felinos depredadores, si bien he oído que se han avistado gatos monteses, personalmente sólo he visto una pantera.


* * *

Afortunadamente, no encontramos ningún caimán, ni tampoco mocasines de agua, osos o panteras. De vez en cuando oía el ruido de algo que caía al agua, tal vez algún pez de gran tamaño. Si no era eso…, bueno, por la noche el sonido se oye desde lejos, de modo que fuera lo que fuese se encontraría seguramente a varios kilómetros…, o eso me decía a mí misma.

El sendero serpenteaba a lo largo de una o dos hectáreas de terreno lo suficientemente seco como para poder caminar, como la tierra después del deshielo de primavera, cuando uno no sabe si ponerse zapatos o seguir con las botas. El perímetro estaba bordeado de cipreses, esos espectros nudosos, lánguidos y festoneados de moho que caracterizan a los Everglades. A medida que el terreno se elevaba y se tornaba más seco, la vida vegetal se poblaba de pastos, árboles de hoja caduca y matas esporádicas de orquídeas blancas.

Lucas apartó una cortina de ramas de sauce y nos introdujo en un sector que había sido parcialmente limpiado.

– Cementerio de la Camarilla número dos -dijo-. Reservado para los criminales ejecutados y las desafortunadas víctimas de lo que la Camarilla gusta de denominar como «daños colaterales».

– Veo que han ahorrado dinero en lápidas -dije, observando el terreno carente de señales-. ¿Cómo diablos vamos a encontrar…? No, un momento, allí hay tierra recién removida, de modo que es donde deben de haber enterrado a Weber. Oh, un momento, allí hay otra tumba recién cavada…, y allí hay otro lugar que parece bastante fresco también. Maldición. Deben de contratar sepultureros a jornada completa.

– Aquí el terreno se seca muy lentamente, de modo que la mayor parte de esas tumbas no son tan nuevas como parecen, aunque sospecho que las tres han sido excavadas este mes. En cuanto a encontrar la tumba de Weber, no es realmente necesario para comunicarse con los muertos recientes, una proximidad relativa es tan satisfactoria como la absoluta.

– «Lo bastante cerca» sirve tanto en el juego de las herraduras como en la invocación a los muertos. -Jaime se frotó las palmas en sus vaqueros-. Muy bien, manos a la obra. ¿Por qué no dais una vuelta mientras yo me preparo?

Nos dirigimos hacia el extremo opuesto del cementerio. Durante los siguientes veinte minutos permanecimos sentados en la oscuridad, batallando contra los enjambres de mosquitos y otros insectos voladores casi invisibles.

Finalmente, Jaime nos llamó. Aunque estábamos a unos pocos metros del lugar de enterramiento que suponíamos era el de Weber, no teníamos intención de hacer realmente nada con su cuerpo. La comunicación con los muertos, afortunadamente, no requiere exhumarlos. Los nigromantes sin duda pueden hacer que un espíritu retorne a su cuerpo físico, pero, tras haberlo visto hacer en una ocasión, nunca he querido repetir la experiencia. La mayor parte de los nigromantes se comunican con los muertos de otras maneras. Jaime ya había decidido que volvería a utilizar la canalización, como había hecho con Dana. La canalización era más difícil que otras formas de comunicación, pero nos permitiría comunicarnos directamente con Weber.

También esta vez encendió Jaime un incensario con verbena, ya que Weber probablemente entraba en la categoría de espíritu traumatizado. Junto al incensario con verbena había otro con corteza de cerezo silvestre y hierba mate seca. Era una mezcla de expulsión, utilizada para echar a los espíritus perturbadores. Cuando se hace una llamada en un cementerio, es perfectamente posible que aparezcan espíritus no invitados. Por el momento, la mezcla permanecería sin encender, pero Jaime tenía junto a ella una caja de fósforos abierta, lista para utilizarla.

Cuando estuvimos listos, Jaime cerró los ojos e invitó al espíritu de Weber a reunirse con nosotros. No fue un simple: «Hola, sal de ahí». Invitar a un espíritu requiere una larga inducción, y nos preparamos para eso, sabiendo que podría llevar un cierto tiempo.

Después de unos dos minutos, el suelo vibró. Jaime se detuvo en medio de una invocación, con las manos levantadas.

– Eh, decidme que no habéis sentido eso.

– Aquí el suelo puede ser un poco inestable -explicó Lucas.

Le dirigí una mirada.

– ¿Inestable como para ir a parar al pantano en cualquier momento?

– No, la Camarilla ha tomado sus precauciones para asegurar que el cementerio no se hunda en los Everglades hasta que esté completamente lleno. Sin embargo, no se descartan pequeños desplazamientos. Continúa, por favor.

Antes de que Jaime pudiese continuar, la tierra volvió a sacudirse. Puse la mano en el suelo, que vibraba como la cuerda de un piano cuando el afinador la tañe. Jaime cogió la caja de fósforos y encendió el incensario que contenía las hierbas repelentes. El suelo dio una sacudida tremenda, tan violenta que me habría caído de lado si Lucas no me hubiese sostenido. Detrás de Jaime, la rama de un roble se agitó y luego saltó por el aire. La tierra se abrió expulsando terrones de suciedad como si fuera lava volcánica.

– ¡Dios santo! -exclamó Jaime, corriendo hacia nosotros-. Sé muy bien que eso no es obra mía.

Un trozo de césped se enroscó sobre sí mismo como cuando se abre una lata de sardinas, dejando expuesto un profundo pozo rectangular. Del fondo provenían sonidos como los que produce algo que araña y escarba.

– Sugiero que no esperemos a ver lo que se encuentra ahí -dijo Lucas.

Cada uno de nosotros agarró algo del equipo de Jaime. Cuando nos volvíamos para salir corriendo, la cosa que se hallaba en el pozo se levantó y, a pesar del consejo de Lucas, hasta él se detuvo a mirar. Un cadáver levitaba sobre la tumba. Era el de una vieja de largo cabello gris, vestida con una túnica de hospital. Su carne se había secado, más que podrido, con lo que me recordó a esas momias de las ciénagas inglesas.

El cuerpo rotó noventa grados, hasta que sus pies nos apuntaron. Por un momento, se mantuvo así. Luego, repentinamente se sentó, y sus ojos se abrieron.

– ¿Quién se atreve a perturbar mi descanso eterno? -tronó una voz masculina y profunda con acento escocés.

Jaime retrocedió pasando a nuestro lado. Comencé a seguirla, y advertí entonces que Lucas no se había movido. Le tiré de la chaqueta.

– Eh, Cortez, me parece que ésa es nuestra señal para salir corriendo.

– Si bien no me opongo al concepto general, tal vez en este caso no se justifique.

– ¡No murmures, mortal! -tronó el cadáver-. Os he hecho una pregunta. Quién se atreve…

– Sí, sí, ya lo he oído -respondió Lucas-. No obstante, teniendo en cuenta que no hemos venido a perturbarte a ti, sino que más bien has respondido a una invitación que se le había hecho a otro, creo que eres tú quien debe identificarse.

– ¿Estás loco? -susurró Jaime-. ¡Déjalo en paz!

– Repito -dijo Lucas-. Por favor, identifícate.

La cabeza del cadáver cayó hacia atrás con un crac espantoso, giró luego describiendo un círculo completo, con lo que la carne que rodeaba el cuello se partió en pedazos, y lanzó un gemido fantasmal que resonó en los Everglades.

– Ah, El Exorcista, si no me equivoco -murmuró Lucas-. Una entidad que muestra semejante aprecio por la cultura pop contemporánea es de admirar. -Levantó la voz para que pudiera oírse por encima de los gemidos-. Tu nombre, por favor.

– ¡Mi nombre es guerra! ¡Mi nombre es pestilencia! ¡Mi nombre es miseria y dolor y tormento eterno!

– Tal vez, pero como forma de presentación, es un poco incómoda. ¿Cómo te llaman tus amigos?

– Esus -dije yo.

El cadáver se volvió hacia mí y se sentó más derecho.

– Sí, gracias a vosotros. -Miró fijamente a Lucas-. La bruja sabe quién soy.

– Y, al parecer, tú sabes quiénes somos nosotros -replicó Lucas.

– Yo soy Esus. Lo sé todo. Te conozco a ti, conozco a la bruja y conozco a la nigromante. -Observó a Jaime-. He visto tu función. No está mal, pero podría tener un poco más de emoción.

La voz de Esus había perdido su resonancia oratoria y se había acomodado a una extraña mezcla de dialecto escocés y estadounidense: el discurso de un espíritu antiguo que sentía placer en adaptarse a los tiempos. Jaime se acercó y se puso a nuestro lado.

– De modo que tú eres un…

– Una deidad druida -repuse yo-. Esus, dios de los bosques y las aguas.

– Me agrada la bruja. Hablaré con la bruja.

– Y nosotros hablaremos con Everett Weber -dijo Lucas.

– No, no hablaréis con él. Os di la oportunidad de hablar con Weber, ¿y qué es lo que habéis hecho? Casi provocasteis que se lo cargara la banda de matones de una camarilla. ¿Pero interferí acaso? No. No intervine y permití que detuvieran a mi acólito, porque confié en que vosotros lo sacaríais de allí. -El cadáver levantó las manos-. Y, sí, lo hicisteis. ¡Pero muerto!

– Es verdad. -Me acerqué al cadáver redivivo tanto cuanto me atreví-. Pero, puesto que lo sabes todo, sabes también que no fue culpa nuestra. Hicimos cuanto pudimos con la información de que disponíamos.

El suspiro de Esus hizo volar trozos de carne marchita del cuello torcido del cadáver.

– Lo sé. Pero a pesar de ello no puedo dejaros hablar con Everett. Está un poco traumatizado en este momento, recién muerto y todo eso.

– Es comprensible -dije-. Pero realmente necesitamos hablar con él, y éste es el momento más oportuno.

– No puede ser, niña. Pide todo lo que quieras, pero no voy a cambiar mi decisión. Por supuesto, todo cuanto sabe Everett lo sé también yo, de modo que puedes preguntármelo. Aunque por supuesto, pagarás un precio.

– No, no -dijo Jaime-. No entraremos en tratos con el diablo. Sobre eso ya he aprendido una lección.

El cadáver la miró con ira.

– Yo no soy el diablo. Ni un demonio. Ni ningún fantasma grotesco. Yo soy… -Esus cruzó los brazos-. Un dios.

– Muy bien, entonces ¿qué es lo que quieres? -preguntó Lucas.

– ¿Qué crees que quiero? ¿Qué quieren todos los dioses? Un sacrificio, por supuesto.

– Dejaré el alcohol durante una semana -dijo Jaime.

– Ja, ja. Podrías utilizar un poquito de ese humor en tus funciones. A mi modo de ver, hay en ellas demasiada sensiblería. Una buena broma con algún cadáver de vez en cuando las haría más interesantes. Como dios druida, exijo un verdadero sacrificio. Un sacrificio humano. -Miró a Lucas-. Tú servirías.

– Seguro que sí. Pero nada de sacrificios humanos.

– Una cabra, entonces. Aceptaré una cabra.

Jaime miró a nuestro alrededor.

– ¿Te daría igual un caimán?

– Nada de sacrificar seres vivos -dijo Lucas-. De ninguna clase. A cambio de respuestas claras y comprensibles a nuestras preguntas te ofreceré cuarto litro de sangre.

– ¿Tuya?

– Por supuesto.

Esus contrajo los labios.

– Medio litro.

– Cuarto antes y cuarto después.

– De acuerdo.


* * *

Esus dio instrucciones para que preparásemos el círculo para el sacrificio. Luego ayudé a Lucas a sacarse la sangre. Sin remilgos. Había pasado muchas horas de voluntaria en clínicas de donantes de sangre, pero nuestros métodos esa noche fueron digamos que un poco más primitivos, ya que utilizamos un cortaplumas y un sostén. Como torniquete, no hay prenda de ropa que sea más adecuada, ni hay tampoco ninguna cuya falta se advierta menos. Y si llegaba a mancharse, bueno, nunca me he opuesto a la posibilidad de darle más atractivo a mi lencería.

Una vez que se hubo extraído la sangre, desaté el torniquete de emergencia y lo coloqué sobre la herida. Lucas levantó el brazo para disminuir el flujo, y luego se volvió hacia Esus.

– ¿Suficiente? -preguntó Lucas.

– Seda roja -dijo Esus-. Muy bonita. Imagino que hay unas bragas que hacen juego. -Su mirada se deslizó hacia mí, con una sonrisa que fue tornándose lasciva, lo cual, considerando que él estaba aposentado en el destrozado cadáver de una anciana, no era muy halagador-. Quizá me he equivocado de sacrificio.

– Lo siento, aquí no hay vírgenes -dije.

– A mí nunca me han atraído mucho las vírgenes. Y siempre preferiré la seda roja a las puntillas blancas. Podrías dejar aquí a la señorita bruja, y tú y yo…

Lucas se aclaró la garganta.

– ¿Qué es lo que puedes decirnos sobre el asesino?

– ¿Te asusta la competencia?

Lucas recorrió con una mirada intencionada la forma corpórea adoptada por Esus y dijo:

– No, realmente no.

– Bueno, ya encontraría yo un cuerpo mejor, por supuesto. -Esus se dirigió a mí-. ¿Rubio o moreno?

– Me gusta lo que tengo -dije-. Lo siento.

– Bueno, también puedo hacerlo. No le veo el atractivo, pero…

– Teníamos un trato -dijo Lucas-. Vamos a ver: encontramos listados con los nombres de jóvenes de las camarillas en el ordenador de Everett y un programa que seleccionaba víctimas potenciales. Lo que queremos saber es…

– Quién compró los datos -contestó Esus. Cerró los ojos y entonó un suave canturreo sosteniendo la nota durante unos segundos-. Lo que tú buscas puede hallarse en una tierra en la que no habitan ni los muertos ni los que viven eternamente. Como tú, aunque no como tú. Un cazador, uno que acecha, un corazón de animal en un…

Lucas se aclaró la garganta.

– Tal vez podrías definirlo de un modo claro y comprensible.

– Tal vez deberíamos definirlo de modo oscuro y aburrido. -Lucas le miraba sin responder, y Esus suspiró-. Vale, como tú quieras. Es terrestre. Humano. Ahora bien, hay información que ni siquiera el mismo Everett podría darte porque nunca ha visto a ese hombre. Lo vi fugazmente en el tribunal, cuando asesinó a ese muchacho. Los malditos chamanes de las camarillas me pusieron una barrera para mantenerme alejado, de modo que no pude ayudar a Everett. Estaba tratando de encontrar una grieta en el blindaje cuando el tipo cogió al chaval. Pero no pude verlo bien.

– ¿Por qué no? -preguntó Jaime-. Pensé que lo veías todo.

– Lo sé todo, pero no lo veo todo -respondió al instante-. Soy un dios, no Papá Noel.

– Pero si lo sabes todo… -empezó a decir ella.

La toqué con el codo para que guardase silencio. Dudaba que los dioses, incluso las deidades menores celtas, vieran con buenos ojos que se les señalaran sus limitaciones.

– Volvamos entonces a los archivos. ¿Cómo surgió ese asunto?

– Como surgen muchos trabajos. A través de la red. Después de que los Nast echaran a Everett…, ah, ¿y sabéis por qué lo echaron? Porque el amigo de un hechicero quería el trabajo para su cooperativa. Obviamente, a Everett no le sentó nada bien. Buscaba alguna venganza, y tal vez lo hizo demasiado público. Ese tipo se enteró, lo llamó y le preguntó a Everett si quería ganarse un dinero entrando en los archivos de empleados de las camarillas. Everett se imaginó que el tipo estaba buscando reclutar empleados de las camarillas. Es algo que ocurre todo el tiempo.

Asentí con un movimiento de cabeza.

– Entonces pidió los archivos de empleados de las camarillas Cortez, Nast y St. Cloud.

– No, quería las listas de las cuatro camarillas. Las correspondientes a los Cortez y los Nast, Everett podía obtenerlas fácilmente, puesto que había trabajado para ambas. Conocía a un empleado del Departamento de Informática de la Camarilla St. Cloud, de modo que también podía obtener esos archivos. Pero no tenía idea de cómo llegar a los de la Camarilla Boyd. El tipo no se preocupó. Dijo que las otras tres le bastarían; ya se ocuparía de los Boyd.

– Everett obtiene las tres listas, y entonces…

– Entonces quiere que Everett extraiga información sobre los hijos de los empleados. Y ése es el momento en que Everett supo que el tipo no estaba reclutando a nadie.

– No me digas -murmuró Jaime.

– No estoy defendiendo a Everett. Lo estropeó todo. Pero no es ni santo ni héroe. Le pudo la codicia, se asustó, y, entre una cosa y otra, se convenció de que podía haber alguna razón inocente por la cual el tipo pudiera querer la lista de los hijos de las camarillas que se habían ido de casa. Cuando esos chicos comenzaron a morir, ambos supimos que estaba en peligro. Si no lo cazaban las camarillas, lo haría el asesino, para eliminar los cabos sueltos. Cuando vi que iban tras Everett, le dije que se fuera con vosotros sin resistirse, porque conocía vuestra reputación y me imaginaba que buscaríais la verdad.

– Lo lamento -murmuré.

– Bueno, no se pudo evitar. Una vez que las camarillas tuvieron un sospechoso, no iban a permitir que nada tan inconveniente como la verdad se cruzara en su camino. Yo tendría que haberlo previsto.

– ¿Cómo le hizo llegar las listas a ese tipo? -pregunté.

– De una manera muy folletinesca. El individuo no es nada estúpido. Se comunicó por teléfono, no le proporcionó ningún modo de ponerse en contacto con él, le dijo a Everett dónde dejar las listas impresas. Cuando Everett dejó las listas, allí había dinero en efectivo esperándolo.

– De modo que había dos listas -dije-. Una de los chicos escapados de las camarillas, los objetivos fáciles. Y luego otra de los hijos de los guardaespaldas personales, para probar que si podían acercarse a los guardaespaldas, podía llegar igualmente a los mismísimos CEOs. De allí saltó derecho a las familias…

– No, había una tercera lista. Everett la hizo por separado. Después de que el individuo descubriese que había sólo dos nombres en la segunda lista, quiso saber los de los hijos de los empleados personales de los CEOs.

– Es probable que su intención original fuera la de quedarse con la tercera lista -dijo Lucas-. Pero la reunión de las familias de las camarillas para el juicio le proporcionó la oportunidad perfecta para trepar más rápido.

– Y ahora que ha golpeado en lo más alto, allí es donde va a quedarse -dijo Esus-. Volver al asesinato de los hijos de simples empleados le supondría admitir que pretendió abarcar más de lo que podía. De aquí en adelante, será la familia de un CEO o nada. Más vale que se guarde las espaldas, señor.

– Dudo que vaya a por un adulto, mientras tenga un buen número de víctimas adolescentes donde elegir. Por alguna razón se está dirigiendo a los chicos, y no sólo porque sean los blancos más fáciles.

– Quiere hacer daño -nos dijo Esus-. Tu hombre está resentido por algo que le hicieron las camarillas, y ahora quiere que paguen por ello.

Lucas hizo a Esus unas cuantas preguntas sobre las fechas y las horas de las llamadas telefónicas, etcétera, le dimos después su cuarto litro final y nos despedimos.

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