Aaron llegó algunos minutos después, pues al parecer había estado aparcando el coche. Se encontró con una recepción más cálida que la que se le había brindado a Cassandra, pero la fase de encuentro y saludo resultó aún más corta esta vez, puesto que todos estábamos ansiosos por oír lo que había averiguado Jaime. Antes de eso, no obstante, tuvimos que poner rápidamente al tanto de lo ocurrido a Cassandra y a Aaron.
– De modo que ahora Jaime estaba a punto de contarnos lo que necesita Edward para volver a abrir el portal -concluí.
– Bueno, como ya he dicho, el ingrediente clave es la víctima para la magia negra, un buen sacrificio humano a la antigua usanza. Si Edward realiza el sacrificio en el punto exacto en que se abrió el portal, volverá a abrirse durante un par de minutos.
– Entonces, ¿por qué no lo ha hecho ya? -preguntó Cassandra-. Es un vampiro. A estas alturas ya podría haber conseguido una víctima y haber pasado por el portal.
– A eso voy -dijo Jaime-. Como ya le había dicho a Paige, yo sabía que él necesitaba una víctima determinada. De acuerdo con el libro de rituales nigrománticos, necesita derramar la sangre de alguien que haya pasado por el portal.
– ¿Qué? -dijo Cassandra-. Eso es ridículo. Has cometido un error, Jaime. Obviamente, si han pasado por el portal, no están aquí para… Aaron puso una mano sobre la boca de Cassandra.
– Continúa, por favor, Jaime.
– Cassandra tiene razón -dijo Jaime-. La mayor parte de la gente que pasa a través de un portal no regresa jamás, de modo que el ritual no significa propiamente que haya que matar, o volver a matar, a la persona que ya lo ha cruzado. Eso podría funcionar, pero el ritual requiere la misma sangre en sentido figurado: la sangre del familiar del mismo sexo más inmediato. Eso deja cuatro posibilidades, puesto que dos de vosotros ya habéis cruzado el portal. Alguien podría utilizar a la madre o a la hija de Paige, o al padre o al hijo de Lucas. Ahora bien, sé que la madre de Paige murió, de modo que a menos que uno de vosotros tenga algún hijo oculto, algo que dudo seriamente, eso nos deja una sola posibilidad.
– Mi padre -murmuró Lucas.
– ¿Y cuánto tiempo le queda a Edward? -pregunté-. ¿Unas veinticuatro horas antes de que se cierre definitivamente el portal? Entonces le deja un día para secuestrar y matar al CEO de la Camarilla Cortez. En este momento, me imagino que Edward está investigando seriamente la posibilidad de que haya un hijo oculto. Le resultaría casi imposible llegar a Benicio.
– Quizá -respondió Jeremy-. Pero si está tan decidido como parece, sin duda lo intentará.
– Debería prevenirlo -dijo Lucas.
Al ponerse de pie, deslizó su mano sobre mi brazo. Lo miré y él hizo un gesto casi imperceptible con la cabeza, señalando el dormitorio, con lo que me pedía que lo acompañara. Lo seguí. Menos de treinta segundos después de iniciada su llamada, entendí por qué sentía la necesidad de un poco de apoyo moral.
– No, papá -decía con firmeza-. No corro ningún peligro en absoluto. Ahora se trata de ti… -Pausa-. No, mi sangre… -Pausa-. Mi sangre no… -Pausa-. Papá, escúchame. Por favor. Edward no puede utilizar mi sangre para el ritual.
La mentira le salió con tanta facilidad que yo misma me pregunté si no habría entendido mal a Jaime.
– Considéralo lógicamente, papá -continuó Lucas-. ¿Por qué habría de requerir el ritual la sangre de la persona que ya pasó por el portal? Esa persona ya partió y, en la mayoría de los casos, no vuelve. En la mayoría de los sacrificios rituales, si el sujeto originario no está disponible ya, se debe utilizar al pariente de la misma sangre y del mismo sexo más próximo, ¿correcto?
Una pausa breve. Los labios de Lucas se abrieron en un silencioso suspiro de alivio.
– Sí, así es -dijo-. Por consiguiente tú eres el que está en peligro. Sé que ya eres extremadamente consciente de la importancia de las medidas de seguridad, pero te hará falta una protección adicional. Durante las próximas veinticuatro horas, debes excusarte de participar en la vida pública y…
Lucas se interrumpió y escuchó, con un fruncimiento del entrecejo que se hacía cada vez más profundo a medida que pasaba cada segundo.
– Sí, sí, recuerdo que lo mencionaste, pero… -Pausa-. En este único caso, creo que tienes una excusa razonable para no asistir… -Pausa-. Sí, tal vez sería un modo de atraparlo, pero… -Otro suspiro, esta vez audible. Sus ojos se dirigieron a los míos-. Déjame hablar con Paige, y volveré a llamarte.
– ¿Qué es eso de atrapar a Edward? -pregunté cuando Lucas hubo cortado.
– Mi padre tiene un acto programado esta noche, un acto semipúblico, y se niega a excusarse. Confía en que Edward se presente.
– La mascarada de caridad -dije-. En beneficio de los bomberos de Nueva York.
– Precisamente.
– ¿Puede saber Edward que él estará allí?
– Es un acontecimiento importante, y con mucha cobertura de medios. La Corporación Cortez lo co-auspicia, y se espera que mi padre asista. Para saberlo, a Edward le bastaría leer la prensa de hoy. Eso podría explicar también por qué el taxi lo dejó cerca del mercado caribeño. Sería un excelente lugar para conseguir artículos de disfraz. -Maldijo en voz baja y se presionó el puente de la nariz con dos dedos-. Tal vez todavía pueda disuadirlo de…
– No podrás -dije-. No va a esconderse en ese refugio, como tampoco lo haces tú. Tenemos que enfrentarnos al asunto. Vamos a hablar con los demás.
Cuando entramos en la habitación principal, estaba hablando Elena.
– Muy bien -decía-. Eso es totalmente obvio, de modo que, dado que nadie más lo plantea, sé que se me escapa algo. Suponemos que Edward quiere volver a través del portal para estar con Natasha. Mi pregunta es la siguiente: ¿por qué no se provoca la muerte, simplemente?
– Sé que eso parece fácil, Elena, pero para un vampiro es un poco más complicado. -La voz de Cassandra no tenía nada de la irritación y la brusquedad que había utilizado con los demás-. La única forma en que podemos morir es si nos decapitan.
– Bueno, no es el método de suicidio más sencillo. Lo entiendo. Pero ¿por qué…? -Vaciló, como si no quisiese cuestionar algo que nadie más planteaba.
– ¿Por qué no hacer que alguna otra persona lo haga? -dijo Clay.
Elena afirmó con la cabeza y dijo:
– Exactamente.
– Porque no puede garantizar que acabe finalmente con Natasha -dije mientras volvía a ocupar mi lugar en el sofá-. No sabemos dónde está, si se trata de alguna especie de vida futura propia de los vampiros, o de un efecto colateral de sus experimentos sobre la inmortalidad. La mejor manera para que Edward se asegure estar con Natasha es utilizar el portal que ella abrió. Mientras tanto, tenemos un nuevo problema. -Les conté lo que se proponía hacer Benicio.
– Tal vez eso sea para mejor -dijo Cassandra-. Vosotros ya habéis hecho vuestra parte, más de lo que os corresponde. Dejad que ahora esto lo terminen las camarillas. Yo preferiría ver que apresan a Edward sin mayores complicaciones y se le permite un juicio justo, pero si encuentra la muerte mientras intenta secuestrar a un CEO de una camarilla, poco es lo que yo puedo hacer al respecto.
Miró a Aaron, como buscando confirmación.
Él asintió.
– No hay muchas posibilidades de que lo decapiten en medio de una gala de caridad. Probablemente se contenten con llevarlo detenido; entonces podríamos intervenir. Si no, bueno, Cassandra y yo podremos manejar cualquier conflicto que se produzca en la comunidad de los vampiros. Edward ha cometido tantos crímenes que no voy a poner a nadie en peligro para asegurar que obtenga un juicio justo.
Miré a Lucas. Con cara de piedra, se esforzaba por no discutir, pero yo podía ver cómo la preocupación se le traslucía en los ojos. -Tu padre nos ha invitado a la ceremonia -dije, conciliadora-. Tal vez deberíamos ir.
– Como apoyo, espero -dijo Clay-. Porque si estáis pensando en lo que creo que estáis pensando…
Levanté una mano.
– Escuchadme, ¿queréis? Sí, lo que estoy pensando es que Lucas y yo vayamos en calidad de invitados, que nos ofrezcamos como anzuelo.
Clay abrió la boca, pero Elena lo contuvo.
– Tiene sentido, ¿no es verdad? -dije-. Edward piensa que estamos muertos. Si nos ve allí, quedará desconcertado y su atención se apartará de Benicio. Seríamos unos blancos más fáciles… -Me interrumpí y miré a Lucas-. A menos que tu padre descubra que Edward puede usar nuestra sangre. ¿No tenía a sus investigadores investigando el ritual?
– No encontraron nada -dijo Lucas.
– Bueno. Entonces puede que tenga un par de guardias vigilándonos, pero sabe que Edward va a centrase en abrir ese portal, no en obtener venganza matándote. De modo que Benicio supondrá que él es el blanco principal. Cuando Edward nos vea, sin embargo, se dará cuenta de que nosotros somos más fáciles de capturar.
– Pero estáis sustituyendo un señuelo por otro -dijo Clay.
– Es verdad, pero no son equivalentes -dijo Lucas-. Paige y yo sabemos más que mi padre sobre los vampiros. Y con toda certeza estamos mejor equipados que él para enfrentarnos con una amenaza directa. Hace mucho tiempo que no ha tenido que defenderse por sus propios medios.
– Yo puedo desempeñar la función de guardaespaldas -dijo Aaron-. Puedo vigilaros desde las bandas.
Elena miró a Jeremy, que movió la cabeza afirmativamente.
– Contad conmigo también -dijo Elena.
– Y con nosotros -dijo Clay.
– No estoy segura de qué puedo hacer, pero yo también colaboro en el asunto -dijo Jaime.
– Yo también iré -dijo Cassandra.
– Estupendo -dijo Savannah-. ¿Yo también tengo que disfrazarme? ¿O tengo que ayudar a Elena y a Clay?
Todos giramos la cabeza para mirarla. Una vez que su mirada hubo pasado de mi cara a la de Lucas y después a la de Jeremy, estrechó los ojos.
– De ninguna manera -dijo-. No. No me voy a quedar sin hacer nada. Puedo ayudar. Lanzando hechizos soy por lo menos tan buena como Paige…
– Mejor -dije-. Pero también tienes trece años. Por muy capaz que seas, soy responsable de ti. No sólo Edward podría hacerte daño, sino que todavía te codician las camarillas.
– Eres especial, ¿lo recuerdas? -dijo Elena, sonriéndole-. Como Jeremy. Vosotros dos podéis haceros compañía, dirigir el centro de mando, comer mucha pizza y quedaros despiertos hasta tarde.
Savannah levantó los ojos al cielo y miró a Jeremy.
– Ser especial es a veces un fiasco, ¿verdad?
– Ya lo creo -respondió Jeremy.
Benicio se alegró muchísimo de que quisiéramos asistir a la gala para prestarle apoyo, aunque estoy segura de que no tenía la más mínima intención de dejar que le cuidáramos las espaldas. Ése era un trabajo para un empleado semidemonio, no para un heredero hechicero, pero si eso implicaba que Lucas iba a aparecer junto a él por su propia voluntad en un acto público, Benicio nos daría el gusto…, especialmente si eso significaba también poder vigilar más de cerca a su hijo.
Dedicamos el día a prepararnos para la noche. Nuestra primera preocupación fue la ropa. Si bien ésta no era de ninguna manera nuestra preocupación primaria, era necesario que nos ocupáramos de ello en primer lugar. Dado que habría sido peligroso andar recorriendo las boutiques, puesto que podría habernos visto Edward, aceptamos el ofrecimiento de Benicio de traernos el material. Dejamos que los varones se ocupasen de lo que vestiría Lucas, mientras que Cassandra, Jaime, Elena y Savannah me ofrecieron su ayuda.
Una vez que nos decidimos por un traje rápido de poner, llamé a Benicio y le pasé la lista de las prendas.
Después, Lucas consiguió planos del gran salón y mapas de los terrenos adyacentes. Los usamos para estudiar los itinerarios que podría tomar Edward, así como para identificar los mejores lugares en que los demás podrían ocultarse y vigilarnos. Luego, pasamos el resto de la tarde haciendo planes.
A las cinco empezamos a vestirnos. La base de lo que llevaría puesto era un vestido de seda verde. Utilicé las mínimas destrezas de modista que había aprendido de mi madre para coser trozos y tiras de tafetán verde y marrón. Después, agregué hojas naturales y plumas. Luego, el peinado y el maquillaje. Cassandra me maquilló con dorados y marrones. Savannah me pintó las uñas de un verde musgo. Jaime me hizo un peinado de lo más natural y le añadió hojas y plumas. Elena sostenía el espejo.
Clayton abrió de golpe la puerta del dormitorio en el momento en que Cassandra subía la cremallera de mi vestido.
– Puerta cerrada significa llamar -dijo Elena indicándole que no entrara.
– Lleváis aquí dentro dos horas -dijo él-. Es imposible que ella requiera tanto trabajo. -Frunció el ceño al examinar mi aspecto-. ¿Qué demonios eres? ¿Un árbol?
– Una dríada -dijo Elena, palmeándolo en el brazo.
– ¡Oh, Dios mío! -dijo Jaime, observándome-. Nos hemos olvidado del bolso.
– ¿Bolso? -dijo Clay-. ¿Para qué necesita bolso una dríada?
– Un bolso -repitió Cassandra.
– Ya tiene uno. Está allí, en la cama.
– Eso un bolso de día -le respondió Cassandra.
– ¿Qué?, ¿caducan cuando se pone el sol?
Elena empujó a Clayton y lo sacó de la habitación.
– Bueno, ¿tenemos tiempo todavía para que alguien corra a comprar algo? -preguntó.
– ¡No! -respondió Clay a través de la puerta cerrada-. El coche llega dentro de quince minutos.
– Tendré que ir sin el bolso -dije-. Puedo meter mi barra de labios en el bolsillo de Lucas. Con su teléfono móvil. Tendremos que conformarnos con eso.
Jaime abrió la puerta y me anunció a bombo y platillo. Acepté los obligatorios halagos de Jeremy y Aaron. Lucas sonrió, caminó hasta donde yo estaba y me ofreció sus cumplidos de forma privada, al oído.
– ¡Lucas! -gritó Savannah-. ¿Dónde está tu disfraz?
– Lo tengo puesto.
– ¡Eso no es un disfraz, es un traje! El mismo que usas casi todos los días.
– Es un esmoquin -dije-. Y muy bonito.
– ¿Pero de qué estás disfrazado? -preguntó Cassandra-. ¿De camarero?
– Yo iba a decir de James Bond -intervino Jaime.
– A mí no me miréis -dijo Aaron-. Yo insistí en un traje de caballero, pero estos dos -señaló a Lucas y Clay- me cerraron la boca.
– Y yo, por mi parte, decidí sabiamente mantener la boca cerrada -dijo Jeremy.
– Si no quiere usar un disfraz, no tiene por qué usarlo -dijo Clay-. Diablos, tiene una máscara. Con eso basta.
Lucas mostró un sencillo antifaz.
– ¿No los hay de colores? -Savannah suspiró-. Por lo menos te has puesto lentillas. -Se asomó por la ventana del balcón-. ¿Así que vais a ir en limusina?
Lucas negó con la cabeza.
– Un coche con chófer, pero no una limusina. Mi padre las encuentra demasiado ostentosas, incluso para las ocasiones formales.
– Las limusinas son para las graduaciones de la escuela secundaria -dijo Cassandra.
– Y las bodas -dijo Jaime.
– No las buenas -dijo Cassandra.
– A mí me gustan las limusinas -dijo Savannah.
– A mí también -dije, sonriendo a Lucas-. Tienen mucho espacio para… estirarse.
Él hizo una pausa, después los extremos de la boca se contrajeron y alcanzó su teléfono móvil.
– Creo que todavía estamos a tiempo de solicitar un cambio de vehículo.
– No, no -dijo Jaime-. Acabo de pasarme una hora peinando a Paige-. Nada de limusinas. Pero os diré lo que podemos hacer. Vosotros termináis este asunto y yo os alquilo una limusina para el viaje de regreso a Portland.
– ¡Fenomenal! -dijo Savannah.
– Hummm, muy bien -dijo Jaime-. Vale, borrad esa idea. ¿Qué tal un viaje más corto en limusina y una niñera gratis?
– Ha llegado el coche -dijo Clay desde su puesto de observación en la ventana.
– Vosotros largaos -dijo Jaime-. Os veremos allí.