Me desperté en el callejón. Cuando abrí los ojos, lo único que vi fue oscuridad. Parpadeé y empecé a ver el mundo con nitidez a medida que mis ojos se adaptaban. A mi cerebro aturdido le llevó un momento comprender por qué estaba oscuro, dar ese obvio salto deductivo. Noche. Era de noche. ¿Cuánto tiempo llevábamos…? No podía pensar. Demasiado esfuerzo. Traté de levantar la cabeza, pero ese sencillo hecho también me pareció un esfuerzo demasiado grande. Todo era tan… pesado. El aire mismo tenía un peso que iba mucho más allá de la natural humedad de una noche de Miami.
Bostecé y cerré los ojos. Mientras iba adormeciéndome, mi cerebro comenzó a reproducir trozos de lo ocurrido en las últimas horas pero, de repente, me incorporé, recordándolo todo.
– ¿Lucas? -Me puse de pie-. ¡Lucas!
Lanzándome hacia delante en medio de la oscuridad, tropecé con algo y caí de las rodillas. Exploré con las manos buscando el objeto que me había hecho caer, y rogué que fuera Lucas. Toqué la fría y áspera superficie del cemento roto. Permaneciendo de rodillas, comencé a tocar, desesperadamente, todo lo que estaba a mi alrededor. En un momento en que me estiré excesivamente, el dolor me atravesó el abdomen, la primera punzada que había sentido desde que había saltado por el portal. El repentino golpe de dolor hizo que me detuviera el tiempo suficiente para pensar. Cerré los ojos, emití un profundo suspiro, y lancé un hechizo de iluminación. Después de hacerlo, mantuve los ojos cerrados, diciéndome que cuando los abriera vería a Lucas, pero aún con miedo… abrí los ojos. No estaba allí.
– ¡Lucas!
Me apresuré a ponerme nuevamente de pie, agitando a mi alrededor la bola de luz. Tenía que estar allí. Lo habían prometido, lo habían prometido, lo habían…
Mi luz iluminó una mano extendida cerca de un extremo del callejón. Lucas yacía boca arriba, con los brazos estirados, la cara vuelta al cielo, y los ojos cerrados. «Está durmiendo», me dije. Durmiendo como lo había estado haciendo yo. Y entonces vi la sangre que manchaba su camisa.
Mientras corría hacia él, se me cruzó por la cabeza una imagen, una escena de una película casi olvidada en la que a un hombre se le había otorgado un deseo y, antes de que pudiera usarlo, murió su esposa. De modo que formuló el deseo obvio. Quería que su mujer volviese a la vida. Pero no había especificado todos los aspectos del caso, no había dicho que la quería como era antes del accidente, y la última escena era la de su cuerpo mutilado avanzando con pasos vacilantes hacia la puerta de la casa.
– ¡No especificaste los detalles! -me grité a mí misma, y esa voz interior me retumbó en la cabeza. Dije que quería que Lucas fuera enviado de vuelta a este mundo conmigo, y eso es lo que las Parcas habían hecho. Lo habían traído de vuelta tal como estaba cuando lo dejé: con un disparo en el corazón.
Se dice que después que alguien muere, lo primero en que piensan quienes quedaron vivos es lo que lamentan no haberle dicho mientras vivía. Las cosas por las que yo me lamentaba eran suficientes como para enterrarme viva, pero no acudieron a mi mente, ni en el mundo de los espíritus, cuando me negué a creer que estaba muerto, ni ahora, cuando estaba segura de que sí lo estaba. En cambio, el único pensamiento que me pasaba por la cabeza en ese momento era que su muerte era culpa mía. Había tenido la oportunidad de salvarlo, de llegar a un acuerdo con el destino, y me había comportado con mi impetuosidad habitual, pidiendo algo sin haberlo pensado suficientemente.
Mientras me arrodillaba junto a Lucas, sus párpados se movieron. Me quedé sin aliento. Durante un largo momento, no respiré, segura de que de algún modo al dejarme caer sobre el pavimento había provocado alguna vibración que había hecho que moviera los párpados. Con dedos temblorosos le toqué el cuello.
– Hummm -murmuró.
Mis manos volaron a su camisa, mis dedos forcejearon con los botones, hasta que me di por vencida y rasgué la tela manchada. Debajo del agujero ensangrentado de la camisa, el pecho de Lucas no tenía marca alguna. Incapaz de creerlo, toqué el punto en el que la bala debería haberlo atravesado, y sentí su corazón, que latía con la misma fuerza de siempre. Dejé caer mi cabeza sobre su pecho, y todo el miedo y la ansiedad que había reprimido en el mundo de los espíritus emergió en un sollozo que me estremeció el pecho.
Cuando me levanté para respirar hondo, un sonido distante me obligó a escuchar. Se repitió, un sordo y rítmico frotamiento contra el cemento. Una sombra pálida flotaba en la oscuridad a unos metros de distancia. Me puse tensa y a una señal de mi mano la bola de luz se elevó, hasta que echó un brillo débil a lo largo de todo el callejón. En el extremo más alejado, se asomaba un globo, blanco como un fantasma, con la cabeza inclinada como si estuviese tan sorprendido de verme como lo estaba yo de verlo a él. Nuestras miradas se encontraron. El globo retrocedió en medio de la oscuridad.
– ¿Has visto eso…? -preguntó Lucas, levantando la cabeza y explorando la oscuridad.
– Creo que sí.
– ¿Entonces, hemos… vuelto? ¿O todavía estamos al otro lado?
– No tengo ni idea. Me alegro simplemente de que estés bien. -Le di un violento abrazo, y luego, con rapidez, me aparté-. ¿Te dolió? Estás bien, ¿verdad?
Él sonrió.
– Estoy muy bien. Sólo que un poco rígido. Como si alguien me hubiera pegado un tiro en el pecho.
– ¿Te acuerdas?
– Recuerdo muchas cosas -dijo, mostrando un gesto de confusión-. Incluyendo cosas que realmente no debería recordar, considerando que estaba inconsciente en ese momento. Fue muy… extraño. Yo estaba… -Sus labios se curvaron en una lenta sonrisa-. Oh.
– Oh, ¿qué?
– Acabo de recordar cómo volví aquí. -Su sonrisa se amplió hasta convertirse en un gesto lánguido que le iluminó los ojos-. Las Parcas. Hablaste con las Parcas. Les dijiste… -Hizo una pausa, y el gesto se disipó y sus ojos volvieron a su sobriedad habitual-. Aunque he de decirte, Paige, que te expusiste a un riesgo muy serio. Si te hubiesen exigido que cumplieras tu farol…
– ¿Farol? -protesté-. ¿Tú crees que me estaba tirando un farol? No podría mentir, ni siquiera para salvar mi propia vida, menos aún la de algún otro. No puedo creer que pensaras…
Me atrajo hacia él con un beso.
– Tenía que comprobarlo. -Una sonrisa-. Por si las dudas.
– Bueno, no tendrías que haberlo hecho, y si piensas que debes, bueno, pues entonces es mi culpa. Basta de racionalizaciones y argumentos. De mí no te despegas más. Hasta te seguí al otro mundo. Eso es compromiso… de la clase que puede contraer la chica más asustadiza.
Su sonrisa se hizo más amplia.
– ¿Estás segura de que estoy vivo? Porque si ésta es mi vida después de la muerte, debo de haber sido un chico muy bueno.
– El mejor -dije, inclinándome sobre él.
Nuestros labios se encontraron, Lucas estiró los brazos y me llevó hacia abajo, poniéndome sobre él. Crucé mis dedos detrás de su cabeza y lo besé con una ferocidad que me sorprendió a mí misma y provocó en él una risa contenida que lo sacudió de arriba abajo. Me devolvió el beso con todas sus fuerzas, con sus labios separando los míos, y el extremo de su lengua rozando la mía. Nos besamos durante unos minutos, y luego sus manos resbalaron hasta mis nalgas, y me empujó hacia sí…
– Oh, disculpad la interrupción -dijo una voz desde el extremo del callejón-. Pero si vais a desprenderos de alguna prenda, ¿podríais tirarla en esta dirección?
Me separé de Lucas con tanta rapidez que casi lo golpeo con la rodilla en un lugar en el que no deseaba que se lastimara.
– ¿Elena? -dije.
Observaba desde el extremo del callejón, su cara apenas un bultito blanco en medio de la negrura.
– Ah, sí, lo lamento mucho, chicos, pero pensé que era mejor interrumpir antes de que fuera demasiado tarde.
– Así que eras tú. El lobo.
– Perdón si te asusté. He estado por aquí como media docena de veces esta noche, de modo que cuando percibí tu olor, me imaginé que era el rastro antiguo, el de esta mañana. Y ahí estás.
Me dirigí hacia ella. No se había movido del lugar en que apareció, detrás de un contenedor de basura.
– ¿Con qué estás…? -empecé a decir, y luego me reí-. Ah, espera. No era una broma cuando te referiste a la ropa, ¿eh?
Lucas se aproximaba detrás de mí, pero al escucharnos, se detuvo a mitad de camino.
– Está bien, Lucas -dijo-. Voy a quedarme aquí atrás. Pero si alguien tiene alguna vestimenta que no necesite…
Lucas tenía ya su camisa casi totalmente desabotonada. Me la dio y yo se la llevé a Elena.
– Tú siempre tan caballeroso -dijo Elena cuando Lucas le dio la espalda-. Gracias. Prometo devolverla entera… ¡Oh! -Puso el dedo en el agujero ensangrentado, abriendo más los ojos-. ¿Qué ocurrió?
– Le pegaron un tiro en el corazón -dije-. Pero ahora está muy bien.
– Ajá -dijo, arqueando las cejas-. Debe de haber sido algún hechizo de curación.
– Es una historia larga. Te lo explicaré después. ¿Pero qué estás haciendo por aquí?
– Buscaros a vosotros -dijo mientras se encogía para meterse en la camisa de Lucas-. Como ayer por la mañana no hiciste la llamada de las once, empecé a preocuparme. Llamé a tu móvil y dejé varios mensajes, después seguí llamando y finalmente alguien respondió, un tipo que encontró tu teléfono tirado en una callejuela por aquí cerca. No me pareció una buena señal, de modo que tomamos el siguiente vuelo a Miami. -Elena tiró de la camisa hacia abajo, inclinando la cabeza para ver hasta dónde le llegaba.
– Está todo cubierto. -Busqué a Lucas-. ¿Lucas? Ya está presentable.
– Siempre que no me agache -dijo Elena con un suspiro-. Realmente tengo que empezar a dejar la ropa en lugares más convenientes.
– O si no, podrías comprar una riñonera grande para llevar en las caderas -dije-. Y atártela a la cintura antes del Cambio.
– No te rías. De hecho, ya lo he pensado.
– ¿Dónde está Clayton? -preguntó Lucas-. Doy por sentado que no has viajado sola.
– ¡Oh! -dije-. Savannah. ¿La dejaste…?
– Está con Jeremy en un hotel cerca de aquí. Muy preocupada, y furiosa porque no la hemos dejado participar en la búsqueda. Tendrías que llamarla enseguida. Tengo mi teléfono móvil en… -Hizo un gesto pícaro-. Está con mi ropa. Lo lamento.
– Una riñonera grande… -dije.
– No te burles. Y Clay… -Miró a su alrededor-. Nos separamos para abarcar más. Tendría que haberle pegado un aullido antes de hacer nuevamente el Cambio, pero me sorprendí tanto de veros aquí, que lo olvidé por completo.
– Podrías aullar ahora -dije.
Me miró con un gesto serio.
– No, gracias.
– ¿Puedes silbar? -preguntó Lucas.
– Una elección mucho menos embarazosa -dijo-. Y ojalá que me reconozca.
Elena se puso dos dedos en la boca pero sólo logró producir un chillido que me hizo pensar en un cerdo en apuros. A nuestras espaldas se oyó una risa.
– ¿Estás segura de que un aullido habría sido menos embarazoso, querida? -preguntó Clay mientras aparecía por la esquina y entraba en el callejón. Levantó en sus manos un hatillo de ropa-. ¿Has olvidado algo?
– Gracias. -Elena cogió el hatillo, buscó en el bolsillo de sus vaqueros y me entregó su teléfono móvil-. Para comunicarte con el hotel, marca simplemente «volver a llamar».
Hablé con Jeremy, y después con Savannah. Les dije que estábamos bien y que estaríamos con ellos en unos minutos. Para cuando corté, Elena ya salía de un callejón, recogiéndose el pelo en una cola de caballo. Lucas y Clay conversaban.
– Llegamos demasiado tarde, querida -le dijo Clay a Elena cuando ésta se aproximó-. Terminaron sin nosotros.
Ella me miró.
– ¿El malo está muerto?
Dije que sí con la cabeza.
– El malo está muerto.
– Maldición -dijo en voz baja-. Bueno, está muy bien, por supuesto…
– Pero no muy divertido.
Sonrió.
– Sobreviviré. ¿Qué fue lo que ocurrió?
– Su amante muerta abrió un portal que llevaba al mundo de los espíritus y todos saltamos por él. Bueno, Lucas cayó en él, yo salté detrás de Lucas, y Edward saltó tras ella. Nosotros dos volvimos, lo que es bueno. Él no volvió, cosa que también es buena…, excepto que eso significa que en castigo por sus crímenes recibe exactamente lo que quiso siempre: vida eterna con la mujer que ama.
– Ajá. Creo que es mejor que me entere de la versión no abreviada cuando regresemos al hotel. Ah, un momento, debéis de estar muertos de hambre. Primera parada: comida.
– ¿Qué hora es? -preguntó Lucas, golpeando con los dedos su reloj y mirándolo con las cejas fruncidas.
– El mío también se ha parado -dije-. Creo que no sobrevivieron a nuestro viaje de retorno.
– Son casi pasadas las cuatro de la madrugada -dijo Elena.
– Podrías tener alguna dificultad para encontrar un restaurante -dijo Lucas.
– No te preocupes -dijo Clay-. Encontraremos algo de comer. Siempre lo hacemos.
Nos detuvimos en un restaurante cubano abierto las veinticuatro horas del día, ante el mostrador de comidas para llevar. Ni Elena ni Clay habían probado nunca la comida cubana, así que le dijeron a Lucas que les aconsejara. Después de pedir la comida, llevamos nuestros cafés a la zona de comedor, para esperar. Tras unos minutos advertí que estábamos concitando mucha atención. El restaurante tenía solamente ocho clientes, pero todas las miradas se habían dirigido varias veces a donde estábamos nosotros y, para cuando teníamos los cafés a medio beber, juro que todos los ayudantes de camarero y los cocineros habían espiado desde la cocina. Ahora bien, debo admitir que Elena y Clay son una pareja que llama la atención, pero de todos modos esas conductas parecían un poco excesivas. Cuando alguien volvió a mirarnos, observé y vi que los ojos se dirigían a la camisa de Lucas.
– ¡Eh, Lucas! -dije.
Cuando me prestó atención, me golpeé con los dedos el seno izquierdo. Arqueó las cejas, y curvó los labios dibujando una lenta sonrisa. Levanté los ojos al cielo y discretamente señalé su camisa. Su mirada se deslizó hasta el sangriento agujero de bala.
– Ah -dijo-. Tal vez debería esperar fuera… En el callejón o en algún otro lugar adecuadamente oscuro.
– Iré contigo -dije-. ¿Elena? ¿Puedes prestarme tu móvil? Debería llamar a Cassandra, para hacerle saber que estamos bien, por si acaso se ha dado cuenta de que faltamos desde hace dieciocho horas.
– No es probable -dijo Clay-. Te apuesto diez dólares a que dice que todavía no se ha dado cuenta de que no estáis en la habitación del hotel.
– Creo que eso es una apuesta que yo podría ganarte -dijo Lucas-. En realidad, la subiría a veinte y diría que no sólo lo ha advertido, sino que se ha puesto a buscarnos.
Clay meneó la cabeza.
– Lamento aprovecharme del optimismo juvenil, pero te la acepto. Son veinte, entonces.
Resultó que después de todo no necesitamos el móvil de Elena. El de Lucas funcionaba todavía, aunque yo esperaba realmente que nadie hubiese llamado mientras estábamos en el mundo de los espíritus, porque en ese caso nos habrían cargado sabe Dios cuánto por las conferencias.
Cassandra no estaba en el hotel. Había salido, con Aaron, para buscarnos, y llevaban haciéndolo desde la tarde anterior, temprano.
– ¿Cómo lo sabías? -le pregunté a Lucas en voz baja cuando Jaime me dio la noticia.
Sonrió y me hizo un gesto con la mano para que continuara conversando con Jaime, que había regresado al hotel una hora antes, demasiado agotada por sus noches de rastreo como para continuar la búsqueda. Le dije a Jaime que había localizado a Cassandra mediante el móvil de Aaron.
– Conviene que llames a Benicio enseguida -dijo ella-. Está como loco. La ciudad, esta noche, está llena de sobrenaturales que pululan por todas partes buscándoos. He oído que ha traído a todas las fuerzas de seguridad de que dispone la Camarilla Cortez en el país. Lo notificamos en cuanto nos dimos cuenta de que habíais desaparecido. -Hizo una pausa-. Espero que hayamos hecho bien.
– Sí, gracias. ¿Te veremos más tarde? ¿O ya te vas?
– ¿Irme?
– Para reanudar la gira. Ahora que todo ha terminado…
– ¿Terminado? ¿Y Edward?
– Ah, claro. Disculpa. Déjame informarte.
Le conté lo que no sabía. Entonces ella me contó lo que no sabía yo. Cuando Elena y Clay salían del restaurante, Lucas y yo estábamos abrazados, hablando en voz baja mientras tratábamos de digerir las novedades.
– ¿Qué pasa? -preguntó Elena.
– Tenemos un problema -dije.
– ¿Qué?
– El malo no está muerto.