Histeria justificada

Jaime entró dando traspiés, esquivando al guardia, con la cabeza inclinada hacia delante y los hombros encogidos. Mientras avanzaba con dificultad, mi primer pensamiento fue que había estado bebiendo. Luego me fijé en su calzado: una zapatilla deportiva y una sandalia de tacón de cinco centímetros, con los pies desnudos y la zapatilla sin atar, como si hubiese echado mano de las primeras piezas que había encontrado y se las hubiera puesto a toda velocidad para salir corriendo. Tenía la blusa mal abotonada y salpicada de algo marrón y rojo oscuro, y el pelo todo alborotado, con un pasador colgándole a un lado. Se echó el pelo hacia atrás, mostrando un rostro manchado de maquillaje y lágrimas.

– ¡Dios mío! -dije, corriendo hacia delante-. ¿Qué te ha ocurrido?

Se dio la vuelta. Cuatro rayas rojo sangre le cruzaban la cara desde el ojo a la barbilla. Me quedé sin aliento.

– Voy a llamar a un médico -dijo Lucas, mientras yo conducía a Jaime a una silla.

– No…, no -dijo-. No, por favor. Estoy…, estoy bien.

Se desplomó en la silla, inclinó la cabeza hacia delante casi hasta los muslos, e inspiró, temblándole el cuerpo. Después de un momento se convulsionó con un último temblor, levantó la cabeza y se apartó el cabello de los ojos. Miró alrededor, con una mirada lenta y cautelosa, tensos los hombros, como si esperase que algo fuera a saltar sobre ella.

– Voy a llamar al médico -dijo Benicio, poniéndose lentamente de pie.

– ¡No! -dijo Jaime gritando. Entonces vio a quién le había gritado. Abrió los ojos de par en par y hundió la cara entre sus manos mientras reía entrecortadamente-. Exacto, un puñetero ataque de nervios delante de Benicio Cortez. Eso era lo que me faltaba. -Alzó la mirada al techo.

– ¡Mil gracias!

Me senté en la silla que estaba junto a Jaime y le cogí las manos. Apretó las mías con tanta fuerza que me hice sangre con las uñas. Murmuré un hechizo para tranquilizarla. Jaime inhaló, respirando larga y entrecortadamente, exhaló y alivió la presión de sus manos en las mías. Tras echar una última mirada cautelosa a su alrededor, volvió a reclinarse en su asiento con un suspiro de alivio.

– Se ha ido -dijo-. Pensé que ése podía ser el problema. Debió de pensar que nos habíais abandonado definitivamente.

Lucas explicó a Benicio lo que estaba ocurriendo.

– ¿Un espíritu que puede desplazar objetos pero no puede entrar en contacto con una nigromante? -dijo Benicio frunciendo el entrecejo-. Nunca había oído nada igual.

– Bienvenido al club -dijo Jaime en voz baja-. Las trastadas de duende ya fueron bastante molestas, y ahora esto… -Se señaló la mejilla-. La última vez que un espíritu pudo entrar en contacto y tocarme, fue hace veinte años, cuando por accidente perturbé algo que era muy viejo y muy poderoso. Y, creedme, aquél podía hablar… en varios idiomas. Este… -Movió la cabeza a un lado y a otro-. Bueno, no sé cuál es el problema de éste, pero no actúa como ningún espíritu que conozca.

– Creemos que puede no ser un espíritu -le dije a Benicio. Después miré a Lucas-. Creo que ya es hora de considerar un exorcismo.

Él asintió.

– Desde luego, dadas las circunstancias, deberíamos…

– Nada de exorcismos -interrumpió Jaime.

– Sí, me doy cuenta de que son desagradables -dijo Lucas-. Pero no puede ser peor que lo que estás pasando ahora. Esto ha ido demasiado lejos…

– No, no es así -dijo con firmeza-. No ha ido lo suficientemente lejos. Todavía no. Sea lo que sea esta cosa, está ansiosa, dolorosamente ansiosa, por entregaros un mensaje. Es un viaje difícil, pero estoy preparada para afrontarlo hasta el final si va a ayudarnos a resolver este caso.

– ¿Y si no está tratando de ayudarnos? -dije yo-. Mira cómo actúa. No es un modo normal de conducirse para un espíritu que quiere colaborar.

– Pero ha ayudado, ¿no es así? Nos dio la pista de los vampiros, y nos condujo a Cass… -Se detuvo, abriendo más los ojos-. ¡Oh, Dios mío! Paige tiene razón. Es malo.

– Lo he oído.

Me di la vuelta y vi a Cassandra de pie en la puerta que comunicaba los dos camarotes. Contuvo un bostezo.

Sonreí.

– ¿Has dormido un poco?

– Una siestita.

– Muy bien.

Comenzó a caminar hacia delante, y parpadeó al ver a Benicio. Dirigió la mirada hacia donde yo estaba, y supe que esta vez quería que hiciese una presentación en toda regla.

Hice un gesto señalando a Cassandra.

– Benicio, te presento a…

– Cassandra DuCharme -dijo Benicio, poniéndose de pie, y alargó una mano-. Encantado de conocerla.

A Cassandra se le arquearon las cejas.

Benicio sonrió mientras le soltaba la mano.

– Cuando Lucas planteó la posibilidad de que estuviésemos interactuando con una mujer vampiro, sospeché que era usted con quien me encontré en el apartamento de Tyler Boyd. La Camarilla tiene un buen registro de los sobrenaturales más influyentes, de modo que lo único que tuve de hacer fue revisar nuestros documentos y ver su fotografía para estar seguro.

– Una ventaja que tienen las fotos de archivo de los vampiros -dije-. Nunca se quedan antiguas.

– Supongo que estás aquí para representar los intereses de los vampiros en este asunto -dijo Benicio.

– Sí -dijo Cassandra-. Algo que, me temo… -Se interrumpió y recorrió con la mirada el otro extremo de la cabina con un fruncimiento de cejas que se acentuaba a medida que no veía a nadie allí. Su cabeza se sacudió bruscamente-. Cosa que me temo que puede llegar a ser… -Giró sobre sus talones, levantando una mano hacia delante, con la palma hacia fuera, como para apartar alguna cosa. Miró ceñuda el espacio vacío que había tras ella.

– Bueno -dijo Jaime-. Me alegra ver que no soy la única asustadiza esta mañana.

La mirada de Cassandra se dirigió rápidamente a Jaime, fijándose en ella por primera vez.

– ¿Qué diablos te ha ocurrido?

– Me parece que lo mismo que te está ocurriendo a ti -dijo Jaime-. Sin los arañazos, los bofetones, los tirones de pelo y todas las demás gracias que pueden acosar a un médium.

– El espíritu que persigue a Jaime ha regresado -expliqué-. Probablemente está aquí en este momento. ¿Era eso lo que estabas percibiendo?

Cassandra volvió a mirar a su alrededor.

– No estoy segura. ¿Qué…? -Jaime voló hacia delante, casi hasta caer en las rodillas de Lucas. Él se inclinó para cogerla, pero antes de que pudiera hacerlo volvió ella a caer sobre su silla con tanta violencia que rebotó contra ella y habría caído al suelo si Lucas y yo no la hubiésemos cogido entre ambos.

– ¿Qué? -gritó mirando al techo-. ¿No estamos avanzando suficientemente rápido según tu criterio? Zorra impaciente.

– ¿Es una mujer? -preguntó Benicio.

Jaime señaló con la mano los arañazos que tenía en la cara.

– O eso, o un demonio con garras. Pelea como una mujer, eso puedo asegurarlo. -Se tocó con las manos el cuero cabelludo y pegó un respingo, mirándome después-. No tendré calvas, ¿verdad?

Me levanté de mi asiento para observarla mejor y después negué con la cabeza.

– No hay nada que una buena cepillada no pueda arreglar.

– Gracias a Dios. Lo último que me faltaba era…

Repentinamente la cabeza de Jaime se movió tan bruscamente hacia atrás que le crujieron las vértebras. Lucas, Benicio y yo saltamos los tres de nuestros asientos y hasta Cassandra se adelantó hacia ella. Dos marcas gemelas aparecieron a un lado del cuello de Jaime. Antes de que ninguno de nosotros tuviese tiempo de reaccionar, las hendiduras atravesaron la piel y saltó la sangre. Cassandra me echó a un lado. Jaime aulló, se llevó una mano al cuello mientras retrocedía apartándose de Cassandra. La sangre se le filtraba entre los dedos. Lucas alargó la mano para agarrar a Cassandra por el brazo, mientras movía los labios para lanzar un conjuro. Entonces vio que yo no estaba tratando de detener a Cassandra.

– Está bien -le dije a Jaime-. Déjala… -Las manos ensangrentadas de Jaime se proyectaron para empujar a Cassandra y apartarla de sí.

– Ella puede… -Comencé a decir, pero el grito de Jaime me interrumpió.

Cassandra intentó agarrar a Jaime, pero ésta le asestó un puntapié. Sangre arterial continuaba brotando a chorros del cuello de Jaime. Mientras Lucas se lanzaba sobre ella para cogerle sus manos, lancé un hechizo de inmovilización, pero falló. Benicio estaba al teléfono, pidiendo ayuda. Para cuando llegara un médico, sería demasiado tarde, pero no había tiempo de decírselo. Volví a lanzar el hechizo de inmovilización y, una vez más, por culpa del miedo, fallé. Lucas agarró a Jaime por el brazo, pero estaba resbaladizo a causa de la sangre y ella se soltó con facilidad. Ahora luchaba como si estuviese cegada por la desesperación, dando de puntapiés y golpeando a cualquiera que se le acercara.

– ¡Jaime! -grité-. Deja que Cassandra… -Lucas pudo sujetar a Jaime con los dos brazos. Ella se defendió, pero él la tiró al suelo. Cassandra se inclinó sobre Jaime. La sangre roció la cara de Cassandra cuando ésta acercó la boca a las heridas. Jaime gritó y se sacudió, apartando a Cassandra, pero cuando en medio de sus sacudidas logró sentarse, las heridas se habían cerrado, dejando tan sólo marcas ínfimas que no podían verse desde donde yo estaba en pie.

Jaime logró ponerse de pie, vacilante. Se llevó los dedos al cuello.

– La saliva de un vampiro detiene la hemorragia -dije.

– Oh -dijo Jaime ruborizándose.

Se balanceó. Lucas la sostuvo antes de que cayera y la guió hasta que volvió al asiento, que recliné antes de que se sentara. Cuando trató de levantarse, la contuve suavemente.

– Recuéstate. Has perdido mucha sangre. Lucas, podrías…

Él ya llegaba al camarote llevando un vaso grande y una caja de zumo.

– Perfecto -dije-. Gracias.

Mientras yo ayudaba a Jaime a tomar un poco de zumo, Benicio preguntó si pensábamos que era conveniente disponer una transfusión de sangre. Cassandra dijo que no era necesario. Que la cantidad que Jaime había perdido se reemplazaría sin necesidad de intervención alguna. Supongo que ella sabía de estas cosas, de modo que le tomamos la palabra. Cuando Jaime terminó de tomar el zumo, se recostó y cerró los ojos.

– Se supone que no deben hacer eso -susurró.

– ¿Hacer qué? -pregunté.

Jaime bostezó.

– Matar al mensajero.

Otro bostezo, y el rostro de Jaime se relajó. Le puse los dedos en el cuello. Su pulso era regular. La arropé con la manta y me volví hacia los otros.

– Está bien -dije hablando en voz baja-. Por más alterado que esté el espíritu, no tiene sentido que mate a Jaime. Ella es la única con quien tiene alguna esperanza de comunicarse.

– A menos que supiera que no iba a morirse -dijo Lucas-. Si es así, entonces podría interpretarse como un mensaje, que nos dice que no sólo ha oído hablar de Cassandra, sino que la conoce y sabe que un vampiro puede detener el flujo de sangre.

– Es un vampiro -dijo Cassandra.

– No necesariamente -dije-. Él sabía que puedes detener la hemorragia, cualquier sobrenatural que haya estudiado a los vampiros sabe eso. En cuanto a las marcas de mordedura, fueron probablemente hechas imitando la de los vampiros, para acentuar su mensaje respecto a ti.

– No eran como las de los vampiros. Eran de vampiro.

– Pero…

– Conozco la mordedura de un vampiro, Paige. También sé que en esta habitación hay uno cerca de mí. He andado por el mundo durante un tiempo lo suficientemente largo como para poder reconocer a los de mi propia especie más rápido de lo que tú puedes reconocer a un hechicero.

– Si nuestro espíritu es, o fue, un vampiro, eso explicaría por qué no puede establecer contacto con Jaime -dijo Lucas-. Está tratando de hacer lo imposible.

Afirmé lentamente con un movimiento de cabeza.

– Lo cual significa que los nigromantes nunca han oído a vampiros muertos, no porque no existan, sino porque habiten donde habiten, se encuentran más allá de todo contacto. De modo que ahora probablemente sabemos una cosa sobre nuestro espíritu. Es un comienzo.

– Dos cosas -murmuró Jaime, con los ojos todavía cerrados-. Es vampiro y es mujer.

Cassandra, Lucas y yo intercambiamos una mirada.

– Natasha -susurré-. No está desaparecida, está muerta.

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