Caminamos a través de la llanura rocosa durante lo que debió de ser un par de horas. ¿Uno de los problemas del mundo de los espíritus? Grave falta de transporte público. Sin embargo, a pesar de la larga caminata, no me dolían los pies. Supongo que eso hace innecesarios los vehículos motorizados. Eso y el hecho de que, aquí, se tiene todo el tiempo del mundo para llegar a donde uno va.
Normalmente, supongo, trasladarse en el mundo de los espíritus se parece a una caminata dominguera, cuando lo que uno hace es relajarse y disfrutar del panorama. Pero en el lugar donde nos encontrábamos no había panorama del cual disfrutar, a menos que uno fuese un geólogo. Roca, roca y más roca. No eran exactamente los Campos Elíseos que yo esperaba. Claro está que ésta era una estancia provisional -cuanto más provisional, mejor-, pero no podía evitar la curiosidad, aunque sólo fuera para apartar de la mente las preocupaciones que me estaban reconcomiendo por dentro. Ésta era la vida después de la muerte, el misterio más grande del mundo, y estaba presentándose ante mí. Pero Eve bloqueaba con incoherencias y frases ingeniosas mis intentos de obtener más información. No obstante, puedo ser bastante insistente, y finalmente se vio obligada a tratar el asunto.
– No puedo decirte nada, Paige. Soy consciente de tu curiosidad, pero si vamos a sacarte de este mundo, cuanto menos sepas de él…
– Mejor. -Terminé la frase.
– Mejor también para mí -dijo-. Ya estoy registrada en el libro de mala conducta de las Parcas, y cuando descubran…
– ¿Así que las Parcas son reales?
– Oh, sí, sólo que no están allí sentadas hilando… -Me dirigió una mirada fingidamente iracunda-. Basta ya. Me vas a enredar, me vas a hacer hablar, y entonces ellas me descubrirán y ya no estaré hundida en la mierda sólo hasta el cuello, sino que me ahogaré en ella. Créeme, lo descubrirán, sin duda…, aunque esperemos que no sea antes de que te vayas.
– ¿Cómo van a encontrarnos? ¿Esos exploradores que mencionaste?
Eve siguió caminando.
Yo proseguí:
– Si tengo que estar atenta a esos entes, entonces tengo que saber qué es lo que debo buscar.
– No, no es así. Si los ves, ellos ya te han visto a ti, y las dos nos hundiremos. No hay demasiadas leyes en este lugar, pero estamos infringiendo la mayor parte de ellas.
– ¿Qué tal si…?
Me detuve y me quedé mirando. Las llanuras rocosas acababan a menos de diez metros delante de nosotras. Más allá había… nada. No terminaban en un precipicio o en una pared de oscuridad ni en ninguna otra cosa igualmente dramática. Simplemente terminaban, como cuando uno llega a la última página de un libro. No puedo describirlo mejor que de este modo.
– Bueno, ven conmigo -dijo. No podía moverme. Había algo indescriptiblemente terrorífico en lo que había delante de mí, la nada más profunda.
– Bueno, maldición -dijo Eve-. No es más que una estación en el camino.
Me tomó de la muñeca y me hizo avanzar. Cuando llegamos al fin de la planicie, mi cerebro enloqueció, se clavó en sus talones mentales. Esa respuesta bajó a mis piernas, y éstas dejaron de moverse. Eve suspiró y, sin una sola palabra, se colocó detrás de mí y me empujó. Me había engañado. En el último segundo antes de que Eve me diera el empellón, había comprendido la verdad. Eve no estaba ayudándome. No quería que volviera con Savannah. Me odiaba, odiaba lo que estaba haciéndole a su hija, odiaba cómo la estaba criando. Ésta era su venganza. Ella…
– Ahí está -dijo Eve, dando un paso para ponerse junto a mí-. No está tan mal, ¿verdad?
Miré en torno. Una niebla me rodeaba, una neblina extraña, fría, azulada.
Me froté los brazos.
– Bueno, ¿qué es este lugar? ¿Una estación entre qué y qué?
– Entre los planos, los dominios no terrestres del mundo de los espíritus, como el lugar donde caíste. Desde aquí puedo transportarnos a otro plano, o a cualquier lugar de la tierra. Bueno, nuestra versión de la tierra.
– ¿Pero cómo…?
– Piensa en ello como en un ascensor cósmico. Pero moderno. Sin ascensorista. No puedes entrar en él y decir simplemente «Miami, por favor». No, es estrictamente «Hágalo usted mismo», y tienes que adivinar el encantamiento correcto que te lleva a cada lugar, es como descubrir un código. Diferentes lugares, diferentes códigos.
– Concluyo entonces que no les agrada que los espíritus viajen.
Eve se encogió de hombros.
– No están totalmente en contra, pero prefieren que uno encuentre un lugar y se quede en él, por lo menos durante un tiempo. El pasar frecuentemente de un lado a otro es algo que no se favorece. Confunde a los espíritus de más edad, ver caras nuevas que entran y salen todo el tiempo.
– Pero tú conoces los códigos.
Ella sonrió.
– No tantos como me gustaría, pero estoy acumulando muchos más kilómetros de los que aprueban las Parcas. Unas cuantas veces me han golpeado los nudillos. No por utilizar los códigos, porque técnicamente eso está permitido, pero no siempre aprueban los métodos que utilizo para conseguirlos.
– Ajá.
– Y eso es todo lo que necesitas saber sobre el asunto. Ahora, espera un momento.
Eve murmuró un encantamiento en un idioma que yo nunca había oído. Luego se dio media vuelta y regresó por donde habíamos venido.
– ¿No ha funcionado? -pregunté mientras me apresuraba a seguirla-. Y ahora, entonces, ¿qué…?
– Hay que caminar más y hablar menos, Paige.
Di otro paso y mi pie se hundió en lo que se sentía como un montón de caliente estiércol de caballo. Lancé un quejido y salté hacia atrás. Miré hacia abajo. Un limo caliente, resbaladizo, se metía en mis sandalias.
– Un asco, ¿no? -dijo Eve-. Vamos.
La seguí. La niebla nos rodeaba, dando vueltas a nuestro alrededor. Abrí la boca para preguntarle algo a Eve, y al hacerlo aspiré una bocanada de aire y sentí náuseas. En la escuela, una maestra sádica había obligado a nuestro curso a realizar una visita educativa a una cloaca. El olor era como ése, aunque no tan malo. Di otro paso cauteloso, y me envolvió una oleada de calor húmedo. La niebla se disipó.
Miré en torno. La primera asociación que hice fue: los Everglades. Pero no eran los Everglades. El lugar tenía el mismo olor, las mismas sensaciones táctiles, el mismo aspecto general, pero todo estaba multiplicado cien veces. Toqué el helecho colgante que tenía más cerca. La hoja era más grande que yo. Enormes árboles retorcidos se levantaban por encima de mi cabeza, y un moho blancuzco colgaba de ellos, como un vestido de boda hecho harapos sobre el cadáver de una novia. Un insecto del tamaño de una golondrina pasó rozándome. Cuando me di la vuelta para verlo mejor, algo que estaba por debajo de mí, dentro del pantano, chilló. Pegué un salto. Eve rió y me ayudó a recuperar el equilibrio.
– Bienvenida a Miami -dijo-. Pobladores, algunos centenares…, ninguno de los cuales te agradaría conocer.
– ¿Esto es Miami?
– Raro, ¿no? Mira esto.
Murmuró un encantamiento, y luego frotó una mano contra algo, ante nosotras, como si estuviese limpiando un cristal. Allí, en el espacio que había dejado visible, se veía una calle de una ciudad, con las luces de los letreros de neón. Un par de faros de automóvil dieron la vuelta a la esquina y se dirigieron directamente hacia nosotras. Afirmé las rodillas como para no salir corriendo. El automóvil pasó a toda velocidad bordeando la ventana, y luego desapareció.
– Ése es tu Miami -dijo Eve, y agregó enseguida, señalando el pantano-: Éste es el nuestro.
Pasó la mano por encima de la imagen, y ésta se disolvió. Di unos pasos, con los zapatos chapoteando en el barro.
– Quédate pegada a mí -dijo-. Te dije seriamente eso de que por allí hay cosas con las que no te gustaría encontrarte.
Miré a mi alrededor y moví la cabeza.
– ¿Así que todas las ciudades han pasado al mundo de los espíritus?
– Noo. Miami es especial.
– ¿Cómo son las otras ciudades? ¿Tienen aspectos parecidos a las nuestras?
– Más o menos. Eso es lo interesante. Tienen un aspecto similar a las verdaderas, pero están fijas en el pasado, en algún punto importante de su historia, en su momento de apogeo o en algún otro.
– ¿Así que el momento de apogeo de Miami fue aquella época en la que era un pantano primigenio?
Eve sonrió.
– Así que todo empeoró a partir de entonces, ¿no? O tal vez sea algo metafórico.
– Dices que en las otras ciudades viven espíritus. ¿Qué pasaría si vivieras en Miami mientras estuvieras viva? ¿Te verías obligada a trasladarte?
– En la mayor parte de los casos, sí. Pero esas cosas que antes te mencionaba, las que viven aquí, se rumorea que eran… -Hizo una mueca y puso una mano con rapidez delante de su boca-. No más preguntas, Paige.
– ¿Pero yo no tendría que saber…?
– No, no tendrías que saber. No tienes necesidad de saberlo. Quieres saberlo, sencillamente. ¡Dios mío! Había olvidado lo curiosa que eras. Cuando eras pequeña, juro que tu primera palabra no fue «mamá», sino «¿por qué?».
– Solamente una última…
– ¿Una última pregunta? ¡Sí! ¿Tienes idea de las veces que me has engañado con esa fórmula? -Echó a andar-. Una última pregunta. Un último juego. Una última canción.
– Yo sólo…
– Deja de hablar y muévete o acabarás sabiendo sobre este pantano más de lo que te gustaría.