Recorriendo hoteles

Al caer la tarde ya habíamos comprobado casi la mitad de los hoteles de Miami mientras buscábamos uno que tuviese una vista que respondiera a lo que Faye había visto por la ventana de Edward. Habíamos empezado visitando los hoteles que tenían habitaciones a cien dólares. Había resultado más difícil de lo que parecía. Era una cifra atractiva, y muchos hoteles tenían por lo menos algunas habitaciones a ese precio.

Cuando dejamos a Faye, llamamos a Jaime, que se había ofrecido a compartir con nosotros la lista de la guía telefónica. Después de que encontrásemos algunas posibilidades, Jaime sugirió que ella y Cassandra podrían hacer las llamadas telefónicas mientras nosotros recorríamos los hoteles. Un arreglo razonable, excepto por el hecho de que Jaime y Cassandra encontraron tantos hoteles con habitaciones a cien dólares que no pudimos visitarlos todos.

A las ocho, Jaime nos llamó.

– Aún estamos trabajando con el último grupo de la lista -dije cuando le contesté.

– Es lo que me figuraba. Llamo para decirte que todavía no te vamos a dar los nombres de los que quedan en la lista. Lleváis muchas horas andando, y sé que no habéis cenado. Y lo más seguro es que también os hayáis saltado el almuerzo.

– Lo que tenemos…

– No, en serio, Paige. Ya es hora de parar un poco. Es mejor que vengáis, comáis algo, durmáis un poco, y, así, estaréis como nuevos a primera hora.

Por más que me desagradara interrumpir la búsqueda, lo que Jaime decía tenía sentido. Ya era de noche, y nos resultaba difícil identificar los edificios que rodeaban los hoteles. Le transmití el consejo a Lucas, que estuvo de acuerdo.

– Muy bien -dijo Jaime cuando la puse al tanto-. Aquí cerquita hay un bar, calle abajo, que tiene la cocina abierta hasta la medianoche. Os veo allí en media hora. Si seguís trabajando, me haréis esperar. Y cuando me dejan sola en un bar, suelo hacer algunos disparates. No lo olvidéis.


* * *

Efectivamente hicimos esperar a Jaime quince minutos, pero sólo porque Lucas tuvo otra idea que quería aclarar inmediatamente. La Camarilla tenía fotos por satélite de Miami. Tal vez con ellas tendríamos más suerte a la hora de identificar la configuración de los edificios que Faye había descrito. El cuartel general de los Cortez nos quedaba de camino, de modo que nos detuvimos allí, y en menos de veinte minutos obtuvimos copias de las fotografías.

A pesar de su amenaza, Jaime no había provocado ningún escándalo en el bar. Por otra parte, no estaba sola. Cuando vi que había otra figura sentada a su mesa, pensé de inmediato en un hombre, pero enseguida advertí que era Cassandra. Lucas, Jaime y yo pedimos la cena, mientras Cassandra daba cuenta de su vino.

Jaime había insistido en que Lucas no examinara las fotografías mientras comíamos, pero en cuanto retiraron los platos, las puso encima de la mesa. Traté de ayudar, pero sólo teníamos una lupa, y los detalles eran demasiado pequeños como para advertirlos a simple vista, de modo que me dejé convencer por Jaime y pedimos un trago.

Con las copas a medias, Cassandra salió con su comentario inoportuno sobre la célebre nigromante, y Jaime, ni corta ni perezosa, le respondió trayendo a colación su tema favorito.

– No estoy muerta -dijo Cassandra separando apenas sus dientes apretados para que lo que decía fuese comprensible.

– ¿Quieres que pongamos a prueba esa teoría? Digamos que encuentras a un tipo tirado en el suelo, y no estás segura de si está vivo o muerto. ¿Cómo te aseguras? Hay tres modos. Los latidos cardíacos, el pulso y la respiración. A ver, Cass, déjame tu muñeca, déjame tomarte el pulso.

Cassandra la miró con enojo y tomó un trago de vino.

– No veo ninguna condensación en esa copa, Cass. Algo me dice que no respiras.

La copa de Cassandra golpeó la superficie de la mesa.

– No estoy muerta.

– Vaya, me recuerdas esa escena cómica de Monty Python. ¿La habéis visto? Están recogiendo a las víctimas de la peste y una dice, una y otra vez: «Todavía no he muerto». Igual que tú, Cassandra, bueno, excepto que tenía acento británico. -Jaime bebió un sorbo-. De cualquier manera, no veo cuál es el problema. Parece que estás viva. ¡Ay, amiga!, los zombis, ésa sí que es una horrible vida después de la muerte.

– Hablando de zombis -empecé a decir, ansiosa de terminar con el tema-. He oído que no sé que nigromante de Hollywood ha resucitado a un verdadero zombi para esa película, a ver, ¿cómo se llamaba?

¿La noche de los muertos vivientes? -respondió Lucas.

Su pierna tocó la mía por debajo de la mesa. La primavera anterior habíamos tratado de olvidarnos de un día horrible viendo esa película, antes de pasar a mejores métodos de distracción. Ésa fue nuestra primera noche juntos. Nos miramos y sonreímos los dos, tras lo cual volvió Lucas a su trabajo.

– No, ésa no -dije-. Algo más reciente.

– Ya he oído ese rumor -dijo Jaime-. Bonita historia, pero no es verdad. El único muerto viviente en Hollywood es Clint Eastwood.

Escupí sin querer lo que estaba bebiendo. Jaime me golpeó la espalda y rió.

– Bueno, estoy bromeando. Pero en cierto modo lo parece, ¿no es así? Ese hombre no ha envejecido bien.

– Yo no diría eso -murmuró Cassandra.

– Bueno, yo sí -dijo Jaime-. Y lo que quiero saber es por qué en todas esas malditas películas siempre le ponen de compañera a alguna chiquilla romántica que no tiene ni la mitad de años que tiene él, sino la cuarta parte.

– ¿Celosa? -dijo Cassandra.

– ¡Bah! -dijo Jaime-. Sí, como si yo quisiera andar caminando por ahí con un chico de dieciocho años prendido del brazo. No me opongo a un poco de diversión, pero hay que mantener la dignidad. Ésa es mi regla: tipos que no me lleven más de una década o que no sean más de cinco años más jóvenes. Todo ese tema de las pumas es tan… -Se estremeció y puso cara de disgusto.

– ¿Pumas? -dijo Lucas, levantando los ojos de las fotografías.

– Mujeres que salen con hombres mucho más jóvenes -dije.

– ¿Por qué me miras, Paige? -dijo Cassandra.

– Yo no estaba…

– Difícilmente puedo salir con hombres de mi edad, ¿no te parece? -añadió Cassandra.

Jaime rió.

– Te has apuntado un tanto, Cass. ¿Qué edad tenías cuando morís…, cambiaste? Apostaría a que más o menos mi edad.

– Cuarenta y cinco.

Jaime asintió con la cabeza.

– Si yo pudiera dejar de envejecer a una edad, sería la que tengo ahora. Sé que la mayoría de las mujeres…, vamos, la mayoría de las personas, pensarían en los veinte, tal vez los treinta, pero a mí me gustan los cuarenta. Tienes la experiencia, pero el cuerpo está todavía en perfecto estado de funcionamiento. Una maravillosa edad para una mujer.

Levantó su copa.

– ¡Entérate, Clint!

Pedimos otra ronda de copas, conversamos un poco más, y volvimos a nuestro hotel.


* * *

Cuando estábamos en el avión habíamos quedado con Benicio para desayunar al día siguiente, y así comentar los avances del caso. Ahora que teníamos una pista firme, nos parecía fatal perder el tiempo en algo tan trivial como comer. Pero cuando Lucas sugirió que necesitábamos comenzar nuestra jornada bien temprano, Benicio se ofreció a encontrarse con nosotros en nuestro hotel y desayunar a las seis, asegurándonos que su visita sería corta. No había mucho que pudiéramos decir a ese respecto.

Cuando llegamos al restaurante, Troy se introdujo en él antes que nosotros. Se aproximó a la camarera, le dijo algo en voz baja y le puso en la mano un billete doblado. Un minuto después, la camarera volvió y nos llevó al patio. Nuestra mesa estaba en el rincón más apartado. Las tres mesas más próximas exhibían tarjetas que decían reservada. Supuse que para eso había sido la propina extra, para garantizarnos privacidad. Dado que el restaurante estaba casi vacío a esa hora, se trataba de una petición que se podía satisfacer con facilidad. Troy y Morris se sentaron en la mesa más próxima. Una vez que pedimos lo que queríamos, le pregunté a Benicio si no era posible proporcionarle una enfermera bruja a Faye.

– Un hechizo que la calme, ¿eh? -dijo, mientras desplegaba su servilleta.

– Yo nunca pude hacer funcionar ese hechizo. ¿Crees que ella podría ayudar a los otros residentes, también?

Dudé antes de responder, no porque no estuviese lista para esa pregunta, sino porque el pensamiento de que Benicio Cortez practicara la magia de las brujas…, bueno, me bastaba para dejarme momentáneamente muda.

– Ehm, sí -dije-. Pienso que sí. Por supuesto que sólo se trata de una suposición bien fundamentada. Habría que ponerla a prueba en contacto con los demás residentes.

Expresó su acuerdo con un movimiento de cabeza.

– Entonces contrataré a una bruja a media jornada para Faye, y si puede ayudar también a los demás, el empleo será de jornada completa. Ahora bien, mis contactos con la comunidad de las brujas son, como podrás imaginar, escasos. Podemos discutirlo más adelante, pero voy a necesitar tu ayuda para hallar a alguna persona verdaderamente cualificada…

– Estoy seguro de que puedes hacerlo sin la ayuda de Paige, papá -dijo Lucas-. Las brujas están solicitando empleos en las camarillas todo el tiempo. Recursos Humanos podría proporcionarte todos los nombres que precises para contactar con ellas.

– Tal vez, pero si tengo algunas cuestiones, Paige, ¿puedo llamarte?

Miré a Lucas, quien emitió un mínimo suspiro, y después un aún más mínimo movimiento afirmativo de cabeza.

– Si se trata de obtener una buena enfermera bruja para Faye, puede llamarme -dije.

Benicio abrió la boca para hacer lo que yo estaba segura que sería otra petición, pero lo distrajo la llegada de nuestro café. Permanecimos en silencio durante el siguiente minuto, preparando todos nuestras bebidas.

– De modo que, Paige -dijo Benicio después de haber tomado un trago de café-. ¿Te gusta Miami?

Un nuevo tema. Gracias a Dios. Me puse cómoda en la silla.

– No puedo decir que haya tenido mucho tiempo para hacer turismo, pero me he sentido muy bien con tanto sol.

– Miami tiene sus encantos, aunque su ritmo no guste a todo el mundo. Ni la violencia. Antes de que os vayáis, Lucas, tendrías que llevar a Paige a hacer un recorrido, enseñarle dónde te criaste. -Se volvió a mí-. Es una zona muy hermosa. Una zona de baja criminalidad, las calles más seguras de Florida, un excelente sistema escolar…

– ¿Hay alguna novedad sobre el caso? -preguntó Lucas.

No la había. Le dijimos a Benicio que estábamos siguiendo una pista, pero no pidió detalles, contentándose con ofrecernos pleno uso de los recursos de la Camarilla, si los necesitábamos. Pasamos el resto del desayuno discutiendo lo que estaban haciendo las camarillas para encontrar a Edward. Los Nast, como esperábamos, llevaban desde el viernes buscándolo. Lamentablemente, no habían encontrado ninguna pista…, o ninguna que estuviesen dispuestos a compartir.

Cuando llegábamos al final de la comida, dijo Benicio:

– Como decía hace un momento, Lucas debería llevarte a dar un paseo por la zona. Obviamente, tengo interés en que mi hijo viva más cerca que en el estado de Oregón, pero hay que tener en cuenta a Savannah. Habéis tenido una mala experiencia para mantener la custodia, aunque lo resolvisteis muy bien. Fue el segundo intento, ¿no es cierto?

– El segundo intento, pero la misma persona…, que ya no podrá hacer ningún otro.

– Es posible, pero ahora las noticias sobre lo deseable que es Savannah se han difundido por todo el mundo sobrenatural. Deberíais considerar que…

– Tanto Paige como Savannah están muy felices en Portland -dijo Lucas.

– Lo comprendo, pero antes de que echéis raíces permanentes, deberíais pensar muy seriamente el asunto. No querréis comprar una casa en Portland para daros cuenta seis meses después de que no es segura para Savannah.

– Ya lo sé -dije-. Y por eso no vamos a comprar ninguna casa hasta que llevemos un año allí.

– ¡Ah! -Benicio frunció las cejas-. Creí que teníais elegida una casa. Lucas me dijo… -Se detuvo al ver mi mirada de confusión-. ¡Ah! Veo que no te lo ha mencionado.

– No, no se lo he mencionado -dijo Lucas, con frialdad en la voz-. Pero gracias por hacerlo por mí. -Se volvió hacia mí y bajó la voz-. Después te explico.

Terminamos el desayuno en silencio.


* * *

– ¿Qué casa? -pregunté yo antes de que terminara de cerrarse detrás de nosotros la puerta de nuestra habitación del hotel.

– Creo que te he hablado de un acuerdo potencial con mi último cliente, que, como se sentía en deuda conmigo…

– ¿Qué casa? -dije, tirando mi bolso en el sofá-. La versión abreviada.

– Es comprensible que estés molesta…

– Demonios, sí, estoy molesta. Estás haciendo planes a largo plazo para nosotros dos ¿y me los tiene que contar tu padre?

– No es lo que parece. Cuando me llamó la primera vez a Chicago, quería hablar sobre nuestro apartamento. Le parecía que no estaba bien que yo esperara que tú y Savannah vivierais allí sólo porque yo me negaba a sacar dinero de mi fondo fiduciario. Le dije que el apartamento era un arreglo a corto plazo. No le pareció nada bien, de modo que le dije que tenía un dato sobre una casa en Portland.

– ¿Por qué no me lo dijiste a mí? No hemos discutido este punto, Lucas. -Me dejé caer en el diván y me friccioné las sienes-. Si tenías la intención de darme una sorpresa…

– No, desde luego que no. Nunca me tomaría una libertad como ésa. Una vez que termináramos con este asunto que nos ocupa ahora, mi plan era enseñarte la casa y, si te gustaba, entonces habría sido tuya al precio que me habían ofrecido, tanto si elegías compartirla conmigo como si preferías no hacerlo.

– ¿Cómo si prefería…? ¿Qué diablos significa eso?

Se sentó en el diván a mi lado, cerca pero sin tocarme.

– Te lo habría dicho, pero quería terminar con esto primero. No parecía justo que discutiéramos planes a largo plazo ahora, cuando estás teniendo las primeras impresiones de lo que implica una vida conmigo…, los… problemas familiares.

– ¿Así que crees que voy a dar media vuelta y salir corriendo?

Dibujó una sonrisa irónica y dijo:

– Me sorprende que no lo hayas hecho ya.

– No, estoy hablando en serio. ¿De verdad es eso lo que crees? ¿Qué me importas tan poco que yo…? -Me cambié de sitio en el diván, apartándome de él-. Yo ya sabía de tus «problemas familiares» cuando empezamos a salir juntos, Lucas.

– Sí, pero puedes no haber estado preparada para el impacto que podría tener en nuestras vidas. Yo comprendería perfectamente…

– ¿Lo comprenderías? -dije, poniéndome de pie de un salto-. ¿Comprenderías que abriese la puerta y me fuera? ¿Que dijera «Discúlpame, pero esto no es para mí»? ¿Del mismo modo que comprenderías si me enseñases esa casa y yo dijera «La acepto…, pero dónde vas a vivir tú»?

– No quiero presionarte, Paige. Claro que no quiero que me dejes, y sí que tengamos esa casa para los dos, pero si no es eso lo que tú quieres… -Alargó la mano para agarrarme del brazo, pero yo me retiré.

– No tienes ni idea de lo que siento por ti, ¿verdad?

Como vaciló en contestar, me dirigí a la puerta. Entonces me detuve, con la mano en el picaporte. No podía hacer eso. No en aquel momento.

– Vamos -dije-. Tenemos trabajo por delante.


* * *

Las fotos de Miami de la Camarilla le habían proporcionado a Lucas media docena de posibles hoteles, que ahora teníamos que comprobar. En cuanto a nuestra riña, ninguno de los dos la mencionó, aunque el pesado silencio que reinaba en el coche dijese por sí solo que ambos estábamos pensando en ella. Por más que yo deseara resolver ese problema y olvidarme de él, me dije a mí misma que era mejor no hacer caso de momento. Ya habría tiempo de aclarar las cosas.

Cuando comprobamos la cuarta posibilidad, encontramos una correspondencia. Un hotel de medio precio, de cinco pisos, con una vista hacia el sur que se correspondía con la descripción de Faye.

Estábamos caminando por un callejón lateral, dirigiéndonos hacia el frente del edificio, cuando sonó el móvil de Lucas.

– Era Osear -dijo cuando hubo cortado-. Faye está despierta y muy alterada. Lo único que él logra entender es que quiere verme… inmediatamente.

– Maldición -dije.

– Si tiene más información que darnos sobre el caso, casi con seguridad se relaciona con la ubicación de Edward, que probablemente acabamos de encontrar, por lo que la información de Faye resulta bienvenida pero potencialmente innecesaria. A estas alturas… -Miró el hotel-. Lamentaría enormemente retirarme, aunque fuera por poco tiempo, dejando la mejor pista que hemos encontrado hasta ahora.

– Yo podría ir a ver a Faye -dije-. Pero si Edward está en este hotel, preferiría apoyarte.

– Y yo preferiría que estuvieras conmigo dándome apoyo.

– ¿Y si enviamos a Jaime? Es buena para tratar con la gente, y da la impresión de que ha tenido alguna experiencia con el tipo de enfermedad que tiene Faye, con su abuela.

– Buena idea.

Lucas llamó. Jaime estaba todavía en la cama, pero una vez que se hubo despertado lo suficiente como para comprender lo que se le pedía, aceptó hablar con Faye. Si lo que ella le decía resultaba importante, me llamaría enseguida. De modo que Lucas apagó su móvil, yo puse el mío para que vibrara, y entramos en el hotel.


* * *

– Sí, cómo no -dijo el joven empleado del mostrador, moviendo la cabeza mientras miraba la foto que Lucas le mostraba-. Habitación trescientos diecisiete. Es él.

– ¿Aún sigue aquí?

– Sí.

– ¿Ha ido a alguna parte esta mañana?

– No por esta salida. -Miró su reloj-. Y no tan temprano. Por lo general sale alrededor del mediodía, y vuelve después de mi turno.

Lucas anotó un número de teléfono.

– Si baja, espere hasta que se haya marchado, y entonces llámeme inmediatamente a este número. Pero solamente después de que se haya marchado. No haga nada que pueda resultarle sospechoso.

– Por supuesto. -La cabeza del muchacho se sacudía de arriba abajo-. Por supuesto.


* * *

Lucas se acercó a las puertas delanteras, serio.

– ¿No es hora de llamar al equipo de asalto? -pregunté.

– Me temo que tenemos una preocupación más inmediata. En este mismo momento el empleado está llamando por teléfono a Edward, advirtiéndole de que estamos aquí.

– ¿Qué?

Lucas dio la vuelta a la esquina del edificio, caminando tan rápido que tuve que trotar para mantenerme a su lado.

– Le dije que éramos de la agencia nacional de seguridad, y que necesitábamos encontrar a ese hombre inmediatamente. Lo primero que debería haber pensado, dado el clima que se vive actualmente, es «terrorista» pero no hizo ninguna pregunta, aun después de que yo le dijera que no despertase las sospechas del hombre, dando a entender que es peligroso. Nos dice lo que queremos saber y nos saca del lugar con rapidez para poder llamar a Edward, y recibir cualquier recompensa que Edward le habrá ofrecido por advertirlo de cualquier peligro.

– Y una vez que Edward recibe esa llamada, coge sus cosas y escapa.

– Precisamente. Ahora… -Se detuvo a mitad de camino entre el frente del hotel y la puerta lateral-. Quiero que te quedes aquí. Que lances un hechizo de ocultamiento. Si sale, no hagas nada. Déjalo ir, pero observa hacia dónde se dirige, y entonces avisame. Estaré cerca, vigilando esa puerta.

Moví la cabeza diciéndole que sí, pero Lucas ya había echado a correr, dirigiéndose hacia la parte de atrás del hotel. Me quedé de pie apoyada en la pared opuesta a la del hotel, y me escondí tras un hechizo de ocultamiento.

Menos de dos minutos después, la puerta lateral se abrió. Salió un hombre. Llevaba una cazadora que le quedaba más bien grande, pantalones de jogging, gafas de sol y una gorra deportiva bien encajada en la cabeza, pero nada de todo eso dejaba duda alguna de que era el hombre de la fotografía: Edward.

Edward salió y miró en ambas direcciones. Cuando su mirada me pasó por encima, resistí la urgencia de respirar, y me mantuve totalmente inmóvil. Cerró la puerta con cuidado. Puso entonces su mochila en el suelo, se inclinó y la abrió. Mientras estaba allí inclinado, no pude evitar pensar qué fácil habría sido atraparlo con un hechizo de inmovilización. Lo único que habría tenido que hacer era romper el ocultamiento por un segundo y…, Edward sacó de la mochila una pistola y mi idea se desvaneció a mitad de camino.

Manipuló nerviosamente la pistola, la puso después en el bolsillo de su cazadora, se colocó la mochila en la espalda y se dirigió hacia la parte trasera del edificio. ¡Maldita sea! Si Lucas y yo hubiésemos practicado más mi hechizo de comunicación a larga distancia, habría podido advertirlo. Estaría ocultándose, pero no bajo un hechizo de ocultamiento, puesto que todavía no sabía lanzarlo con seguridad. Me dije que Lucas tenía suficiente criterio como para no salir de su escondite en el momento en que oyese a alguien. Aunque lo más seguro era que no oyese a Edward. El hombre caminaba sobre los cantos rodados como si éstos fueran un colchón de espuma, sin que una sola piedra hiciera ruido bajo sus pies. Caminaba por las sombras, mirando por encima del hombro cada tres o cuatro pasos. Justo antes de alcanzar el fondo del edificio, miró hacia la izquierda y pareció atravesar caminando la pared en que yo me apoyaba.

Conté hasta tres, y entonces rompí el ocultamiento y me incliné para ver que un poco más allá había un callejón que salía de aquél en el que yo me hallaba. Di un paso cauteloso. El ruido de los cantos rodados bajo mis pies resonó como un trueno. Volví a echar rápidamente mi hechizo de ocultamiento, pero Edward no se volvió. Volví a romper el ocultamiento. Otra vez di un único paso. Otra vez resonaron los cantos rodados bajo mi pie. La cosa no funcionaba. Tras pensar un momento, lancé una bola de luz y la envié por el callejón, rezando para que Edward no eligiera ese mismo momento para mirar hacia atrás. Cuando Lucas vio la bola, se asomó por la esquina del edificio detrás de la cual estaba oculto. Le indiqué con la mano el callejón lateral. Dijo que sí con la cabeza, cruzó corriendo la calle, apretándose contra la pared más alejada. Luego, avanzó lentamente hasta la entrada del callejón y miró. Se inclinó hacia atrás y me indicó con la mano que me acercara.

Cuando llegué al callejón, estaba vacío. Lucas me indicó con un movimiento que Edward se había ocultado en un pasillo que estaba más lejos.

– Tiene una pistola -le dije moviendo los labios pero sin emitir sonido, al tiempo que, con la mano, hacía el gesto con el que se imita una pistola.

Lucas me dijo con un gesto que me había entendido, y nos lanzamos en persecución de Edward.

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