La puerta trasera del Rampart daba a una callejuela.
– ¿Y qué hacemos con Ronald y con Brigid? -pregunté, cerca de la puerta-. Puede que sepan algo, y en cuanto nos hayamos ido, ellos se largarán también. Dos pájaros en mano valen definitivamente más que uno volando.
Cassandra negó con la cabeza, con la mirada puesta en la callejuela.
– Nunca traicionarían a John. Sin él, no sobrevivirían. -Se volvió hacia la izquierda-. Por aquí.
– ¿Has encontrado el rastro?
– No, pero iría por este lado.
Dimos la vuelta por detrás de una tienda de ropa y salimos a una calle de casitas en hilera, pegadas unas a otras y en estado ruinoso, que tenían el aspecto de una conejera. Las viviendas llevaban entablonadas, al parecer, desde la época en que yo iba al colegio. Al final de la callejuela, Cassandra se detuvo y examinó las casas. Se oyó el ruido de una botella que golpeaba el suelo. Pegué un salto.
– Si oyes a alguien, no es él -dijo.
– ¿Habrá alguien más por ahí?
– Muchos más, Paige. Abandonadas no significa vacías.
Como para subrayarlo, la risa de una mujer flotó por la calle. Una botella salió de una ventana de primer piso y se rompió en la calle, añadiéndose a un montón de cristales rotos. Cassandra se encaminó hacia el extremo más alejado de la vereda y atravesó la hilera de casas conmigo a sus talones. Me sentía tonta siguiendo sus pasos y peor todavía, inútil, pero no había nada más que yo pudiera hacer. Mi hechizo de percepción no funcionaba para encontrar a un vampiro, y si no iba a delatarse haciendo ruido, no tenía sentido que buscara por mi cuenta.
Dos casas antes del final de la calle, Cassandra echó una mirada hacia una de ellas. Asió la baranda enmohecida y comenzó a subir los escalones que llevaban a la puerta delantera. A medio camino, se detuvo. Miró la puerta, inclinó hacia un lado la cabeza y a continuación dio media vuelta. Me apartó de su camino, permaneció de pie en el escalón y miró la calle. Unos instantes después, se volvió nuevamente hacia la casa, la observó; luego movió la cabeza a un lado y a otro y descendió los escalones. Ya en la calle, pasó por delante de la última casa echándole apenas una mirada y cruzó a la acera de enfrente. Yo trotaba tras ella.
– ¿Puedo ayudar en algo? -pregunté.
– Sí. Quitándote de en medio.
Levanté las manos al cielo, y caminé de vuelta hacia la casa que a ella le había llamado la atención.
– Tampoco he dicho que te pongas a vagar de un lado a otro -dijo detrás de mí.
– No estoy vagando. Hubo algo en esa casa que te llamó la atención, de modo que voy a echar un vistazo mientras tú buscas en otras.
– No está allí.
– Bueno. Entonces no pasa nada por que lo compruebe.
– Lo último que quiero es andar preocupándome de que puedas pisar la aguja sucia de algún tipo.
– No soy una niña, Cassandra. Si efectivamente piso una aguja o me acogotan, te absuelvo por anticipado de toda responsabilidad. Tú busca por ese lado de la calle mientras yo vuelvo a verificar la corazonada que tuviste allí.
Cassandra suspiró diciendo algo en voz baja y se marchó. Yo subí los escalones de la casa. La puerta de delante estaba entablonada, pero alguien había abierto a puntapiés un agujero en la parte inferior. Me agaché y entré, casi arrastrándome.
Me golpeó en primer término el olor, despertándome recuerdos de un corto período de trabajo voluntario que había hecho en un refugio para personas sin hogar. Respirando por la boca, miré a mi alrededor. Estaba en el vestíbulo delantero. De las paredes colgaban trozos de empapelado, mezclados con tiras de papel atrapamoscas moteado de cuerpos de insectos momificados. Lancé un hechizo de iluminación e hice correr la bola de luz por el suelo del pasillo. La alfombra había sido arrancada hacía mucho tiempo, dejando a la vista la base del piso. A medida que avanzaba, empujaba con el pie la basura, apartándola de mi camino. Aunque no había agujas, sí había suficientes cristales rotos y deyecciones de ratas como para hacerme sentir contenta de haberme cambiado, antes de salir, las sandalias abiertas que había usado en Miami.
Desde el vestíbulo, tenía tres elecciones posibles: arriba de las escaleras, la sala de estar, o la puerta más apartada, que presumiblemente conducía a la cocina. Desde el pie de las escaleras lancé un hechizo de percepción. Podía no funcionar con los vampiros, pero en un lugar como ése, los vivos justificaban igual preocupación. Cuando el hechizo me volvió con resultado negativo, me dirigí a la sala. No había señales de vampiros, ni tampoco de ninguna otra cosa que fuese lo suficientemente grande como para que se ocultara ninguno. Lo mismo ocurrió en el área que comunicaba la cocina y el comedor. Hasta los armarios estaban vacíos, despojados de todas las puertas y estantes, presumiblemente para alimentar el fuego que alguna vez se había encendido en medio del suelo de la habitación.
Cuando me dirigí hacia las escaleras, oí un murmullo en algún punto del piso de arriba. El sonido era demasiado tenue para que fuesen pisadas…, a menos que los pies fueran en realidad de los grandes roedores peludos que habían dejado sus tarjetas de visita en los restos que había encontrado abajo. Subí la mitad de las escaleras y lancé mi hechizo de percepción. Volvió con resultado negativo. Ahora que lo pensaba, eso era raro. Deyecciones recientes de ratas significaban ratas recientes, y mi hechizo tendría que haberlas detectado. Creo que sabía cuál era la razón de esa repentina desaparición de los roedores. Las ratas no sólo huyen de los barcos que van a hundirse, también lo hacen cuando se encuentran con depredadores más fuertes que ellas.
Preparé un hechizo de repulsión y subí hasta lo alto de las escaleras. La casa seguía quieta y silenciosa. Demasiado quieta, demasiado silenciosa. La quietud preternatural me recordaba una situación ocurrida poco antes ese mismo día, cuando me pareció que el asesino estaba persiguiéndome en el aparcamiento.
Desde el punto más alto de las escaleras, podía ver las cuatro habitaciones. Quise ir hacia el frente de la casa, cosa que reduciría mis elecciones a dos habitaciones, una de las cuales era el baño, demasiado pequeño para lo que yo tenía en mente. Inspeccioné el dormitorio principal, para asegurarme de que estaba vacío, y luego entré y lancé un hechizo perimetral desde la puerta. El problema consistía en que nunca había utilizado este hechizo con un vampiro, de modo que no podía confiar completamente en él ahora. Cuando todo esto terminara, tendría que poner a prueba con Cassandra todo mi conjunto de hechizos sensoriales. No es que yo creyera que ella fuera a ofrecerse como conejillo de indias, pero había otras maneras de lograrlo.
Preparé un nuevo hechizo de repulsión. Preparar un hechizo significa empezar el encantamiento de modo que esté listo para ser lanzado sólo con unas pocas palabras finales. Los hechizos son armas maravillosas, pero en una escala de velocidad de uso ocupan un lugar bajo, están a la altura de los arcos y las flechas. Si la flecha no está ya puesta en el arco cuando te atacan, te encontrarás ante un serio problema. El otro problema reside, al mismo tiempo, en que uno no se puede detener en medio de un hechizo durante un tiempo indefinido. Lucas y yo habíamos pasado en cierta ocasión todo un fin de semana experimentando este asunto, y llegamos a la conclusión de que se puede tener listo un hechizo durante unos dos minutos. Después de eso, hay que prepararlo de nuevo. Dado que ésta era mi primera aplicación práctica de esa investigación, yo preparaba el hechizo cada sesenta segundos, para estar segura de que funcionaría.
Crucé la habitación hasta la ventana. Estaba entablonada, pero alguien había aflojado el tablón del centro para que entrara la luz del sol. Yo estaba de lado, para poder ver la ventana y la puerta al mismo tiempo, y entonces volví a dirigir mi hechizo de iluminación a mis espaldas, para tener luz también en esa parte de la habitación.
Una vez que mis ojos se adaptaron a la oscuridad de abajo, distinguí la figura de Cassandra que caminaba por la calle vacía, taconeando impacientemente con sus zapatos de Prada, y su chaqueta de Dolce & Gabbana agitándose tras ella. ¿Cuántas personas estarían ocultas detrás de las ventanas de esa calle, atraídas por los ruidos que habíamos hecho antes y observando ahora a esa atractiva mujer de cuarenta años, impecablemente vestida, paseando sin compañía? Hablando de blancos fáciles. Sin embargo no salió nadie. Tal vez no se atrevían.
A juzgar por el ángulo que describía Cassandra y su modo resuelto de caminar, se dirigía hacia donde yo estaba, presumiblemente porque no había encontrado nada en ningún sitio. Eso indicaba que mi intuición con respecto al lugar donde podía encontrarse John era probablemente correcta, y significaba que tenía que moverme con rapidez.
Me volví de espaldas a la puerta y moví mi bola de luz hasta ver el reflejo de la puerta en el cristal de la ventana. Entonces saqué mi teléfono móvil. Preparé un nuevo hechizo, llamé a nuestro apartamento, y empecé antes de que el contestador automático se pusiese en funcionamiento
– Hola, soy yo. Sigo en Nueva Orleans. Cassandra ha encontrado la pista de un vampiro y la está siguiendo. Se suponía que iba a estar en el bar de que te hablé, pero se escapó por la puerta de atrás. ¿Puedes creerlo? El señor Soy-un-Vampiro-Malo escurriéndose por la puerta de atrás. -Hice una pausa y luego reí-. En serio. ¡Vaya con los vampiros!
A través del reflejo que se producía en la ventana vi una forma que cruzaba la puerta. Preparé un nuevo hechizo y continué hablando al contestador.
– Apuesto a que está -dije a medida que la sombra se aproximaba- escondido en algún rincón, con la esperanza de que no le muerdan las ratas. Me sorprende que esta clase de tipos no haya desaparecido y…
Lancé el resto del hechizo de inmovilización, y al darme la vuelta vi a un hombre paralizado a punto de atacar. Delgado, de poco más de treinta años, con el pelo negro recogido en una cola de caballo, una camisa de lino blanco, una chaqueta de cuero negro larga hasta las rodillas, y con pantalones de cuero negro a juego. Rímel, tal vez. Delineador de ojos, sin duda.
– John, supongo -dije-. Te olvidaste de que los vampiros proyectan un reflejo, ¿verdad?
Sus ojos marrones se hicieron más oscuros a causa de la luna. En el piso de abajo, se oyó el ruido de una puerta que se cerraba.
– ¡Aquí arriba! -llamé-. Lo he encontrado.
Los tacones de Cassandra resonaron por las escaleras al doble de la velocidad habitual. Cuando giró al llegar al rellano de la planta alta, se la veía casi preocupada. Entonces vio a John y se acerco más lentamente.
– ¿Te gusta mi estatua? -dije-. El-no-tan-astuto-vampiro lanzándose en picado sobre su no-tan-desprevenida-presa.
– Veo que tu hechizo de inmovilización ha mejorado. -Miró a John y suspiró-. Suéltalo.
Levanté el hechizo y John cayó de bruces. Cassandra volvió a suspirar, en voz más alta esta vez. John se puso torpemente de pie y se sacudió los pantalones.
– Me ha atrapado -dijo.
– No -dije-. Tu ego te ha atrapado.
John se alisó la chaqueta, y me miró con el ceño fruncido al ver un reguero de grasa que ensuciaba su camisa blanca.
– Más vale que esto salga -dijo.
– Vamos, no es culpa mía -dije-. Eso es lo que se consigue cuando uno anda arrastrándose por lugares como este.
– No estaba arrastrándome. Y no me escapé por la puerta de atrás. Yo…
– Ya está bien -dijo Cassandra-. Bueno, John…
– Prefiero Hans.
– Y yo prefiero no tener que perseguirte por edificios abandonados, pero parece que esta noche ninguno de los dos va a ver realizados sus deseos. He venido para hablar contigo de…
– El Rampart. -John alzó los ojos al cielo y se apoyó con violencia contra la pared, entonces se dio cuenta de que su camisa estaba arrugada y corrigió su postura desgarbada. Déjame adivinar, fuisteis a ver a San Aaron. ¡Qué desperdicio de vampiro!, con lo buen mozo que es. Yo podría reformarlo, por supuesto. Sonrió, mostrando todos los dientes-. Mostrarle su camino errado, o el camino hacia errores deliciosos. Mostrarle lo que ese cuerpo perfecto…
– No eres gay, John. Deja eso. Ahora, no sé qué le pasa a Aaron con el Rampart, y no es asunto mío. En lo que a mí concierne, no veo motivo de preocupación.
John se enderezó.
– ¿Cómo?
– Lo que he venido a discutir se refiere a las camarillas.
– ¿Las camarillas? -John juntó las cejas-. ¿Qué pasa con las camarillas?
– Ella -movió una mano hacia mí- es Paige Winterbourne. Conoces a su madre.
En los ojos de John brilló un chispazo de reconocimiento, pero desapareció enseguida y se encogió de hombros.
Cassandra continuó:
– Por supuesto, no espero que recuerdes a una persona que no es vampiro, pero la madre de Paige fue Líder del Aquelarre estadounidense. Aunque estoy segura de que no estás al tanto de los chismes que tienen que ver con los hechiceros, Paige está liada con Lucas Cortez, el hijo menor, y heredero, de Benicio Cortez.
A juzgar por la expresión de John, nada de todo esto era algo nuevo para él, pero se mantuvo imperturbable y dejó que Cassandra continuase.
– El joven Lucas tiene algunas disputas éticas con la organización de su padre y participa en actividades anticamarillas. Ésa es la razón por la cual Paige se acercó a mí. Como integrante del Consejo, está perfectamente al tanto de mi fuerte postura anticamarillas.
Yo asentí con la cabeza, aunque el pensamiento de que Cassandra adoptara una postura fuerte ante cualquier cosa me obligaba a esforzarme para mantenerme seria.
– Paige quería que yo me uniese a su pequeña cruzada, pero difícilmente puedo yo unir mis fuerzas a los lanzadores de hechizos. Entonces me dijo que tú y tus… socios habéis formado vuestra propia liga anticamarillas. Naturalmente, estoy intrigada, aunque no puedo comprender por qué tú no te pusiste en contacto conmigo con respecto a esto.
– Yo…, nosotros… ¿Nadie te lo dijo? Le dije a Ronald…
– Por ahora, aceptaré esa excusa, aunque yo sugeriría que lo intentaras de nuevo. Ahora bien, con respecto a esta campaña, he oído que habéis estado bastante ocupados. Ocupados y con éxito.
John vaciló, y luego se encogió de hombros.
– No sé de qué te extrañas. Son un blanco tan fácil…
– ¿Pero este último asalto? Verdaderamente inspirado.
Nuevamente, John vaciló y vi por su expresión que no tenía ni idea de lo que le estaba diciendo Cassandra. Tosió para cubrir su confusión, y luego continuó.
– Sí, bueno, fue un esfuerzo hecho en equipo. Meses de planificación. Pero nos sentimos satisfechos con los resultados, y esperamos mejorar ese éxito en nuestros futuros esfuerzos.
– Sí, sí, seguramente será así.
Cassandra caminó hasta la ventana y miró hacia fuera, pensando y organizando su próximo movimiento. La dejé hacer. Esa llamada fingida había puesto a prueba los límites de mi capacidad de engaño.
John se subió las mangas de la chaqueta.
– Hemos dejado que esas camarillas fueran demasiado lejos. Ha sido divertido verlas, pero han olvidado el lugar que les corresponde en el mundo sobrenatural. Tendríamos que haberles parado los pies desde el principio, tendríamos que haberles exigido tributo, algo que les recordara quién manda. No es que te eche la culpa… -Cassandra miró a John. Él levantó las manos y retrocedió-. De ningún modo. Te confundieron, como al resto de nosotros. Cuando dijeron que no querían vampiros entre su personal, no nos importó. ¿Por qué iba a importarnos? Desde luego los vampiros no van a ir a fichar en organizaciones de hechiceros. Pero fuimos incapaces de ver adónde podía conducir todo eso.
– Adónde podía conducir todo eso… -murmuró Cassandra-. Sí, por supuesto. Supongo que estás refiriéndote a los problemas que hemos tenido recientemente con las camarillas.
– Claro, exacto.
Cassandra me miró: me tocaba hacer el papel del que no entiende.
– ¿Qué problemas? -pregunté.
Cassandra le hizo una seña a John, como para otorgarle la palabra.
– Bueno, los, humm, problemas generales que tienen con los vampiros. Saben que podríamos levantarnos contra ellos en cualquier momento. Llevamos demasiado tiempo adormilados, aceptando nuestro lugar en el mundo… Cassandra se encaminó hacia la puerta y desapareció en el vestíbulo. John se apresuró a ir tras ella.
– ¿Has oído algo? -preguntó.
– Ya he oído lo suficiente. ¿Paige? Ven conmigo.
La seguí, y salimos de la casa.