Un mensaje de esperanza

Maldición -exclamó Adam cuando le expliqué lo que había encontrado-. Bueno, las camarillas pueden encender su silla eléctrica. Caso cerrado.

– Una solución económica y eficaz -dijo Lucas-. Pero creo que, en un caso que pueda tener una conclusión capaz de alterar la vida, o ponerle fin, no es injusto que el acusado pueda contar con algunos lujos, tales como un juicio.

– El tipo hizo listas de jóvenes de las camarillas, y la mitad de ellos están muertos. Al demonio con el debido proceso. Dios mío, yo mismo lo freiría y les ahorraría a las camarillas el coste de la electricidad.

– Aunque valoramos tu entusiasmo, creo que empezaremos por hablar con Weber…

– ¿Interrogarlo? Vamos, yo he aprendido con Clay algunas cosas muy interesantes sobre la tortura y podría…

– Empezaremos por hablar con él -repitió Lucas-. Sin el incentivo añadido del rigor físico, mental o parapsicológico. Mencionaremos los archivos…

– ¿Y qué le diremos? ¿Tiene usted una explicación razonable de por qué hemos encontrado listas de chicos muertos en su ordenador? ¿Listas confeccionadas antes de que murieran? Sí, estoy seguro de que hay una lógica…

Le puse a Adam una mano en la boca.

– Así pues, hablaremos con Weber. ¿Esta noche?

Lucas miró su reloj.

– Son más de las doce de la noche, no quiero asustarlo.

Adam me quitó la mano de su boca con un gesto airado.

– ¿Asustarlo? ¡El tipo es un asesino en serie! Yo propongo que lo asustemos hasta que se cague y…

Lancé un hechizo de inmovilización. Adam quedó congelado en la mitad de la frase.

– Iremos a verlo por la mañana -dijo Lucas-. Para asegurarnos, sin embargo, de que no ocurra nada mientras tanto, sugeriría que volviésemos a su casa, confirmáramos que todavía está allí, e hiciéramos guardia hasta la mañana.

Estuve de acuerdo, y entonces levanté el hechizo de inmovilización y cerré mi ordenador portátil. Mientras Adam se recuperaba, me miraba con ira. Lo detuve antes de que pudiese quejarse.

– ¿Vienes con nosotros? ¿O te resultará demasiado duro soportar nuestra falta de iniciativa asesina?

– Voy. Pero si vuelves a usar un hechizo de inmovilización conmigo…

– No me des razones para hacerlo y no lo haré.

– Recuerda con quién estás hablando, Sabrina. Un toque de mis dedos y podría impedir que volvieras a utilizar un hechizo de inmovilización con nadie más.

Reprimí la risa y abrí la boca para responder, pero Lucas me interrumpió.

– Otro detalle, antes de que salgamos -dijo-. Mi padre ha dejado más de media docena de mensajes en mi teléfono, pidiéndome información actualizada. ¿Debería dársela?

– ¿Crees que es seguro? -pregunté.

Lucas dudó, y luego dijo que sí con la cabeza.

– Mi padre puede ser sobre protector, pero ciertamente confía en mi juicio y en mi capacidad para defenderme. Si yo le digo que deseamos hablar con Weber antes de llevarlo detenido, lo aceptará. Le pediré que reúna un equipo de captura.

– ¡¿Qué?! -exclamó Adam-. ¿Ni siquiera vamos a capturar a ese tipo?

– El equipo de la Camarilla está entrenado para manejar esos asuntos, y yo les dejaré cumplir con su trabajo.

Adam suspiró.

– Bueno, creo que por lo menos impedirle que escape no está tan mal.


* * *

– ¡Dios mío! -dijo Adam, echándose hacia atrás en el asiento del conductor-. ¿Cuánto tiempo llevamos sentados aquí? ¿Por qué no aclara todavía?

– Porque no son más que las cinco de la mañana.

– De ninguna manera. Tu reloj debe de estar parado.

– ¿No te sugirió Lucas que trajeras una revista? Dijo que iba a ser aburrido.

– Dijo tedioso.

– Que significa aburrido.

– Entonces tendría que haber dicho aburrido. -Adam dirigió una mirada burlona a Lucas, que estaba sentado junto a él observando con binoculares la casa de Weber.

– Aburrido significa algo que es monótono -dijo Lucas-. Tedioso implica no sólo de larga duración sino también muy monótono, cosa que según creo, estarás de acuerdo conmigo en que se aplica a esta situación.

– Ah, ¿sí? Luego recuérdame que coja mi diccionario de bolsillo la próxima vez que me arrastres a una de estas… tediosas… aventuras.

– ¿Arrastrarte? -preguntó Lucas arqueando una de sus cejas-. No recuerdo haberte agarrado de un brazo.

– Bueno, supercerebro -dijo Adam-. ¿Por qué no me bajo del coche y echo una mirada de cerca? Y así me aseguro de que sigue allí.

– Está allí -aseguró Lucas-. Paige lanzó hechizos perimetrales a ambas puertas.

– Sí, bueno, no quiero ofender a Paige, pero…

– No lo digas -dije yo.

Adam abrió la puerta del conductor.

– Voy a comprobarlo.

– No -replicamos Lucas y yo al unísono. Adam vaciló, con la puerta todavía abierta, y añadí-: Cierra la puerta o pondremos la prueba mi capacidad de lanzar hechizos.

Refunfuñó, pero la cerró. Pasaron otras dos horas. Dos horas durante las cuales tuve razones suficientes, por lo menos cada diez minutos, para desear que hubiésemos dejado a Adam en su casa. Finalmente a las siete y media una luz se encendió en el dormitorio de Weber. Adam se lanzó a abrir la puerta. Lucas alargó una mano para detenerlo.

– No vamos a saltar sobre él en el momento en que se levante de la cama -afirmé-. No hay prisa.

Adam rezongó y se enderezó en el asiento.


* * *

Habíamos preparado nuestro plan de acción antes de irnos de la casa de los Vasic. Yo había recordado lo que había dicho la pandilla de punks del callejón al vernos, lo cual me recordó también mi propia impresión la primera vez que Lucas apareció en el umbral de mi casa, elegante y con una seriedad funeraria con su traje de grandes almacenes. Con la ropa adecuada y un par de libros que tomamos prestados de la biblioteca de Robert, nos pusimos en marcha.

Lucas y yo dimos a Adam el tiempo que necesitó para escabullirse tras la casa y cubrir la puerta de atrás, y entonces nosotros subimos los escalones del frente. Lucas tocó el timbre de Weber. Dos minutos después, salió a abrir un hombre delgado y de cabello oscuro. Weber respondía en todo a la fotografía de empleado de la Camarilla Cortez, incluyendo la camisa negra.

– Buenos días -saludó Lucas-. ¿Sabe usted dónde va a pasar la eternidad?

Weber bajó la mirada a nuestras Biblias. Murmuró algo y trató de cerrar la puerta. Lucas agarró el canto y lo sujetó con fuerza.

– Por favor -intervine yo-. Tenemos un importante mensaje para usted. Un mensaje de esperanza.

A decir verdad, no esperábamos que Weber nos invitara a pasar. Mi parloteo religioso no tenía otra intención que la de darle tiempo a Lucas para que preparara un hechizo de retroceso, que habría enviado a Weber hacia atrás, alejándolo de la puerta para que pudiésemos entrar. Pero en el momento en que esas palabras salieron de mi boca, los ojos de Weber se hicieron más grandes.

– Son ustedes -dijo-. Los que dijo Esus que vendrían.

Parpadeé, pero Lucas asintió con la cabeza y murmuró una afirmación. Weber nos hizo pasar y luego, asomándose a la puerta, miró a ambos lados antes de cerrarla.

– Pasen, pasen -dijo, mientras se frotaba las palmas contra los pantalones-. Tomen asiento. Ah, esperen, permítanme despejar esa silla. Lamento que el lugar esté tan desordenado. He estado…

– Ocupado -terminó Lucas la frase.

Weber asintió, moviendo la cabeza de arriba abajo, como algunos perros de juguete.

– Ocupado, sí. Muy ocupado. Cuando Esus me dijo que…, bueno, pensé en salir corriendo, pero dijo que no debía hacerlo, que eso sólo empeoraría las cosas.

– Y tiene razón -convino Lucas.

– Siempre tiene razón. -Weber miró a su alrededor con nerviosismo-. Dijo que no estoy seguro aquí. Dijo que ustedes debían llevarme a un lugar seguro.

Lancé una rápida mirada a Lucas, tratando de captar su reacción, pero no manifestó ninguna.

– Así es -dijo Lucas-. Déjeme llamar a nuestro chófer.

Lucas dirigió la mano hacia el bolsillo de su chaqueta para sacar su teléfono móvil, con el propósito de llamar al equipo de captura. Era obvio que Weber no se sentiría cómodo hablando allí, de modo que no valía la pena intentarlo. Era mejor capturarlo directamente e interrogarlo después.

Lucas sólo había apretado el primer botón cuando se oyó el ruido agudo de un estampido, seguido de un golpe tremendo. Un bote de metal cayó en el suelo entre nosotros. Lucas se arrojó hacia adelante, agarrándome por los hombros y tirándonos así a ambos al suelo. El bote comenzó a echar humo.

– Cúbrete… -empezó a decir Lucas, pero el ruido de madera que se quebraba ahogó sus palabras.

Me giré y vi que la puerta delantera se abría de golpe y tres hombres vestidos de negro entraban en tropel. Los tres dirigieron a nosotros sus armas de fuego y luego desaparecieron mientras el humo llenaba la habitación.

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