El líder de la manada

Cuando Elena llamó, Jeremy le dijo que no se ocupara de traer comida. Savannah estaba empezando a inquietarse, de modo que él la iba a llevar a desayunar. Diez minutos después de que se hubieran ido, llegó Jaime.

– Dios mío, qué tranquilidad hay aquí -dijo mientras yo la hacía pasar a la habitación-. Yo pensaba que los lobos eran inquietos… -Vio a Lucas dormido en el sofá-. Perdonad.

Le hice una seña con la mano para que saliéramos al balcón, y luego cerré la puerta para que pudiésemos hablar tranquilas. Naturalmente, lo primero que quiso saber era lo que nos había ocurrido a nosotros. Mientras veníamos al hotel, Lucas y yo habíamos decidido que les diríamos a los demás sólo lo más básico de nuestra aventura, pero mantendríamos en secreto los detalles. A los espíritus se les prohíbe revelar detalles de su mundo, de modo que supusimos que de nosotros se esperaba lo mismo. Era mejor fingir que no recordábamos lo que había ocurrido, tal como habíamos hecho con Benicio.

– Y entonces, aquí estamos, otra vez de este lado. Escupidos por el mundo de los espíritus.

– Mi abuela solía contarme historias de cosas como ésas, portales que se abrían para que los vivos pasaran por ellos… o salieran los espíritus. Pero sobre este caso mantendré la boca cerrada. Si la gente supiera que habéis muerto y regresado… -Se inclinó sobre la barandilla de nuestro segundo piso-. ¿Oh, ésa es la niña que tienes bajo tu tutela? ¿Savannah?

Miré hacia abajo y asentí con la cabeza.

– Entonces ésos deben de ser los lobos -dijo Jaime.

Se inclinó un poco más para ver mejor. Elena y Clay se habían encontrado con Jeremy y Savannah en el aparcamiento o se habían encontrado en la calle, porque los cuatro estaban ahora juntos, cruzando la explanada. Jaime los miró con atención, con los labios curvados en esa linda sonrisa de la mujer que ve algo que realmente le complace…, casi siempre algo del sexo opuesto.

– Ese es Clayton -dije.

– ¡Ah! -dijo, apartando los ojos tras una última mirada llena de pesadumbre-. El que Cassandra trató de tirarse. Maldición, ni siquiera soy original, ¿no es cierto? -Contempló al cuarteto-. ¡Vaya! Habría supuesto que ella se habría inclinado a por el rubio. Se parece un poco a Aaron, y tengo la impresión de que éste es un ex de Cassandra que ella todavía no ha olvidado por completo.

Miré a Clay.

– No me había dado cuenta, pero creo que hay un cierto parecido. En los colores, por lo menos, tal vez en la constitución. Pero ése es Clayton. De modo que ¿a quién te…? -Seguí la dirección de su mirada-. ¿Tú te refieres a Jeremy?

Debería destacar que no cabe decir nada malo respecto de Jeremy Danvers. No era lo que se entiende convencionalmente por un buen mozo, pero sí lo suficientemente atractivo, más llamativo que guapo, de poco más de uno ochenta de alto, delgado, cabello negro, pómulos prominentes y un pequeño sesgo en sus ojos negros, que sugerían que en algún punto de su árbol genealógico había habido sangre asiática. Si me sorprendí, era porque la elección que había hecho Jaime era original. Póngase a Jeremy junto al rubio Clayton de ojos azules, y sería rara la mujer que advirtiera que Clayton no estaba solo. Para ser sincera, nunca me hubiera imaginado que Jaime fuera esa mujer.

– ¿Jeremy Danvers? -dijo Jaime-. ¿No es el, hmm, Líder…? ¡Oh, Dios! ¿Cómo es la palabra?

– Alfa. El lobo que manda una manada es el Alfa. Los hombres y mujeres lobos usan la misma terminología.

– Así que ese tipo, el de pelo oscuro, estamos hablando del de cabello oscuro, ¿verdad?

– El de cabello oscuro es Jeremy. Es el Alfa. El rubio es Clayton. Era el hijo adoptivo de Jeremy; ahora es la principal fuerza muscular de la Manada y el guardaespaldas autodesignado de Jeremy. Elena es la mujer, por supuesto. Es la compañera de Clay que actúa como representante de Jeremy fuera de la Manada. Clay y Elena son los lobos beta, aunque no creo que utilicen esa terminología.

– Ah, muy bien -dijo Jaime con la mirada otra vez clavada en Jeremy. -Suponía que diez minutos más tarde volvería a pedirme que le explicara las relaciones, pues no había escuchado ni una palabra de lo que le dije sobre Clayton y Elena-. ¿Así que él es el Líder? Yo creía que el Alfa sería algún viejo. No puede tener muchos años más que yo. -Inclinó la cabeza para ver mejor-. Mierda, no, podría ser más joven que yo. Pero no lo es, ¿verdad?

Dejó de mirar y se pasó las manos por la cara.

– ¡Ay! ¿Soy realmente yo o repentinamente canalicé el espíritu de una chiquilla de quince años totalmente enamorada? No me preguntes de dónde me ha venido todo eso. -Inhaló y exhaló-. Bueno, ya está todo mejor. De todos modos, ¿cuántos años tiene?

Sonreí.

– Demasiado viejo para alguien que no sale con hombres que le lleven más de diez años.

– Mentira. Quiero decir que es mentira que sea tan mayor, no que yo no vaya a…, no es una regla inquebrantable, de modo que si tuviera esa edad… Pero no la tiene. No puede ser.

– Los hombres lobos tienen una prolongada juventud. Tiene cincuenta y tres años, creo. Tal vez cincuenta y cuatro.

– No puede ser -dijo con un suspiro-. Maldición, a todos los demás les tocan poderes buenísimos, y a mí me persiguen los espíritus. No es justo. ¿Para qué demonios necesita un hombre lobo una fuente de la juventud?

– Por la misma razón que los vampiros cuentan con la regeneración -dije, abriendo la puerta del balcón e invitándola con la mano a que volviésemos a entrar-. Para los cazadores, todo está relacionado con la supervivencia. Una juventud prolongada significa fuerza prolongada, lo que a su vez significa que podrás defenderte durante más tiempo.

– Y mientras tanto tener un aspecto magnífico.

La puerta se abrió violentamente y ambas dimos un respingo. Savannah entró corriendo, adelantándose a Jeremy. Elena y Clay cerraban el paso.

Al ver a Jaime, Savannah se quedó de piedra.

– ¡Oh, Dios mío! Es…, eres tú. -Me miró con disgusto-. ¡No me dijiste que era ella!

– Jaime, te presento a Savannnah -dije-. Una admiradora.

– Oh, Dios…, no puedo creerlo. ¿Ves, Paige? Te dije que ella podía realmente tomar contacto con los muertos y tú dijiste… -Savannah pasó a la desagradable imitación que todos los adolescentes usan para representar a los adultos-: «Sólo un nigromante puede entrar en contacto con los muertos, Savannah». Bueno, ¡aja! Ella es una nigromante. ¡Esto es fantástico! Eres la mejor, Jai. Veo El show de Keni Bales todos los meses…, bueno no siempre puedo verlo, porque casi siempre estoy en la escuela a esa hora, pero lo grabo.

Jaime casi resplandecía, lanzándole rápidas miradas a Jeremy para ver qué impresión le estaba produciendo este despliegue de adoración.

Savannah continuó:

– Vi tu show el mes pasado…, ¡guau! ¿Qué te ha pasado en la cara? -Mientras las manos de Jaime volaron a taparse los arañazos que tenía en la mejilla, Savannah la observó de cerca-. No tienes buena cara. Bueno, no como se te ve en la televisión. ¿Estás enferma?

Agarré a Savannah del brazo y la aparté.

– Todavía le estamos enseñando buenos modales. Normalmente, la mantenemos encerrada en una habitación en el desván, pero hoy se nos ha escapado.

– Muy gracioso, Paige. Yo sólo quería decir…

– A Jaime la ha estado persiguiendo un espíritu de manera atroz, ha sido su recompensa por ayudarnos. Pasemos ahora a las presentaciones formales. Jaime, Jeremy Danvers. Jeremy, Jaime Vegas.

Cuando Jeremy le estrechó la mano a Jaime, su rostro no reveló nada más que un vislumbre de amable interés, lo cual no era de extrañar, dado que, comparado con Jeremy, Lucas puede parecer super emotivo. Advertí la desilusión en el rostro de Jaime. Savannah, pensando obviamente que Jeremy no estaba lo bastante impresionado, se deslizó y se puso junto a ella.

– Jaime sale en la televisión -dijo Savannah.

– ¿La televisión? -repitió Jeremy.

Elena se colocó a su lado, sonriendo.

– Sí, la tele. Una caja pequeña, bonitas imágenes que se mueven… -Fingió un susurro teatral ante Jaime, diciendo-: Es muy viejo. No está todavía acostumbrado a la revolución industrial. -Alargó una mano-. Soy Elena. -Miró a su alrededor-. Y el maleducado que acaba de pasar por delante sin decir «hola» es Clayton.

Hizo una pausa, esperando que Clayton ofreciera un demorado saludo, pero él continuó dirigiéndose hacia el sofá, donde Lucas estaba despertándose poco a poco. Le dio a Lucas su café, se sentó junto a él y le pasó las gafas, que estaban en la mesa contigua.

– Disculpa -murmuró Elena-. No se lo tengas en cuenta. Por favor. ¿Sabes?, leí un artículo sobre ti hace unos meses, en ese momento pensé que era muy interesante. Luego, cuando Paige me contó con quién estaba trabajando, el nombre me sonó familiar, de modo que hice una búsqueda en el ordenador y me di cuenta de que eras la persona sobre la que había leído.

¿Tú también sabías quién era, y no me lo dijiste? -protestó Savannah disgustada.

– Edward se ha subido a un coche -anunció Clay desde el otro extremo de la habitación.

Durante un momento, todos permanecimos en silencio, tratando de hacer encajar este enunciado en la conversación que manteníamos, para darnos cuenta finalmente de que no encajaba y de que no se suponía que encajara.

– Sí, sí -dijo Elena-. Pasaremos a eso en un segundo. No seas tan impaciente.

Nos reunimos todos en la sala. Lucas estaba todavía luchando contra sus bostezos, pero logró dirigirme una sonrisa cansada y se corrió hacia un lado para que me sentara junto a él. Clay permaneció sentado al otro lado y Elena se acomodó en el brazo del sofá junto a él, dejándole el sillón a Jeremy. Jaime y Savannah se trajeron sillas de la mesa del comedor.

– ¿Así que Edward se ha subido a un coche? -dije-. No podemos seguirlo, en ese caso, supongo. Maldición.

– ¿Estaba en el aparcamiento? -preguntó Lucas.

Clay negó con la cabeza.

– En la calle, frente a su hotel.

– ¿Os habéis fijado en si había una parada de autobús cerca? -preguntó Lucas.

– Ah, muy bien -dijo Elena-. No. Ninguna parada, y tampoco estaba permitido el estacionamiento en la calle. De modo que debe de haber tomado un taxi. ¿Eso ayuda?

– Podría ayudar -respondió Lucas-. Tengo un contacto en una de las compañías de taxis, y por lo general él puede obtener información de las otras también, mediando un pequeño pago. Voy a llamarlo.

Cuando Lucas pasó a la habitación siguiente, me volví a Jaime.

– ¿Cómo te ha ido a ti desde que nosotros nos fuimos? ¿Se ha hecho notar Natasha?

Jaime sacudió la cabeza.

– Se ha ido. Desapareció, probablemente en el mismo momento en que abrió el portal. Misión cumplida, supongo.

– Puede ser, pero algo le ocurrió cuando abrió el portal, y a juzgar por la expresión que tenía su rostro, no era nada bueno. Tal vez no te esté visitando porque no puede. Alguien la ha encerrado, o…

Reapareció Lucas. Observé su expresión.

– Malas noticias, ¿no?

– Edward llamó a un taxi, uno de la compañía de Peter, lo que facilitó las cosas. Lamentablemente pidió que lo dejaran en Little Haiti, en el mercado caribeño, cosa que no nos ayuda en modo alguno. -Se sentó en el diván-. ¿Qué se sabe de ese ritual del portal, Jaime? ¿Has tenido suerte en tus intentos?

– Sí-respondió Jaime-. Encontré exactamente lo que estaba buscando. Pero primero, una advertencia. Ignoro si llegará a funcionar. Como le he dicho a Paige, no se hacen agujeros en el mundo de los espíritus todos los días. Los portales, y cómo reabrirlos, forman parte de la mitología de la nigromancia. Sabía que había leído algo sobre eso hace unos años, revisando los libros de mi abuela. Pero tuve dificultades para encontrar a otro nigromante que conociera los detalles.

– ¿Tienes los libros en tu casa? -pregunté-. Si fuera necesario, podríamos mandar a alguien de la Camarilla para que nos los trajese. Y así no tendríamos que fiarnos de información de segunda mano.

– Yo… no tengo los libros -dijo Jaime, mientras su mirada se desplazaba por el suelo-. Cuando me fui de casa, hace tiempo, no me los llevé, y mi madre los tiró.

– No importa -dije-. No los necesitamos. Otros te proporcionaron la información, así que no pasa nada. ¿Qué te dijeron?

– Bueno, los primeros tres nigromantes con los que hablé no tenían ni idea de lo que yo les estaba diciendo. Luego me encontré con dos que sí sabían del tema, y trataron de decirme que cualquier nigromante puede abrir el portal, sin que se requieran instrumentos especiales. Pero yo sabía que eso no era así. Los libros de mi abuela eran los mejores que existían, lo verdadero, no la basura que anda por aquí hoy en día. -Un chispazo de tristeza le cruzó por los ojos. Movió la cabeza para apartárselo-. De cualquier manera, yo sabía que reabrir un portal exigía un sacrificio humano de cierta clase, de modo que seguí averiguando y finalmente encontré a alguien que había leído el mismo libro que tenía mi abuela. Necesitamos…

Alguien llamó a la puerta. Todos levantamos la vista. Elena abrió las ventanas de la nariz y se inclinó a susurrarle algo a Clay.

– Maldición -dijo él en voz baja-. Sigue hablando, Jaime. Sólo es Cassandra. Que espere, eternamente, con un poco de suerte.

– Te he oído, Clayton -dijo Cassandra mientras entraba.

– ¿Quién se ha olvidado de cerrar la puerta con llave? -preguntó Clay.

– Tú fuiste el último que entró -murmuró Elena.

– Maldición.

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