Escala siguiente: Cincinnati, Ohio. Utilizando los alias conocidos de Edward y Natasha, que Aaron nos había proporcionado, Lucas había encontrado dos direcciones de dos vampiros en el área de Cincinnati. Allí, esperábamos encontrar o más pruebas o alguna pista sobre su paradero en aquel momento. Aaron se ofreció a acompañarnos, y Cassandra ya se había incorporado a la búsqueda, de modo que íbamos los cuatro, lo cual parecía una propuesta costosa…, hasta que Lucas nos condujo a la pista privada del aeropuerto Lakefront.
– Me preguntaba cómo habíais llegado vosotros dos a Nueva Orleans tan rápido -dije mientras nos acercábamos al jet de los Cortez.
Lucas evitó mi mirada y cambió de hombro nuestras bolsas.
– Sí, bueno, después de hablar contigo, mi padre me llamó, y cuando le dije que estábamos tras una pista, me ofreció que usásemos el jet. Me pareció una idea acertada, pues nos permitiría eludir los horarios y las restricciones del vuelo comercial. -Volvió a cambiar de hombro las bolsas-. Tal vez tendría que haber…
– Hiciste lo correcto -dije-. Cuanto más rápido nos movamos, tanto mejor.
– No veo la razón de tanto alboroto -dijo Cassandra, mientras el personal de vuelo se afanaba en bajar la rampa de embarque-. Todo ese asunto de negarte a entrar en tu propia Camarilla no tiene ningún sentido, si quieres saber mi opinión…
– Estoy completamente seguro de que no le interesa, Cass -dijo Aaron.
– Bueno, solamente iba a decir que…
Con oportunidad impecable, el piloto llamó a Lucas para hablar con él sobre los detalles de vuelo de última hora. Un miembro de la tripulación cogió nuestras bolsas, y enseguida la azafata nos condujo a nuestros asientos. Para cuando Lucas volvió, el avión estaba ya rodando por la pista. La azafata lo siguió, tomó nota de lo que queríamos beber y se puso a charlar brevemente con Lucas mientras el avión despegaba. Si creen ustedes que todo esto distrajo a Cassandra de su intención de dar a conocer su opinión sobre la situación de Lucas, es que no conocen a Cassandra.
– Como iba diciendo -dijo Cassandra después de que la azafata nos sirviera las bebidas-. Realmente no logro entender toda esa rebelión tuya…
– Cass, por favor -dijo Aaron.
– No, no importa -medió Lucas-. Continúa, Cassandra.
– A mí me parece que si te planteas seriamente la reforma de la Camarilla, la mejor posición posible desde la cual producir ese cambio es estando dentro de la organización misma.
– Ah, la estrategia de Michael Corleone -intervine yo.
Aaron sonrió.
– Eh, no había pensado en eso.
Se encendieron las luces, lo que significaba que podíamos quitarnos los cinturones de seguridad. Tras quitarse el suyo, Aaron se puso de pie y se quitó la chaqueta. Debajo, llevaba una camiseta con las mangas recortadas. Bueno, no todo el mundo puede exhibir el look de la camiseta con mangas recortadas, pero Aaron…, bueno, Aaron sí podía. Y el espectáculo distrajo temporalmente a Cassandra de su argumentación. Cuando Aaron alargó el brazo para colgar su chaqueta, la mirada de Cassandra se deslizó por sus musculosos brazos, y fue a detenerse en la espalda. Por un momento, la expresión que reflejaban sus ojos fue más de melancolía que de lujuria. Luego apartó la mirada con un brusco movimiento de la cabeza.
– ¿Michael Corleone? -preguntó, volviendo a insistir en su tema-. ¿Lo conozco?
– De las películas de El Padrino -contestó Aaron mientras volvía a sentarse-. Su padre era un capo de mafia. No quería tener nada que ver con los negocios de la familia, pero finalmente decidió hacerse cargo y transformarlos en un negocio legal. Luego, se convirtió exactamente en aquello contra lo que se había revelado.
– ¿Eso es lo que temes? -le preguntó Cassandra a Lucas.
– No, pero la premisa básica sigue teniendo validez. Un hombre no puede reformar una institución, y menos cuando todos los que trabajan para ella están satisfechos con el statu quo. Me enfrentaría con tal oposición que mi autoridad se vería totalmente socavada y, si yo continuara, la junta de directores ordenaría que me asesinaran.
– De modo que entonces tú luchas contra ciertas acciones individuales de injusticia desde fuera de la organización. -Cassandra tomó un sorbo de su café y luego movió afirmativamente su cabeza-. Sí, supongo que tiene sentido.
– Y estoy seguro de que él no cabe en sí de satisfacción al oír que su vida cuenta con tu aprobación -dijo Aaron.
Lo miró con enojo.
– Lo único que pretendía era clarificar las cosas para mí misma.
– Muy bien, ¿pero por qué tienes que estar siempre tan en contra de todo? Tú no haces preguntas, Cass. Las lanzas como granadas.
– Aaron -interrumpí-. Dijiste que tenías dos direcciones. Una en la ciudad y otra en las afueras. ¿Son una dirección antigua y otra actual?
– No estoy seguro -respondió Aaron-. Corresponden a alias diferentes, un alias viejo y otro actual. Según Josie…
– ¿Josie? -interrumpió Cassandra-. ¿Tu fuente es Josie? Oh, venga ya, Aaron. Esa mujer en lugar de cerebro tiene avena cocida. Ella…
– Yo no me acuesto con ella.
– No se trata de… -Cassandra echó una mirada de disgusto por toda la cabina-. ¿Dónde está esa chica? ¿Qué pasa? ¿Sirve el café y desaparece hasta que termina el vuelo? La taza de Paige está casi vacía.
– No importa, Cassandra -dije-. Pero gracias por pensar en mí.
– Si quieres algo, simplemente presiona el botón que está junto a tu codo -dijo Lucas-. Lo que pasa es que le he pedido a Annette que se quede delante para que podamos hablar con mayor libertad. Bueno, volvamos a esas dos direcciones. La rural corresponde a un alias más viejo, pero tendríamos que verificar ambos lugares. No nos va a llevar mucho tiempo.
– Lo haríamos aún más rápido si nos separamos -dijo Aaron-. Lucas y yo vamos a uno de los lugares, y las señoras vais al otro. De ese modo, los dos grupos cuentan con un lanzador de hechizos para forzar la entrada, y un vampiro para investigar sin que nadie lo advierta.
– Buena idea -dije-. Nosotras nos quedamos con la dirección rural, y dejaremos la de la ciudad a Lucas, por si tiene que hacer algo más que mirar por la ventana. Él es el profesional en forzar la entrada, no yo.
Cassandra arqueó las cejas.
– ¿Y lo reconoces? Es la primera vez. Realmente estás creciendo, ¿a que sí?
– ¿Cassandra? -dijo Aaron-. Cállate.
– ¿Qué? La estaba alabando…
– No, no la alabes, por favor. -Aaron me miró y se dirigió a mí-. Ojalá pudiera decir que Cassandra no ha sido siempre así, pero mentiría. Siempre ha sido así. Pero, bueno…, después de unas cuantas décadas, uno se acostumbra.
– ¿Uno se acostumbra a qué? -preguntó Cassandra.
– Bueno -dijo Aaron-. ¿Os gusta vivir en Portland?
Cassandra y yo nos hallábamos en el arcén de un camino rural, con nuestro coche alquilado aparcado detrás de nosotras. Entre los tupidos matorrales y los descarnados esqueletos de árboles secos, se divisaba una pequeña cabaña que tenía el aspecto de haber sido construida en una época anterior al agua corriente.
– Ah, ¿una casita de campo para las vacaciones? -dije, verificando la dirección que Aaron había garabateado en mi libreta-. A lo mejor les gustaba más la vida anterior a la electricidad.
– Esto es ridículo -dijo Cassandra-. Te lo advertí, Paige. Aaron es demasiado confiado. No quiere creer nada negativo de nadie, pero esa Josie es, sin excepción, la mujer vampiro más estúpida que ha pisado la tierra. Es probable que haya dado los nombres de algunos ex novios en lugar de los alias de Edward. Ella…
Mi teléfono móvil sonó. Por suerte.
– Soy Aaron -dijo cuando respondí-. Estamos delante de la casa. Lucas la está recorriendo en este momento, pero he hablado con la señora de al lado y me ha dado una descripción exacta de Edward y Natasha. Dice que en los últimos tiempos han estado muy poco, y que hace algunos meses que no ve a Natasha, pero que Edward aparece de vez en cuando.
– ¿Queréis que vayamos y os ayudemos a buscar?
– Si podéis… Cuatro pares de ojos ven mejor que dos. Si Cassandra protesta, dile que puede esperar en un café. Eso la calmará. Odia perderse algo.
Corté y trasmití a Cassandra el mensaje de Aaron.
– ¿Así que ésta no es la casa que debíamos investigar? -preguntó-. Qué sorpresa.
Se dirigió hacia el coche. Me quedé donde estaba, observando la cabaña a través de los árboles.
– Espera -le dije a Cassandra-. Primero quiero examinar este lugar.
Me dirigí hacia la cabaña. Cassandra emitió un suspiro lo suficientemente fuerte como para que pudiera oírse desde el camino, pero, un momento después, sin que se oyera más que el leve murmullo de la alta hierba, la tenía a mi lado.
– Aquí lo único que vas a encontrar es la enfermedad de Lyme -dijo-. No es la casa de un vampiro, Paige. No lo ha sido nunca. Es demasiado pequeña, demasiado apartada de la ciudad.
– Puede que ahí esté la cosa -dije-. Los que buscan la inmortalidad son famosos por su paranoia en materia de seguridad. Necesitan un lugar donde llevar a cabo sus experimentos. ¿Por qué no aquí?
– Porque es una pocilga. Y, además, no es segura.
– ¿Qué daño puede hacernos echar una vistazo? -pregunté-. Posiblemente no tiene más de cincuenta metros cuadrados.
Cassandra suspiró, pasó delante de mí y marchó hacia la cabaña.
Pregúntesele a la gente qué es lo que más teme en la vida y, si responden con sinceridad, dirán: «Que se termine». La muerte. El gran signo de interrogación. ¿Es de extrañar, entonces, que se haya buscado la inmortalidad con un ahínco que sobrepasa la búsqueda de la riqueza, del sexo, de la fama, o de la satisfacción de cualquier otro deseo material?
Podría pensarse que los sobrenaturales no caerían en esta trampa. Después de todo, sabemos lo que sobreviene después. Bueno, reconozcámoslo, no lo sabemos exactamente. Los espíritus no nos dicen nunca qué es lo que hay del otro lado. Una de las primeras lecciones que aprenden los aprendices de nigromancia es «No hagas preguntas sobre la vida después de la muerte». Si insisten en hacerlo, llegará un momento en que no puedan ponerse en contacto con los muertos de ninguna manera, como si estuvieran en una especie de lista negra del mundo de los espíritus. De modo que no sabemos exactamente lo que ocurre después, pero por lo menos sabemos esto: vamos a alguna parte, y el lugar no es tan malo.
Pero aunque sepamos que la vida que nos espera más allá de la muerte no está mal, eso no quiere decir que tengamos prisa por llegar a ella. El mundo que conocemos, las personas que conocemos, la vida que conocemos, está aquí, en la tierra. Cuando tenemos que enfrentarnos a la muerte, pateamos y gritamos como cualquier otro. Puede que más. El mundo de los sobrenaturales está lleno de perseguidores de la inmortalidad. ¿Por qué? Quizás porque sabemos, por nuestra propia existencia, que las cosas mágicas son posibles. Si una persona puede transformarse en un lobo, ¿por qué no se va a poder vivir eternamente? Los vampiros viven siglos, lo cual parece ser una prueba de que la semiinmortalidad no es una ilusión. Entonces, ¿por qué no convertirse en vampiro? Bueno, sin entrar demasiado en la naturaleza del vampirismo, digamos, sencillamente, que hacerlo es en extremo difícil, aún más difícil que convertirse en un hombre lobo o una mujer loba. A la mayoría de los sobrenaturales hallar el Santo Grial de la inmortalidad les parece más plausible que convertirse en un vampiro. Y el perseguidor de la inmortalidad no tiene más que mirar a su alrededor para saber que ser un vampiro no cura la sed de vida eterna. En todo caso, la agudiza.
Siempre he supuesto que los vampiros eran tan ardientes buscadores de la inmortalidad porque, tras haber gustado de ella en cierto grado, no pueden evitar desearla en su totalidad. Ahora, después de que Jaime me dijera que nunca había oído que un nigromante estableciera contacto con un vampiro muerto, empecé a preguntarme cuántos vampiros sabrían que no hay pruebas de que exista vida de ultratumba para los vampiros. Nunca creí que la inmortalidad pudiera tener un atractivo tan grande, pero si había que elegir entre ella y la aniquilación, yo, por mi parte, optaría sin duda por la vida eterna.
Bueno -dijo Cassandra, de pie ante la entrada de la cabaña-. Creo que podemos decir con seguridad que aquí no hay ningún laboratorio secreto.
Pasé por delante de ella. Dentro, la cabaña parecía aún más pequeña que por fuera, pues era tan sólo una única habitación de no más de treinta metros cuadrados. La puerta había sido asegurada con una cerradura lo bastante buena como para requerir el más fuerte de mis hechizos de apertura, y no había ventana, lo cual acrecentó mis esperanzas de que hubiera algo interesante oculto en ella. Aunque, por lo que podía ver, la cerradura tenía el único propósito de impedir que entrasen adolescentes buscando un lugar donde celebrar una fiesta. No había a la vista nada que justificara un robo.
La cabaña parecía estar en uso, tal vez como retiro para un artista o un escritor, alguien que necesitara para trabajar un lugar ajeno a toda distracción. Y ya lo creo que era ajeno a toda distracción. Los únicos muebles que había eran un pupitre de madera, un sofá cama desplegable, una estantería para libros y una mesa de centro. El pupitre estaba vacío, y la estantería tenía sólo algunos textos de referencia baratos.
Observé el contenido de la estantería, y luego revisé la pared que estaba detrás del mueble.
– Por favor, no me digas que estás buscando un pasadizo secreto -dijo Cassandra. Pasé al sofá, agarré uno de sus extremos y tiré, pero era tan pesado como la mayoría de los sofás cama.
– ¿Te importaría…? -pregunté, señalando el otro extremo-. Por favor.
– No puedo creer que lo digas en serio.
– Cassandra, por favor. Dame el gusto. Sabes que no me iré hasta que mueva este sofá. De modo que, a menos que quieras que nos quedemos aquí un buen rato…
Agarró del otro extremo y tiró. Lo movimos hacia delante lo suficiente como para que yo pudiese enrollar la alfombra y ver lo que había debajo.
– Siempre he dicho que eras una mujer práctica, Paige. Cuando alguien en el Consejo cuestionaba tus ideas, yo decía «Paige es una chica práctica. No es dada a los vuelos de la fantasía».
– Ajá -dije, levantando la alfombra-. No recuerdo haber oído eso.
– Bueno, no estarías allí. La cuestión es que siempre he reconocido tu sentido común. Y ahora, aquí estás, buscando una habitación secreta…
El suelo que estaba bajo la alfombra era una especie de tablero de ajedrez de paneles de madera, cada uno de los cuales era un cuadrado de aproximadamente treinta centímetros de largo. El espacio que había entre los paneles era aproximadamente de medio centímetro, pero uno de los surcos parecía algo más ancho. Pasé los dedos por él.
Cassandra continuó.
– Si Edward y Natasha se dedicaron a la alquimia, cosa que dudo, habrían alquilado en la ciudad un buen local para sus experimentos. No andarían cavando habitaciones secretas bajo una cabaña destartalada…
Las yemas de mis dedos apretaron un resorte y la puerta se abrió. Traté de ver en la oscuridad de allí abajo.
– Extraño lugar para una despensa, ¿no te parece?
Lancé un hechizo de iluminación, y envié abajo la bola de luz. A lo largo de una de las paredes había una escalera. Cuando me disponía a poner un pie en el primer escalón, Cassandra me agarró del hombro.
– No eres invulnerable, Paige. Yo sí. Puede haber una trampa. Yo bajaré primero.
Yo sospechaba que su ofrecimiento tenía más que ver con la curiosidad que con su preocupación por mí, pero retrocedí y la dejé pasar.