La mascarada

Los organizadores del baile de beneficencia habían elegido una mascarada por la fecha del evento: la noche anterior a Halloween. Quienes habían organizado la fiesta, sin embargo, habían evitado la típica fiesta de Halloween y optado por algo más extravagante, acentuando más bien lo fantástico que lo aterrador. El salón de baile estaba rodeado de maniquíes que llevaban vestimentas increíblemente elaboradas y que representaban personajes de la ficción infantil, desde la Reina de Corazones al Gato con Botas y la Princesa de los Cisnes. Guardaban la puerta dragones de papel cuyas cabezas se inclinaban y se movían de un lado a otro, movidas por una brisa invisible. Las mesas del bufet representaban alfombras mágicas voladoras, de modo que los alimentos que estaban sobre ellas reproducían los dibujos de los tapices. El ponche fluía de la boca de un fénix esculpido en hielo e iluminado desde atrás con un pequeño fuego que iba fundiendo al pájaro, para que uno nuevo surgiera del cuenco que había debajo. Era un glorioso himno a la alegría, a todo lo mágico, y yo habría disfrutado enormemente… si no hubiese tenido que dedicar cada minuto a preocuparme por cierto vampiro asesino. Las criaturas mágicas hacen maravillosas esculturas de hielo, pero también enemigos mucho menos encantadores.

La mayoría de las personas lucían unas vestimentas aún más indescriptibles que la mía -vestidos y trajes de todos los colores del arco iris, complicadas confecciones de cuerpo entero y admirables máscaras- que no los transformaban en ningún personaje o criatura reconocible. Pero tenían un aspecto estupendo, y eso era, supongo, su objetivo.

Como Lucas, Benicio había optado por el sencillo esmoquin negro. Pero su máscara no tenía absolutamente nada de sencillo: era un complicado rostro de demonio, rojo y pintado a mano, que lo cubría hasta el labio superior, dejando descubiertos solamente la boca y la barbilla. Era espléndida la máscara, e irónicamente inteligente la metáfora del demonio/CEO, aunque no se correspondía con el estilo habitual de Benicio, siempre discreto. Tras una impresión momentánea de sorpresa, Lucas y yo estuvimos de acuerdo en que el disfraz era bueno, pensando en el papel que debía cumplir Benicio esa noche. Entre el simple esmoquin negro y la brillante máscara roja, eran muy pocas las posibilidades de que se nos perdiera en medio de la multitud esa noche. No sería fácil perderlo de vista.

De la familia Cortez, los únicos otros miembros presentes eran William y su esposa. No sabía cómo se llamaba la esposa de William, porque nunca me la habían presentado. Desde el momento en que llegamos, a William le pareció conveniente hallarse siempre en otra parte y tener consigo a su esposa, de modo que sólo sé que era baja, regordeta e hispana.

En cuanto a la esposa de Benicio, Delores, al parecer nuestra invitación anuló la suya. Delores tenía prohibido asistir a toda función en la que Lucas pudiera estar presente. Supongo que el asunto funcionó bien, y que esa mañana se le había informado que no podía asistir al acontecimiento de la temporada. Según Lucas, el matrimonio de Benicio y Delores se había transformado desde hacía mucho tiempo en una formalidad. Cada uno de ellos vivía en su casa y sólo aparecían juntos en acontecimientos públicos. Y si me hubiese sentido apenada por el hecho de que Delores no pudiese asistir a la gala de caridad, sólo habría tenido que recordarme que Benicio había establecido la regla de que no podían compartirse los acontecimientos hacía ocho años, cuando Delores trató de envenenar a Lucas durante su cena de graduación de la escuela secundaria.

Hablando de desearle la muerte a Lucas, el mayor de los hijos de los Cortez, Héctor, se había visto retenido en Nueva York y se suponía que no podría llegar para el acontecimiento de esa noche. Una pena, realmente. Yo sabía que algún día tendría que enfrentarme con Héctor pero, en este caso, no se aplicaba lo de cuanto antes, mejor. Ya tenía bastante de qué preocuparme sin necesidad de que se añadiera eso también.

Una cosa por la que no tuvimos que preocuparnos fue que Benicio se alejara de nuestra vista. Tal como yo esperaba tampoco él permitía que Lucas se alejara de la suya. Durante la primera media hora nos escoltó por toda la habitación, para presentarnos a todos los políticos y hombres de negocios que desempeñaban los papeles más importantes dentro del Estado. Sé que debería haberme sentido impresionada, pero no podía dejar de pensar que estaba en la misma habitación en que se encontraban, muy posiblemente, todas las personas que habían sido responsables de la confusión electoral en Florida y la subsiguiente elección de George W. Bush, y por lo tanto, de un modo u otro, me fue imposible experimentar un adecuado sentimiento de admiración.

Mientras Benicio nos conducía por la habitación, yo observaba de vez en cuando a Lucas, sabiendo cuan odioso debía resultarle. Si se le hubiese dado a elegir entre volver a enfrentarse a un vampiro que enarbolaba una pistola y asistir a un baile de beneficencia con su padre, sospecho que hubiera elegido la casi segura sentencia de muerte. Después de haber sido presentado unas cincuenta veces como el futuro CEO de la Corporación Cortez, debía de estar probablemente insultándome por haberlo traído de vuelta del mundo de los espíritus. No obstante, nunca lo dejó ver. En cambio, lo único que hizo fue desviar con una sonrisa y un hábil cambio de tema las preguntas sobre su futuro. Finalmente, cuando las constantes presentaciones amenazaban ya con hacernos bostezar a ambos, Lucas se disculpó y pidió autorización para llevarme a la pista de baile.

– Pensé que no sabías bailar -murmuré mientras me llevaba a reunirme con las otras parejas.

– No sé. -Un esbozo de sonrisa-. Pero puedo fingirlo durante algunos minutos.

Me llevó a donde pudiésemos ver a Benicio por un lado y por el otro ser vistos fácilmente por cualquiera que observara la pista de baile.

– Parece que también estás aprendiendo los pasos de otro baile-dije.

– ¿Humm?

– Con tu padre. He observado lo que hacías. Él te presenta como su heredero, tú no dices nada. No lo niegas, pero tampoco dices nada que pueda confirmarlo.

– Creo que me he dado cuenta de que cuanto más protesto tanto más presiona él en ese sentido.

– Si bien eso puede no desgastar tu firme resolución, te desgasta a ti.

Lucas me atrajo más hacia él y me rozó la frente con sus labios.

– Sí, ya me he dado cuenta. Contigo aquí, me he estado viendo a través de tus ojos, imaginando cómo debes de percibirlo, y no me he sentido demasiado complacido con la imagen que he visto reflejada.

– Bueno, la imagen que veo es muy buena. Siempre lo ha sido.

Dejó escapar una risa leve.

– Me alegra oírlo. Pero no puedo continuar de esta manera, huyendo siempre, evitarlo, esperando que me deje tranquilo. No lo hará. Soy su hijo. Quiere cierto tipo de relación conmigo, y creo que yo también la quiero. Es preciso que aprenda a manejarme con él en sus términos, porque no va a cambiar. Sí, si me asocio con mi padre, algunas personas lo tomarán como un signo de que me he rendido. Pero no voy a vivir preocupándome por eso. Yo sé que no voy a asumir la dirección de la Camarilla. Y si tú también lo sabes, eso es todo lo que importa. Lo cual me lleva a otro tema que es preciso resolver. Con respecto a ti. O, mejor dicho, con respecto a nosotros.

– Espero que sea siguiendo la misma línea -dije-. Manteniéndose firme en vez de huir.

– Hace cuatro meses que estoy decidido a ese respecto. Desde que apareció la primera muestra de interés por tu parte, supe que no iba a llegar a nada sin pelear. -Se detuvo y frunció las cejas, mientras sus ojos recorrían la pequeña multitud.

– Está hablando con dos mujeres cerca del bar -dije-. No puedo confundir esa máscara.

– Ah, sí, ya lo veo. Ahora, ¿qué decía…? La resolución. Está relacionada con tu participación en mis investigaciones.

– No me quieres ahí. Comprendo que…

Me puso el índice en los labios.

– No, mi resolución es asegurarme de que esta conversación se lleve a cabo hasta su fin, de modo que deja que diga lo que quiero decir sin retroceder por miedo de asustarte con una proposición que pueda chocar con tu necesidad de independencia.

– Ajá. Dilo de nuevo, por favor…, traducido.

Se inclinó hasta pegar la boca a mi oído.

– Me agradaría… No, me encantaría que fueras mi socia, Paige. En mi trabajo, en mi vida, en todo. Sé que tienes tus propias aspiraciones, y si no quieres compartir mi vida de un modo tan completo, lo comprendo. Pero si quieres hacerlo, me agradaría muchísimo que desempeñaras en mis investigaciones un papel tan grande como el que quieras desempeñar.

Le sonreí.

– Puede ser que lamentes haber dicho lo que acabas de decir.

– No, no creo que ocurra. ¿Es eso un «Sí»?

– Es un «Tenemos que hablar de esto con detenimiento, pero ciertamente estoy interesada».

Sonrió entonces con una sonrisa tan amplia que Benicio concentró su mirada en nosotros desde el otro lado de la habitación.

Lucas advirtió la reacción de su padre y rió en voz baja.

– Probablemente está pensando que acabo de declararme.

Traté de echarle una mirada a Benicio, pero otra pareja se interpuso, y no me dejó verlo.

– Sería mejor que fuéramos a aclararle las cosas -dije-. Antes de que le dé un infarto.

– No, parece muy complacido -dijo Lucas-. Creo que se va a desilusionar cuando sepa que no me he declarado. Para eso tendrá que esperar. Sé que no debo apresurar mi suerte. Voy a aguardar un poco más antes de tirarme a la piscina. -Su sonrisa se hizo más amplia-. Una semana, por lo menos.

Reí, pero antes de que pudiera responder, Lucas miró su reloj.

– Hablando de tiempo, se nos ha hecho tarde para nuestro encuentro con los otros. Deberíamos ir…

– Voy yo. Tu padre no te quita la vista de encima esta noche. No te preocupes, tendré cuidado.

– Entonces iré a buscar un par de copas de champán para cuando regreses.

Nos separamos y me alejé de la pista de baile.


* * *

Encontré a Jaime sola en el punto de encuentro que habíamos convenido, un rincón que estaba entre la cocina y el vestíbulo de los baños.

– Lamento haber llegado tarde -dije-. ¿Los otros se han cansado de esperarme?

– Estaban más preocupados que impacientes -dijo-. A Elena no le agradó que estuviésemos todos aquí sin hacer nada y donde no podemos ver lo que ocurre, de modo que me designé a mí misma para este trabajo. Por otro lado, tampoco puedo hacer mucho más. Si trato de seguir por dónde andan, no hago más que estorbarlos. He tenido exploradores, pero yo nunca desarrollé esa capacidad, y ellos, los cuatro, son profesionales.

– Cazadores.

La recorrió un escalofrío.

– Sí, bueno, trato de no pensar mucho en eso. Los hombres lobos, eh, sólo cazan animales, ¿verdad? ¿De los de cuatro patas?

– Los lobos de Manada, sí. Con otros hombres y mujeres lobos… corres un riesgo.

– Ajá. Bueno, no tengo nada que informar. Ningún indicio sobre Edward. Ni tampoco sobre Natasha. Me parece que no los volveremos a ver. Y una cosa me lleva a la otra. No he hecho nada útil aquí, Paige. Si crees que puedo ayudar en algo, me quedo, pero si no…

– Si quieres irte, no hay ningún inconveniente.

– No, no. Bueno, sí, quiero irme, pero por una razón. Me parece que podría ser más útil si sigo investigando ese ritual, llamo a algunas otras personas, veo si he omitido algo. Podría volver a la habitación del hotel con Jeremy y Savannah, a hacer mis llamadas, y ayudarles a manejar el centro de control.

– ¿Manejar el centro de control, hmm? -dije con una sonrisa.

– Sí, parece un buen plan.

– Vete.

– No quise decir eso -dijo ruborizándose-. En serio, creo que yo sería más útil siguiendo esa pista, ¿no crees? Bueno, el centro de control tal vez no necesite más personal. Tal vez debería hacer las llamadas desde nuestro hotel en cambio…

– No, ve y quédate con Jeremy. Es más seguro y entre los dos puede que se os ocurran otras ideas. Él puede no saber mucho sobre el ritual nigromántico, pero es un hombre inteligente y es muy fácil hablar con él.

– Así es, ¿no? Quiero decir, tratándose de un hombre lobo, y de un hombre lobo Alfa además, uno esperaría que fuera pretencioso, con ínfulas de todopoderoso, más músculo que cerebro, pero no es así y da la impresión de ser tan… -Se tapó la cara con las manos mientras emitía un quejido-. ¡Ay, Dios mío! Ya soy demasiado mayor para estas tonterías. -Me miró de soslayo-. Falta de sueño. Es falta de sueño… y trauma emocional. Esa mujer vampiro fantasma me ha traumatizado, y no razono con claridad.

– Exactamente.

– Bueno. Entonces, voy a ir directamente y haré esas llamadas. Si Jeremy puede ayudarme, fantástico, pero en caso contrario, sencillamente me dedicaré a mis cosas, y él puede hacerle compañía a Savannah. Es buenísimo con Savannah, ¿verdad? Otros le dirían que se fuese a su habitación y se pondrían a jugar con un vídeo o a ver la televisión, pero él le presta atención y… -Tragó aire y exhaló-. Bien. Listo. Me voy ya. Si me necesitas, me voy derecha al hotel. -Hizo una pausa-. Bueno, después de pasar por la habitación de mi hotel para darme una ducha rápida; creo que antes de salir me puse una laca para el pelo y estoy toda pegajosa. De modo que me voy a dar una ducha, cambiarme la ropa y entonces me voy para vuestro hotel.

– Entiendo -dije mordiéndome la mejilla para no sonreír.

– Antes, voy a buscar a Elena y le voy a decir que me voy. En realidad, casi no hemos hablado, pero parece una buena chica. Con los pies en la tierra.

– Sí, es así.

Dicho esto, Jaime se fue y yo volví a la fiesta. Encontré a Lucas cerca de las mesas del bufet, sosteniendo en las manos las copas de champán prometidas.

– ¿Tu padre no te ha raptado todavía? -le pregunté.

– Sigue moviéndose en esta dirección, pero lo detienen otros invitados. A la luz de mi nueva estrategia para manejar las relaciones paterno-filiales, no estoy utilizando la situación como una oportunidad para jugar al escondite, sino que me mantengo firme en mi lugar y le dejo que se abra camino hasta aquí, por mucho tiempo que eso le lleve.

Le conté a Lucas lo que me había dicho Jaime, y estuvo de acuerdo en que era poco lo que ella podía hacer aquí. Entre los vampiros y los lobos, el aspecto de la seguridad quedaba cubierto.

– Debo admitir que me preocupa que Edward no haya aparecido todavía -dijo Lucas-. Dado que está tan apremiado por el tiempo, éste sería el momento oportuno para apoderarse de mi padre, y posiblemente la única oportunidad que tenga antes de la mañana.

– Tal vez encuentre dificultades para superar los controles de seguridad -dije-. Son severos.

Parecen severos -dijo-. Pero los otros no han tenido problemas para pasarlos y ahora hace casi dos horas que andan emboscados en los alrededores sin incidente alguno.

– No ayuda el hecho de que se trate de una mascarada. -Miré a la muchedumbre-. Pero Elena o Clay habrían olido a Edward, o Aaron y Cassandra habrían sentido su presencia, de modo que…

– Champán, por lo que veo. -Benicio apareció junto a Lucas y le puso una mano en el hombro sonriendo feliz-. ¿Tengo que felicitaros?

– Sí. Paige ha aceptado unirse a mis investigaciones de forma permanente.

La sonrisa de Benicio se apagó, pero sólo por un segundo.

– Bueno, ése es un buen comienzo, entonces. Habéis hecho un excelente equipo hasta ahora, y trabajar juntos os dará sin duda más tiempo para estar juntos, algo que sé que os preocupa.

Lucas me miró.

– Nos preocupaba.

– ¿Y la casa? -dijo Benicio.

– Compraremos una -dije-. Puede que en Portland, puede que no, pero sin duda vamos a comprar una casa.

– Bien, muy bien.

Nos preparamos, esperando que Benicio comenzara a darnos consejos, pero en lugar de eso, se volvió hacia mí.

– ¿Puedo bailar contigo?

– Ehm, seguro.

Caminamos hasta la pista de baile.

– ¿Habéis pensado en Seattle? -preguntó Benicio cuando empezamos a bailar-. Si os gusta Portland, estoy seguro de que os gustará Seattle.

– Portland nos parece muy bien, pero probablemente buscaremos en otros lugares, para estar seguros.

– Y así tiene que ser. Comprar una casa es un compromiso muy grande. También tenéis que considerar la seguridad de Savannah. ¿Te ha mencionado Lucas que tenemos una oficina satélite en Seattle?

– ¿Ah, sí? Qué… sorpresa.

Capté la mirada que me dirigía Lucas a través del salón. Se puso los dedos en las orejas y me dijo en silencio: «No hagas caso». Le devolví la sonrisa.

Benicio siguió adelante, explicándome todos los beneficios de vivir en una ciudad donde existía una oficina de la Corporación Cortez. Cuánto más seguro sería. Cómo podríamos compartir los recursos. Cómo podríamos vigilar las operaciones de la corporación local para asegurarnos de que no se cometieran accidentalmente delitos serios contra los sobrenaturales. A medida que escuchaba iba comprendiendo que Lucas estaba en lo cierto. Había una sola manera de manejarse con Benicio. Dejar que hablara. Dejar que sugiriera. Nada de llevarle la contraria. Nada de responderle, siquiera. Oírlo… y dejar que lo que entraba por una oreja saliera por la otra.

Mientras bailábamos, y Benicio hablaba, traté de no perder de vista a Lucas, pero me fue resultando cada vez más difícil. Benicio parecía resuelto a apartarme de Lucas, probablemente para que su hijo no advirtiera que estaba aprovechando la oportunidad para aconsejarme. Pronto nos encontramos tan inmersos en la masa de bailarines que ya no pude verlo.

Cuando terminamos nuestro baile, Benicio me acompañó a donde había estado parado Lucas. No estaba allí. Benicio levantó una mano, y apareció Troy.

– ¿Dónde está Lucas? -preguntó Benicio.

– Morris lo estaba vigilando; y yo lo vigilaba a usted.

Troy miró a su alrededor, y luego le hizo un gesto a Morris. Cuando Morris se acercó, Troy se alejó.

Morris admitió que había visto que Lucas se alejaba de la mesa del bufet, pero que cuando trató de seguirlo, no pudo hallarlo.

– Me imagino que, sencillamente, ha ido al baño. Usted dijo que no lo abrumáramos, e iba en esa dirección.

Regresó Troy.

– Tim vio partir a Lucas, señor. Trató de seguirlo, pero Lucas dijo que tenía que ir al baño, de modo que Tim no lo siguió. Está esperando al final del pasillo. Lucas no ha salido todavía.

– Está bien -dije volviéndome para registrar la habitación con la mirada, de modo que Benicio no pudiese leer la mentira en mi cara-. Un momento antes de que saliéramos a bailar me preguntó si había visto dónde estaban los baños. Probablemente decidió pasar un momento por allí mientras estábamos ocupados. Y ahora que lo menciona, yo también voy a hacer un viajecito hasta allí. Si Lucas vuelve antes que yo…

– Le diré dónde estás -dijo Benicio.

– Gracias.

Me moví con premura.


* * *

Verdaderamente deseaba que Lucas hubiese ido al baño, pero lo dudaba. Sabiendo que yo ya estaba preocupada por su seguridad, no se habría alejado para algo tan trivial sin decírmelo. Lo único que podría haberlo hecho abandonar su puesto habría sido haber visto a Edward o, más bien, haber tenido un atisbo tan mínimo del vampiro que sabía que si no lo seguía inmediatamente, lo perdería. Al ver que lo seguía el guardia de seguridad de los Cortez, debió de usar la excusa del baño para librarse de él.

Ya una vez Edward había logrado atraer a Lucas a su muerte. ¿Podría hacerlo con la misma astucia una vez más? Me dije que no era posible, que Lucas era demasiado hábil para que eso ocurriera. No obstante, si la situación hubiese sido a la inversa, y yo hubiese visto a Edward mientras Lucas estaba ocupado, ¿habría dicho «No, no voy a caer de nuevo en esa estratagema», para quedarme donde estaba? No. Me habría dado cuenta de que podía ser otra artimaña, pero ante la disyuntiva de protegerme a mí misma y apresar a Edward antes de que volviese a matar, habría preparado un buen hechizo y habría continuado precavidamente.

Pero habría continuado. Y lo mismo habría hecho Lucas.

Mientras examinaba a los concurrentes, trataba de razonar lógicamente sobre la situación. Lo último que necesitábamos era que a mí me entrara el pánico y corriera sin más hasta algún corredor trasero para caer directamente en las garras de Edward, mientras Lucas volvía de una visita de emergencia al baño. En primer lugar, tenía que hacer un intento llamándolo a su teléfono móvil. Llevé la mano al bolso… y recordé que no tenía ninguno. Ni tampoco un teléfono móvil.

Fui con rapidez hasta el baño. A la puerta, lancé hacia adentro un hechizo de percepción. Registró una persona. Bien. Pero entonces la puerta se abrió y salió un hombre mayor. En cuanto se fue, lancé nuevamente el hechizo, pero el baño estaba vacío.

– Maldición, maldición, maldición -murmuré.

Tenía que encontrar a Lucas, no, tenía que ir a buscar a los otros para que me ayudaran a encontrar a Lucas. Por más que me irritara perder unos minutos preciosos buscando a los otros, sabía que el esfuerzo valdría la pena. Podrían rastrear a Lucas en una fracción del tiempo que me llevaría a mí.

Eché una última mirada por los alrededores del baño, y me dirigí al laberinto de salones traseros, donde se suponía que los otros estarían haciendo guardia. Cuando el ruido de la fiesta se convirtió en un murmullo distante, me di cuenta de que estaba entrando en territorio desconocido -y vacío-. Había llegado el momento de preparar un hechizo de autodefensa. Comencé a hacerlo con mi hechizo de sofocación, y enseguida me interrumpí. ¿Iba acaso a funcionar con un vampiro? Por supuesto que no. No respiraban. ¿Un hechizo de bola de fuego? No es letal, pero podía sobresaltarlo lo suficiente como para darme tiempo de escapar. ¿O no? El fuego no daña a un vampiro. ¡Maldición! ¿Por qué no había pensado en eso?

– Hola, Paige.

Pegué un salto y me di la vuelta. Allí, detrás de mí, estaba de pie no un vampiro de ojos verdes y cabellos color arena, sino un hechicero de ojos negros y cabello oscuro. Héctor Cortez.

Загрузка...