Eve conocía el camino que quería recorrer por el Miami del mundo fantasmal debido a las frecuentes visitas que había hecho durante las últimas dos semanas. ¿Qué la había movido a transitar aquel pantano infernal? Nosotros. Nos había estado vigilando a Lucas y a mí desde que llegamos a Miami, del mismo modo que había estado vigilando la seguridad de Savannah durante el tiempo que estuvo bajo el cuidado de Elena. Al parecer, llevaba haciéndolo desde su muerte, asegurándose de que su hija estaba a salvo, y ahora vigilando también a sus guardianes. Era una supervisión estrictamente visual, pero sólo debido a que todavía no había encontrado un modo de extender su protección mediante una forma más activa. No cabe sorprenderse de que las Parcas vieran con malos ojos toda esa rutina de ángel guardián. Estaba prohibido interferir con los vivos. Hasta el acto de comprobar cómo se hallaban las personas queridas, como estaba haciéndolo Eve, era algo que se veía con malos ojos. Para realizar la transición total a la vida de un fantasma, había que romper todo vínculo con el mundo de los vivos. Eve parecía tener dificultades para comprenderlo.
Teníamos que caminar unos tres kilómetros para llegar al lugar donde se hallaría, en el mundo de los vivos, nuestro hotel. Yo esperaba que Jaime estuviese allí. Si no era así, íbamos a tener que iniciar una larga cacería.
Tres kilómetros era relativamente cerca, dado el tamaño de Miami, pero cuando se está caminando por un pantano, con el barro hasta los tobillos e incendiando la vegetación mediante el uso de hechizos de fuego, los metros parecían kilómetros. Afortunadamente, Eve había construido algunos senderos con anterioridad, incluyendo uno que llevaba a nuestro hotel. De otra manera, la vegetación habría sido imposible de atravesar. Ya ocurría que, durante el medio día en que ella no había estado por allí, las enredaderas habían crecido sobre las huellas, y la vegetación lujuriante lo ocupaba todo hasta el punto de que casi se la podía ver crecer.
Cuando caminábamos por una zona particularmente densa, pensé que realmente veía cómo crecía la vegetación, porque algunos helechos que estaban un poco más adelante se agitaron en el aire fétido y quieto. Pero entonces vi que una forma se movía detrás de las frondas.
– ¡Mierda! -dijo Eve.
La figura se movió torpemente hacia delante, tomando forma en medio de la débil luz. Creí distinguir una silueta vagamente humanoide, y luego todo se oscureció. Contuve un grito, y comencé a lanzar un hechizo de iluminación. Eve me tomó del brazo y se me acercó al oído.
– Soy yo, Paige. Yo lo he hecho.
«¿Hecho qué?». Antes de poder formular la pregunta, recordé que Eve era también una semidemonio, descendiente de un Aspicio. El poder de un Aspicio es la vista, y su progenie puede infligir una ceguera pasajera.
– ¿Qué? -le dije siseando-. ¡No…, no puedo ver!
– Ésa es la idea.
Se oía el chapoteo que producía la cosa al desplazarse en el barro del pantano, aproximándose cada vez más. Parpadeé con fuerza, pero lo único que veía era la oscuridad.
– ¡Eve! -susurré-. Termina con esto. Ya no soy una niña. He visto cosas, muchas cosas. Demonios, cadáveres, cadáveres redivivos…, múltiples cadáveres redivivos. Sea lo que fuere lo que haya ahí fuera, puedo afrontarlo…
Me detuve en mitad de la frase, con la boca abierta, congelada, no por el miedo, sino por un hechizo de inmovilización. El cabello de Eve me hacía cosquillas en el oído mientras se inclinaba hacia mí.
– Tal vez puedas afrontarlo, Paige, pero no es necesario que lo hagas.
La miré con furia…, o por lo menos miré en la dirección en que suponía que estaba.
– No te preocupes -murmuró-. Ya me las he visto con estas cosas antes de ahora. La mayoría de las veces, si te quedas quieta, se van.
¿Quedarme quieta? ¿Tenía, acaso, otra alternativa? No podía ver. No podía moverme. No podía hablar. Podía, sí, oír. Estaba allí congelada, cegada, oyendo el chapoteo de algún horror desconocido mientras se arrastraba hacia mí. Y entonces, otro sentido se hizo presente. El olfato. Un olor dulce y asqueroso, peor que el hedor de la vegetación que se pudría. Se me revolvieron las tripas.
Al acercarse la cosa, percibí un sonido débil, como el de papeles que crujen, como el de las hojas secas que se agitan con la brisa. El ruido fue tomando un ritmo, para convertirse en un sonido claro, regular, en un rasposo «ang-ang-ang». Se me pusieron de punta los pelos de los brazos y me esforcé para quebrar el conjuro de inmovilización. El olor se hizo más fuerte, hasta que no pude resistirlo y sentí el reflejo del vómito en mi garganta. Pero, dominada por el conjuro de inmovilización, no podía vomitar. Se me llenó la boca de bilis. Luché con más fuerza contra el conjuro, pero no logré quebrarlo.
– Ang-ang-ang.
El sonido estaba ahora tan cerca que supe que la criatura estaba ya delante de nosotras, un poco hacia mi izquierda, donde estaba Eve. El ruido cesó, reemplazado por un husmeo seco.
– No pasa nada, Paige -susurró-. Deja que te husmee, y se irá… -El ruido de un mordisco. Luego un resuello-. ¡Maldito…!
Lanzó un hechizo, algo que no reconocí. Oí entonces un alarido agudo, después un bramido y rápidas pisadas por el barro.
– Será mejor que corras -dijo Eve-. Maldito…
– ¡Ang-ang-ang! -El grito, fuerte ahora, venía de algún lugar a nuestra izquierda, inmediatamente seguido por otro a nuestra derecha.
– ¡Madre mía! -susurró Eve.
Eve anuló el hechizo de inmovilización y caí hacia delante, recuperando la vista justo a tiempo para ver que el suelo se me acercaba. Eve me tomó del brazo y me ayudó a ponerme de pie. Distinguí tres, tal vez cuatro formas humanoides que corrían hacia nosotras antes de que Eve me agarrara de un brazo y echáramos correr.
Corrimos todo lo deprisa que pudimos, resbalándonos y cayéndonos para ponernos otra vez de pie, por el pantano. Al parecer, no acostumbradas a moverse con rapidez, las criaturas tenían por lo menos tanta dificultad como nosotras. Volvimos sobre nuestros pasos a través del sendero que habíamos cortado cuando veníamos, lo que nos facilitó la huida.
Cuando tomábamos una curva, Eve se resbaló en una zona embarrada. La sujeté antes de que se cayera.
– Detesto huir -musitó mientras retomábamos nuestra carrera-. Lo detesto, lo detesto, lo detesto.
– ¿Quieres que nos detengamos y peleemos?
– En cuanto ganemos suficiente distancia como para lanzar un hechizo. Se están quedando atrás, ¿no es cierto?
– Parece que sí.
– Muy bien, malditas bestias. No puedo creer que me atacaran.
– Mírale el lado bueno -dije mientras tomábamos otra curva-. Por lo menos no pueden matarnos.
La risa de Eve resonó por el pantano.
– Eso es verdad. Estar muerto tiene sus…
El cuerpo de Eve se sacudió repentinamente, como si alguien le tirara de las piernas por abajo. Los labios se le abrieron para proferir un insulto, pero antes de que pudiera salir de ellos ningún sonido, fue absorbida por el pantano.
– ¡Eve! -grité.
Algo me agarró el pie izquierdo. Levanté el pie derecho para golpearlo, pero un tirón tremendo me hizo perder el equilibrio y pareció como si el pantano se elevara para tragarme.