Una conjunción de circunstancias

Savannah ya estaba lista, como ella misma había dicho, pero yo no iba a dejarla ir sin unas cuantas instrucciones, la mayoría de las cuales eran meras variantes de «pórtate bien» y «ten cuidado».

Dejar a Savannah con alguien, incluso con personas que yo sabía que la protegerían aun a riesgo de sus vidas, no me resultaba fácil. Pero Elena facilitó las cosas conviniendo en que estableceríamos un horario de control telefónico a las once de la mañana y a las once de la noche. Si cualquiera de nosotras fuera a estar ocupada en el horario establecido, avisaríamos a la otra, de modo que ninguna quedara preocupándose por una llamada no hecha o no respondida. Sí, eso parecía rozar lo obsesivo compulsivo, pero ni Elena ni Clay me hicieron sentir que mi reacción era excesiva, algo que aprecié sinceramente.

Lo preparé todo para que yo bajara con Elena y los viera partir, con el propósito de que Savannah y yo no tuviéramos que vernos envueltas en complicados adioses. Cuando la puerta se cerró detrás de Clay y Savannah, me volví hacia Elena.

– Clay es realmente bueno con Savannah -dije.

– Ajá.

– ¿A ti no te lo parece?

Se dejó caer en el sofá.

– Estoy esperando la segunda parte de ese comentario.

– ¿Te refieres a la parte de: «¿Sabes?, seguro que sería un buen…».

Levantó una mano para detenerme.

– Sí, a esa parte.

Me reí y me dejé caer en la silla.

– ¿Se ha progresado algo en ese frente?

– Ha pasado de insinuaciones disfrazadas de bromas a insinuaciones propiamente dichas. Así se pasó un año, de modo que me imagino que tendrá que pasar otro antes de que él insista en hablarlo abiertamente. Es muy considerado respecto a ese tema: se toma su tiempo y deja que me acostumbre poco a poco a la idea antes de lanzar la pregunta.

– Sabe que no estás lista.

– El problema consiste en que no estoy segura de que llegue a estarlo alguna vez. Quiero tener hijos. Realmente lo quiero. Siempre supuse que me haría mayor, me casaría con un buen tipo, viviría en un barrio agradable y llenaría la casa de niños. Pero con Clay, bueno, siempre he pensado que una vida con él significaba renunciar a todo eso. Incluso a la parte de «hacerme mayor».

– Un precio demasiado alto.

– Creo que sí.

Sonrió y estiró las piernas en el sofá.

– Y los hijos…, bueno, son un paso muy grande, y no sólo por las razones normales. Clay sabe que no salgo a ningún lado, de modo que no es una cuestión de compromiso y dedicación. El problema reside en lo de ser medio lobos. ¿Tener un bebé en esas condiciones? Nunca ha ocurrido. Quién sabe qué… -Se friccionó los antebrazos con las manos-. Bueno, simplemente no estoy preparada, y en este momento no tengo tiempo para preocuparme de eso, y menos con todos estos problemas de reclutamiento.

Dejé mi Chai encima de la mesa.

– Es verdad. Has conocido a ese nuevo recluta esta semana, ¿Qué… tal…

Dos golpes a la puerta me interrumpieron.

– Me parece que Clay está empezando a ponerse nervioso -dije-. Por lo menos lo ha intentado.

Elena negó con la cabeza.

– Ése es un golpe a la puerta demasiado cortés para ser de Clay.

– Y es la otra puerta -dije, siguiendo el sonido-. Es nuestro guardaespaldas.

Elena rió. Abrí la puerta que unía las dos suites y ella vio a Troy.

– Mierda -murmuró-. No era broma.

– Acabo de ver que llegaba el coche del señor Cortez -dijo Troy-. Pensé que te agradaría que te lo advirtiera. Me pareció haber oído… -se asomó a la habitación y vio a Elena-… voces. Hola.

Se inclinó un poco más para ver mejor, y fue obvio que no iba a irse a ningún lado sin que mediara una presentación.

– Troy, Elena; Elena, Troy Morgan, el guardaespaldas de Benicio, temporalmente en préstamo.

Elena se puso de pie y extendió la mano. Troy casi tropezó para estrechársela. Como ocurría normalmente, no creo que Elena advirtiese la atención de que estaba siendo objeto, y ciertamente no la devolvió.

– ¿Eres… amiga de Paige? -preguntó.

– Y compañera del mismo Consejo -dije-. Está de paso y ha hecho un alto para hacerme una visita… con su marido.

– Mari… -Miró la mano de Elena y vio el anillo de compromiso-. Oh. -Retrocedió, a regañadientes-. El Consejo Interracial, ¿no? Así que eres una sobrenatural. Déjame adivinar…

– Discúlpame -dije-. Pero si Benicio sube será mejor dejar que Elena se vaya.

Se oyó otro golpe a la puerta, esta vez desde el vestíbulo.

– Ven -le dijo Troy a Elena-. Saldremos por mi habitación.

– Despídeme de Savannah -le pedí-. Te llamaré esta noche.

Elena se dejó conducir por Troy a la habitación. Esperé un momento y luego abrí la puerta del vestíbulo e invité a Benicio a entrar. Su nuevo guardaespaldas se quedó en el pasillo. Antes de que yo hubiese llegado a cerrar esa puerta, la que comunicaba ambas habitaciones volvió a abrirse y Elena asomó la cabeza. Señaló hacia el vestíbulo diciendo con los labios la palabra «guardia». Con toda discreción le hice una seña para que entrase. Era preferible que ella saliese por la puerta principal y despertase alguna mínima sospecha en Benicio que permitir que el guardia la viera salir subrepticiamente de la habitación de Troy y suscitar en Benicio sospechas mayores. Yo dudaba de que Troy tuviera mujeres que pasaran con él la noche mientras estaba de servicio.

– ¿Está Savannah aquí? -preguntó Benicio mirando a su alrededor. Entonces reparó en Elena.

– Ella ya se marchaba -afirmé.

Elena pasó junto a Benicio con una breve sonrisa y una inclinación de cabeza. Mantuve la puerta abierta, luego la cerré tras ella y me volví hacia Benicio.

– Veamos, ¿dónde estábamos? -pregunté-. Ah, me ha traído los archivos. Gracias.

Cogí los archivos. Benicio dirigió la vista a la puerta del dormitorio semiabierta, tratando de ver por ella.

– ¿Está Savannah…

– ¿Lucas ha llegado bien a Chicago? -pregunté-. Le preocupaba llegar tarde. Salió con poco margen esta mañana.

– El avión aterrizó a las once.

– Llegó a tiempo, entonces. Muy bien.

Benicio dirigió una mirada hacia el pasillo que llevaba al dormitorio.

– Supongo que Savannah…

– ¿Está todo aquí dentro? -pregunté, levantando el archivo.

Antes de que él pudiese contestar, me dirigí hasta la ventana y desplegué el archivo sobre el amplio antepecho, fingiendo echarle un vistazo mientras vigilaba la zona de estacionamiento. Vi las cabezas rubias de Clay y de Elena, que se movían rápidamente entre los automóviles, y, entre ambos, la cabeza oscura de Savannah.

– Veamos. Informes de los incidentes… -Elena, Clay y Savannah se detuvieron junto a un coche, un descapotable, por supuesto. Una pausa y luego Clay le tiró las llaves a Elena y subieron al vehículo-. Fotos de los lugares, informes médicos… -El coche salió rápidamente del aparcamiento-. Parece que está todo aquí. Perdón, ¿decía usted…?

– Savannah -respondió él-. No la veo por aquí, Paige, y de veras espero que no hayas cometido la tontería de dejarla recorrer el hotel sin compañía.

– Por supuesto que no. Se quedará con unos amigos míos mientras investigo esto.

– ¿Amigos? -Hizo una pausa-. La mujer que acaba de salir, supongo. Tal vez no te des cuenta de lo serio que es esto. No puedes dejar a Savannah con un humano…

– Es una sobrenatural. Alguien que cuidará muy bien de Savannah.

Benicio hizo una breve pausa, procesando todo lo que sabía sobre mis contactos sobrenaturales en menos tiempo de lo que a la mayoría de las personas les hubiera llevado contestar cuál es la capital de Francia.

– La mujer loba -afirmó-. Elena Michaels.

Reconozco que tuve un momento de desconcierto. Los hombres y mujeres lobos tienen su privacidad en alta estima, motivo por el cual yo no le había dicho a Troy quién era Elena. Cuando Benicio hacía sus tareas, no dejaba nada pendiente.

– ¿Mujer loba? -murmuró Troy a nuestras espaldas-. ¿Era una mujer loba? Mierda. Esta sí que es una historia que me va a ganar algunas rondas de copas en el club.

– No -saltó Benicio-. No se lo dirás a nadie.

Troy se puso derecho.

– No, señor.

– Por razones de cortesía interracial, debemos respetar la privacidad de los hombres lobos. No obstante, puedes tomarte unos cuantos tragos a cuenta mía en el club, para compensar.

Troy sonrió.

– Sí, señor.

– No quisiera criticar, Paige -dijo Benicio-. Ni insultar a tus amigos, pero he de señalar que la Camarilla está, con mucho, mejor preparada para proteger a Savannah. Tú careces de experiencia en esta materia, y lo que puede parecerte una buena idea no es necesariamente la mejor elección.

– No fue idea mía.

– ¿Entonces, de quién…? -Se detuvo, comprendiendo cuál era la única respuesta posible. Entonces movió la cabeza de arriba abajo-. Si Lucas piensa que esto es lo mejor, dejaremos a la niña con ellos… por ahora. Pero si la situación empeora, puede ser necesario que reconsideremos nuestras opciones.

– Comprendido -respondí-. Bien, veamos ahora: ¿qué puede usted decirme sobre el caso?

Benicio encargó que nos llevaran un refrigerio a la habitación, y allí comimos mientras hablábamos sobre el caso. Si Benicio tenía algún problema en discutir los problemas de la Camarilla con una bruja, no dio muestras de ello, y fue tan generoso con su información y sus ofrecimientos de ayuda como era de esperar. Para ser sincera, más generoso de lo que yo esperaba. Me sentía ya suficientemente incómoda con asumir un caso que nos había venido a través de Benicio. No deseaba trabajar con él más estrechamente de lo estrictamente necesario.

Había unos cuantos movimientos estratégicos que yo podía hacer y que me hicieron tener menos la impresión de que me había dejado engañar para trabajar para Benicio. Poco antes, había notificado en el hotel que pensaba seguir allí, y les pedí que cambiasen el cargo de mi cuenta a mi tarjeta de crédito. Estaban a un tercio de su capacidad de hospedaje, sin esperanza de recibir reservas importantes a corto plazo, de modo que después de algunos regateos, habíamos acordado una tarifa aceptable. No le dije a Benicio que había tomado esa medida. Para cuando lo descubriera sería ya demasiado tarde para discutir el tema.

También le devolví el guardaespaldas a Benicio. Cuando protestó, le argumenté que estando Griffin de baja por luto, Benicio necesitaba uno de sus guardias regulares y la investigación sería menos llamativa sin la sombra de un semidemonio.


* * *

Benicio se fue a la una. Lucas no había llamado todavía por el asunto del nigromante. Mientras esperaba, leí los archivos, dejé el móvil sobre el escritorio, verifiqué dos veces si había mensajes y una vez ajusté el volumen de llamadas. ¿Esperando ansiosa la llamada de Lucas? ¡Qué va!

Cuando finalmente sonó el teléfono, verifiqué la identidad de quien llamaba y respondí:

– ¿Has encontrado a alguien?

– Mis disculpas por haber tardado tanto. Dos de mis contactos tardaron en llamarme, y después tuve que esperar a que el tribunal entrara en receso.

– ¿Pero has encontrado a alguien?

– Una conjunción de circunstancias. Una nigromante de primera clase que justo está en Miami esta semana en viaje de negocios. -Su voz sonaba extrañamente tensa, como si se estuviese esforzando por parecer contento. Debía de tratarse de la conexión.

– Perfecto -respondí-. ¿Cuándo puede reunirse conmigo? ¿Has dicho que es una mujer?

– Esta noche, temprano. Hemos tenido mucha suerte. La otra persona disponible no podía hasta el lunes, de modo que ha sido realmente un golpe de suerte.

¿Estaba tratando de convencerme? ¿O de convencerse a sí mismo quizá?

– Muy bien, dime entonces…

– Un momento. -Unas palabras veladas dirigidas a alguna otra persona-. Parece que el receso ha terminado antes de lo que esperaba. ¿Tienes con qué escribir? -Me dio la dirección y cómo llegar allí.

– Bueno, está todo dispuesto. Alguien se encontrará contigo en ese lugar. Te esperan entre las seis y media y las siete. Es una zona de la ciudad relativamente buena, pero te aconsejaría que le pidas al taxista que espere hasta que hayas entrado. Ve a la puerta trasera, llama y di tu nombre.

– Hablando de nombres, ¿cuál es el de esta nigro…

– Me están reclamando. Tengo que irme, pero te llamaré esta noche. Ah, y, ¿Paige?

¿Sí?

– Confía en mí en este tema. Por extraño que te parezca todo, por favor, confía en mí.

Y dicho esto, cortó.

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