En el aparcamiento del hotel, Elena olfateó un rastro. Pero no era de Jaime. Era de Edward. Lo siguió hasta un espacio vacío, donde encontró el móvil de última generación de Jaime caído en el asfalto. Elena y Clay pudieron detectar algún indicio de su olor, pero ninguna huella, como si ella hubiese bajado del coche sin ir más lejos. Y, a menos que Edward hubiese vuelto exactamente sobre sus propios pasos, tampoco él había ido más lejos. La conclusión lógica era que Edward había sorprendido a Jaime cuando ésta salía de su automóvil. Ella había tenido tiempo de manipular su móvil, pero lo había dejado caer porque Edward la había dominado. Luego él se había alejado conduciendo el coche alquilado de Jaime, con ella en su interior.
Me maldije por no haber previsto que esto podía ocurrir. Aunque, tal como sostenía Lucas, el secuestro de Jaime no era lo que cabía esperar. Se considera que la reapertura de un portal es un ritual nigromántico solamente porque tiene que ver con un acceso al mundo de los muertos. A Edward no le hacía falta un nigromante para llevarlo a cabo. Si tenía la víctima adecuada, lo único que necesitaba era desgarrar la garganta de esa persona delante del portal. Sin esa sangre, no podía abrir el portal de ninguna manera, ni aunque contara con la ayuda de una docena de nigromantes.
Pero lo que no habíamos tenido en cuenta era la posibilidad muy real de que Edward no supiese cómo se reabría el portal. Como había dicho Jaime, era un ritual oscuro. Podía ser que Edward ni siquiera conociese a otros nigromantes a quienes consultar. Pero sí sabía dónde encontrar uno. Dada la celebridad de Jaime, su participación en nuestro caso debía de ser objeto de comentarios en todo el mundo sobrenatural. Hasta John en Nueva Orleans estaría probablemente al tanto del tema. Y para encontrar una foto de Jaime, todo lo que tenía que hacer Edward era emprender una búsqueda por internet, tal como había hecho Elena.
¿Pensaba yo que Jaime le diría a Edward qué era lo que necesitaba para llevar a cabo la ceremonia? Sí, y esto no implica consideración alguna con respecto a su carácter, ¿qué razón podría tener para no decírselo? Sabía que Benicio estaba seguro, protegido por una guardia adecuada, y si orientaba a Edward en dirección a Benicio, lo estaría orientando también en dirección a nosotros, que era exactamente lo que queríamos. Nuestra principal preocupación era que Edward, una vez que hubiera obtenido lo que quería de Jaime, la matara. Sólo nos cabía esperar que no confiara lo suficiente en la palabra de Jaime como para matarla antes de lograr reabrir el portal.
Planificamos nuestro ataque desde dos extremos: el primero era la fiesta, en la que Edward iría a buscar a Benicio, y el otro era el portal, al cual debía volver si quería que su misión tuviese éxito. Elena y Clay se reunirían con Aaron y Cassandra en el lugar de la fiesta: con semejante fuerza sobrenatural en alerta, Edward se encontraría con que le era casi imposible capturar a Benicio. Pero, por si las dudas, Lucas y yo haríamos guardia en el sitio del portal.
Lucas condujo el automóvil hacia el barrio en el que se había abierto el portal. Mientras él conducía, yo dibujé un mapa del área de la zona que rodeaba el lugar, marcando todos los puntos posibles de entrada y todas las localizaciones mejores para tender hechizos perimetrales. Consideramos después los diversos lugares donde podíamos ocultarnos mientras esperábamos. Estábamos todavía discutiendo cuáles elegir cuando sonó el teléfono de Lucas. Observó quién llamaba, y me lo pasó.
No tuve tiempo ni de decir «¡Hola!» cuando Aaron me interrumpió.
– ¿Lucas? ¿Dónde estás?
– No, soy Paige, y estamos yendo todavía hacia el portal. ¿Quieres hablar con…?
– No, no si puedo evitarlo. -Su voz sonaba tensa, y un poco agitada-. ¡Mierda! Lo lamento mucho. Las cosas han salido mal. Muy mal.
– ¿Qué es lo que ha salido mal? -Traté de mantener firme la voz, pero la mirada de Lucas se clavó en mí en el momento mismo en que esas palabras salieron de mi boca. Le dije «No pasa nada» y le señalé el camino.
– Estábamos vigilando a Benicio -dijo Aaron-. Cass y yo. Él estaba en el salón de baile. No podíamos dejar de verlo con esa máscara. Luego Cass vio que se alejaba un guardaespaldas. El que tiene esos extraños ojos azules.
– Troy.
– Exacto, y ella quiso que yo lo siguiera. Dijo que él se mantiene siempre pegado a Benicio, y que si se alejaba, algo estaba ocurriendo. De modo que lo seguí mientras ella vigilaba a Benicio. Me reuní con él cuando el tipo estaba espiando hacia fuera en la parte de atrás del edificio. Traté de que me dijera lo que ocurría, pero él no estaba con ánimo de conversación. Forcejeamos, y justamente cuando yo lo tiraba al suelo, llegó Cass corriendo. Dijo que el tipo que estaba en el salón de baile no era Benicio.
Se me agarrotó el estómago.
– ¿Que no era…?
– Era alguien que lo estaba suplantando, con la máscara de… ¡Maldición! Vimos esa máscara y estábamos seguros de que era él.
– De modo que Benicio ha…
Me interrumpí, pero era demasiado tarde. Lucas dirigió el coche hacia el bordillo y apretó los frenos con tanta brusquedad que el cinturón de seguridad me obligó a golpearme contra el respaldo del asiento. Le pasé el teléfono.
– ¿Aaron? -dijo-. Pásame a Troy.
Unos minutos después, Lucas tenía ya toda la historia, que me transmitió mientras corría desaforadamente hacia el sitio del portal. Los investigadores de la Camarilla habían descubierto el ritual, de modo que Benicio había sabido siempre que Edward podía utilizar la sangre de Lucas para reabrir el portal. Benicio nos había dejado hacer porque le había parecido que ésa era la mejor manera de asegurar que Lucas permanecería en la mascarada, seguro bajo la custodia de los guardias de la Camarilla. Como precaución, había traído a un doble que podía ocupar su lugar con esa máscara inconfundible.
Cuando Lucas y yo salimos en busca de Jaime, Benicio temió lo peor. Y temió también que llamar a todo un equipo de asalto de la Camarilla resultara en un fiasco como el de California, que no haría más que volver a poner en peligro a Lucas. Era preciso manejar el asunto delicadamente. Ese mismo día, más temprano, Benicio nos había jurado que si su nombre llegara a no bastar para proteger a su hijo, lo haría él mismo; eso fue lo que decidió hacer.
Benicio se había llevado a Morris, diciendo a Troy que se quedase por si volvíamos a aparecer en el lugar. De inmediato, partió hacia el portal, a sabiendas de que ése era el lugar al que acabaría yendo Edward. Troy, sin embargo, no iba a permitir que su jefe fuera a encontrarse con un vampiro asesino ayudado solamente por un guardaespaldas sustituto. De modo que esperó hasta que Benicio partió, y enseguida lo siguió. Y ése fue el momento en que Aaron lo había interceptado.
Ahora, Benicio se dirigía sin duda hacia el portal, contando solamente con Morris como apoyo. Pero no sería así durante mucho tiempo. Estábamos a unos pocos minutos del sitio. Aaron, Cassandra y Troy también se dirigían al lugar, y Aaron estaba llamando por teléfono a Elena para decirle que se dirigiera hacia el portal. En el término de media hora tendríamos siete sobrenaturales listos para caer sobre Edward. Rogábamos tan sólo que llegáramos a donde él estaba antes de que lo hiciera Benicio.
Estacionamos tan cerca del sitio como nos atrevimos a hacerlo. Por más ansiosos que estuviéramos ambos de llegar allí, debíamos ser precavidos. Y muy probablemente no había necesidad de que nos apurásemos. Benicio podía haber llegado antes que los otros, pero si Jaime le había dicho a Edward a quién necesitaba para el sacrificio, Edward estaría ahora seguramente en el otro extremo de la ciudad, dirigiéndose a la fiesta. El mayor peligro con el que probablemente nos enfrentábamos era el mismo Benicio. Como dijo Lucas, hacía muchos años -si no décadas- que Benicio no había tenido que defenderse por sus propios medios. Si llegábamos a gran velocidad por el callejón, podíamos encontrarnos en el extremo del mismo con un rayo de energía mortal.
Una vez que salimos del coche, nos apresuramos hasta llegar al café. Lancé hechizos perimetrales en el callejón a ambos lados, y cruzando la puerta trasera. Eso cubría el lado este. Ahora, al lado oeste, en el otro extremo del callejón sin salida donde habíamos encontrado a Edward.
Habíamos avanzado apenas unos pasos cuando Lucas levantó una mano para que me detuviera. Seguí la dirección de su mirada, que se dirigía al suelo. Un hilo líquido del grosor de un dedo serpenteaba rodeando la esquina, moviéndose casi imperceptiblemente, expandiéndose. El líquido brillaba y parecía negro en la oscuridad. Sin necesidad de lanzar un hechizo de iluminación, supe que no era agua.
Mientras Lucas espiaba por la esquina, yo mantenía la mirada fija en su rostro, preparándome para una reacción que rogaba no tener que experimentar. Sus ojos se cerraron al tiempo que daba un pequeño respingo, y mi respiración se convirtió en un suspiro. Me deslicé contra él, y miré.
Morris estaba sentado contra la pared. Estaba muerto. La camisa estaba rota y sus manos se apretaban todavía contra lo que le quedaba de garganta, en un frenético intento final por salvarse. Más arriba de la tela yo podía ver los largos agujeros rasgados en el lugar donde Edward le había mordido en el cuello. Después había dejado que Morris se desangrara mientras volvía su atención a su amenaza secundaria: Benicio.
Lucas dobló la esquina con rapidez, moviéndose todo lo silenciosamente que pudo. Cuando avancé tras él, percibí un susurro de voces que flotaban en la quietud de la noche. Ambos nos quedamos inmóviles, y escuchamos.
– …no ayudará… -decía una voz de mujer.
Miré a Lucas y dibujé con los labios la pregunta: «¿Jaime?». Él afirmó con la cabeza.
– Dijiste… sacrificio. -La voz de Edward, pronunciando las palabras con voz entrecortada por la ira.
¿Nos había traicionado Jaime? ¿Nos había estado traicionando desde el comienzo? Me dije que no había motivo para ello, nada que ganar, pero tampoco tenía tiempo para pensarlo con calma. Si lo hiciera, tal vez encontraría un motivo. Por ahora, teníamos una preocupación mucho más apremiante.
A medida que avanzábamos sigilosamente, las voces se tornaban más claras.
– Estoy diciendo que no va a funcionar -decía Jaime-. No puedes usarlo a él. Tiene que ser un sacrificio muy específico. Es lo que llevo tiempo tratando de decirte…
– No tratabas de decirme nada -dijo furioso Edward-. Dijiste que necesitaba un sacrificio. Cualquier sacrificio.
– Bueno, te mentí, ¿me entiendes?
– Ah, ¿y ahora me dices la verdad?
Lucas hizo un movimiento para indicarme que pasara delante de él. Me agaché antes de mirar, y luego lancé un rápido hechizo de ocultamiento. Jaime estaba arrodillada ante un altar improvisado… atada de pies y manos. Junto a ella, Benicio yacía sobre un costado, atado también. Sus ojos estaban cerrados, y yo sentí un escalofrío.
– Sí, ahora te estoy diciendo la verdad -decía Jaime-. ¿Por qué? Porque estoy cagada de miedo, ¿me entiendes? Quizás antes te mentí, pero eso fue antes también antes de que mataras a un guardaespaldas de la Camarilla y capturaras al condenado CEO.
Se oyó una risa sin gracia.
– ¿Así que ahora me tomas en serio?
– Mira, no puedes matar a Benicio, ¿estamos?
Junto a mí, Lucas suspiró y se apoyó en la pared. Y yo contuve mi propio suspiro de alivio, por temor a quebrar mi hechizo de ocultamiento.
Jaime continuó:
– No serviría para reabrir el portal.
– Oh, pero podría intentarlo… y creo que lo haré. Sólo para asegurarme.
Edward caminó hacia Benicio. Rompí mi ocultamiento, mientras un hechizo acudía a mis labios. Lucas comenzó a moverse tras la esquina.
– ¡Espera! -dijo Jaime-. Si lo matas, no podrás conseguir a Lucas.
Edward se detuvo. Lucas, de un tirón, volvió a llevarme tras la esquina.
– Necesitas a Lucas -dijo Jaime-. Necesitas a alguien que haya pasado por el portal.
– ¿Y eso qué tiene que ver con mantener vivo a este hijo de puta?
– Piénsalo. ¿Qué ocurriría si llamaras a Lucas y le dijeras que tienes a su padre? ¿Si puedes probar que tienes a su padre? El chico pone su vida en peligro por personas totalmente desconocidas. ¿Crees que no vendrá corriendo para salvar a su padre?
– Bien -susurró Lucas-. Gracias, Jaime.
Asentí con la cabeza. Éste era, sin duda, el plan perfecto. Edward no mataría a Benicio hasta que no dispusiera de Lucas, y Jaime sabía que cuando Lucas recibiera esa llamada, vendría sin duda corriendo, apoyado por un pequeño ejército de sobrenaturales.
– He perdido mi teléfono, pero puedes utilizar el suyo -dijo Jaime-. Estoy segura de que tiene a Lucas entre las llamadas directas. Probablemente la primera.
Lucas se puso tenso, listo para salir corriendo hacia el café para poder responder la llamada sin ser escuchado.
– Dentro de un minuto -dijo Edward-. Primero, necesito despertar a éste…, por lo menos durante el tiempo necesario para que haga esa llamada por mí. Aunque después de eso, creo que voy a poner a prueba tu palabra. Será mejor que vayas deseando que no te falle.
– ¿Q… qué?
– Lo único que necesito de él es que llame a Lucas. Una vez que eso esté hecho, habrá dejado de serme útil. Y, si su sangre llega a reabrir el portal, tú también habrás dejado de serme útil. Créeme, si me estás mintiendo, vendrás conmigo al otro lado. ¿Y si no lo estás? Bueno, entonces al chico lo espera una doble sorpresa cuando venga y doble esa esquina, aunque no tendrá mucho tiempo de lamentarse antes de que se reúna con su viejo.
Lucas y yo nos miramos el uno al otro. Lancé un hechizo de privacidad, de modo que pudiera hablar sin susurrar.
– No contestes al teléfono -dije-. Sencillamente, no lo hagas.
Él lanzó su propio hechizo.
– No iba a hacerlo. Si no puede comunicarse, eso nos dará más tiempo. Pero no lo suficiente como para esperar a los demás. Tendremos que manejar esto nosotros solos. -Me acarició el brazo. Sus dedos temblaban contra mi piel. Cerró los ojos, esforzándose en superar el miedo-. Podemos manejarlo. Tenemos hechizos, y contamos con el factor sorpresa.
– Pero no sabemos qué conjuros funcionan con los vampiros. Nosotros… -Respiré hondo y me esforcé por superar mi propio miedo-. Un hechizo de inmovilización servirá. Pero necesito algún modo de acercarme lo suficiente como para lanzarlo sin que me vea. Tal vez una distracción. Pero no sé qué…
– Puede que yo lo sepa -susurró una voz a nuestra izquierda.
Jeremy apareció junto a nosotros. Hizo un gesto indicándonos que lo siguiéramos hasta el otro extremo del callejón, donde nos esperaba Savannah.
– Aaron llamó al hotel preguntando por el número de Elena -susurró Jeremy-. Pensé que podríais necesitar ayuda, y estábamos más cerca que los otros. Ahora, decidme, ¿qué ha ocurrido?
Se lo dijimos, tan rápidamente como nos fue posible.
– Paige tenía razón -dijo-. Una distracción seguida de un ataque es nuestra mejor posibilidad. Yo puedo proporcionar la primera, y ayudaros con la segunda.
– También yo -dijo Savannah-. Yo puedo ayudar.
– No, no -dije-. Tú te quedas…
– No, Savannah tiene razón -dijo Jeremy-. Ella puede ayudarme con la distracción.
Nos dijo cuál era su idea, y luego se reunió con Savannah.
– Ahora, esperarás con Paige y Lucas. En cuanto me veas, puedes empezar, pero no antes de verme.
Ella asintió con la cabeza, y Jeremy se encaminó hacia el callejón lateral para rodear el edificio por el lado norte. Volvimos a nuestro escondite en el punto donde comenzaba el callejón.