En lugar de que Benicio nos siguiera, decidí ir con él y que Jaime nos siguiera en su coche alquilado. Tenía preguntas que hacerle, no acerca de por qué había traicionado a Lucas, sino sobre la investigación. Cuando Lucas viera a su padre estaría demasiado alterado como para preguntarle sobre el caso, de modo que yo lo haría por él.
Benicio confirmó que las camarillas habían reiniciado su investigación. Tras la muerte de Joey Nast, habían modificado sus tácticas. No contentas ya con seguir las pistas, habían detenido a los sospechosos habituales -cualquiera que tuviese algún resentimiento con las camarillas- y estaban tratando de «extraer» información.
– ¿Extraer? -dije, empalideciendo-. Usted quiere decir torturar.
Benicio hizo una pausa.
– Las camarillas, efectivamente, emplean técnicas intensivas de interrogatorio. Yo no usaría la palabra tortura…, pero debes entender, Paige, la presión bajo la que actúan las camarillas. No sólo la presión, sino el miedo, los sentimientos de impotencia. ¿Creo yo que ésta es la mejor manera de proceder? No. Pero me sería muy difícil encontrar miembros de mi junta directiva que estuvieran de acuerdo conmigo. Los Nast están a cargo de la investigación, ahora.
– Por Joey.
– Correcto. -Miró durante un momento a través de la ventanilla y luego se volvió hacia mí-. Hasta el mes pasado, la oficina de Nueva York de los Nast estaba en el World Trade Center.
– ¿Perdieron…?
– A veintisiete personas de una plantilla de treinta y cinco. Las camarillas… estamos por encima de esas cosas. Podemos matarnos entre nosotros, pero, como sobrenaturales, tenemos poco que temer del mundo externo. Si nos atacan, contamos con los recursos necesarios para devolver el golpe. Pero lo que ocurrió el mes pasado… Sacudió la cabeza. Para una cosa así no hay venganza, y los Nast no admiten verse reducidos a la condición de víctimas una vez más. -Me miró-. No tienes que preocuparte por nuestra parte en la investigación, Paige, porque no puedes evitarla.
– Puedo si encuentro al asesino.
Me miró, y después asintió con la cabeza.
No mentí a Lucas. Como me recuerda a menudo, soy un desastre para eso. Lo mejor que pude hacer fue omitir detalles inconvenientes sobre mi encuentro con Benicio, y presentar la historia de modo tal que sacara la conclusión de que su padre esperaba que Lucas y yo estuviésemos juntos. ¿Quedó convencido? Probablemente no, pero dado que yo estaba obviamente esforzándome por facilitar las paces, Lucas decidió no estorbar las negociaciones expresando una nueva queja por la ofensa.
Una vez que me aseguré la aprobación de Lucas, hablé por teléfono con Benicio, que estaba en recepción, y lo invité a subir. Dado que se trataba de negocios de familia, le sugerí a Jaime que fuese con Troy y Morris al restaurante del hotel a tomar un café. Troy aceptó, pero Morris decidió esperar en el vestíbulo.
Menos de un minuto después de que yo colgara, Benicio llamó a la puerta. Lucas abrió. Antes de que Benicio pudiese saludar siquiera, Lucas lo cortó.
– Habiendo reanudado la investigación, Paige y yo estamos resueltos a utilizar todos los recursos disponibles. Si estás de acuerdo en comunicarte con nosotros solamente con el propósito de compartir nuestros hallazgos, aceptaré tus llamadas. Confío en que cualquier filtración relacionada con el asalto a la casa de Weber haya sido reparada.
– Tienes mi palabra…
– En este momento, aunque me lo jurases con sangre puede que no te creyera. Tal vez, en cambio, quieras oír tú lo que tengo que decirte. Si me vuelves a mentir y otra persona muere por ese motivo, habremos terminado.
– Lucas, quiero explicarte…
– Sí, ya lo sé, y eso me lleva a mi siguiente demanda. No quiero oír tu explicación. Sé perfectamente lo que ocurrió. Tomaste una decisión ejecutiva. Según tu criterio, Weber era obviamente culpable y yo estaba cuestionándolo sólo porque está en mi naturaleza cuestionar. Por consiguiente, ante la elección de tolerar los caprichos quijotescos de tu hijo y evitar que la Camarilla quedase malparada, elegiste a la Camarilla.
Hizo un alto. Benicio abrió la boca, pero no dijo nada.
Lucas continuó.
– Quisiera disponer de copias de los informes sobre los escenarios del crimen de Matthew Tucker y Joey Nast.
– Sí, claro. Te las haré enviar por mensajero inmediatamente.
– Gracias. -Lucas caminó hasta la puerta y la abrió-. Buenos días.
– ¿Estás enfadado conmigo? -pregunté después de que Benicio se hubo marchado.
Parpadeó, manifestando su sorpresa como respuesta a mi pregunta.
– ¿Por qué iba a estarlo?
– Por haber traído aquí a tu padre.
Lucas negó con la cabeza y me rodeó la cintura con sus brazos.
– Necesitaba hacerme con esos archivos del caso, pero me temo que he estado evitando llamarlo.
– ¿Y cómo te sientes? -pregunté.
– ¿Aparte de sentirme como un idiota? Tras veinticinco años de experiencia, me considero un juez razonablemente bueno de la capacidad de engaño de mi padre, y sin embargo nunca sospeché, ni por un momento, que no estaba haciendo las gestiones necesarias para conseguirnos una audiencia con Weber. No puedo creer que fuera tan estúpido.
– Bueno, yo no lo conozco tan bien tú, pero tampoco dudé nunca de sus intenciones. Él sabía que estabas furioso por el asalto, de modo que, naturalmente, quiere volver a hacer buenas migas ayudándote con el asunto de Weber. Para mí tenía sentido.
– Gracias -me dijo, besándome la frente.
– No lo estoy diciendo sólo para hacerte sentir mejor.
Lucas mostró una sonrisa torcida.
– Ya lo sé. Ésa es una de las cosas con las que puedo contar, que siempre me dices la verdad. Con mi padre, soy consciente de que no es el más fiable de los hombres, pero yo… -Hizo una pausa-. No puedo por menos de desear tener una relación más cercana, como la que teníamos cuando yo era pequeño. Me siento como si debiéramos volver a tenerla y como si, en cierto modo, el peso de volver a establecerla recayera sobre mí.
– No debería ser así.
– Lo sé. Y sin embargo, a veces… sé que debe de ser difícil para él, siendo quien es. No tiene a nadie en quien confiar, ni siquiera su familia. Apenas soporta estar con su mujer en la misma habitación. La relación con sus hijos es casi igual de mala. Sé que, al menos en parte, si no principalmente, todo eso ocurre por su culpa, y sin embargo, en ocasiones, cuando estoy con él, me gustaría compensar esa situación.
Me ayudó a sentarme con él en el sofá.
– Mi padre me llamó cuando yo iba en el avión a Chicago. Hablamos. Realmente hablamos. No hizo ni siquiera una referencia a la Camarilla o a mi futuro en ella. Quería solamente hablar sobre mí, y sobre tú y yo, sobre cómo nos iba, sobre lo feliz que se sentía de verme a mí feliz, y pensé… -Lucas movió la cabeza de un lado a otro-. He sido un idiota.
– Él es el idiota -dije, inclinándome para besarlo-. Y si no ve lo que se pierde, entonces yo me quedaré con su parte.
Alguien llamó a la puerta.
– ¡Vaya! -dije-. Me he olvidado de Jaime. Probablemente quiere recoger sus cosas y marcharse.
Abrí la puerta.
– ¿Y ahora cuál es el siguiente tema de la agenda? -preguntó Jaime mientras entraba-. El almuerzo está excluido, supongo, pero podría ir a buscar algo preparado para los tres.
– Eso sería… muy amable -contesté-. ¿Pero y tú? ¿Cuándo tienes la próxima función?
– ¿Función? Ah, la gira. Sí. -Abrió el bolso, sacó el lápiz de labios y fue hasta el espejo-. Próxima parada, Graceland. Bueno, en realidad, Memphis, pero bien podría hacerla en Graceland, porque la mitad de las personas del público me van a pedir que convoque a Elvis. Les hago un número de canción y baile sobre cómo está ahora en el cielo disfrutando de sandwiches de mantequilla de cacahuete y plátano, y cantándole a Dios. Le produce un aburrimiento sin fin, pero tienes que darle a la gente lo que quiere, y a nadie le importa lo que él realmente hace.
– ¿Qué es lo que él realmente hace? -pregunté.
– Lo lamento, chicos, ésa es la función de categoría X. Digamos que es feliz. ¿Dónde estaba? Ah, sí, Memphis. No hago la farsa sobre Elvis hasta Halloween, lo que significa que tengo seis días para mí misma. Se supone que debería estar ensayando, pero qué demonios, si hasta dormida podría hacer esa porquería.
– ¿Así que en lugar de ensayar, vas a…?
– Relajarme un poco y acumular créditos de buen karma ayudándoos a vosotros. Me quedaré por aquí, y si necesitáis un nigromante, lista estoy y bien dispuesta.
– Eso es muy generoso de tu parte -dijo Lucas-. Pero probablemente no necesitemos…
– Seguro que sí -interrumpió Jaime-. Todo caso de asesinato necesita un nigromante. Y si os hace falta alguien que haga llamadas telefónicas o recados, yo soy vuestra candidata.
Lucas y yo intercambiamos una mirada. Podía entender que Jaime quisiera tomarse unos días de descanso. El día anterior parecía agotada, y aunque se había recuperado, esos brotes de energía parecían forzados, como si corriese muy rápido para no caerse.
– Entonces, qué… -empezó a decir Jaime, pero se vio fugazmente en el espejo y se detuvo en mitad de la frase. Se quitó de un tirón el pasador que tenía en el pelo y trató de recogérselo de nuevo, pero las manos le temblaban hasta tal punto que no pudo sujetarlo el tiempo necesario para volver a colocárselo. Lo guardó en el bolsillo-. ¿Puedes prestarme tu cepillo, Paige?
– Hummm, seguro, está…
Pero ella ya estaba en el baño. Lucas bajó la cabeza para murmurarme algo, pero Jaime salió del baño, cepillándose el cabello con fuerza.
– ¿Así que dónde estamos? ¿Alguna pista nueva?
Lucas me miró. Yo me encogí de hombros discretamente. Si Jaime se ofrecía a ayudarnos con la investigación, yo no veía razones para rechazarla, ni tampoco para no informarla.
– Lucas estaba verificando los registros de llamadas de Weber. Ya que Esus dijo que ésa era la manera en que establecía contacto con el asesino, parece un buen comienzo -dije a Jaime. Miré después a Lucas-. Por favor, dime que sí.
– No parecía un mal comienzo, aunque yo no diría que mis hallazgos sean muy alentadores. En cuanto establecí la hora aproximada en que se habían hecho las llamadas, saqué una lista bastante definitiva de cinco llamadas. Las dos últimas tuvieron lugar la semana pasada, presumiblemente después de que el asesino revisara con cuidado la segunda lista y decidiera ampliar sus criterios. Las dos llamadas se realizaron después de iniciados los asesinatos. La primera, recibida el ocho, era desde Luisiana, donde probablemente se hallaba preparándose para su ataque a Holden. La segunda se produjo al día siguiente, desde California, presumiblemente cuando se preparaba para recoger la última lista. Ambas llamadas fueron hechas desde teléfonos públicos.
– ¿Y las llamadas anteriores? ¿Las anteriores a los ataques? Dime que todas provinieron del mismo lugar.
– De la misma región, aunque todas, una vez más, fueron hechas desde teléfonos públicos. La primera en Dayton, Ohio, la segunda desde Covington, Kentucky, y la tercera desde cerca de Columbus, Indiana. Si dibujamos un triángulo con estos puntos en un mapa, veremos que en el medio queda Cincinnati.
– ¿Así que es de Cincinnati? -dijo Jaime.
– Es razonable suponer que residía allí, por lo menos durante un tiempo corto, antes de que se iniciaran los asesinatos. Al hacer las llamadas desde tres ciudades más pequeñas, parecería que estaba evitando un vínculo deliberado con Cincinnati.
– ¿De modo que deberíamos dirigirnos a Cincinnati? ¿Y empezar a preguntar sobre la comunidad de sobrenaturales?
– No hay una comunidad de sobrenaturales en Cincinnati. -Miré a Lucas-. ¿O sí?
– Si bien hay algunos sobrenaturales que viven en la región, no puede hablarse de una «comunidad». Los Nast consideraron recientemente la posibilidad de colocar una oficina satélite allí por esa razón. -Captó mi fruncimiento de cejas, y explicó-: Las camarillas prefieren expandirse en territorio virgen, donde no tienen muchos residentes sobrenaturales con los cuales competir.
– De modo que en Cincinnati no hay nadie a quien preguntarle -suspiró Jaime-. ¡Mierda! No podía ser tan fácil, ¿verdad?
– Está todavía la pista de la motivación -dije-. Esus cree que estamos buscando a un sobrenatural movido por una vendetta contra las camarillas. La única otra motivación razonable es el dinero. Páguenme mil millones de dólares y dejaré de matar a sus chicos. Pero las camarillas no han recibido notas de chantaje. -Hice una pausa-. A menos que las hayan recibido y no nos lo hayan dicho. ¡Maldita sea! Odio todo esto.
– Creo que es razonable decir que no ha habido intentos de extorsión -dijo Lucas-. Ahora que ha muerto uno de los nietos de Thomas Nast, cualquier asesino que tenga algún conocimiento de las camarillas sabría que ya no le es posible plantear nada en términos de dinero. Como dijo Esus, la cosa es personal.
– Entonces, cuando se ponen todas las pistas juntas, se tienen fuertes indicios. Un varón adulto, que vive en el área de Cincinnati, tiene razones para querer vengarse de las camarillas, no sólo de una, sino de todas las camarillas. No puede haber muchos sobrenaturales que cumplan todos estos criterios.
– Entonces, sencillamente, se trata de interrogar a las camarillas… -dijo Jaime, mirando a Lucas-. Tampoco es tan fácil, ¿verdad?
– Probablemente no -respondió Lucas-. Me temo que si doy a las camarillas demasiada información, nos encontremos con una repetición del incidente de Weber.
– O una epidemia repentina que afecte a los sobrenaturales varones que viven en Ohio -tercié yo.
– Precisamente. Comenzaremos, en cambio, revisando mis contactos. Si un sobrenatural tiene razones para estar resentido con las camarillas, alguien tiene que haber oído algo.
– No hay nada que a nosotros, los de fuera, nos guste más que el cotilleo sobre las grandes y perversas camarillas -dijo Jaime-. Yo misma podría hacer unas cuantas llamadas.
– Excelente idea -respondió Lucas-. En primer lugar, no obstante, esperad a que hable con un contacto local. Publica una página de noticias anticamarillas, y siempre ha sido mi mejor fuente de rumores sobre ellas.
– ¿Vive en Miami y saca una página de noticias anticamarillas? -pregunté-. Más vale que rece para que tu padre nunca lo descubra.
– Mi padre lo sabe todo sobre Raoul. En esos asuntos sigue la máxima de Sun Tzu de mantener cerca a los amigos y aún más cerca a los enemigos.
– Estupendo. Bueno, muy bien, ¿y puedo yo reunirme con ese Raoul? -pregunté.
– Es un chamán, no un hechicero, de modo que no se negará a discutir cualquier asunto con una bruja. Además, tal vez podamos encontrar alguna lectura… interesante en su librería.
– ¿Hechizos?
Apareció una sonrisita en el rostro de Lucas.
– Sí, hechizos. Pero recuerda que si yo te llevo a la fuente de los hechizos, cualquiera que desees adquirir debo ser yo quien lo compre, y por lo tanto, cuenta en mi total acumulado de opciones.
Sonreí.
– De acuerdo.
– A mí no me sirven los hechizos -dijo Jaime-. Pero podría interesarme un libro para leer. ¿Os molesta que vaya con vosotros?
No nos molestaba en absoluto, de modo que cogimos los tres nuestras cosas y nos marchamos.