Everett Weber vivía en las afueras de Modesto, en una pequeña casa de campo, un feo bloque ceniciento que tenía un cuidado jardín y un césped bien cortado, pero cuya carpintería necesitaba desde hacía mucho tiempo una buena mano de pintura. Probablemente una casa de alquiler, cuyo propietario sería, quizás, el dueño de los viñedos circundantes. Como la mayoría de los inquilinos, Weber estaba dispuesto a mantener arreglado el lugar, pero no pensaba pagar de su propio bolsillo el dinero para las reparaciones.
Weber trabajaba en Silicon Valley, de modo que esperábamos que a la una del mediodía de un viernes, ése fuera el lugar donde se hallara. A partir de la verificación preliminar que Lucas había hecho, Weber parecía vivir solo. Agréguese el hecho de que su casa se encontraba en un camino de tierra, sin vecinos a menos de un kilómetro en cualquier dirección, y una irrupción a plena luz del día no era tan arriesgada como pudiera parecer en un principio.
El aislamiento de la vivienda la hacía perfecta para un registro, pero dificultaba el acercamiento y la verificación de que no hubiese ocupantes. Desde el camino llamamos a la casa, y nadie respondió al teléfono, pero eso no significaba necesariamente que Everett no estuviera allí. Tras algunos merodeos, Lucas afirmó que no había nadie en la casa, pero cuando nos encontramos ante la puerta trasera, descubrimos que todas las ventanas tenían rejas de protección y pegatinas de una empresa de seguridad. Después de una rápida inspección, Lucas aseguró que las pegatinas eran legítimas. Weber tenía un sistema de seguridad y estaba activado.
– ¿No tenéis en vuestro repertorio, supongo, hechizos que permitan desactivar las alarmas? -susurró Adam mientras nos apiñábamos frente a la puerta trasera.
Lucas sacó una pequeña caja de instrumentos que había mantenido oculta bajo la chaqueta de cuero.
– No, pero sí tengo esto.
– Fantástico. -Adam se agachó junto a Lucas mientras éste trabajaba-. Me parece que esto no lo aprendiste en la facultad de Derecho.
– Te sorprenderías -murmuró Lucas-. No. Esto proviene de tener clientes que son empleados contratados por las camarillas. Como podrás suponer, las camarillas no los contratan por su destreza dactilográfica. En algunos casos, un intercambio de conocimientos resulta más valioso que la remuneración financiera. -Manipulaba mientras tanto un lío de cables-. Ahí está. Ahora viene la parte más difícil. Tengo que cortar estos tres en el mismo instante, porque si no la haré funcionar. Pero, si los corto, eso se descubre fácilmente y Weber sabrá que su sistema ha sido violado. Esto puede llevarme unos minutos. -Buscó en la caja-. Primero, necesitó…
Adam se agachó y cogió con la mano el lío de cables. Una chispa, y se desintegraron convirtiéndose en cenizas.
– O podríamos, simplemente, hacer eso -siguió Lucas.
– Esos malditos cortocircuitos espontáneos -añadió Adam.
– Veo que has estado practicando -dije yo.
Adam sonrió y se limpió las cenizas de la mano. Luego asió el picaporte de la puerta.
– Aguarda -dije.
Lancé un hechizo abrepuertas. Adam la empujó. Esperamos un momento, pero no sonó ninguna alarma. Lucas terminó de colocar nuevamente los cables en los lugares indicados, y luego nos hizo un gesto para que entráramos.
Pronto entendimos por qué Weber había puesto un sistema de seguridad en una casa de campo alquilada. Todo el dinero que había ahorrado con el alquiler, lo había invertido en electrónica, con múltiples ordenadores, una televisión de plasma y un sistema de alta fidelidad que no me cabía duda que haría temblar a los vecinos, aunque se hallaran a dos kilómetros de distancia.
Mientras Adam y Lucas comenzaban su búsqueda, yo me dirigí al área en que era experta: el ordenador. Pronto descubrí que Weber aplicaba a su disco duro los mismos niveles de seguridad que utilizaba para su casa. A pesar de que era la única persona que vivía allí, tenía el ordenador protegido por una contraseña. Me llevó casi treinta minutos descifrarla, sólo para encontrarme con que todos sus datos -incluso su email- estaban cifrados. A toda velocidad volqué los archivos en un CD para trabajar en ellos después.
Dado que Lucas y Adam seguían con su registro, volví al ordenador de Weber para buscar una determinada información: un número de tarjeta de crédito. Tras ver cuan cuidadoso era Weber con sus archivos, supuse que esa búsqueda sería inútil. Bueno, me equivocaba. Tras cinco minutos de indagación, me encontré con una recompensa inesperada: un número de tarjeta de crédito no cifrado. Posteriormente podría entrar en el sistema de la compañía de la tarjeta de crédito y buscar en sus registros, con la esperanza de que, si Weber era nuestro asesino, hubiera usado su tarjeta para viajar.
Tras otra media hora, decidimos que la casa había sido totalmente registrada. Lucas y Adam no habían encontrado nada. Sólo nos cabía esperar que descifrar los archivos de Weber y verificar los registros de su tarjeta de crédito nos resultara más provechoso.
Nos retiramos a Santa Cruz, donde vivía Adam con sus padres. Yo estaba ansiosa por inspeccionar los registros de la tarjeta de crédito de Weber, pero la madre de Adam, Talia, insistió en que cenáramos primero, y dado que desde el desayuno yo había estado sometida a un gran desgaste mental sin probar bocado, tuve que reconocer que mi cerebro necesitaba alimento antes de empeñarme en algo tan arriesgado como entrar en los archivos de las compañías de tarjetas de crédito.
Comimos fettuccini Alfredo al aire libre, en la estructura de varios niveles que ocupaba la mitad del patio trasero. Talia y Robert comieron con nosotros para enterarse del caso. Como ocurría a menudo, la perorata inicial de Adam había dejado fuera la mitad de los detalles y confundido el resto, de modo que ellos querían oír la verdadera historia de primera mano.
Talia era uno de los pocos humanos que vivían dentro del mundo sobrenatural. Ella lo había elegido: aceptar los peligros de ese conocimiento para comprender mejor a su hijo y a su esposo, y desempeñar un papel pleno en sus vidas. Durante los últimos años, la salud de Robert había comenzado a debilitarse, y Talia había ido asumiendo muchas de sus responsabilidades. Robert tenía sólo sesenta y ocho años, pero su estado físico no había sido nunca lo que se dice fuerte, cosa que lo había obligado aun desde una temprana edad a adoptar un enfoque académico para ayudar a otros semidemonios, actuando como confidente y fuente de recursos. Talia, que tenía veintisiete años menos, había aceptado de buena gana este cambio de carrera en la mitad de la vida. En cuanto a que Adam asumiera parte del trabajo de Robert, bueno, digamos tan sólo que nadie esperaba que se sentase ante un escritorio para leer textos de demonología en ningún futuro próximo.
Adam mordió un pedazo de pan y lo masticó mientras hablaba.
– Y así fue. Forzamos la puerta, entramos, buscamos y salimos volando.
– Espero que hayáis sido cuidadosos… -comenzó a decir Talia, y se detuvo-. Sí, seguro que sí. ¿Hay algo que Robert y yo podemos hacer…?
– ¿Prestarnos vuestro Miata? -preguntó Adam-. El jeep hace un ruido raro.
– El jeep lleva haciendo ruidos raros desde que lo compraste, y la última vez que condujiste mi coche, arruinaste el techo descapotable, pero si hay otra cosa que podamos hacer…
– Preguntaste por un demonio llamado Nasha -dijo Robert hablando por primera vez desde que se habían sentado a comer.
– Ah, sí, así es -respondí-. Me había olvidado por completo.
– Bueno, os habría enviado una respuesta a través de Adam, pero estuve posponiéndolo para darme más tiempo y quizás encontrar una respuesta mejor. No hay mención en ningún texto de un demonio llamado Nasha. Es muy probable que la pobre chica oyese mal, pero no puedo encontrar un nombre que ni siquiera fonéticamente se parezca a Nasha. Lo que más se acerca es Nakashar.
– Nakashar es un Eudemonio, ¿no? -terció Adam mientras pelaba una naranja-. Muy menor. Aparte de en los periódicos del archivo de Babilonia, no se lo menciona.
Levanté la vista sorprendida de que Adam lo supiese.
Y continuó.
– De modo que no es probable que sea Nakashar. A los Eudemonios se los puede llamar, pero no interfieren con nuestro mundo. Hacerles sacrificios es como sobornar a una inspectora de tráfico para librarse de una multa por exceso de velocidad. Pero estamos hablando de un Druida, ¿no? De modo que deberíamos buscar deidades celtas. ¿Por qué no Macha?
– Por supuesto -respondió Robert-. Eso tiene sentido, ¿no os parece?
– No sé nada sobre el panteón celta -afirmé yo.
– No me sorprende. Aunque a menudo se los clasifica como demonios, no se los incluye en los textos de demonología, porque sólo los Druidas pueden comunicarse con ellos. No encajan en la definición clásica ni de los Eudemonios, ni de los Cacodemonios. Si se les pregunta, dirán que son dioses, pero la mayoría de los demonógrafos no están conformes con esa denominación y prefieren aplicarles la de «deidades menores». El estudio de las deidades celtas…
– … es fascinante -interrumpió Talia con una sonrisa-. Y estoy segura de que a todos nos encantaría oír más sobre eso… en otra ocasión.
Robert rió por lo bajo.
– Gracias, Lia. Digamos tan sólo que Macha es una sospechosa probable. Es una de las tres Valkirias que son aspectos de la Morrigan, y ciertamente acepta sacrificios humanos. Por lo tanto, tenemos ahí un elemento de prueba que apoya vuestra teoría. Ahora bien, sé que queréis volver al trabajo. ¿Adam? Si pudieras ayudar a tu madre con los platos…
– Oh, no lo tortures -dijo Talia-. Estoy segura de que quiere ayudar a Pai… -Captó una mirada de Robert-. O tal vez pueda mostrarle primero a Lucas esa motocicleta.
– Ahí está. -Adam se volvió hacia Lucas-. ¿Recuerdas que te había estado hablando de ese tipo que conoce mi amigo? ¿Que compró una Indian, la desarmó y después no sabía cómo armarla otra vez? Bueno, su esposa quiere que la venda, de modo que le pedí que me mandase unas fotografías por email. Tiene el aspecto de un gran rompecabezas de metal, pero pensé que te agradaría echarle un vistazo. Probablemente podrías conseguirla barata y guardarla aquí hasta que tengáis una casa propia.
– Marchaos, entonces, muchachos -dijo Robert. Cuando ellos salían, me hizo una señal para que yo me quedara.
– Muy bien -dije una vez que se hubieron ido-. ¿Desde cuándo sabe Adam sobre Eudemonios menores y deidades celtas?
– ¿Estás sorprendida? -preguntó Robert con una sonrisa-. Pienso que de eso se trata. Ha estado estudiando desde hace unos meses, pero probablemente no lo mencionó porque quería deslumbrarte con su repentina brillantez.
Moví la silla para acercarme a Robert.
– Nunca le han resultado fáciles las cosas -continuó Robert-. Siempre ha oído a la gente hablar de tus logros. Debo reconocer que he sido culpable, los últimos años, de elogiar tus logros, con la esperanza de que eso lo animara a asumir un papel más activo en el Consejo.
– Ha hablado conmigo sobre eso -dije-. Pero nunca ha ido más allá de las palabras. Cuando se adquiere más poder se adquiere también más responsabilidad.
Robert sonrió.
– Y también más trabajo, y ninguna de las dos cosas atraen demasiado a Adam. En los últimos años, no obstante, ha estado comparando dónde estabas tú y dónde estaba él, un muchacho que había abandonado sus estudios y que atendía un bar, y se sintió molesto consigo mismo, así que se matriculó nuevamente en el preuniversitario, pero creo que aun así no dejaba de justificarse, diciéndose que tú eres algo especial, y que nadie puede medirse por tu rasero. Entonces conoció a Lucas, y vio lo que está haciendo con su vida. Creo que se ha dado cuenta de que si continúa por este camino se quedará atrás y se convertirá en el amigo que mira desde la barrera, compra la cerveza y escucha las historias de guerra.
– De modo que ponerse a estudiar demonología constituye el primer paso de un plan de mayor alcance.
– No diría que es un propiamente un «plan». Adam tiene ambiciones, pero todavía no ha encontrado el modo de canalizarlas. -Mientras Talia volvía para llevarse otra tanda de platos y fuentes, Robert le sonrió-. Ahora bien, su madre sabe de qué forma le gustaría a ella verlas canalizadas. En la lectura y en el estudio, sin ensuciarse las manos, como su padre.
– En eso no hay nada de malo -dijo Talia-. Desgraciadamente, en el caso de Adam, eso requeriría fuertes sedantes y cadenas a prueba de fuego. Involucrarse significa realmente involucrarse, tanto mejor cuanto mayor peligro implique.
– No es tan peligroso -repuse yo-. Realmente no.
Talia rió y me palmeó el hombro.
– No hace falta que adornes las cosas, Paige. Yo sabía que mi hijo no tendría nunca una vida tranquila, de trabajo en una oficina. En algunos casos, es verdad que la biología es destino. Tiene fuerza. Es mejor que la use para bien. O, por lo menos, eso es lo que me digo siempre.
– Tiene un sistema de defensa de primera categoría -dije.
– Exactamente. Le irá muy bien. -Exhaló y afirmó con la cabeza-. Le irá muy bien. Ahora, Paige, mira a ver lo que tienes que hacer para detener a ese tipo, y si necesitas nuestra ayuda, no tienes más que pedirla.
Yo ya había entrado en los archivos de esa compañía de tarjetas de crédito, la última vez tan sólo unas pocas semanas atrás, cuando Lucas necesitó cierta información para un caso. No habían cambiado desde entonces ninguno de sus parámetros de seguridad, de modo que entré fácilmente en el sistema. En veinte minutos dispuse de los registros de las transacciones de la tarjeta de crédito de Weber. Nada en ellos indicaba que durante los últimos seis meses hubiera visitado ninguna de las ciudades en que se produjeron los ataques. Eso, sin embargo, bien podía significar que era lo bastante inteligente como para no hacer ni reservas de hotel ni compras con su tarjeta de crédito. O podría haber usado otra tarjeta.
Lucas entró en el estudio cuando yo terminaba. Cuando le dije que no había conseguido nada, decidió hacer unas llamadas telefónicas para ver si podía encontrar otra manera de saber si Weber había estado fuera de la ciudad durante los días de los ataques. Era mejor hacer esas llamadas desde una cabina, de modo que se llevó a Adam y se fue. ¿Realmente necesitaba que Adam lo guiara por Santa Cruz? No, pero si éste se hubiera quedado en casa, se habría dedicado a importunarme mientras yo trataba de acceder a las bases de datos de Weber. De modo que Lucas se lo llevó.
Me hicieron falta unos treinta minutos para encontrar el programa de cifrado que Weber había utilizado en sus archivos. Una vez que supe qué era lo que había usado, bajé un programa y traduje los archivos en texto. Durante una hora navegué a través de las aburridas tonterías de una vida corriente: bromas por email, correos para concertar encuentros on line, confirmaciones de pago de cuentas, listados de direcciones para felicitaciones de Navidad, y un centenar de minúsculas cotidianidades elevadas al valor de información de máximo secreto por una mente paranoide y un programa de cifrado.
A las diez cincuenta mi reloj despertador sonó. Hora de comprobación con Elena. La llamé, hablé con Savannah, y luego volví a mi trabajo. El resto de los archivos que contenía el disco parecían estar vinculados con su trabajo. Como ocurre con la mayoría de los profesionales, el día de Weber no terminaba cuando el reloj marcaba las cinco. Para los empleados contratados, el impulso que los mueve a convertir ese contrato en un empleo formal de tiempo completo significa a menudo llevarse trabajo a casa para impresionar a la compañía con el producto logrado. Weber tenía muchos archivos de datos en el ordenador y una carpeta llena con programas en SAS, COBOL y RPG. El lado abrumador de la programación: la manipulación y extracción de datos.
Miré las listas de los archivos de datos. Eran más de un centenar en el disco y yo realmente no quería hojear cada uno de ellos. Pero tampoco podía irlos dejando de lado basándome en supuestos sobre el contenido. De modo que hice correr un programa simple para abrir cada una de las carpetas y registrar una muestra al azar de los datos en una nueva carpeta. Entonces, examiné la nueva carpeta. La mayor parte de lo que contenía parecían datos financieros, nada sorprendente ya que Weber trabajaba en la división de contabilidad de una compañía de Silicon Valley. Luego, cuando había recorrido aproximadamente un tercio de la carpeta, me encontré con esto:
Tracy Edith
McIntyre 03/12/86 chamán NY5N34414
Race Mark
Trenton 11/02/88 hechicero YY8N27453
Morgan Anita
Lui-Delancy 23/01/85 semidemonio NY6Y18923
Ahora bien, las compañías de Silicon, Valley pueden emplear a algunas personas sumamente jóvenes y a algunas personas sumamente extrañas, pero no creo que los sobrenaturales adolescentes constituyan una proporción significativa de su personal. Un poco más adelante encontré otras dos listas similares. Tres archivos con información sobre los hijos adolescentes de sobrenaturales. Tres camarillas habían sido víctimas de un asesino que tenía en el punto de mira a sus adolescentes. Estaba claro que no se trataba de una coincidencia.
Mi programa de muestreo había extraído solamente los primeros ochenta caracteres de cada registro, pero la información que había en ellos se extendía mucho más allá, pero, como ocurre con la mayoría de las bases de datos, lo único que se veía eran líneas de números e indicadores Sí/No, que carecían de significado sin un contexto. Para leer y comprender estos archivos se necesitaba un programa que extrajese los datos utilizando una clave de registro.
Diez minutos después, había encontrado el programa que leía los archivos de las camarillas. Lo ejecuté, yluego abrí el archivo así creado.
Criterios A: edad <17; residencia con progenitor(es) = N; ciudad de domicilio actual NO en blanco, país de domicilio actual = USA.
ID Nombre Edad Camarilla Raza P. Estado
016451 Holden
Wyngaard 16 Cortez chamán LA
0139804 Max
Diego 14 Cortez vudú NY
014521 Dana
MacArthur 15 Cortez bruja GA
0205983 Colby
Washington 13 Nast semidemonio SC
0212323 Brandy
Moya 14 Nast semidemonio AB
0213782 Sarah
Dermack 15 Nast nigro TN
030832 Michael
Shane 16 StC semidemonio CA
036012 Ian
Villani 14 StC chamán NY
Criterios B: residencia con progenitor(es) = S; status marital de los padres IN (D,V,S); el empleado es padre custodio = S; ocupación del padre = guardaespaldas; departamento = CEO.
ID Nombre Edad Camarilla Estado civil del padre
018211 Jacob
Sorenson 16 Cortez viudo
039871 Reese
Tettington 14 St. Cloud divorciado
A la altura de mi codo había un trozo de papel que tenía escritos tres nombres: los de los adolescentes asesinados de las otras camarillas, la única información que sobre ellos teníamos. Yo había memorizado ya esa lista, pero de cualquier manera volví a mirarla ahora, movida por la necesidad de estar segura de que no estaba imaginando nada. Leí los nombres.
Colby Washington.
Sarah Dermack.
Michael Shane.
Cogí el teléfono móvil y llamé a Lucas.