El agujero negro del odio

Faye Ashton era una mujer pequeña que, si se hubiese puesto de pie, probablemente no habría llegado al metro y medio. Dudé que pesara más de cincuenta kilos. Aunque aún no tenía sesenta años, tenía el pelo totalmente blanco y el rostro lleno de arrugas. Sus ojos oscuros brillaban de energía, dándole a su cara el aspecto inquietante de un espíritu joven atrapado dentro de un cuerpo que había envejecido antes de tiempo.

La silla de ruedas no era resultado de la edad ni de la enfermedad mental. Faye se había visto reducida a ella desde la batalla que había tenido que librar con la poliomielitis cuando todavía era una niña. Así era como la había encontrado la Camarilla. Cuando al padre de Faye, su padre clarividente, le fue imposible hacer frente a los crecientes gastos médicos que ella requería, se puso en contacto con la Camarilla Cortez y les hizo una oferta. Si ellos le daban a Faye el mejor cuidado médico posible, podían quedarse con ella. Y así lo hicieron.

Cuando Osear cerró la puerta detrás de nosotros, Faye hizo girar su silla de ruedas, repentinamente, ciento ochenta grados.

– Te has tomado tu tiempo…, y no me vengas con esa tontería de que no querías perjudicarme. No queda casi nada que perjudicar.

– Teníamos otras pistas -dijo Lucas.

Faye sonrió.

– Buena respuesta. -Me miró-. Tú debes de ser la hija de Ruth Winterbourne.

– Paige -dije, ofreciéndole la mano.

Tomó mi mano y, con un apretón sorprendentemente firme, hizo que me inclinara para besarme en la mejilla. Luego me puso las manos a ambos lados de la cara y la mantuvo frente a la de ella, escrutándome los ojos con los suyos. Un brillo de sudor le subió a la frente. Tras un minuto, me soltó y sonrió.

– Maravillosa -dijo.

– Eso creo yo -dijo Lucas.

Faye rió.

– No es para menos. No podrías haber hecho mejor. Y bien, ¿qué me cuentas?

Lucas le contó los detalles, particularmente los que se relacionaban con Edward. Le dio también una foto de Edward y de Natasha que se había llevado de su casa, más una camisa que había cogido de la cesta de la ropa sucia de Edward. Yo no sabía que se había traído esas dos cosas. Seguramente ya había pensado en ponerse en contacto con Faye.

Mientras Faye escuchaba lo que Lucas le decía, el brillo de la transpiración se le extendió a las mejillas y a la barbilla, hasta convertirse en hilillos de sudor. La habitación estaba fresca, con una ligera brisa de aire acondicionado que le ponía la carne de gallina en los brazos, pero era obvio que no bastaba para ella. Cuando Lucas terminó, le ofrecí ir a buscar a Osear para ver si podía traerle un ventilador o una bebida fresca.

– No es la temperatura, querida-dijo-. Soy yo. Lograr que el viejo cerebro se mantenga claro me exige cierto esfuerzo.

Recordé algo que mi madre había hecho en favor de una amiga nigromante cuando ésta comenzó a perder su batalla con el mundo de los espíritus.

– ¿Puedo intentar algo? -pregunté-. ¿Un hechizo?

– Como gustes. Puedes intentarlo.

Lancé un hechizo para calmarla, y luego volví a lanzarlo para darle más fuerza. Faye cerró los ojos. Sus labios se movieron sin que produjera sonido alguno, y luego entreabrió uno de los ojos.

– No está nada mal -dijo, y abrió entonces el otro ojo. Sonrió e hizo un movimiento de agrado con los hombros-. Bueno, eso me alivia un poco. ¿Qué ha sido?

– Sólo un hechizo para que se tranquilizara. Cualquier bruja puede hacerlo. Me llama la atención que no tengan una bruja aquí. Los chamanes son excelentes para cuidar a las personas, pero como enfermera, realmente deberían tener a una bruja.

Faye resopló.

– Trata de decirles eso a esos malditos hechiceros.

– Lo haré -dije-. Hablaré con Benicio la próxima vez que lo vea.

Las cejas de Faye se levantaron, y sus labios se curvaron apenas, como si estuviese esperando a lanzar una carcajada en cuanto yo reconociera que estaba bromeando.

– Lo dice muy en serio -dijo Lucas-. Va a decírselo, y lo más sorprendente es que él le hará caso.

– Tengo influencia -repliqué, dirigiendo a Lucas una mirada de soslayo.

Faye echó hacia atrás la cabeza, y la risa llenó la habitación.

– Así que le has descubierto el punto débil a ese sinvergüenza, ¿no es cierto? Qué chica más inteligente. Si puedes conseguirme una bruja, te pondré en el primer puesto en la lista de los visitantes que cuentan con mi aprobación. Ahora, veamos qué es lo que puedo hacer por vosotros.

Faye puso la fotografía de Edward sobre su falda y la miró fijamente. Me senté en una silla que estaba ligeramente detrás de Faye, sabiendo que es siempre más fácil concentrarse cuando el público está fuera de la vista. Lucas colocó también una silla junto a la mía.

Un momento después, Faye bajó los hombros y se inclinó hacia delante. Miré a Lucas. Él movió la cabeza con un signo de afirmación, indicándome que eso era normal. Transcurrieron por lo menos diez minutos de silencio. Entonces el cuerpo de Faye se tensó. Abrió la boca.

– Tengo… -Suspiró y su cuerpo se puso rígido mientras ponía los ojos en blanco. Lucas pegó un salto y se puso de pie. Ella pestañeó, recuperándose, y apartó a Lucas.

– Disculpad -dijo-. Una táctica errónea. Me he expuesto demasiado. Recibí una ola emocional que me impactó.

– ¿Lo encontraste? -dijo Lucas.

– ¿Un gran agujero negro de odio? Eso debe de ser él. La maldita cosa casi me tragó. -Tembló, y enseguida se enderezó-. Bueno, ahora viene la vuelta número dos. Esta vez, voy a apagar el radar emocional y me limitaré a los aspectos visuales.

Faye inclinó de nuevo la cabeza y, esta vez, sólo necesitó un minuto para encontrar a Edward.

– Está sentado en el borde de una cama, contemplando la pared. No le ayuda a sentirse mejor. Dejad que mire el entorno. Cama, cómoda, televisor, dos puertas…, un momento, hay algo adherido a la puerta. Un plan de escape en caso de incendio. De modo que estamos hablando de un motel o de un hotel. No es de extrañar. Detalles, detalles…, veo una ventana. Por ella se ve la parte alta de unos edificios, de modo que reduzcámoslo a un hotel, algo que tiene por los menos tres pisos, está probablemente en el tercero o el cuarto. La habitación es limpia. No se ve ni siquiera un calcetín en el suelo. Bueno, comienza a dirigirme.

– Volvamos a la ventana -dijo Lucas-. Descríbeme los edificios que ves fuera.

– Dos. Ambos de cemento armado, con muchas ventanas. Uno alto en la distancia, el más bajo frente a la ventana, tal vez a treinta metros de la ventana. No deja ver mucho más.

– ¿No hay ninguna característica distintiva en ninguno de ellos?

– No…, espera. Hay un cartel en el que está más lejos, sobre el tejado, pero está demasiado lejos para que pueda leerlo.

– ¿Puedes ver el sol?

– No.

– ¿Las sombras?

– Hay una proyectada junto a la ventana.

– ¿En qué dirección cae la sombra?

Faye sonrió.

– ¡Qué muchacho más inteligente! La sombra cae derecha dentro de la habitación, lo que significa que la ventana da al sur.

– Volvamos al cartel sobre la evacuación en caso de incendio. ¿Puedes acercarte lo suficiente como para leerla?

– Sí, pero no dice el nombre del hotel ni el número de la habitación. Ya había pensado en eso.

– ¿Indica el precio de la habitación?

– Ah, sí. Cien dólares justos.

– Muy bien.

Lucas orientó a Faye a otros puntos alrededor de toda la habitación, pero no encontró nada útil. A pesar de que yo lanzaba de tanto en tanto un hechizo para calmarla, estaba comenzando a sudar nuevamente, de modo que Lucas le puso punto final a la búsqueda.

– Una última cosa -dijo Faye-. Déjame hacer una rápida lectura. Todavía está sentado allí, de modo que debe de estar pensando. Si está planeando alguna cosa, tal vez yo pueda darte algún indicio.

Se quedó en silencio, acercando otra vez la cabeza al pecho. Pasó un minuto de silencio, luego tembló e irguió la cabeza mientras las pupilas se movían como cuando se está en la fase REM del sueño. Lucas le puso la mano en el hombro. Después de un momento, ella volvió a temblar.

– Disculpad, es nuevamente ese maldito agujero negro. Es que… nunca he sentido nada igual. Ella significaba tanto para él… -Faye tragó saliva-. Bueno, hasta Hitler quería a su perra, ¿no es verdad? Eso no convierte a nadie en una buena persona, y este tipo ciertamente no lo es. Lo único que le importaba era ella. Bueno, hagamos otro intento…

– Tal vez no deberías hacerlo.

– Lo tengo. Espérate un segundo. -Exhaló y volvió a inclinar la cabeza-. Está frustrado. Los asesinatos… no lo ayudan, no llenan el vacío. Necesita más. Hay uno que estaba reservando para el final, pero no puede esperar. Va a… -Su cabeza cayó hacia atrás, golpeando el reposacabezas de la silla de ruedas con tanta fuerza que la silla pegó un salto.

– ¡Oh! -La palabra salió como un resoplido.

Se aferró a los lados de la silla de ruedas mientras el cuerpo se le ponía rígido, levantándosele el torso de modo que no tocaba la silla. Lucas y yo saltamos ambos hacia ella. Antes de que pudiéramos sostenerla, el cuerpo se le puso derecho como un tablón, y se resbaló de la silla. Lucas se lanzó hacia delante y la sostuvo antes de que se golpeara contra el suelo. Tenía convulsiones, los ojos le daban vueltas, tenía la boca abierta. Tomé un bolígrafo que se hallaba en una mesa próxima, le abrí la boca y lo introduje para mantenerle la lengua hacia abajo. Entonces de repente se quedó quieta. Simplemente se quedó quieta, como si se hubiese congelado en el lugar. Lucas la depositó suavemente en el suelo.-Voy a buscar a Osear -dijo.

– ¿Está…?

– Se pondrá bien. Me temo que éste sea su estado normal. Catatónica.

Cuando se hubo ido, cambié de posición los brazos de Faye, tratando de ponerla más cómoda, aunque yo sabía que estaba más allá de los cuidados. Mientras le acomodaba la cabeza, vi un brillo en sus ojos, abiertos pero ciegos. No, ciegos no. Al inclinarme, capté movimiento en ellos, vi que sus pupilas se contraían y temblaban, mínimamente, como alguien que mira la televisión. Solo que lo que veía no era una pantalla de televisión sino la pequeña pantalla de su propia mente, que proyectaba un centenar de películas de cien vidas diferentes, que transcurrían todas con tanta rapidez que su cerebro ya no podía darles sentido.

Sin duda iba a hablar con Benicio sobre proporcionarle a Faye una enfermera que fuera bruja. No iba a curarla, pero cualquier cosa que hiciera por ella sería mejor que… esto. Sí, eso significaría abogar a favor de que una bruja trabajase para una camarilla, algo que nunca imaginé que haría, pero la triste verdad era que había docenas de brujas deseando conseguir un empleo en una camarilla, y si eso significaba que podían ayudar a alguien como Faye, bueno, por ahora eso era lo mejor que yo podía hacer.

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