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La entrevista que Hércules Poirot concertó con sir George Sanderfield no empezó bajo buenos auspicios.

La «buena pieza», como había dicho Ambrose Vandel, estaba ligeramente mosqueado por aquella visita. Sir George era un hombre bajo y fornido, de cabello basto y pescuezo grueso y grasiento.

—Bien, monsieur Poirot —dijo—. ¿En qué puedo servirle? Creo que... no nos conocíamos antes de ahora.

—No. No habíamos sido presentados.

—Bueno. ¿De qué se trata? Le confieso que siento gran curiosidad por saberlo.

—Oh; no es nada de particular... una simple información.

El otro soltó una risita nerviosa.

—Quiere que le dé algún informe de carácter reservado, ¿verdad? No sabía que le interesaban los negocios.

—No se trata de los affaires. Es una cuestión relacionada con una dama.

—Ah; una mujer.

Sir George se inclinó en el sillón y pareció descansar. Su voz tenía ahora un tono más tranquilo.

—Según creo —dijo Poirot—, conocía usted a mademoiselle Katrina Samoushenka.

Sanderfield rió.

—Sí. Una criatura encantadora. Es una lástima que se haya ido de Londres.

—¿Cuándo se marchó?

—Pues, francamente, no lo sé. Supongo que se enfadaría con la Dirección. Era una temperamental... un genio muy ruso. Siento no poder ayudarle, pero no tengo ni la más mínima idea de dónde debe estar ahora. No he sabido más de ella.

Su voz tenía un acento de despedida cuando se levantó.

—Pero no es a mademoiselle Samoushenka a quien me interesa encontrar —observó Poirot.

—¿De veras?

—No; se trata de su doncella.

—¿Su doncella? —Sanderfield miró fijamente al detective.

—¿Tal vez... la recuerda usted? —preguntó Poirot.

Sanderfield volvió a mostrar el desasosiego de antes.

—¡Válgame Dios! —dijo con afectación—. No; ¿cómo había de acordarme de ella? Recuerdo que tenía una, desde luego... era una chica de cuidado. Servil y fisgona. Yo en su lugar no haría caso de una de las palabras que dijera esa muchacha. Es una mentirosa innata.

—Por lo que se ve, recuerda usted muchas cosas de ella —murmuró Poirot.

Sanderfield se apresuró a contestar:

—Tan sólo la impresión que me causó; nada más... Ni siquiera recuerdo su nombre... Déjeme ver... Marie, no sé qué... En fin, temo que no le podré ayudar a encontrarla. Lo siento.

Poirot comentó:

—En el «Thepsian Theatre» me dijeron que se llama Marie Hellin y hasta me facilitaron su dirección. Pero yo me refiero, sir George, a la doncella que tuvo mademoiselle Samoushenka antes de Marie Hellin. Estoy hablando de Nita Valetta.

Sanderfield miró extrañado a Poirot.

—No la recuerdo en absoluto. Marie fue la única que conocí. Una muchacha morena de mirada desagradable.

—La chica a que hago mención estuvo en Grasslawn en el pasado mes de junio.

Sanderfield contestó con un gesto huraño:

—Bueno; todo lo que puedo decirle es que no la recuerdo. No creo que Katrina trajera ninguna doncella. Debe estar usted equivocado.

Hércules Poirot sacudió la cabeza. No creía estarlo.

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