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—Bueno, amigo mío, ¿qué es lo que ha averiguado?

El inspector jefe Japp miró pensativamente al hombrecillo que había hecho la pregunta y replicó con acento desilusionado:

—Nada de lo que a mí me gustaría, Poirot. No sabe cómo aborrezco a esos chiflados de largos cabellos y nuevas ideas religiosas. Sólo se ocupan de embaucar a las mujeres, con esas sartas de tonterías. Pero ese tipo es cuidadoso; no hay nada que pueda achacársele. El asunto parece cosa de locos, pero es inofensivo.

—¿Se enteró de los antecedentes del doctor Andersen?

—Le he dado un repaso a su historial. Fue un buen químico, que prometía mucho, pero lo despidieron de una Universidad alemana. Al parecer, su madre era judía. Le gustó siempre el estudio de las religiones y mitos orientales, gastaba en ello su tiempo libre y ha escrito varios artículos sobre el particular... Algunos de ellos verdaderas tonterías.

—¿Es posible, por lo tanto, que sea un fanático auténtico?

—Yo estaría dispuesto a asegurarlo.

—¿Y qué me dice de los nombres y direcciones que le di...?

—No hay nada que hacer por ese lado. La señorita Everitt murió de colitis ulcerativa. El médico que la asistió está completamente seguro de que no hubo nada sucio. La señora Lloyd falleció a causa de una bronconeumonía. Lady Western de tuberculosis; sufría ese mal desde hacía muchos años... antes de que entrara a formar parte de esta secta. La señorita Lee murió de fiebres tifoideas, atribuidas a una ensalada que comió en el norte de Inglaterra. Tres de ellas enfermaron y murieron en su propio domicilio; la señora Lloyd falleció en un hotel del sur de Francia. Por lo que se refiere a estas muertes, no hay nada que pueda relacionarlas con el «Gran Rebaño», o con la finca de Andersen en el Devonshire. Debe ser pura coincidencia. Todo está perfectamente en orden.

Hércules Poirot suspiró y dijo:

—Y, sin embargo, amigo mío, tengo el presentimiento de que éste va a ser el décimo «trabajo» de Hércules, y de que el doctor Andersen es Gerión, al monstruo al que debo destruir.

Japp lo miró con curiosidad.

—Oiga, Poirot, ¿no habrá usted leído libros raros últimamente?

El detective replicó con dignidad:

—Mis observaciones son, como de costumbre, pertinentes, completas y muy en su punto.

—Debe usted fundar una nueva religión con el credo de «No hay nadie más listo que Hércules Poirot. Amén.» Repítase ad libitum.

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