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Pasaron tres días antes de que, en las primeras horas de la mañana, una pequeña partida de hombres apareció ante el hotel.

Fue Hércules Poirot quien abrió la puerta y los recibió con una versallesca reverencia.

— Bien venido, amigo mío.

El señor Lementeuil, el comisario de policía asió las dos manos de Poirot.

—¡Ah, amigo mío; qué alegría me da verlo de nuevo! ¡Qué cosa más estupenda y qué emociones habrá experimentado!... Y nosotros abajo; ansiosos, llenos de temor... sin saber nada; temiéndolo todo. Sin radio ni otro medio de comunicación. El heliógrafo fue un destello brillante de su ingenio.

—No, no —Poirot procuró aparentar modestia—. Al fin y al cabo, cuando fallan los inventos humanos, recurre uno a la Naturaleza. El sol siempre está en el cielo.

El pequeño grupo entró en el hotel.

—¿No nos esperaban? —preguntó Lementeuil con sonrisa que más bien era una mueca.

Poirot sonrió a su vez.

—Pues no —dijo—. Se cree que el funicular no funcionará por ahora.

Lementeuil, emocionado, dijo:

—Éste es un gran día. ¿Cree usted que no hay duda? ¿Es realmente Marrascaud?

—Claro que es Marrascaud. Venga conmigo.

Subieron por la escalera. Una puerta se abrió y apareció Schwartz, envuelto en su bata. Miró fijamente a los que llegaban.

—He oído voces —dijo—. ¿Qué ocurre?

Hércules Poirot explicó con ampulosos ademanes:

—¡Han llegado los refuerzos! Acompáñenos, señor. Éste es un gran momento.

Empezaron a subir el siguiente tramo de escaleras.

—¿Van en busca de Drouet? —preguntó Schwartz—. Y a propósito, ¿cómo está?

—El doctor Lutz dijo anoche que estaba mejor.

Llegaron ante la puerta de la habitación de Drouet. Poirot la abrió y anunció:

—Aquí tienen su jabalí salvaje, caballeros. Cójanlo vivo y cuiden de que no defraude a la guillotina.

El hombre tendido en la cama intentó levantarse. Pero los policías lo cogieron por los brazos antes de que pudiera moverse.

Schwartz exclamó asombrado:

—Pero si es Gustave el camarero... Es el inspector Drouet.

—Es Gustave... pero no Drouet. Drouet fue el primer camarero: el llamado Roberto que fue encerrado en la parte deshabitada del hotel y a quien Marrascaud mató la misma noche en que se produjo el ataque a mi habitación.

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