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Poirot tenía la costumbre de discutir los casos con su criado, el eficiente George. Es decir, Poirot hacía ciertas observaciones a las cuales George replicaba con la sabiduría que había acumulado en el transcurso de su carrera de sirviente de caballeros.

—Si te encontraras con la necesidad de llevar a cabo unas investigaciones en cinco partes diferentes del mundo, ¿qué harías, George?

—Los viajes aéreos son muy rápidos, señor, aunque algunos dicen que trastornan el estómago. Yo no puedo asegurarlo, pues nunca volé.

—Y uno se pregunta, ¿qué es lo que hubiera hecho Hércules?

—¿Se refiere usted al campeón ciclista, señor?

—O simplemente —prosiguió Poirot sin hacer caso de la observación— ¿qué es lo que hizo? Y la respuesta es, George, que viajó sin descanso. Pero, al fin, se vio obligado a solicitar información de Prometeo, según unos, y de Nereo, según otros.

—¿De veras, señor? —dijo George—. Nunca oí hablar de esos dos caballeros. ¿Acaso eran los dueños de unas agencias de viajes, señor?

Hércules Poirot, disfrutando del sonido de su propia voz, siguió:

—Mi cliente, Emery Power, sólo entiende una cosa... ¡acción! Pero no conduce a nada el gastar energías en acciones innecesarias. Hay en la vida, George, una hermosa regla que dice: «Nunca hagas tú mismo lo que otros pueden hacer por ti».

—La encuentro muy razonable, señor.

—Especialmente —añadió el detective al tiempo que se levantaba y se dirigía hacia la librería— cuando no hay que preocuparse por los gastos.

Cogió una carpeta rotulada con la letra D y la abrió por la división que indicaba: «Detectives - Agencias de confianza.»

—El Prometeo moderno —dijo—. Te agradeceré, George, que me escribas unos cuantos nombres y direcciones. Señores Hankerton, Nueva York. Señores Landen y Bosher, Sidney. Señor Giovanni Mezzi, Roma. M. Nahum, Estambul, y señores Roger y Franconard, París.

Esperó a que George acabara de escribir y luego observó:

—Ahora ten la bondad de ver a qué hora salen los trenes para Liverpool.

—Sí, señor. ¿Va usted a Liverpool, señor?

—Me temo que sí. Es posible, George, que deba ir más allá todavía, pero no por ahora.

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