2



Aquella noche Harold se reunió con madre e hija después de cenar. Elsie Clayton llevaba un vestido color de rosa, apagado y mate. El joven vio que tenía los párpados enrojecidos. Había estado llorando.

La señora Rice anunció con viveza:

—Ya me enteré de quiénes son esas dos arpías, señor Waring. Son polacas... de muy buena familia; eso me ha dicho el conserje.

Harold miró al otro lado del salón, donde estaban sentadas las dos mujeres. Elsie preguntó, sin demostrar ningún interés:

—¿Aquellas dos señoras? ¿Las del cabello teñido? Tienen un aspecto bastante desagradable... No sé por qué.

Harold exclamó triunfalmente:

—Eso mismo pensé yo.

La señora Rice rió.

—Me parece que ambos desvarían. No se puede juzgar a la gente por su solo aspecto externo.

Elsie rió a su vez.

—Supongo que así será —dijo la hija—; pero, de todas formas, me hacen el efecto de dos buitres.

—¡Arrancando los ojos a los muertos! —dijo Harold.

—¡Oh. no! —exclamó Elsie.

El joven se apresuró a excusarse:

—Lo siento.

La señora Rice sonrió y dijo:

—Sea como fuere, no creo que se metan con nosotros.

—No tenemos ningún secreto pecaminoso —comentó Elsie.

—Tal vez lo tenga el señor Waring —añadió su madre guiñando un ojo.

Harold soltó una carcajada, inclinando la cabeza, hacia atrás.

—Ni de los más pequeños —dijo—. Mi vida es un libro abierto.

Y un pensamiento cruzó su mente:

—¡Qué tontos son los que abandonan el camino recto! Una conciencia limpia... eso es todo lo que se necesita en la vida. Con ello puede uno enfrentarse con el mundo y mandar al diablo a quien se interponga.

De pronto, sintió que su vitalidad aumentaba; se notó más fuerte, mucho más dueño de su destino.

Загрузка...