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Edward Ferrier asió efusivamente la mano de Poirot.

—Mil gracias, señor Poirot. Esto acaba de una vez con el X-ray News. Ese indecente papelucho está destruido por completo. Lo tenía merecido por planear un complot tan asqueroso. Contra Dagmar, además, que es la criatura más buena del mundo. Gracias a Dios, se las compuso usted para que el asunto apareciera ante todos tal como era... ¿Cómo se le ocurrió la idea de que pudieran estar utilizando un «doble»?

—No fue idea nueva —le recordó Poirot—. Fue empleada con éxito en el caso de Jeanne de la Motte, cuando suplantó la personalidad de María Antonieta.

—Ya comprendo. Tendré que volver a leer «El Collar de la Reina». Pero ¿cómo encontró usted precisamente a la mujer que estaban empleando para ello?

—La busqué en Dinamarca y bien pronto la localicé.

—¿Y por qué en Dinamarca?

—Porque la abuela de la señora Ferrier era danesa, y ella misma tiene un tipo marcadamente danés. Pero además había otras razones.

—El parecido es chocante en extremo. ¡Qué idea más diabólica! ¿Cómo llegaría esa rata de Percy a pensar en ello?

Poirot sonrió.

—No fue él —se dio un golpe en el pecho—. ¡Yo fui el que pensó en ello!

Edward lo miró fijamente.

—No lo entiendo. ¿Qué quiere decir?

Poirot explicó:

—Debemos retroceder a una historia mucho más vieja que la de «El Collar de la Reina»... a la de la limpieza de los establos de Augías. Lo que Hércules utilizó fue un río... es decir, una de las grandes fuerzas de la Naturaleza. ¡Modernice eso! ¿Cuál es, también, una de esas grandes fuerzas? El amor y las cosas relacionadas con él, ¿verdad? Es el aspecto amoroso el que hace que se vendan las novelas y el que da interés a las noticias. Dé a la gente un escándalo relacionado con asuntos amorosos y le interesará más que cualquier trampa o fraude político.

»Eh bien —continuó el detective—, ésa fue mi tarea. Primero, poner mis manos en el cieno, como hizo Hércules para construir un dique que desviara el curso del río, un periodista amigo mío me ayudó. Estuvo buscando en Dinamarca, hasta que encontró a una persona adecuada para intentar la suplantación. Al presentarse a ella mencionó casualmente el X-ray News, confiando en que se acordaría del nombre. Y así fue.

»¿Y qué ocurrió luego? —prosiguió—. Cieno..., gran cantidad de cieno. La mujer del César fue salpicada por él. Una cosa más interesante para la gente de la calle que ningún escándalo político. Y como resultado... ¿el dénouement? ¡Qué va! ¡La reacción! ¡La virtud vindicada! ¡La absolución de la mujer inocente! Una gran marea de romanticismo y simpatía barriendo los establos de Augías. Si todos los periódicos del país publicaran ahora la noticia de los desfalcos cometidos por John Hammet, nadie lo creería. Sería considerada como otra conjura política para desacreditar del todo al Gobierno.

Edward Ferrier aspiró profundamente el aire. Por unos momentos, Poirot estuvo más cerca que nunca de ser víctima de una agresión personal.

—¡Mi esposa! Se atrevió usted a utilizarla como...

Por fortuna quizá, la señora Ferrier entró en aquel preciso instante.

—Bueno —dijo ella—. Todo acabó bien.

—Dagmar, ¿estabas enterada de... todo lo que pasaba?

—Desde luego, querido —contestó Dagmar Ferrier.

Y sonrió con gentil y maternal sonrisa de una esposa afectuosa.

—¡Y no me dijiste nada!

—Pero, Edward; de haberlo sabido no hubieras permitido que monsieur Poirot lo hiciera.

—¡Claro que no lo hubiera permitido!

Dagmar sonrió.

—Eso es lo que nosotros pensamos.

—¿Nosotros?

—Monsieur Poirot y yo.

Repartió su sonrisa entre su marido y el detective, y añadió:

—Descansé muy bien los días que estuve en casa de nuestro querido obispo y ahora me encuentro llena de energías. Quieren que vaya a Liverpool, el próximo mes, para bautizar un nuevo buque de guerra... Creo que será conveniente ir, en bien de la popularidad.

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