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La gente hablaba.

En el bar de «El Ganso y las Plumas» de Little Winpliton.

—Bueno; pues yo no lo creo. John Hammet fue siempre un hombre honrado; no faltaba más. Ya quisieran parecérsele muchos de esos politicastros que andan por ahí.

—Eso es lo que siempre se dice de los estafadores antes de ser descubiertos.

—Cuentan que hizo miles de libras con el asunto del petróleo de Palestina. Un negocio de los más sucios.

—Todos ellos están cortados con el mismo patrón. No son ni más ni menos que unos asquerosos bribones.

—Everhard nunca haría eso. Pertenece a los de la vieja escuela.

—Está bien; pero no creo que John Hammet sea lo que dicen. Si fueras a creer todo lo que ponen los periódicos...

—La mujer de Ferrier es hija suya. ¿Has oído lo que cuentan de ella?

Todos se inclinaron sobre un sobado ejemplar del X-ray News.

«¿La mujer del César? Hemos oído que cierta dama relacionada con las más altas esferas políticas fue vista el otro día en un ambiente verdaderamente extraño. Y acompañada por su gigolo. ¡Oh, Dagmar, Dagmar! ¿Cómo puedes ser tan picarona?»

Una voz rústica comentó:

—La señora Ferrier no hace esas cosas. ¿Gigolo? Uno de esos desvergonzados dagos[2].

Otra voz replicó:

—No te fíes nunca de las mujeres. Si quieres que te diga la verdad creo que no hay ni una buena.

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