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Una vez más el «Rebaño» se hallaba congregado en el «Gran Redil». Las preguntas y respuestas de rigor habían sido salmodiadas.

—¿Están preparados para el «Sacramento»?

—Lo estamos.

—Vendaos los ojos y tended el brazo derecho.

El «Gran Pastor», vestido con su magnífica túnica verde, empezó a recorrer las expectantes filas de devotos El visionario y vegetariano señor Cole, situado al lado de la señorita Carnaby, tragó saliva en un éxtasis doloroso cuando la aguja penetró en su carne.

El doctor Andersen se detuvo ante la señorita Carnaby. Sus manos le tocaron el brazo.

—No; no haga eso...

Palabras increíbles... sin precedentes. El ruido de una pelea y un rugido de cólera. Los congregados, uno tras otro, fueron quitándose los pañuelos verdes... y vieron algo inconcebible: el «Gran Maestro» debatiéndose entre los brazos del visionario señor Cole, a quien ayudaba en su tarea otro de los devotos.

Con tono rápido y profesional, el en otros tiempos fanático señor Cole estaba diciendo:

—...y aquí tengo una orden de arresto contra usted. Debo advertirle que cualquier cosa que diga podía ser utilizada como prueba de cargo en su proceso.

En la puerta del «Redil» aparecieron unas figuras... unas figuras vestidas de azul.

Alguien exclamó:

—¡La policía! Se llevan al «Maestro». Se lo llevan...

Todos estaban impresionados... horrorizados. Para ellos, el «Gran Pastor» era un mártir que sufría, como todos los grandes maestros, la ignorancia y la persecución del mundo incrédulo.

Entretanto, el detective inspector Cole envolvía cuidadosamente la jeringuilla hipodérmica que había caído de la mano del doctor Andersen.

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