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La gente hablaba.

—No me gusta pensar en ello, se lo aseguro, señora Rogers. Pues ya ve usted, siempre pensé que la señora Ferrier era una mujer que sabía lo que se hacía.

—¿Cree usted que todas esas atrocidades son verdad?

—Como le dije antes, no me gusta pensar eso de ella. ¿Quién lo iba a imaginar? Si hace tan sólo unos meses, en junio, inauguró una tómbola en Pelchester. Y estuve tan cerca de ella como lo estoy ahora de ese sofá. Tenía una Sonrisa tan agradable...

—Sí; pero yo digo que cuando el río suena...

—Desde luego, eso es verdad. ¡Dios mío!, parece como si no pudiera fiarse una de nadie.

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