Aprendiendo a conocerte

Marguerite Tourneau Holland Beckett Velazquez Constantine Thomas me llama a su despacho para hablar. Como Christine, Kate y Allison han ido delante de mí, no salgo a comer y espero que me llame. Cuando lo hace, entro en un pequeño despacho que comparte pared con el hueco del ascensor.

No es el antiguo despacho de Eleanor Zorn. Eleanor tenía uno grande con ventanales que daban a la Sexta Avenida y a la calle 49. De día tenía luz del sol y de noche, las brillantes luces del Radio City Music Hall. Marguerite no tiene nada de eso. Su despacho es tan pequeño que a duras penas caben el escritorio y un sillón. No hay sitio para un sofá y, por el momento, las visitas tienen que sentarse en una silla de plástico con una pata rota.

Marguerite también tiene una ventana, pero es como la del Conde de Montecristo. La ves, pero no puedes ver el mundo exterior porque enfrente hay un edificio. En realidad, es como si fuera un cuadro de arte moderno.

Esa es una evidencia clara de que Jane quiere vengarse de ella.

Aunque la reunión ha sido anunciada como una charla informal, yo me llevo la mitad de mis artículos y algunos números antiguos de la revista. No sé lo que debo esperar y quiero ir preparada.

– Bonjour -me saluda, con una antigua regadera en la mano.

Está regando las plantas. Sólo lleva dos días en la revista, pero ya le ha dado su sello personal al despacho con violetas africanas y geranios. El alféizar de su ventana parece un invernadero.

– Hola -sonrío yo.

La silla de plástico se tambalea, pero planto los pies en el suelo firmemente. Veo que Marguerite ha estado leyendo artículos míos. Mi único intento de periodismo serio, quinientas palabras sobre el cuidado y la presentación de los dientes, está sobre su mesa.

Ella sigue la dirección de mi mirada.

– Sí, estaba echando un vistazo a tu trabajo. Este artículo es très magnifique. Fashionista necesita más piezas como ésta, ¿no te parece?

– No vendría nada mal -contesto yo, cauta.

Jane sólo te pide opinión para hundirte y espero el mismo comportamiento de Marguerite.

– Excelente -sonríe la nueva directora de belleza y moda, dejando la regadera en el suelo-. ¿Por qué no me haces una lista de artículos interesantes para la revista?

Aunque me encanta la idea de escribir algo interesante, me niego a tragar el anzuelo. Ya estoy acostumbrada a las promesas vacías.

– Muy bien.

– ¿Llevas mucho tiempo aquí?

– Cinco años.

– ¿Y empezaste como ayudante de Jane?

– Sí, lo fui durante dos años.

Marguerite levanta una ceja perfectamente depilada.

– ¡Dos años! ¿Y cómo pudiste soportar a esa…? Quiero decir que dos años es mucho tiempo. Mis ayudantes nunca siguen siéndolo después de doce meses. Hay que ir para arriba, ya sabes -me dice, pensativa-. Jane y tú debéis ser très compatibles.

Yo me encojo de hombros. Compatible no es la palabra adecuada para describir mi relación con Jane McNeill, pero no hay ninguna palabra adecuada. Con Jane las cosas no se describen, se experimentan.

– Great. Espero que nos llevemos bien porque pienso quedarme aquí algún tiempo. He estado tantos años en Sidney que casi había olvidado lo emocionante que es Nueva York.

– ¿Cuántos años estuviste allí? -le pregunto, para averiguar algo más sobre ella y para disfrutar de una charla agradable con un superior, algo rarísimo en Fashionista.

Permanezco en su despacho durante veinte minutos. Cuando estoy a punto de marcharme, me recuerda la lista de artículos interesantes y yo le digo que no lo he olvidado.

Marguerite es simpática pero, aunque parecía absolutamente sincera, no me fío. Parece una espía buscando información tras las líneas enemigas y me doy cuenta de que Jane debe tener la mosca detrás de la oreja. Que una sea paranoica no significa que no quieran cortarte el cuello.

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