Marguerite Tourneau Holland Beckett
Velázquez Constantine Thomas

La reunión del lunes por la tarde es extremadamente aburrida. Somos cincuenta personas sentadas alrededor de una mesa de juntas, hablando de fotografías, de fotógrafos, de estilismo, de portadas y de las dos mil minucias que componen una revista de éxito.

En realidad, sólo hacen falta siete u ocho personas para estas reuniones, pero tenemos que sufrirlas todos. Todos tenemos que arrastrarnos hasta la sala de juntas y escuchar al director de arte discutiendo sobre qué foto de Cate Blanchett representa mejor su fase «de pelo liso».

Raramente discutimos nada que tenga que ver con los artículos de fondo y, cuando lo hacemos, es sólo para decidir si se publica o no. Un lunes al mes, normalmente el segundo aunque a veces es el tercero, hay un extenso debate sobre quién aparecerá como colaborador. La página del colaborador es la página que va después de la columna de la editora, que normalmente las lectoras se saltan para ir directamente a las cartas. Aun así, la composición de una revista femenina es un tema delicado y discutimos los ingredientes de las páginas como si estuviéramos preparando un soufflé. Y cuando Jane no está en las reuniones, normalmente me cuesta trabajo mantener los ojos abiertos.

En este momento, cuando estoy intentando por todos los medios mantener los ojos abiertos, se abre la puerta de la sala de juntas y una mujer impresionante con un clásico vestido negro y bolso de Chanel hace su aparición. Tiene cierto parecido con Audrey Hepburn: alta, con una larga boquilla y un collar de perlas.

Se queda en la puerta, como si no hubiera decidido si entrar o no, como si estuviera a punto de llamar un taxi. Aunque en la sala de juntas de Fashionista no hay ningún taxi.

La redactora jefe deja de regañarnos por no entregar los artículos a tiempo y levanta la cabeza. Ve el humo que sale de la boquilla y empieza a toser como si tuviera enfisema pulmonar, que no lo tiene. Se puede fumar en la redacción, pero sólo dentro de un despacho con la puerta cerrada.

– ¿Llego tarde? -pregunta la mujer.

Lydia tose otra vez.

– No, claro que no -dice, sonriendo con la misma obsequiosidad con la que sonríe cuando Jane, la directora, está presente. Pero aquella mujer no es Jane, de modo que la sonrisa parece fuera de lugar-. Estábamos tratando de la información preliminar mientras esperábamos que llegases.

La mujer sonríe y da otra calada al cigarrillo antes de sentarse al lado de Lydia.

– Excelente.

Christine se inclina para hablarme al oído:

– Esa es la mujer que estaba quemando incienso y mirra esta mañana.

– ¿Cómo lo sabes?

– Porque seguí el olor. Creo que es la nueva directora de belleza y moda.

Esa es una noticia bomba.

– ¿Y qué ha pasado con Eleanor?

– La despidieron en París hace seis días. No conozco los detalles.

– Eleanor se sentó en la silla de Jane durante el desfile de Anna Sui -explica Delia, la redactora de la página de eventos-. Jane tuvo que sentarse en la última fila y, en cuanto acabó el desfile, la despidió. Eleanor insiste en que todo fue un malentendido, que alguien le dijo que se sentara allí, pero Jane no se lo creyó. Aunque yo tengo otra información…

– ¿Cuál? -le pregunto, en voz baja.

– Resulta que, en el desfile, Jane estuvo sentada al lado de una vieja amiga a la que contrató inmediatamente.

Yo me quedo mirando a Delia, perpleja por la cantidad de detalles que ha conseguido reunir en unas horas.

– ¿Y cómo sabes todo eso?

Delia se encoge de hombros.

– He oído algo.

Antes de que yo pueda responder, Lydia tose de nuevo. La nueva directora de belleza y moda se cambia el cigarrillo de mano.

– Quiero presentaros a un nuevo miembro del equipo -dice Lydia, sin entusiasmo alguno-. Viene de Sidney, donde ha sido directora del Vogue australiano durante seis años. Os presento a Marguerite Tourneau Holland Beckett Velázquez Constantine Thomas.

Hay un murmullo de saludos.

– No -le digo a Christine al oído.

– Sí -me dice ella.

– No -insisto yo. No puede ser cierto. Nadie arrastra seis apellidos así como así.

– Creo que va por el quinto marido.

– De todas formas…

– Es que los amaba a todos.

– ¿Te puedes imaginar ese nombre en la lista de redacción? Ocupará toda la página.

La sonrisa de Christine lo dice todo. Está observando el drama con inusitado interés. Todo el mundo está alerta, no sólo el director de arte.

– Gracias, Linda, por esa… -la recién llegada hace una pausa como si estuviera buscando un adjetivo, pero abandona la búsqueda- presentación. Bueno, me siento muy feliz de estar aquí. He sido admiradora de Fashionista durante mucho tiempo y estoy deseando trabajar con el equipo que publica tan extraordinaria revista.

No estamos acostumbrados a que nos digan que hacemos una revista extraordinaria y nos quedamos todos un poco pasmados.

– Quiero conocer a todo el mundo -nos asegura Marguerite con aparente sinceridad- pero como el tiempo apremia, ¿por qué no me vais diciendo vuestros nombres y lo que hacéis en la revista?

A pesar de que hacemos este ritual con alarmante regularidad -cada vez que llega alguien nuevo o alguien del departamento de recursos humanos baja para decir hola- sigue siendo una de las actividades que menos gracia me hacen.

Odio tener que decir: «Soy Vig Morgan, redactora». Y odio tener que oír a los demás decir casi exactamente lo mismo. Hay algo vagamente embarazoso en identificarse como uno de los niños de la familia Von Trapp, dando un paso adelante cada vez que suena un silbato.

David Rodríguez, el subdirector de arte, es el primero. Pero en lugar de limitarse a asentir con la cabeza. Marguerite le hace una pregunta. Quiere saber quién ha diseñado su camiseta. David le contesta que él mismo y Marguerite le dice que pronto se convertirá en el nuevo William Morris… y le encarga una camiseta para ella misma. Sigue el turno de preguntas y sigue haciendo cumplidos. Le pregunta a Christine por sus clases de cocina y a mí me dice que ha pensado blanquearse los dientes gracias a mi artículo.

Marguerite Tourneau Holland Beckett Velázquez Constantine Thomas nos tiene ganados.

La reunión termina a las tres y media, pero a nadie le importa, excepto a Lydia.

Lydia ha observado cómo la reunión se le iba de las manos con la misma cara de una niña que ve cómo su cometa se la lleva el viento. Intenta recuperar el control varias veces, pero Marguerite, con su interminable cigarrillo, responde echándole el humo a la cara.

Al final, Lydia no sabe qué temas van a tocarse en el número de noviembre y tendrá que enterarse de la forma más pesada: preguntando a cada jefe de departamento.

Pero a nadie le importa. Lydia es una redactora jefe agradable, pero no se pega por nadie. Nunca iría a dirección para apoyar a «su gente».

Es una chica simpática que dice que sí a todo, nada más.

Cuando una ha trabajado tres días seguidos hasta las dos de la mañana porque Jane decide que no le gusta cómo ha quedado el número de la revista, no esperes nada. No esperes un aumento de sueldo, no esperes una palmadita en la espalda y no esperes una nota de agradecimiento.

No esperes que Lydia le recuerde a la directora de Fashionista que las seis de la tarde no es buena hora para decidir que no le gustan las páginas centrales.

No esperes nada de nada.

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