El despacho de Jane es como una Planet Hollywood. Las paredes están cubiertas de fotografías de famosos: Brad y Jane, Meryl y Jane, Julia y Jane. Y en todas. Jane le pasa un brazo por los hombros al famoso, en actitud de: «mira que amiguetes somos».
Cada vez que entro en su despacho aparto la mirada de esas fotos y la dirijo hacia la ventana, hacia el Radio City Music Hall. Jane McNeill es como una de esas actrices de telenovela que aparecen en la puerta del protagonista anunciando ser la hija ilegítima del barón. Es una trepa y quiere pertenecer al grupo de la gente guapa. Quiere ver y ser vista, quiere salir corriendo porque la persiguen los paparazzi.
– ¿Qué quieres? -me espeta, con su proverbial buen humor.
Aún no son las once y media, pero ya está cabreada porque Marguerite ha llamado para decir que el Cessna privado que la trae desde Bangor tomará tierra un poquito tarde. El príncipe Rainiero de Mónaco tenía una reunión urgente en Washington y han tenido que dejarlo a él primero. No es la clase de noticia que alegra la mañana de Jane y, por lo tanto, yo tengo que pagar el pato.
– Tengo las secciones para el número de noviembre -le digo.
Aunque ella ya lo sabe. Nadie entra en su despacho sin que ella sepa de antemano para qué.
– Muy bien. Trae.
Cuando le doy los papeles, noto que tengo el corazón acelerado. Es el momento.
Por supuesto echará un vistazo, pero nada de lo que lea penetrará su dura cabezota. Dentro de una semana volverá a llamarme a su despacho para echarme una bronca por no haberle mostrado las secciones. Es una rutina estúpida que no echaré de menos cuando Marguerite sea la nueva directora.
Después de gruñir un par de veces. Jane asiente con la cabeza. Yo recupero los papeles pero… huy, qué despiste, se me cae uno de ellos sobre el escritorio.
– Mira que eres patosa.
– Lo siento -murmuro yo, aparentemente contrita.
Es una nota para Marguerite y sé que morderá el anzuelo en cuanto vea su nombre.
– ¿Qué es esto?
– Una nota.
– No seas mema, eso ya lo sé. ¿Qué es esto de Dorando la imagen?
– Nada. Una cosa a la que Marguerite me ha pedido que eche un vistazo.
– ¿Por qué?
– Tendrás que preguntárselo a ella -contesto yo, esperando que no lo haga, claro.
– Te lo estoy preguntando a ti. ¿Por qué le interesa a Marguerite esta exposición?
– No lo sé. Dijo que era la clase de evento que Fashionista debería apoyar.
– ¿Ah, sí?
– Pues sí. Dice que donde haya una celebridad, sea para lo que sea, nuestro nombre debería estar detrás.
– ¿Ah, sí?
– Según ella, eso aumentará la tirada e impresionará a la editorial.
– Está intentando impresionar a la editorial, ¿eh?
– No lo sé.
Sé perfectamente lo que está pensando. Después de cinco años, Jane es un libro abierto para mí.
– Gracias, Vig. Vete -me despide. Pero yo no me muevo-. ¿Qué?
– La nota.
Por un momento, parece como si no quisiera devolvérmela.
– No me distraigas -murmura, tirando la nota para Marguerite a la papelera.
Fase dos completada.