El ariete se pasa

Las conversaciones de Allison con su padre no son tanto conversaciones como listas de quejas.

– El camarero llegó antes de que terminásemos el postre y nos dijo que nos levantásemos porque necesitaban la mesa -está relatando su experiencia en Pó, un restaurante del Village para el que hay que reservar con dos meses de antelación.

Pausa.

– Una hora y media.

Pausa.

– Y habíamos pedido el menú de degustación.

Pausa.

– Es imposible comer más rápido. He hecho las cuentas.

He oído la historia del Pó varias veces hoy, aunque ésta es la versión reducida. No le cuenta qué comieron (ensalada de pepino, ravioli con shitake, salmón marinado a las finas hierbas, cordero asado, quesos y tarta de chocolate con helado de canela) ni el pedigrí del restaurante (el propietario es el chef de televisión Mario Batali que tiene otro restaurante en el barrio de Tribeca… no, este no es recomendable. Le pone caracoles a todo).

Esta vez sólo está relatando los hechos. Allison nunca habla mucho con su padre. Mantienen una relación educada en memoria de su difunta madre, nada más.

– Claro que le he escrito una carta al propietario.

Pausa.

– Sí, lo sé. Era un idiota.

Esta es la señal. Llamo a Kate y a Sarah para decirles que está a punto de colgar. Lo sé porque las conversaciones de Allison con su padre siempre terminan así: la gente es idiota, sólo puedes fiarte de ti mismo y todo es peor de lo que uno espera.

– Muy bien -suspira Allison-. Te llamaré mañana.

Antes de que llame a Greta, a Libby o a Carly para contarles que se siente cada día más huérfana, asomo la cabeza por encima del panel.

– Reunión.

Ella me mira, sorprendida por el perfecto timing. Lo que no sabe es que oigo todas sus conversaciones, todos sus suspiros, oigo cuando abre un cajón, cuando pone una grapa…

– Muy bien. Voy a decírselo a las otras.

– Ya están avisadas.

– Hola, ¿qué pasa? -esta es Kate.

– Informe de progresos -sonrío yo. Esta sensación de éxito es nueva para mí y quiero saborearla.

– ¿Has hecho algún progreso? -pregunta Allison.

– Eso es de lo que quiero informar.

– ¿De qué quieres informar? -pregunta Sarah, que aparece con un café y una bolsa de galletas en la mano.

– De mis progresos.

– Estupendo, vamos al lavabo -dice Allison, que sólo es discreta cuando está intentando cargarse a la directora de Fashionista.

Hoy lleva una falda de cuadros, un precioso top negro con escote barco y sandalias de tacón, pero la falda no le queda bien. El atuendo debe haberle costado un dineral, pero así somos en Fashionista. Esclavas de la moda.

Mientras salimos de la redacción, Allison sigue hablando de Pó y, aunque pretende hundir el restaurante, su descripción de los ravioli con shitake es tan precisa que, al final, se convierte en propaganda. Para cuando llegamos al lavabo se me ha hecho la boca agua y tengo que pedirle una galleta a Sarah.

Es raro comer en un lavabo. O a mí me resulta raro, porque Sarah se come sus galletas como si para ella fuera completamente normal merendar sentada en un sofá de cuero negro anexo a un inodoro.

Allison comprueba que no hay nadie antes de sacar el tema que hace latir su corazón.

– Cuéntanoslo todo. ¿Alex Keller ha decidido cooperar?

– Ha dicho que pondrá la exposición de Marshall en el número de noviembre.

– ¿Te costó mucho convencerlo? -pregunta Kate.

– Al principio se puso un poco terco, pero luego se rindió.

– ¿Cómo lo convenciste?

– Le recordé que me debe un favor porque le cambié la vida a su hermana -contesto yo. No tienen por qué saber la verdad, me digo.

– ¿Así de fácil? -pregunta Sarah, levantando una ceja.

– Ya os dije que le debía un favor -suspira Allison-. Por eso Vig es nuestro ariete. Bueno, y ahora vamos con la segunda fase del plan…

– Ya está hecho.

– ¿Qué?

– Esta mañana fui al despacho de Jane y, accidentalmente, dejé caer una nota sobre la exposición. Jane la tiró a la papelera, como si no le interesase en absoluto, pero sé que en cuanto salí del despacho se puso a estudiarla como loca.

Sarah suelta una risita.

– No me puedo creer que estemos haciendo esto.

Kate, también conmovida, se sienta en el sofá para contemplar un futuro sin Jane. Sólo Allison parece no estar satisfecha.

– ¿Dejaste algo por escrito sobre la exposición?

– Sólo es una nota extraoficial. Y la firmé yo.

Allison asiente, pensativa.

– ¿La firmaste tú?

– Sí, pero incorporé todo lo que tú dijiste en la primera reunión.

Aunque esta es una revista femenina, pertenece a la editorial más importante del país. La propiedad intelectual cuenta mucho aquí.

– La escribí yo, pero eran tus palabras. Puedo darte una copia si quieres.

Temiendo ser petulante, Allison me asegura que no es necesario.

– Pero deberías habérmelo dicho.

– Me enteré de que Jane estaba furiosa por los planes de Marguerite de pasar el fin de semana con Rainiero y decidí golpear cuando el hierro estaba al rojo -le explico, con calma-. No quería dejarte fuera de nada.

Allison esboza una sonrisa.

– Bueno, pero no vuelvas a hacerlo. Cuando formamos el grupo, prometimos trabajar en equipo. Estamos en esto juntas.

Lo que quiere decir es que ellas tres están en esto juntas, no yo. A mí sólo me invitaron para hacer de ariete.

Pero ese es el problema con los arietes. Que acabamos siendo balas perdidas.

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