La letra pequeña

Jane culpa de todo a las inyecciones de botox.

Antes era fácil saber qué estaba tramando Marguerite. Veías esas arrugas entre sus pobladas cejas y sabías que estaba a punto de clavarte un cuchillo en la espalda. Cuando fruncía el entrecejo significaba una mezquina venganza y cuando lo arrugaba del todo, estaba tramando tu ruina. Ahora, gracias a la ciencia moderna, es imposible saber qué es lo que piensa -dice, desdeñosa, como si la ciencia moderna no le quitase las patas de gallo cada seis meses-. Por eso te necesito.

– ¿A mí? -pregunto, mirando hacia la puerta. Aquí se trama algo. Aquí se trama algo muy desagradable. Lo sé porque a Jane le brillan los ojos y está… sonriendo. Jane McNeill sólo sonríe cuando está a punto de cargarse a alguien.

– Tú serás mis ojos y mis oídos. Quiero que no te separes de ella, pero sin que lo note. Quédate en la puerta de su despacho cuando hable por teléfono. Mira en su escritorio, echa un vistazo a sus archivos, consigue la contraseña de su ordenador. Ve tras ella cuando salga a comer…

Yo estoy tomando notas, pero no tengo intención de hacer nada de eso. A pesar de lo que Jane cree, yo no soy «su hombre en La Habana».

– Llama a George. Él te pondrá en contacto con la persona adecuada.

George vive en una cabaña en Montana y escribe una columna mensual sobre nuevas tecnologías.

– ¿George?

Jane asiente con la cabeza.

– Está escribiendo un artículo sobre la seguridad de las estrellas. Él te dirá dónde puedes comprar un equipo de escucha. Págalo con la tarjeta de crédito y cárgalo a la revista.

– Muy bien -asiento yo, como si comprar equipos ilegales de espionaje fuese lo primero en mi lista de cosas que hacer.

Llamaré a George por si acaso Jane me está controlando, pero no tengo ninguna intención de pasarme el día recorriendo Nueva York en busca de diminutos micrófonos que caben por el ojo de una aguja. Lo que haré, para pacificarla, será esperar unos días y después contarle una intriga inventada.

– Quiero informes diarios -sigue la directora de Fashionista. Llevo aquí veinticuatro minutos y lo único que he hecho es anotar órdenes-. Prepara una reunión con Anita, envía un fax a la galería Karpfinger…

En los últimos días me he convertido en el aide de camp de Jane. A pesar de mi reciente título de editora, he sido relegada a la posición de ayudante. Así es como Jane trata a la gente cuya alma cree poseer.

– Quiero saberlo todo sobre Marguerite. Ahora que se ha enterado de que vamos a llevar a cabo su idea sobre Marshall, estará rabiosa -dice, tan complacida por la imagen de Marguerite como un furioso toro de lidia que no puede evitar otra sonrisa-. Bueno, ya está. Tengo cosas que hacer y me estás entreteniendo.

Cuando salgo del despacho, Jackie aparenta leer un informe, pero en realidad está calculando los minutos que llevo en el despacho de su jefa. Cree que quiero su puesto. La idea de que alguien quisiera volver a trabajar con Jane es tan absurda que me hace sonreír. Pero Jackie piensa que es una sonrisa de triunfo y siento su amarga mirada clavada en mi espalda.

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