Pieter van Kessel es rubio, delgado y le saca dos cabezas a toda la humanidad. Es como la Sagrada Familia de Barcelona y, de repente, tú te sientes como una planta baja. Aunque delgado y de pómulos marcados, es muy atractivo. Tiene los ojos castaños, de esos ojos que te miran sin pestañear, y lleva una perilla muy europea.
– Esto es en lo que estoy trabajando -dice, mostrándome unos diseños con volantes. Aunque yo no sería capaz de reconocer el acento holandés, habla sin acento alguno. No tiene ningún acento, como un canadiense.
La entrevista con van Kessel fue facilísima de conseguir. Como no quería hablar con su madre, Jackie me dio todos sus números de teléfono: el de casa, el móvil, el del coche, el del trabajo… y dejó que yo lo arreglase todo.
La señora Guilbert, muy amable, llamó a su amigo Hans y todo solucionado. Hans, el socio de van Kessel, estaba encantado de aparecer en Fashionista (evidentemente, no conoce mucho la revista).
Hans ahora mismo está mirando por encima de mi hombro, señalando detalles en los diseños de van Kessel que él, o por modestia o por no querer parecer inmodesto, no se atreve a mencionar. Hay otras dos personas en la habitación, Dezi Conran, una mujer de dedos ágiles que está cosiendo una falda, y la esposa de van Kessel.
Estamos en el sótano de un apartamento en la parte baja del East Side. Justo enfrente de una casa-museo que te muestra cómo vivían los emigrantes a principios de siglo (diez en una habitación). Las cosas no han cambiado mucho desde entonces y, aunque aquí sólo viven van Kessel y su mujer, Dezi, Hans y siete maniquíes también ocupan espacio.
Después de mirar diseños y telas durante horas, sugiero que salgamos a la calle para comer algo. Fuera hay treinta y ocho grados y en el sótano debe de haber cuarenta y ocho porque tengo la espalda cubierta de sudor.
Pieter nos lleva a un restaurante cercano, de esos con ventilador en el techo y asientos de plástico.
– Si el próximo desfile tiene éxito, habrá que buscar un inversor -dice Hans-. Pero tendrá que ser alguien en quien confiemos, alguien que no quiera usar telas de menor calidad y que deje a Pieter el control creativo.
El artista sonríe.
– Ya veremos cómo va el desfile de noviembre. Entonces pensaremos en esas cosas.
Antes de que tu ropa aparezca en los escaparates de Barney's tienes que encontrar un financiero que invierta en tu colección. Sólo entonces puedes manufacturar tus diseños, venderlos a las tiendas y aparecer en Fashionista. Así es como funciona el mundo de la moda.
La camarera está esperando, pero yo no me doy cuenta porque estoy muy ocupada tomando notas en mi cuaderno, el que uso para hacer bocetos en el Metropolitan. Como insiste, le pido una hamburguesa.
Le pregunto a Pieter si alguien ha mostrado interés en financiar su colección y él niega con la cabeza. Pero si no consiguen que la prensa vaya al desfile y que sus diseños aparezcan en las revistas y en los medios de comunicación no podrán crear una línea.
Hans dice un par de nombres con los que piensa ponerse en contacto. Tiene tal entusiasmo que estoy segura de que va a salir bien. Y yo estoy segura de que, en tres o cuatro meses, el nombre de Pieter van Kessel será reconocido por todo el mundo. Es imposible que no sea así porque sus diseños son originales y fuera de serie. En un año estará vendiendo su ropa en Bergdorf.
Y éste es mi artículo, éste es mi nuevo diseñador. Esta es mi oportunidad.
Fashionista no promociona nuevos diseñadores a menos que una estrella lleve puesto alguno de sus modelos, pero me niego a darme por vencida. Escribiré un artículo y se lo mostraré a Marguerite. Y si me lo publican, escribiré otro dentro de doce meses, cuando van Kessel ya sea conocido. Quiero explorar el efecto del éxito en un diseñador y en la gente que lo rodea.
Dos horas más tarde me despido, casi incapaz de contener la emoción. No sólo quiero contar la experiencia de Pieter van Kessel ahora que empieza, quiero revisar su carrera de año en año, como se hace con los sixtillizos y con las ballenas azules en los documentales.