Nace una idea

Jackie está enfadada porque le han tirado la presentación de su tesis doctoral.

– Ha sido una experiencia horrible -me cuenta, a la hora de la comida.

A mí no me importa hablar de cine, de televisión o de la sección de moda durante la comida, pero ella sigue con lo suyo, erre que erre.

– Ha sido espantoso. Me hacían las preguntas una y otra vez, cambiando las palabras. Y yo decía: No, no conozco las implicaciones marxistas de los pantalones de campana. No, no sé lo que tienen que ver los Hush Puppies con el valor del yen. No, no he estudiado las ramificaciones económicas de los top de D &G. Mi tesis es sobre la literatura en la moda. ¿Qué tiene eso que ver con la política? Por favor, ha sido brutal -protesta, como si aquello fuera una técnica de interrogatorio y no un método de enseñanza diseñado para que los estudiantes tengan que buscar respuestas.

Jackie es la única que está haciendo el doctorado en Fashionista y a Jane le encanta tener una ayudante a punto de ser doctora. Para ella, es como tener al ganador del concurso de pastores alemanes llevándole el periódico todos los días.

En principio, Jackie tenía muchas ambiciones, pero ahora se da por contenta teniendo un trabajo que la aleje de esos crueles torturadores en sus torres de marfil.

Y Jane, por supuesto, está encantada.

– Dice que en esta revista hay futuro para mí.

Hay un futuro para Jackie en Fashionista, pero tendrá que sufrir mucho para conseguirlo.

– Voy a tomar otra coca-cola. ¿Quieres una?

– Sí, gracias.

– Yo invito.

– Ah, muy bien. Pero entonces cámbiame un dólar…

Yo misma me he metido en esta. Jackie reúne monedas. No para la lavandería o porque tenga que ponerlas en el parquímetro, sino porque Oprah dijo en uno de sus programas que si uno guarda todas las monedas sin tocarlas puede conseguir cincuenta dólares al mes. A veces la pillamos contando peniques en el despacho cuando cree que no la ve nadie. Y siempre que va por el pasillo se oye un tintineo de monedas. Eso sirve para esconderse debajo de la mesa si no quieres hablar con ella.

Aunque intenta caer bien, Jackie es una persona difícil. Cree que sufre más que nadie, que es la única persona en Manhattan a quien no le llega el sueldo a fin de mes… y una se harta de sus quejas. Se harta de que te mire con suspicacia, como si ella fuera María Antonieta y tú un campesino cabreado.

La única razón por la que estoy comiendo con ella es porque puede ponernos en contacto con Pieter van Kessel, el diseñador holandés. Jackie viene de una familia de profesionales de la moda, razón por la cual consiguió el puesto en Fashionista. Su madre, una de las diseñadoras de Christian Dior, llamó a Jane para preguntarle si tenía un trabajo para Jackie y Emily, su ayudante en ese momento, fue despedida de inmediato para hacer sitio.

– Me gustaría conseguir una entrevista con van Kessel para uno de los números de invierno -le digo, esperando no ser tan transparente como cree Alex Keller.

Le he propuesto que comiéramos juntas así, como quien no quiere la cosa. Pero lo tenía todo preparado.

– ¿Tú crees que es bueno?

Aunque Jackie se ha pasado cinco años estudiando cómo la ropa afecta a la identidad social y cultural de un país, no tiene ni idea de moda. Para ella, una cintura imperio es Francia después de Waterloo. Sólo fue al desfile de Pieter van Kessel porque su madre la había invitado. Y sólo me invitó porque no quería ir sola con su madre, a la que detesta.

Pero en cuanto empezó el desfile yo dejé de prestarle atención a la bronca de las Guilbert. Cuando aparecieron los vestidos negros sin espalda y las blusas plateadas con mangas sueltas, me eché un poco hacia delante para que pudieran seguir metiéndose la una con la otra.

– Yo creo que tiene potencial.

Intento disimular mi entusiasmo, claro. Temo que si Jane se entera por Jackie de que me gusta mucho Pieter van Kessel, jamás me dejará escribir un artículo sobre él.

– Eso es lo que dice mi madre, pero yo no lo veo.

No me sorprende. Ni siquiera estaba mirando la pasarela…

– Tu madre es una experta. ¿Cómo se enteró de la existencia de van Kessel?

El desfile no fue seguido por los medios y, además de la madre de Jackie y un par de fotógrafos, apenas se enteró nadie.

– El socio de Kessel era la mano derecha de John Galliano. Hans le mandó las invitaciones.

Poca gente se atreve a dejar al rey de la moda para trabajar con un diseñador novel y yo admiro a ese tal Hans de inmediato.

– Qué valor.

– Mi madre dice que ha sido un suicidio profesional -dice Jackie-. No creo que tengas problema para entrevistarlo. Incluso se alegrará de que alguien recuerde su nombre.

Yo no estoy tan segura. En mi experiencia, todos los diseñadores, incluso los noveles, viven en universos herméticos y creen que todo el mundo no sólo los conoce, sino que los admira.

– No sé…

– Seguro que sí -me interrumpe Jackie, impaciente. Llevamos quince minutos sin hablar de ella y eso la molesta-. Llamaré a mi madre y ella hablará con Hans.

– Muchas gracias.

– Bueno, me voy a la redacción. Tengo que llamar a la agencia de viajes para reservar un vuelo a Atenas en diciembre -dice Jackie entonces, como si pasar las navidades en Grecia fuese una tortura.

– ¿A Atenas?

Por supuesto, ya conozco sus planes de vacaciones, pero me hago la tonta.

– Sí, mi madre quiere visitar las islas del Egeo. Qué horror… lo único soportable de estos viajes es mi hermana, pero acaba de tener un niño y no puede venir. Lo peor es que Atenas es una de mis ciudades favoritas y me gustaría quedarme allí unos días cuando mi madre vuelva a Nueva York, pero no tengo dinero. Con lo que pago de alquiler, no puedo permitirme hacer nada. Pero si casi no uso el teléfono… ¿Te puedes creer lo que cuestan las llamadas locales?

Esta es la charla que me acompaña por la calle 51 hasta la Sexta Avenida y en el ascensor, pero yo ya no la estoy escuchando. En mi cabeza, estoy escribiendo un artículo sobre Pieter van Kessel.

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