Los padres de Alex están en Nueva York.
– Sólo estarán un día, van de camino a Londres -me ha dicho por teléfono para explicar por qué no podía venir al desfile de van Kessel-. Pero están muy cansados y seguro que se meten en la cama a las diez. Si quieres, nos vemos en tu casa más tarde.
Aunque me decepcionó que no quisiera presentármelos, le dije que nos veríamos en casa. Pero no me sorprende que no quiera presentarme a sus padres. Nuestra relación no es ese tipo de relación. Nos vemos regularmente y lo pasamos bien, pero yo no le pregunto sobre la rubia que vive en el piso de arriba y él no me pregunta si salgo con otros hombres.
La respuesta es no, por supuesto. La respuesta es que estoy tan quedada con este ogro encantador que a veces no puedo pensar en otra cosa. Pero he salido con suficientes hombres como para saber que debo mantener las distancias. He estado sola el tiempo suficiente como para ir con tiento.
A las once, Alex aparece en mi apartamento con dos helados Häagen Dasz de chocolate. Me pregunta por el desfile de Pieter van Kessel y no me interrumpe una sola vez mientras le relato el desfile con pelos y señales. Sólo asiente con la cabeza, como apoyándome. La clase de apoyo que una espera de un novio.
Después de tomar el helado, me dice que tiene que volver a casa para sacar a Flecha. Dice que no puede quedarse, pero se queda y, cuando me despierto, a las tres de la mañana, sigue en mi cama.
A la luz de la lamparita veo un lunar en su espalda. Lo acaricio con un dedo y, de repente, medio dormido, Alex me toma en sus brazos. Estoy aprisionada contra la suave piel de su torso y me encanta.
Me quedo despierta durante mucho rato, con la cabeza apoyada sobre su hombro, e intento recordarme a mí misma la verdad: a pesar de cuánto me gusta estar con él, esto no es una relación.