A pesar de la indudable mejoría en la vida de la hermana de Alex Keller después de nuestro makeover, yo no creo que Keller me deba ningún favor. Sin embargo, decido hablar con él personalmente. No quiero mantener esta conversación por teléfono ni por correo electrónico. Quiero ver su cara y comprobar cómo reacciona. A veces, es la única forma de saber si uno debe avanzar o retirarse.
Llamo a su ayudante, Delia Barker, para pedir una cita.
– Alex está ocupadísimo. Pero puedes dejarle un mensaje.
– ¿Seguro que no tiene cinco minutos para mí en los próximos siete días?
– Lo siento, pero está ocupadísimo -insiste Delia-. Pero puedes dejarle un mensaje.
Esta chica parece un contestador automático. Decidida, voy a comprobarlo por mí misma. Delia, con su sempiterna trenza, me muestra una agenda.
– Alex está ocupadísimo. Compruébalo si quieres.
Acepto la agenda y echo un vistazo a sus compromisos: comidas, estrenos, reuniones, sesiones de fotografía, pruebas de vestuario, más reuniones. Pero no sólo para los próximos siete días, sino para los próximos siete meses. Eso no puede ser real. Tiene que haber una agenda oculta, de esas que no se enseñan a Hacienda. Miro a Delia, pero ella se mantiene en sus trece. Alex está ocupadísimo, pero puedo dejarle un mensaje.
Le doy las gracias y busco otra manera de verlo. Hacer caso a Delia y dejarle un mensaje sería lo más sensato, pero lo que hago es meterme en el armario de material que está al otro lado del pasillo y esperar. Tengo que hacer varias llamadas, pero da igual. Estoy concentrada en un solo objetivo: un cara a cara con Alex Keller.
Cinco horas más tarde sigo esperando. Lydia ha venido dos veces para buscar sobres y me ha mirado con cara rara. Cada vez que la veía entrar, yo tomaba una caja de grapas y me ponía a estudiarla con auténtica fascinación.
Estoy a punto de marcharme cuando Delia le dice a alguien que Alex está en una reunión, pero lo llamará en cuanto salga. Si Alex está en una reunión, lleva seis horas en esa reunión. No puede ser, así que espero a que Delia salga de la oficina. Y cuando desaparece en el lavabo, yo entro en el despacho de Alex.
Espero interrumpir una reunión importantísima, pero el despacho está vacío. Ha dejado el ordenador y la lámpara encendidos. Incluso hay una taza de café sobre su mesa. Pero a mí no me engaña. Sé lo que está haciendo porque yo hago lo mismo. Pero mientras mis desapariciones duran sólo un par de horas, Alex ha hecho de ellas una carrera.
Sólo tengo como prueba una taza de café frío, pero estoy segura de que es así. No hay otra explicación para su fantasmal existencia.
Salgo del despacho antes de que vuelva Delia; Delia, su cómplice, que cuenta mentiras y falsifica documentos para él.
En mi escritorio me esperan veinte fotografías de anillos de pedida, una lista de joyeros a los que llamar y otra de diseñadores de ropa para esquiar con patines. Tengo treinta y dos mensajes nuevos, la luz del contestador está encendida y Dot me ha dejado cuatro post-it en la mesa, cada uno más ilegible que el otro.
Gracias a mi labor de espía, me quedan horas por delante. No voy a poder salir de aquí hasta las diez.
Me dejo caer sobre la silla con un suspiro, pensando que, si tuviera una ayudante que me cubriese las espaldas, tampoco yo tendría que venir a trabajar.