Allison quiere mi puesto.
– No es justo. Fue idea mía y es ella quien consigue el ascenso y el despacho.
He guardado mis cosas en una caja: grapadora, clips, tijeras, chinchetas, rotuladores y sobres. Me mudo a un despacho, a lo grande.
– Eso es lo que yo digo, que fue idea mía. Sólo le pedimos que nos hiciera un pequeño favor, algo que era prácticamente inconsecuente… y me ha robado el puesto de editora.
Me vuelvo hacia el archivo. Hay tres años de papeles ahí metidos y lo más lógico sería revisar uno a uno y tirar lo que no valga. En realidad, debería tirarlo casi todo.
– Su despacho es enorme. ¿Te acuerdas de mi primer apartamento? Más grande todavía. Sí, con un balcón.
Allison lleva todo el día quejándose de mi ascenso. En voz alta. Desde que vio la nota de Jackie para toda la redacción ha estado al teléfono contándole la injusticia a todos sus amigos.
Christine asoma la cabeza por encima del panel y levanta los ojos al cielo, en un gesto de solidaridad.
– Es idiota -dice en voz baja. Aunque no hay peligro de que Allison la oiga porque está concentrada poniéndome verde.
– Ya.
– ¿De qué está hablando? Dice no sé qué de un plan. ¿A qué se refiere?
Cuanta más gente sepa lo del complot, menos posibilidades de éxito tendremos.
– No tengo ni idea.
– Se le está yendo la cabeza.
– ¿Tú crees?
Christine lleva tanto tiempo como yo soportando a Allison, pero nunca habla mal de nadie. Ni siquiera de Jane.
– Siempre ha sido un poco rara, pero estas últimas semanas está histérica. Yo creo que es esquizofrénica.
No es lo que yo esperaba oír, pero trato el comentario con supuesta seriedad. Aunque estoy a punto de soltar una carcajada.
– ¿Esquizofrénica?
– Dice cosas sin sentido, Vig. Yo creo que podría estar sufriendo un episodio de paranoia. ¿Crees que deberíamos hacer algo?
– ¿Qué? -ha sido una exclamación, pero Christine se lo toma como una pregunta.
– Que podríamos hacer algo por ella.
Una imagen aparece en mi mente: Christine diciéndole a Allison que todo va a salir bien, que no se preocupe, mientras unos loqueros salen del ascensor con una camisa de fuerza en la mano.
– No, creo que no deberíamos hacer nada.
– ¿Llamamos a sus padres?
– No, aún no. Vamos a observarla durante unos días, a ver qué pasa.
– Llevo mucho tiempo observándola -me dice Christine, verdaderamente preocupada-. ¿Seguro que debemos esperar?
Dentro de unos días a Allison se le habrá pasado el cabreo por mi ascenso. Y sólo me odiará en silencio.
– Seguro.
Christine no parece convencida, pero asiente con la cabeza. Cuando me pregunta si necesito ayuda para guardar mis cosas le digo que lo tengo todo controlado.