El factótum

Marguerite tiene un cuarto de asistente. Cuando Kylie no le está pasando llamadas a Tom o copiando informes para Nora o pidiendo el almuerzo para Pat, está a disposición de Marguerite. Pero eso ocurre pocas veces y es normal ver a Marguerite en la fotocopiadora, poniendo folios con una sonrisa en los labios.

La antigua directora de belleza y moda tenía una asistente, Cameron, pero en cuanto Jane supo quién ocuparía el puesto la despidió. Después, llamó a los de mantenimiento para que se llevasen su escritorio. Lo único que quedó de Cameron fue una mancha más clara en la moqueta, donde había estado su mesa. Y esa mancha es como una mancha de sangre.

Después de negarle a Marguerite la asistente a la que tiene derecho, Jane recalca su victoria en las reuniones dándole montones de trabajo y diciendo «pídele ayuda a tu asistente». Marguerite siempre asiente con una sonrisa, pero se la deben estar llevando los demonios.

– Y por fin, el artículo sobre los vestidos de las damas de honor. Quiero usar sólo a los mejores diseñadores. Y quiero una sesión de fotografías por toda la ciudad: Staten Island, el edificio Flatiron… quiero que sean fotografías en exteriores -dice Jane, como si la idea hubiera sido suya-. Jackie, llama a la agencia Ford. Podemos hacer un concurso y que las lectoras envíen las fotografías de sus vestidos, pero los lucirán modelos. Jackie, encarga cien camisetas con el logo de Fashionista para regalar a las primeras cien cartas. ¿Alguna cosa más? -pregunta, mirando a la extraña que está sentada al lado de Marguerite.

Jane no es la única que no le quita ojo de encima, pero sí es la única que está nerviosa. Pantalón gris, zapatos planos, barriguita… esos no son los rasgos de una fashionista y Jane teme que sea de las oficinas de administración. La única razón por la que ha terminado su discurso con «¿Alguna cosa más?», en lugar de salir pitando de la sala de juntas como acostumbra, es porque quiere hacerse la simpática delante de ella.

– Sí -dice Marguerite-. Me gustaría presentaros a mi factótum personal, la señorita Beverly.

– ¿Tu factótum? -repite Jane, como si se estuviera comiendo un limón-. ¿Tu factótum?

Está claro que no sabe lo que eso significa. Nadie lo sabe.

– Va a ayudarme en la redacción -explica Marguerite.

– Una asistente.

Marguerite niega con la cabeza.

– No, Kylie es mi asistente… y haces un trabajo estupendo, por cierto -le dice a Kylie, con una sonrisa-. La señorita Beverly es mi factótum.

– ¿Qué es eso, una cosa australiana? Seguro que los aborígenes de las mejores familias tienen uno, pero esto es Nueva York.

– En realidad, los factótums son muy normales en este momento -replica Marguerite-. Terance Conran y Philip Johnson tienen uno.

Jane parece a punto de ponerse a gritar.

– Lo siento. No tenemos presupuesto para pagar a tu fac… tu asistente.

– Por favor, no tienes que disculparte -sonríe Marguerite con exagerada magnanimidad-. Como he dicho, la señorita Beverly es mi factótum personal. Yo pagaré su salario.

– Aha, ya veo -murmura Jane, tomada por sorpresa-. Una pena que no tengamos sitio para ella.

Marguerite sonríe de nuevo.

– Hay sitio. Yo sé dónde puede colocarse.

– ¡Allí no hay sitio! -exclama Jane, como una loca en una película de Hitchcock.

– ¿Perdón?

Nuestra directora intenta recuperar la compostura.

– ¿Dónde quieres ponerla?

– En el pasillo, al lado del ascensor de carga.

Jane niega con la cabeza.

– No podemos instalar allí un despacho. Taparía el extintor y eso supone un riesgo de incendio.

Marguerite saca un papel, se lo muestra y espera.

– Una carta del jefe de bomberos de Nueva York diciendo que poner un despacho en el pasillo del ascensor de carga de la revista Fashionista no supone un riesgo de incendio.

Jane se quedó atónita. Y yo también.

– Ya veo. Tendré que hablar con manteni…

Marguerite saca otro papel.

– He hablado con mantenimiento, con dirección, con recursos humanos y con el departamento jurídico. Incluso he hablado con el departamento de limpieza. Y me han asegurado que no les importa vaciar otra papelera. Aunque la papelera, por supuesto, la pagaré yo.

Jane está buscando una salida tan desesperadamente que casi le sale humo de las orejas. Pero ahora mismo no puede hacer nada. Marguerite la tiene atrapada y su único recurso es dar por terminada la reunión.

– Eso es todo -dice, levantándose.

«Esto es una batalla», se está diciendo a sí misma. «Esto sólo es una batalla, pero no has ganado la guerra». Ya está preparando su próximo golpe.

Cuando volvamos mañana a la redacción, habrá contratado un mayordomo.

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