Las circunstancias de la vida me obligan a chantajear a Keller.
Tenía un discurso preparado: «en momentos de crisis, los ciudadanos se levantan en armas para librarse de la tiranía». Prácticamente, oía el redoble de tambores mientras lo estaba declamando.
– Lo siento, no puedo ayudarte. Me gustaría, pero Jane McNeill es mi mayor aliada. Una nueva directora podría exigirme que fuese a las reuniones o llamarme a su despacho cuando quisiera. Sólo me queda un año y no puedo arriesgarme.
– Pero Fashionista es una revista horrible -protesto yo.
Keller observa cómo Flecha le enseña los dientes a un chihuahua que se ha atrevido a acercarse.
– El público no piensa eso. Fashionista vende más ejemplares que cualquier otra revista femenina.
Eso es cierto.
– Bueno, pero las condiciones dec trabajo son horrorosas.
– Entonces, no vayas a la redacción -me dice, como si fuera tan fácil. Lo que me sorprende es que él haya podido hacerlo durante tantos años sin que lo hayan despedido.
– ¡Yo no puedo hacer eso! -exclamo en voz alta.
La señora que está sentada en el banco de al lado, haciendo un crucigrama mientras su chihuahua molesta a Flecha, me mira con extrañeza.
– Pues entonces busca otro trabajo. ¿Desde cuándo estás en Fashionista?
– Desde hace cinco años -contesto yo, con la sensación de que llevo allí cuatro años de más.
– Mira, no creo que echar a Jane sea el cambio que estáis buscando. Jane es el sistema. O trabajas dentro de él o te vas.
Muy bien. Tendré que presionarlo.
– Me debes un favor. Yo cambié la vida de tu hermana.
Esta es precisamente la clase de tontería que uno dice cuando no tiene salida y Keller suelta una carcajada.
Es una carcajada tan estruendosa que Flecha se acerca para ver que pasa.
– Los dos somos personas inteligentes. Imagino que encontraremos una forma de solucionar este asunto.
Tú lo has querido, Keller. No me queda otra alternativa más que el chantaje.
– Si nos ayudas, no le contaré a nadie que llevas una doble vida -le digo. Me estoy tirando un farol, claro, no pienso contarlo-. Nadie garantiza que una nueva directora requerirá tu presencia más que Jane, pero si le cuento a los de recursos humanos lo que estás haciendo, te despedirán sin contemplaciones. Eso sí está garantizado.
Keller asiente.
– ¿Y que tengo que hacer?
Vaya, este es de los que cantan en cuanto le quitan la tarjeta de crédito.
– Añade un evento a la lista de fiestas que piensas cubrir en los próximos números.
– Sí, pero ¿cuál es el evento, en qué mes?
– Noviembre. Es una exposición de arte. El artista se llama Gavin Marshall. Añade una lista de famosos que acudirán a la exposición para que Jane se lo trague. Del resto me encargo yo.
En realidad, tengo un nudo en el estómago. Ser una dura chantajista no es tan fácil, no te creas.
– ¿Sólo eso, poner a Marshall en la lista para noviembre? ¿Y a cambio no le contarás a nadie lo de mi doble vida? ¿Así de sencillo?
– Eso es todo lo que tienes que hacer.
– Muy bien. ¿Y por qué no voy a contarle a Jane el plan que habéis orquestado para defenestrarla?
Se me encoge el corazón. ¿Lo ves? Yo no tengo alma de conspiradora. Podría contárselo a Jane y entonces me despedirían de inmediato. Yo contemplo mis opciones… ser despedida de un trabajo que no me gusta no es una tragedia. Sonrío.
– Muy bien, pues nada -digo, displicente, como si me diera igual.
En realidad, Keller no está nunca en la redacción y el plan podría seguir adelante sin él. Sólo necesitamos a Delia. Sin duda, Delia agradecerá la oportunidad de subir un peldaño en la escalera corporativa sin que los prejuicios de Jane la mantengan acogotada abajo.
– ¿Pues nada? -repite él, suspicaz.
– Pues nada, olvídate del complot. Me has ganado por la mano, así que… la verdad es que el plan podría habernos estallado en la cara.
Qué mentirosa soy, por Dios.
Él se queda pensativo.
– Lo haré -dice por fin.
– ¿Qué?
– Que lo haré.
– ¿Por qué? -no estoy preparada para una capitulación tan rápida y, desde que trabajo en Fashionista, me he vuelto suspicaz.
Keller sonríe.
– Tres razones. Una: no puede funcionar. Dos: a mí me ha ido muy bien en Fashionista. Tres: Delia se merece algo mejor.
– Pero si aún no conoces el plan…
– Me lo imagino, pero no me he decidido por eso. La única forma de perdonarme a mí mismo por lo que le estoy haciendo a Delia era creer que le estaba calentando el asiento. Pero Jane no lo hará nunca. Una nueva directora podría darle el ascenso que se merece.
– Eso es exactamente lo que yo pienso.
– Lo sé.
– ¿Lo sabes?
– Eres transparente, Vig. Tu cara lo dice todo.
Nadie me había dicho eso antes. Y yo no creo ser transparente… no, no, yo soy capaz de subterfugios y artimañas. Pero como ha aceptado ayudarnos, no le llevo la contraria.