Epílogo

Como si lo nuestro fuera una relación, invito a Alex a tomar una copa en el bar del hotel Paramount, donde he quedado con Maya y Gavin.

Y Alex viene. Como si fuera mi novio, aunque tiene que saltarse una clase, aunque debe revisar un artículo para Fashionista, aunque dentro de dos días tiene un examen de planificación urbanística.

– Muy bien, yo tengo uno -dice Gavin, muerto de la risa-. Suelas de esparto: los mejores zapatos para llevar tu cruz.

– Genial -ríe Maya, levantando su copa-. Brindemos por eso.

Llevamos todo el día brindando por los artículos sobre Jesucristo en Fashionista, pero sólo una persona, una señora inglesa, le ha pedido un autógrafo. Y Gavin firma como «Jesús».

Su enfado ha desaparecido tras el éxito de la exposición. Vendió todas las esculturas anoche. Absolutamente todas.

Maya deja la copa sobre la mesa y toma una carta. Es la hora de comer.

– ¿Por qué no tomamos una bandeja de ahumados? -sonrío yo, recostándome en la silla. Me siento muy relajada y no es sólo por el alcohol.

Estar sin trabajo ha despertado una inusitada reacción y, por primera vez en años, me siento tranquila, sin tensiones. Eso es lo que pasa cuando tienes todo el futuro por delante. Eso es lo que pasa cuando tus planes (tomar otra copa, comer, brindar por el artículo del New York Times, visitar a tus padres en Missouri y volver a Nueva York revitalizada y fresca) no tienen nada que ver con Jane McNeill.

Cuando vuelva después de pasar una semana en Bierlyville, buscaré otro trabajo; un trabajo mejor, menos glamouroso, un trabajo en el que no tenga que tratar con celebridades.

– Vig, tienes que volver a la revista -dice Delia, que, de repente, aparece a mi lado.

– ¿Cómo sabías que estaba aquí? -pregunto yo, atónita.

Ya no somos compañeras de trabajo y no quiero que añada detalles a mi expediente.

– Alex me dejó un mensaje.

Yo miro a Alex, que se encoge de hombros.

– La fuerza de la costumbre.

– No quiero volver -digo yo, terminándome el gin-tonic de un trago. Maya y Gavin brindan por mi actitud independiente y piden otra copa.

– Tienes que volver -insiste Delia-. Holden ha estado buscándote.

– ¿Qué?

Alex también está sorprendido.

– ¿Holden ha estado en la redacción?

– Ha ido a preguntar por ti.

– ¿Quién es Holden? -pregunta Gavin.

Conoce la saga de Fashionista de arriba abajo, pero nunca ha oído ese nombre.

– Es el genio que está detrás de la revista y de varias otras publicaciones del sector. Conseguir una reunión con él es tan difícil como conseguir una reunión con el Papa, sólo que el pontífice es más accesible. ¿Qué querrá de mí?

– Yo también quiero saberlo -dice Delia, impaciente-. Tienes que volver, Vig.

Decidida, me levanto para ir a ver a Jack Holden, aunque ya me he tomado tres gin-tonics… o precisamente por eso. Delia me acompaña a la oficina y espera mientras su secretaria lo informa de que estoy allí. No puede disimular su sorpresa cuando Holden le dice que me haga pasar.

El despacho de Jack Holden es amplio y luminoso, pero no tiene cuadros carísimos como otros ejecutivos de la editorial. Lo más llamativo que veo es una cosa rarísima sobre su escritorio, pero parece una grapadora rota.

– Ah, hola señorita Morgan -dice, levantándose para estrechar mi mano-. No me ha resultado fácil encontrarla. Debería quedarse más tiempo en su despacho.

– Me han despedido.

Holden no me hace ni caso.

– Vamos a editar una nueva publicación, de un estilo brillante como el de Fashionista, pero sin el agresivo enfoque sobre las celebridades. Y quiero que usted forme parte del equipo, incluso que lo dirija.

Yo me quedo de piedra y sólo puedo mirarlo como si fuera un loco escapado del psiquiátrico.

– ¿Qué?

– He leído el artículo que escribió para el New York Times sobre van Kessel. Un trabajo excelente. Eso es lo que quiero para esta nueva revista.

– Gracias -digo yo, intentando no soltar una carcajada histérica-. Perdóneme, señor Holden. ¿Ha dicho dirigir el equipo de la revista?

Apenas me mira. Mi incredulidad no parece impresionarlo.

– Sí. Tengo aquí unas notas que he estado leyendo… La señorita Carson puede darle el resto del archivo.

Yo acepto la carpeta con manos temblorosas.

– ¿Por qué yo?

– Nuestra candidata original tuvo que ser escoltada fuera del edificio… después de un desgraciado episodio y usted era la siguiente en la lista. Su artículo para el New York Times es justo lo que estaba buscando. ¿Qué dice?

Nerviosa, echo un vistazo a la carpeta que me ha dado y me paro al ver una lista de ideas para artículos. Al principio, esas ideas me suenan, pero luego me doy cuenta de que son mías. Son las que le di a Marguerite para Fashionista. Ahora entiendo que mi artículo sobre van Kessel sea exactamente lo que estaban buscando.

Digiero rápidamente esta información, pero estoy demasiado borracha como para pensar con claridad. Y tengo que tomar una decisión.

No sé qué decir. No soy una ejecutiva, sólo soy una redactora a la que hicieron editora por oscuros motivos. No sé nada sobre llevar una revista. No sé decirle a la gente lo que tiene que hacer y no sé cómo posicionar un producto.

Pero esas cosas son naderías. Son casitas poblado japonés y yo soy Godzilla.

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