Germina una idea

El móvil de Roger tiene la melodía de una serie de televisión sueca que ponían en los años setenta. Infantil, pero no sueco, Roger nos puso la melodía una y otra vez durante una cena hasta que la pareja de al lado le pidió que se cortase un poco.

Maya se quedó cortada, yo me mordí los labios y Roger, con la boca llena, empezó a decir que la gente ya no tenía educación.

Estoy en el Metropolitan y, sé que, si me doy la vuelta, lo veré. Está detrás de mí y entre el Retrato de un hombre y el Retrato de un hombre con barba, me siento acorralada. Espero como un tigre camuflado en la selva, aguardando que pase… el problema es que no tengo camuflaje.

Llevo un vestido azul eléctrico y habría que ser ciego para no verme.

Roger me dice: «Hola, cariño». Horror.

Como ya no sale con Maya no me veo obligada a ser amable. Pero es que encima el tío está hablando por el móvil y me hace una seña para que espere un momento.

Que espere tu tía.

Me dirijo al otro lado de la sala y me escondo detrás de una pareja de alemanes que está admirando a Rembrandt. A mi lado, una mujer está copiando un retrato. Yo también lo estoy copiando en mi cuaderno, pero no lo he hecho nunca y se me escurre el lápiz. Aunque no dejo que eso agrie mi entusiasmo.

Estoy aquí porque quiero ser Tecnicolor, como Maya. Eso fue una revelación anoche, mientras estaba secando coladores en su cocina. Yo tampoco quiero escribir artículos aburridos. El mundo es mucho más interesante que las pastas de dientes blanqueadoras.

Aparece Pieter van Kessel, un joven diseñador holandés cuyo desfile me dejó impresionada la temporada pasada. Pero yo no puedo escribir sobre él porque los jóvenes diseñadores no aparecen en Fashionista. Al menos, no bajo el régimen tiránico de Jane.

De repente, tengo otra revelación: quiero escribir sobre Kessel. Quiero conocerlo y escribir sobre sus innovadores diseños. Quiero publicar un artículo sobre los principios de una superestrella de la moda, antes de que lo sea.

El momento de distracción es fatal. Mientras miro a la señora que copia y pienso en mi futuro, la pareja de alemanes se aleja de Rembrandt y yo me quedo sin escondite.

– Vig -me llama Roger.

Ya no está hablando por teléfono y va con una pelirroja ataviada con un ajustado vestido de cuero negro. Roger es un asqueroso; la clase de tío que mira a las tías en el cuarto de baño, pero no sabía que le gustase el cuero.

Es de mediana estatura, con problemas de acné persistente y entradas. O sea, una joya.

Me saluda con un beso en la mejilla. Cuando salía con Maya, no me daba besos.

– Perdona, estaba sacando información. Era una llamada a vida o muerte.

Roger se cree un inventor del lenguaje. Cree que está revolucionando el idioma, pero no es verdad. Sólo dice tonterías.

– Vig, te presento a Anthea -sonríe, presentándome a su amiga, que tiene los ojos tan grandes y tan redondos que no pueden ser naturales.

– Hola, soy Vig Morgan.

La pelirroja tarda unos segundos en entender que estoy dándole la mano y, cuando por fin se entera, la suya es tan fría y floja como la de una muerta.

– Hola.

– Vig es amiga de Maya.

– Ah.

– Es editora de Fashionista -añade Roger.

Anthea empieza a parecer interesada.

– Cómo mola.

– Sí, claro.

– Anthea trabaja en una tienda en la calle 22. DeMask. ¿La conoces?

DeMask es un sex shop de esos que venden penes de goma, bolas chinas y látigos de cuero. No he entrado nunca, pero he visto los anuncios en el Village Voice.

No, lo siento. ¿Que venden, disfraces?

Roger está a punto de darme una explicación, pero Anthea suelta una risita.

– Sí, algo así. Si alguna vez necesitas uno, pásate por allí. El látex viene de Europa.

– ¿De Europa?

Yo no sé nada sobre el látex, pero se que el pedigrí europeo siempre es una garantía.

– Sí, y tenemos tiendas en Alemania y en Amsterdam.

A Roger no le hace gracia esta conversación. Ahora que DeMask es una tienda de disfraces, no quiere hablar de ello.

– Es muy tarde. Anthea, mira la hora, cariño, tenemos que largarnos, Vig.

Me da un beso de despedida… o más bien intenta darme un beso de despedida porque yo aparto la cara educadamente.

– Encantado de verte. Dale un beso a Maya.

Tiene un brillo de victoria en los ojos. Espera que salga corriendo para contarle a mi amiga que lo he visto con una pelirroja de tetas grandes y vestido de cuero, pero no pienso hacerlo. Me despido de Anthea y vuelvo a la pintura.

Y jamás le digo a Maya una palabra sobre el encuentro.

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