Alex Keller abre la puerta con cara de malas pulgas. Aunque sigue siendo guapísimo, ese gesto es el que yo esperaba de el y me siento más cómoda. Ahora podre aclarar el malentendido de ayer.
– ¿Quien eres? -me pregunta, sin invitarme a entrar-. ¿Por que estás saboteando la felicidad de mi perro? ¿Qué te hemos hecho Flecha o yo para que quieras arruinarnos la vida?
Yo abro la boca para explicar, pero no me deja. Keller no quiere ser interrumpido.
– ¿Tú sabes lo difícil que es encontrar una persona que cuide de tu perro? ¿Tú tienes perro?
Supongo que esa es una pregunta retórica y, por lo tanto, no contesto.
– ¿Lo tienes o no?
– No.
– ¿Tienes gato?
– No.
– ¿Tienes algún pez?
– No.
– ¿Tienes alguna mascota?
– No.
– O sea, que no sabes nada en absoluto sobre cómo cuidar de un animal domestico. No sabes el daño que has hecho, ¿verdad?
– No.
– ¿Tú sabes lo que me costó encontrar a Kelly? Sólo aceptó venir a verme para hacerle un favor a un amigo. ¡Como un favor personal! Y yo no estaba aquí cuando vino a verme. ¿Sabes lo que hizo cuando vio que no estaba en casa? Le dejó una nota al conserje diciendo que no tiene tiempo para jueguecitos -Keller respira profundamente-. Y ahora, adiós. No veo por que tengo que soportar tu presencia.
Y me da con la puerta en las narices.
Alex Keller siempre se ha portado como un cerdo y todo el mundo en la redacción le ha hecho vudú y encantamientos varios para que se le cayera el pelo, por ejemplo. Y a mí no me da nadie con la puerta en las narices.
Vuelvo a llamar. Sé que estoy aquí para pedir un favor y que no he empezado precisamente con buen pie, pero estoy preparada para luchar. Pienso apoyarme en el timbre y esperar horas y horas, incluso podría golpear la puerta con los puños. La caída de Jane, hasta hace poco sólo una fantasía, empieza a parecerme una realidad y no pienso renunciar a ella.
Una sombra oscura, supongo que la pupila de Keller, aparece en la mirilla y yo adopto una postura contrita. Falsa, pero contrita.
– He venido a pedirte disculpas. Siento mucho lo que ha pasado y me gustaría explicarte mis motivos -le digo. No hay reacción, pero la sombra de la mirilla no desaparece-. De verdad, no quería sabotear la felicidad de Flecha.
Estoy diciendo tonterías, pero decido esperar hasta que me deje entrar en su casa para decir cosas sensatas. Total, aquí en el rellano no me ve nadie…
Keller abre la puerta.
– ¿Quién eres?
– Vig -contesto, esperando una lluvia de insultos.
– ¿Vig que?
Vig no es un nombre muy común y es inconcebible que conozca a otra.
– Vig Morgan. Trabajamos juntos.
– ¿En el estudio Walters?
Yo hago una mueca.
– No, en Fashionista.
– Ah -murmura él, momentáneamente desconcertado.
¿Walters? ¿Qué es eso del Estudio Walters? Keller me mira, pensativo. Parece un poco cortado. Por fin, abre la puerta del todo.
– Entra.