La colección primavera-verano de Pieter van Kessel es «renovadoramente urbana».
– ¿Renovadoramente urbana? -repite Marguerite, envolviéndose en el chal que lleva sobre los hombros. No es que tenga frío, es que no quiere ensuciarse-. Ruinosamente urbana diría yo.
Van Kessel va a mostrar su colección primavera-verano en un edificio en construcción en el East Side. Me sorprende que el constructor haya dejado a Pieter montar una carpa para invitar a la prensa, pero seguramente ha pensado que también sería promoción para él.
– No es para tanto -digo yo, cuando por fin encontramos nuestros asientos.
Marguerite limpia el polvo de su silla con un pañuelo antes de sentarse.
– Ha venido una cantidad de gente impresionante.
Es más de lo que nadie habría podido esperar. La noticia ha corrido de boca en boca, convirtiendo el desfile de van Kessel es lo más buscando de la Semana de la Moda. Marguerite reconoce a varios compradores de Barney's y Neiman Marcus, a los que saluda con la mano. Yo estoy emocionada. Estoy emocionada porque Pieter se merece tanta atención y porque he hecho bien en fiarme de mi instinto. Aquí hay una serie de artículos.
Marguerite es un nombre en el mundo de la moda y charla sobre el estilo europeo de van Kessel (ha estado leyendo mis notas) con varios conocidos. Yo me quedo calladita. No conozco a nadie. Es sólo mi segundo desfile y no sé cómo portarme. No hacer nada me parece lo más apropiado.
– Cerda vengativa -me dice una mujer al oído.
Yo me vuelvo, a la defensiva. Es una mujer mayor, muy elegante, con una melena blanquísima que le llega hasta la barbilla, una especie de quimono de seda y un collar de diamantes. Me suena su cara, pero no sé quién es.
– ¿Perdone?
La mujer se sorprende cuando me dirijo a ella. O no se refería a mí o sufre el síndrome de Tourette, esa enfermedad que obliga a los afectados a decir barbaridades sin que puedan evitarlo.
– Perdona, querida, estaba hablando sola. No me hagas caso.
– Ya, claro -digo yo, mosqueada.
– No seas boba. No estaba hablando contigo -ríe la mujer, pasándose una mano por el pelo-. No te había visto nunca. ¿Es tu primer desfile?
– Casi. El primero fue el desfile de van Kessel en junio.
Ella levanta una ceja. Sólo un par de fotógrafos y yo estuvimos en ese desfile.
– No había oído hablar de van Kessel hasta que leí una referencia sobre él en el New York Times. Suelo estar muy informada, pero en el mundo de la moda cada día es más difícil saberlo todo.
– Yo fui al desfile porque me invitó una amiga -le digo. No quiero que piense que soy un genio de la moda porque no lo soy-. Me pareció una colección emocionante. Tan buena que fui a verlo y me pasé un día entero con él y su equipo.
– Una chica lista.
– Gracias. Pensé que sería interesante seguir la carrera de un nuevo creador. He pensado escribir una serie de artículos sobre el ascenso de van Kessel.
La mujer asiente con la cabeza.
– ¿Cuándo saldrán publicados?
– Probablemente no se publicarán.
Ella me mira con expresión de extrañeza.
– Es que trabajo en Fashionista.
– Ah.
Evidentemente, no hay que decir más.
– Sí. No es la clase de artículo que solemos publicar.
La mujer me da un golpecito en la mano.
– Una pena.
– Así es la vida.
– Soy Ellis Masters, por cierto. Se me había olvidado presentarme.
Ellis Masters es un gurú de la moda, alguien legendario, la clase de periodista que hace y destruye carreras. La gente habla de ella con la reverencia debida a los difuntos, pero está muy viva. Es una mujer agradable que murmura para sí misma mientras ve los desfiles de moda.
– Es un honor conocerla -le digo, resistiendo el deseo de hacer una reverencia-. Me llamo Vig Morgan.
– Encantada de conocerte, Vig -sonríe Ellis, mirando su reloj-. A ver si empieza pronto. Tengo que ir a otros seis desfiles esta tarde.
– Supongo que tendrá muchísimas cosas que hacer, pero si tiene un rato libre el jueves por la noche, Fashionista patrocina un cóctel para presentar la obra de Gavin Marshall. Es un artista británico que…
– Conozco a Gavin y me sorprendió mucho enterarme de que Fashionista patrocinaba su exposición. Nunca han publicado nada sobre el arte de vanguardia.
De repente, me abruma el deseo de confesárselo todo, pero no lo hago. Por supuesto.
– Esperamos que sea un gran éxito.
– Sí, claro. Bueno, si puedo ir…
Sólo está siendo amable. Ellis Masters es demasiado educada como para rechazar una invitación.
Los admiradores de Marguerite se dispersan y ella se da cuenta entonces de quién es mi compañera de asiento.
– ¡Ellis, cariño! Qué alegría volver a verte.
Ellis no parece compartir la alegría y está claro que soporta el abrazo sólo por educación.
– Hola, Marge.
Marguerite, que no parece notar su frialdad, se pone a hablar sobre los viejos tiempos, sobre París y los amigos con los que ha perdido el contacto. Cinco minutos más tarde, antes de que yo pueda poner en práctica mi táctica de «allí está Damien Hirst», Ellis se pone a hablar con el señor que está a su derecha. Es un actor muy conocido y, aunque no sabe con quién está hablando, reconoce que es alguien importante. Es fundamental tener olfato para eso si quieres estar con la gente guapa.
– Ellis es un cielo. Hace siglos que no la veía -me dice Marguerite-. Siento no haberte presentado, Vig. A veces es una vieja temperamental y hay que tener cuidado con ella.
– ¿De qué la conoces?
– Trabajamos juntas en la revista Parvenu. Fue hace siglos, cuando yo empezaba. Entonces sólo era una redactora. No tenía dinero, no llevaba ropa de diseño… bueno, la llevaba, pero era prestada.
Marguerite pretende seguir recordando el pasado, pero se apagan las luces y suena la música. El desfile va a empezar. Y cuando empiezan a salir los primeros modelos, me pregunto por qué Ellis Masters la ha llamado «cerda vengativa».