Seguro que tú has conocido a alguna Jane McNeill. Jane McNeill, nuestra directora, es la típica tía dura, pero buena. Es un poco abrupta, pero conoce su trabajo y sabe vender revistas. Se aprende mucho de ella.
O sea, para nada. No te lo creas. No hay nada bueno en Jane McNeill. Tiene mal carácter y ninguna paciencia. La amabilidad es una aflicción de los débiles y, si te tomas una semana libre tras la muerte de tu madre, ella levantará los ojos al cielo delante de todo el mundo, como si tu dolor fuera un gran inconveniente. Le encanta humillarte delante de todo el equipo y cuando conoces la respuesta a una de sus preguntas imposibles (por ejemplo, cómo se llevaban los bajos en los años cincuenta) ella encuentra la forma de hacerte quedar mal.
Las reuniones son siempre tan tensas que te sientes como si estuvieras defendiéndote ante el Comité de Actividades Antiamericanas o ante un tribunal superior que exige saber cuál es la razón para la huelga de gusanos de seda en Alto Volta (esta pregunta es capciosa; los gusanos de seda no tienen sindicato).
Jane McNeill es una mujer con problemas de ansiedad y nosotros somos sus conejillos de Indias.
Jane no está siempre en Nueva York, pero su presencia es logarítmica y puede ser medida en la escala Richter. Cuando aparece en la redacción dos días seguidos, la devastación es cien veces mayor que tras el paso del huracán Mitch. Y tu autoestima, ya de por sí muy dañada, se convierte en una nube de polvo.
Tienes que sufrir sus abusos durante dos largos años antes de conseguir el ascenso que lleva dieciocho meses prometiéndote (si pudieras esperar un poco más. Vig. Un redactor en Fashionista puede llegar muy lejos) y sólo cuando estás a punto de destrozar tu ordenador con un hacha. Jane te llama a su despacho para darte la buena noticia: sigues en la revista, y sigues teniendo que soportarla, pero ya no estás en la línea de tiro porque una tonta nueva recibirá las bofetadas. Y te alegras tanto de no ser ella (y te sientes tan avergonzada por alegrarte) que apartas la mirada cada vez que pasas por delante de su mesa.
Jane vende revistas, pero eso tiene mucho más que ver con la susceptibilidad del público que con sus brillantes ideas. Cada año insiste en que escribamos un artículo sobre el clásico estilo de Jackie Kennedy o sobre la gracia intemporal de Grace Kelly, como si nadie hubiera escrito ya sobre eso un millón de veces. Pero lo han hecho. Sólo que mejor que nosotras.
El secreto de su éxito es trabajar en revistas que están a punto de despegar y después llevarse todo el crédito. Lo ha hecho en Face y en Voyager y volverá a hacerlo cuando una nueva revista aparezca en el horizonte. Es genial autopromocionándose y una experta en el glamour y el brillo que atrae a los propietarios de las revistas.
No eres la única que está contando los días para retirarte, hija.