Judas

Cuando llego a la galería Karpfinger, Gavin está desmantelando la exposición. Está guardando las esculturas de Jesús como si fueran canicas que puede guardarse en el bolsillo para llevarse a Londres.

– ¿Qué pasa? -pregunto, cuando veo que le quita las medias a un Jesucristo con un modelo de Chanel.

Todo lo demás va perfectamente: el catering está preparado, los ingenieros de sonido colocando los micrófonos, los manifestantes insultando a todo el que entra en la galería… Sólo Gavin está trabajando en contra del objetivo común.

Sé que me ha oído, es evidente porque se ha puesto rígido, pero no me contesta. Sencillamente hace una bola con las medias y las tira dentro de una caja. Luego empieza a desabrochar la chaqueta.

El silencio y el proceso de arrancarle la ropa a las esculturas es una mala señal, pero intento no asustarme.

– ¿Ocurre algo, Gavin?

Él se vuelve entonces. Tiene los labios apretados y lanza sobre mí una mirada asesina. Este no es el Gavin simpático con el que brindaba ayer, con el que comía crepes de champiñón y que me dio un beso en la frente a las tres de la mañana. Este es un Gavin aterrador.

Pongo una mano en su brazo y él intenta apartarse. Y entonces empiezo a asustarme de verdad.

– Dime qué pasa.

Él respira profundamente y me dice, con un desprecio aterrador:

– ¿Te gusta el nuevo traje de Jesucristo? Es de la colección primavera-verano.

– Ah.

Sabía que iba a llegar este momento, pero con el mareo del champán y la emoción de publicar en el New York Times, se me olvidó. Debería haberle advertido sobre el número de noviembre de Fashionista. Debería habérselo confesado todo cuando estaba borracho.

– ¿Ah? -repite Gavin, furioso.

Su rabia está perfectamente justificada y no sé qué decir. Nos quedamos mirándonos el uno al otro durante unos segundos -él casi mostrando los dientes, yo sin saber qué hacer- escuchando las chirriantes pruebas de sonido: «Probando, probando».

– Quería decírtelo, pero no sabía cómo.

El desprecio de Gavin es casi palpable.

– Jesucristo: ¿creador de tendencias?

Es el título de una de las secciones, pero nunca me había parecido tan horrible. Suena mil veces peor pronunciado por el propio artista.

– Siento mucho que haya pasado esto. Ni siquiera sé cómo ha ocurrido. La idea era cubrir tu exposición con unas cuantas páginas y, de repente, todo el mundo empieza a aportar ideas. Y deciden convertir a Jesucristo en el tema central de la revista.

Intento parecer calmada, pero estoy a punto de caer de rodillas para pedirle perdón. Y no sólo porque quiero que Jane se vaya de Fashionista, sino porque le hemos prometido a todos los medios de comunicación de Nueva York una exposición y tenemos que dársela como sea. Si no, rodarán cabezas. La primera, la mía.

De repente, el felpudo robado de Christine empieza a parecerme una señal.

Gavin está a punto de arrancarle la chaqueta a la escultura cuando llega Maya. Lleva un vestido negro hasta los pies y una tiara de brillantitos.

– Hola, cariño -lo saluda con un beso en los labios.

Después, se queda maravillada al ver las esculturas de Jesús. No la culpo, Dorando la imagen tampoco es lo que yo había esperado. No es una horterada, no son esculturas hechas en serie con unos trajes encima. No, son esculturas hermosísimas y muy delicadas. Ese es el trabajo de Gavin Marshall. Es el trabajo de un artista.

Maya señala una escultura en particular: Jesucristo con un traje de Givenchy.

– No quiero ser mala, pero ese traje… ¿no le hace un poco gordo?

La pobre está bromeando y no sabe que aquí se masca la tragedia. Pero se da cuenta en cuanto lo mira a la cara. Pero como Gavin no dice nada, se vuelve hacia mí, esperando una explicación.

– Está enfadado por los artículos que ha publicado Fashionista.

¿Qué artículos? Pero si aún no se ha hecho la exposición…

– No irás a negar que lo sabías, ¿verdad? -exclama Gavin, arrancando una chaqueta de Balenciaga.

Es una chaqueta de alta costura, una prenda carísima, pero la trata como si fuera un trapo.

– ¿Yo? -exclama Maya, que no sabe lo que está pasando.

Lo de Jesucristo para ella sólo ha sido una anécdota, algo que yo le he comentado. Su interés por Gavin no tiene nada que ver con la exposición.

Pero él no lo entiende.

– Tú sabías que iban a humillarme en la revista de tu amiga y no me dijiste nada. Ni siquiera anoche… -no termina la frase, como si fuera demasiado doloroso-. No me dijiste nada en absoluto.

Mientras está discutiendo con Maya, yo intento doblar la chaqueta de Balenciaga. Aunque a él le dé igual, no puedo dejarla hecha una pelota. Llevo en Fashionista demasiados años como para quedarme de brazos cruzados cuando se maltrata una prenda como esa.

– Maya no tiene nada que ver. La culpa es mía. Enfádate conmigo.

– Estoy enfadado contigo, desde luego. Muy enfadado.

Yo necesito que se desahogue, que suelte todo lo que quiera soltar… pero que siga adelante con la exposición.

– Mira, siento mucho todo lo que ha pasado. Lo siento muchísimo, de verdad. No pude detenerlo, pero no tenemos tiempo para esto. Ahora no. En cuanto esto se acabe, haré todo lo que pueda para que la cobertura de la exposición en el próximo número sea decente. Te lo juro. Pero esto tiene que empezar. Hemos convocado a todos los medios de comunicación de Nueva York, a un montón de gente famosísima… -entonces miro mi reloj. Son las siete y diez y dentro de cincuenta minutos la galería estará llena de caras famosas-. Por favor, por favor…

Gavin toma una revista del suelo y me la pone delante de la cara.

– Me has convertido en el hazmerreír del mundo del arte con esta… con esta basura. Has trivializado todo lo que hago. Has convertido Dorando la imagen en una broma. ¿Tú sabes lo que he trabajado para ganarme el respeto de mis colegas? ¿Tú sabes lo difícil que es para un tío como yo, con un castillo estilo Tudor, que alguien lo tome en serio como artista? A los críticos les encanta hundir a los niños ricos que se atreven a meterse en este mundo. Pero yo no soy un puto niño rico sin nada que hacer. No soy el príncipe Carlos con sus acuarelas. Esto es importante para mí. Esto es lo que hago. No es un circo, no es una chorrada para que tu revista se cague en ella…

Está furioso como nunca, pero no sé cuáles son sus intenciones. Cancelar la exposición sería un gran gesto para castigarme y para mostrar a la directora de Fashionista que no se puede tomar a broma su trabajo… pero seguramente no valdría de nada.

Sin embargo, no puedo arriesgarme. No puedo dejar que la ira de un artista destruya mis oportunidades de hacerme un nombre en el mundo del periodismo.

– Puedes darle a todo el mundo con la puerta en las narices. Tu carrera sobrevivirá, incluso podría venirte bien. Ser un enfant terrible siempre ha sido bueno para el negocio… pero arruinarás mi carrera.

Gavin se pasa una mano por la frente y permanece callado durante largo rato. Maya observa el intercambio en silencio. Le gustaría ayudar, pero no sabe qué hacer. Fashionista no es lo suyo. Ella es sólo una inocente víctima en todo esto, una víctima con una tiara de brillantitos.

– Maldita sea, Vig -Gavin parece cansado.

– Sé que no es justo -sigo yo, intentando darle pena. Pero así, descaradamente-. Sé que no tienes por qué hacerme ningún favor, pero piénsalo. Fashionista no puede hacerte daño. Sólo es una revista tonta con muchas fotografías de colorines. Eso es todo. Somos algo con lo que la gente se distrae mientras se hacen un corte de pelo. No somos algo permanente. No estaremos aquí dentro de cien años, cuando tus esculturas estén en la entrada del Vaticano. Pero puede hacerme mucho daño a mí. Por favor, no lo hagas.

Gavin se rinde. Quizá si no hubiéramos brindado por mi éxito anoche, si no me hubiera besado en la frente a las tres de la mañana, no le importarían nada mis patéticos ruegos. Pero lo ha hecho.

– Muy bien. De acuerdo.

Maya se echa en sus brazos.

– Gracias a Dios que lo habéis solucionado. Y ahora, por favor, ¿alguien va a decirme algo de mi tiara? Me la he puesto para ir a trabajar y nadie ha dicho una sola palabra. Estoy convencida de que es invisible.

Gavin suelta una carcajada y le asegura que ella, y la tiara, son maravillosas. Y luego le pide que le advierta la próxima vez que su mejor amiga quiera reírse de él.

Yo me siento un poco ofendida -al fin y al cabo yo no quería reírme de él- pero agradezco que haya sido tan comprensivo y no digo nada. No está el horno para bollos.

Después de haber evitado el desastre, hago una inspección en la galería para asegurarme de que Fashionista no va a ofender a nadie más. Incluso asomo la cabeza por la puerta para comprobar cómo están los manifestantes, que están estupendamente.

La tarima sigue en su sitio y ellos siguen lanzando gritos contra la exposición. Que Dios los bendiga.

Me acerco a la barra para pedir una copa. Sé que no debería consumir alcohol hasta que empiece el cóctel, pero no puedo resistirlo. Los recientes eventos exigen algo más fuerte que el agua mineral. Requieren vermut, un chorro de ginebra y una aceituna rellena de pimiento.

Después de darle las gracias al camarero, me acerco a Gavin para ver si necesita ayuda.

– No, lo tengo todo controlado -dice tranquilamente, mientras le pone a una escultura un pañuelo en el cuello y unas gafas de sol.

De repente, Jesucristo parece Jane McNeill.

Como no puedo hacer nada más, me siento en el escenario, donde tocará una banda de jazz.

Algo va a pasar. El olor de los hors d'oeuvre -quiches de langosta y canapés de salmón- que llega de la cocina me lo confirma. Vamos a hacer una fiesta.

Suspiro profundamente, tomo otro sorbo de mi martini y espero el próximo desastre.

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