Christine está hablando de las naranjas chinas.
– Las quisquillas son a la langosta lo que las naranjas chinas a las naranjas de Valencia.
Yo asiento con la cabeza, como si hubiera entendido la analogía.
– A ver si me explico… las quisquillas son a la langosta lo que las naranjas chinas a las naranjas normales.
Yo me encojo de hombros.
– ¿Porque te comes lo de fuera?
– ¡Exacto! ¡Te comes la piel! ¿No es increíble?
Me gustaría decir que he visto cosas mucho más increíbles, pero no tengo ganas de alargar la conversación.
– Sí, claro.
– Toma -dice Christine, ofreciéndome una naranja china-. Son una revelación.
Es blanda y dulce y cuando la muerdo me mancho la blusa, pero yo no experimento ninguna revelación.
– Está rica.
– Anoche, en clase, hicimos un soufflé frío de naranja china con salsa de albaricoque. Estaba delicioso.
– ¿Soufflé frío de naranja china? -repito yo, intentando no levantar los ojos al cielo.
Es viernes y tengo varias cosas que hacer antes de empezar mi fin de semana… por ejemplo, buscar la dirección de Alex Keller. Y para ello tendré que colarme en el departamento de recursos humanos.
Pero sigo prestando atención a lo que me cuenta Christine porque a una persona que tiene sueños hay que escucharla.
Por su detallada descripción, un soufflé de naranja china es algo poco más exótico que un helado de vainilla, pero no digo nada. Ya la he desilusionado antes y no quiero volver a hacerlo.
Mientras me explica cómo se hace la complicadísima salsa de albaricoque (primero cueces lo albaricoques y luego añades azúcar), yo intentó decidir qué es más importante: conservar mi trabajo o que me guste mi trabajo.
Entrar en el departamento de recursos humanos para buscar la dirección de Alex Keller podría acarrear un despido. ¿Y para qué? Aunque encuentre su dirección, dudo mucho que quiera cooperar. Keller me dirá que me pierda y luego me dará con la puerta en las narices. Me ha dejado suficientes mensajes ofensivos como para no esperar nada menos.
Es la excusa perfecta para decirle a Allison que no quiero saber nada del complot, que ya se pueden ir buscando otro ariete. Alex Keller es un riesgo.
Pero aunque tengo el discurso en mi cabeza, no digo nada. Echar a Jane McNeill puede que sea un sueño imposible, pero me da pena no seguir soñando.