Mi último día de trabajo

Cuando llego a la redacción, Allison me está esperando apoyada en la pared, leyendo pacientemente el New York Times. Aunque no le digo nada, entra detrás de mí en el despacho.

– Estás despedida -anuncia sin preámbulos y con una feroz sonrisa en los labios.

Yo dejo el bolso sobre la mesa y compruebo los mensajes en el contestador.

– ¿No me has oído?

– Estoy despedida -repito, sin mirarla.

Hay diez mensajes y tomo un bolígrafo por si tengo que anotar algo, pero Allison me quita el auricular de las manos.

Está furiosa. Esperaba una respuesta y no puede hacer nada con esta apatía.

– ¿Te da igual?

– Tú no puedes despedirme, Allison -contesto, recuperando el teléfono. No suelo tener diez mensajes y estoy segura de que todos contienen alguna fantástica estadística sobre Jane.

– No, pero recursos humanos sí -entonces tira el periódico sobre la mesa, con rabia. Estaba leyendo mi artículo sobre Pieter van Kessel-. Escribiste e investigaste ese artículo en horas de trabajo. El artículo es de Fashionista. Has violado el código 43, sección B de tu contrato -dice, triunfante-. Así que ya puedes ir guardando tus cosas. En recursos humanos se toman estas infracciones muy en serio y tengo una reunión con Stacey Shoemaucher en diez minutos. Antes de las doce estarás fuera de aquí.

Yo la miro con el mínimo interés.

– ¿Alguna cosa más?

– ¿No quieres saber por qué lo hago?

Allison quiere guerra. Quiere una pelea a muerte, pero yo no tengo intención de seguir su juego y me encojo de hombros.

– ¡Me has robado el ascenso! -grita entonces, quitándome el teléfono otra vez-. Marguerite me dijo que yo sería editora en cuanto ella estuviera en el puesto de Jane, pero eso ya no va a pasar, ¿verdad? Nada ha salido como planeamos. Jane es una heroína, jamás la despedirán y… ¡y es culpa tuya, zorra! Marguerite me dijo que yo sería la editora, no tú. Vino a mí con el plan. A mí, a la redactora que más trabaja en esta revista. Yo me lo merezco, no tú.

Sale de mi despacho mascullando cosas sobre Marguerite y sobre el ascenso y sobre todo lo que le han robado en la vida.

Yo sigo intentando unir las piezas del rompecabezas cuando entra Delia.

– Hola, Vig. Todos nos hemos quedado helados al ver cómo Jane caía de pie, pero no puedes estar catatónica el resto de tu vida.

– No, no es eso -sonrío yo-. Es Allison. Acabo de descubrir algo. ¿Recuerdas el plan?

Delia se sienta frente a mí.

– El brillante plan, que ha terminado exaltando a la gran Jane Carolyn-Ann Whiting McNeill. ¿Cómo no me voy a acordar?

– Fue idea de Marguerite.

– ¿De Marguerite?

– De Marguerite. Ella es quien está detrás del famoso complot. Si hay que creer lo que dice la loca de Allison, Marguerite le prometió el puesto de editora en cuanto ocupase el puesto de Jane. Eso lo explica todo.

Yo no esperaba de Allison un plan tan bien pensado… porque lo había organizado Marguerite. Debería haberlo imaginado. Debería haber imaginado que alguien como Allison, que sólo se preocupa de su propia vida, no sabría nada sobre un oscuro artista británico como Gavin Marshall.

– Qué mente tan diabólica -sonríe Delia-. Me gusta.

La idea de que Delia una sus fuerzas a las de Marguerite me aterroriza y estoy a punto de gritar «¡Vade retro!» cuando suena el teléfono. Aunque no reconozco la extensión, sé que es de recursos humanos. Allison trabaja rápidamente.

– Perdona, pero es que van a despedirme.

Me da igual. En las últimas veinticuatro horas la vida se ha convertido en algo surrealista y las cosas que deberían importarme ya no me importan. Ni siquiera he podido mirar mi artículo, publicado en el New York Times…

Pero no me importa abandonar mi puesto como editora en Fashionista a cambio de un artículo en uno de los mejores periódicos del mundo. Es un intercambio justo.

Mi reunión con Stacey Shoemaucher es brusca y desagradable y sólo hablamos del finiquito y de cuánto tiempo tengo para recoger mis cosas. Luego me da una caja de cartón, con toda la tranquilidad del mundo.

Con el nuevo estatus de superestrella de Jane, la situación de Stickly ha mejorado notablemente y está sentado a la puerta de su despacho como un guardia en las puertas del palacio de Buckingham. De nuevo, sirve a un monarca y eso le gusta.

– ¿Puedo ver a Jane? Sólo estaré un minuto.

Stickly me mira, recordando pasadas humillaciones, como la reunión de ayer a la que no quise acudir.

– La señora no acepta visitas en este momento. Por favor, deje su tarjeta y la llamaremos la semana que viene.

Yo le digo que la semana que viene me parece muy bien y, al darme la vuelta, tiro -sin querer- el bote de los lápices con la caja que llevo en la mano. Mientras Stickly está recogiendo lápices, entro en el despacho de Jane, que está viendo tres canales de televisión diferentes.

– Mira, Vig. ¿Ves cómo levanto la cabeza mientras considero mi respuesta? Stickly dice que nunca hay que levantarla más de cuarenta y cinco grados… por lo visto, la percepción de la gente sobre ti tiene mucho que ver con la postura de la cabeza.

– Sólo he venido para decirte que me voy.

– ¿Cómo que te vas? -me pregunta, con un tono desabrido.

– Me voy. Me han despedido.

Jane se siente aliviada. Que yo me vaya porque quiero es inaceptable, pero que me hayan despedido le da completamente igual.

– Ah, muy bien -murmura, volviéndose de nuevo para seguir mirando la televisión.

Es algo típico de Jane y, sin embargo, me deja asombrada. Había esperado algo a cambio de cinco años de servicios. Pero no dice nada, nada en absoluto… no esperaba que se molestase en fingir indignación, pero un «buena suerte», por lo menos…

Pero Jane McNeill es un caparazón. Es un caparazón que sólo contiene aire y que, a veces, consigue levantar la cabeza en el ángulo adecuado.

Estoy saliendo cuando Marguerite empuja a Stickly para entrar en el despacho. Furiosa, se acerca al escritorio de Jane y le da una bofetada. Jane se queda atónita por un momento, pero rápidamente salta de la silla y se lanza a su cuello. Las dejo tirándose, literalmente, de los pelos.

Cierro la puerta y las dejo pegándose como dos gatas furiosas bajo la benevolente y vacía mirada de un montón de estrellas de cine.

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