El contragolpe del mayordomo

Jane no contrata a un mayordomo… bueno, sí contrata a un mayordomo, pero no lo llama así. Stickly es importado de Inglaterra como respuesta al factótum de Marguerite y tiene un pedigrí tan grueso como un diccionario. Cuando Jane lo presenta en la redacción -en una reunión especial con tal propósito- nos lee la lista de nobles a los que él y sus ancestros han servido fielmente (Jorge I, Jorge II, Jorge III, Jorge IV, Harold I, Harold II, Elizabeth I). Parece que Stickly ha estado presente en todas las grandes ocasiones: Trafalgar, Culloden, la firma de la Carta Magna… para secar el sudor de la frente de sus señores y ofrecerles una taza de té.

Stickly es un hombre físicamente imponente. Parece un jugador de fútbol americano, con unas manos como palas que esconde bajo guantes blancos y el aire de alguien acostumbrado a vivir en un palacio. Nuestras oficinas del piso veintidós no parecen impresionarlo lo más mínimo. Hacer una reserva en el Judson Grill no es nada comparado con servir a la duquesa de Chesterborough.

Jane le ha dado un despacho sin revistas atrasadas, pero a menudo lo vemos cotilleando con la señorita Beverly en el pasillo.

En este momento también están juntos, en una esquina, mientras Lydia dirige la reunión semanal.

– Allison, ¿tienes la columna que te pedí sobre los escotes?

– Vig se ofreció a hacerla por mí -contesta ella con cara de estar diciendo la verdad, que no es el caso-. Sabe que estoy hasta arriba de trabajo.

Aunque esta es la primera vez que oigo hablar de mi supuesta generosidad, yo asiento con la cabeza.

– Ya casi he terminado, sólo tengo que limpiarla. ¿Cuántas palabras quieres?

Lydia consulta sus notas.

– Sólo trescientas, es una columna pequeña. Y la necesito para esta tarde. Recuerda enfocarla hacia las estrellas de cine -me dice, como si tuviera que recordarme eso. ¿En qué otra cosa enfocamos cada artículo?

Añado esta columna a la lista de cosas que tengo que hacer antes de terminar la jornada y empiezo a sentirme como Cenicienta. Sólo que yo tengo tantas cosas pendientes que necesitaría todo un equipo de hadas madrinas.

Las reuniones semanales, antes una fuente de aburrimiento, ahora me dan miedo. La primera vez que Allison me cargó con su trabajo intenté protestar. Y Jane, siempre buscando la forma de convertirse en líder, me puso como ejemplo de falta de responsabilidad. Lo hizo en voz alta y delante de todo el mundo. Es la clase de humillación a la que solía someterme cuando era su ayudante y la clase de humillación que no debería soportar siendo editora. Pero ya queda poco, me digo.

– Marguerite, ¿cómo va lo de los vestidos de novia?

– La señorita Beverly va a buscar el último esta tarde -contesta ella, mirando a su factótum-. ¿A qué hora lo tendrás?

– En realidad, Stickly se ha ofrecido voluntario para ir a buscarlo -contesta la señorita Beverly-. Es tan amable…

– Gracias, Stickly -sonríe Marguerite.

Él inclina graciosamente la cabeza.

– De nada, señora.

Jane casi mueve las orejas como un perdiguero. No le gusta que su mayordomo incline la cabeza ante Marguerite ni que la llame «señora».

– Stickly no tiene tiempo de hacer recados.

– ¿No, señora?

– No, necesito que reorganices mis archivos.

– Ya lo he hecho, señora.

– Los archivos de contabilidad -improvisa Jane rápidamente, antes de volverse hacia Marguerite con expresión satisfecha-. Lo siento, pero es un trabajo que requiere todo el día.

– No pasa nada -interviene la señorita Beverly-. Puedo ir yo a buscar el vestido. Y si necesitas ayuda con el archivo dímelo, Elton.

Pero este espíritu de camaradería es imposible en Fashionista y tanto Jane como Marguerite intentan cortarlo de raíz. Se desata una agria discusión sobre quién organizará el archivo y espero que Allison se presente voluntaria… para que lo haga yo.

Aunque Stickly y la señorita Beverly observan el intercambio con idénticas expresiones de placidez, estoy segura de que, por dentro, están horrorizados. Horrorizados por los gritos de Jane y por las réplicas mordaces de Marguerite, observan como espectadores en el Coliseo. Los dos juntos son como un episodio de Arriba y Abajo y, a veces, yo me siento como una criadita con cofia.

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